What I value is the naked contact of a mind.
Virginia Woolf, The Pargiters.
El primer diccionario español-inglés fue impreso en Londres en 1591. Su autor, un tal Richard Percyvall, fue un aventurero británico. Sabemos que Percyvall viajó por España durante varios años, y que regresó a Inglaterra poco antes de que estallara la Guerra Anglo-Española de 1585-1604. Entonces trabó amistad con un asesor de la reina Isabel I, para quien tradujo algunos papeles ibéricos en los que había información sobre la invasión que la Gran Armada planeaba emprender en contra de los ingleses. En su diccionario (Bibliotheca Hispanica pars altera), entre mentar y mentir —“to mention” y “to lie”, respectivamente—, Richard Percyvall incorpora la palabra mente: “a minde”. Es esta la primera vez en la historia que mente aparece en un diccionario —en uno de la RAE sería considerada por vez primera en 1734, en el Diccionario de autoridades—.
La palabra mente llegó a nuestro idioma del latín mens, y ha mantenido un significado asociado con la facultad de pensar, razonar y experimentar emociones. La raíz latina ment- se ha conservado con sentidos relacionados en varias lenguas romances —no sólo mind en inglés, también ment en catalán, miente en rumano, etcétera—. En su edición más reciente, el diccionario de la RAE incluye tres acepciones para el vocablo mente.
La primera de ellas compendia en cuatro palabras la manera en la que, durante siglos y siglos, en Occidente se ha entendido —y como muchas personas, me temo, siguen entendiéndola— la relación entre el cuerpo y la mente: “Potencia intelectual del alma.” Si la mente es eso es entonces una capacidad, un poder que no es corporal, sino anímico, relativo al alma. Porque si bien intelectual quiere decir en principio “perteneciente o relativo al entendimiento”, en segunda acepción significa ni más ni menos que “espiritual, incorporal”. Consecuentemente, anímico es un adjetivo que expresa “psíquico”. Más: el mismo diccionario señala como sinónimos directos de anímico no sólo psíquico, sino también emocional y espiritual, y, ¡faltaba más!, como antónimos corporal y físico. Si atendemos nada más el rastro léxico de la primera acepción, la mente sería una entidad espiritual, ajena al soma, al organismo, a la carne y los huesos. Ciertamente, la naturaleza de la mente y su relación con lo corporal es un asunto complicado que ha sido objeto de debate en la filosofía y otras disciplinas a lo largo de la historia. Hay varias perspectivas sobre la relación entre la mente y el cuerpo. Las posturas dualistas sostienen que la mente y el cuerpo son entidades separadas y distintas. El dualismo sostiene que hay una separación entre la mente (o el alma) y el cuerpo. Este enfoque ha sido defendido por filósofos como René Descartes —aunque no hay una palabra directa que sea una traducción exacta de mente en francés, esprit abarca conceptos relacionados con la mente y la inteligencia—. Según el dualismo cartesiano, la mente es una sustancia no material y no está sujeta a las leyes físicas. Por su parte, el monismo sostiene que mente y cuerpo son aspectos diferentes de una misma realidad. Dentro del monismo, existen varias corrientes, incluyendo el monismo materialista, que afirma que todo se reduce a procesos físicos y materiales, y en la antípoda el monismo idealista, que sostiene que todo es esencialmente de naturaleza mental.
La segunda acepción que aporta el diccionario de la RAE para mente es curiosa: “Designio, pensamiento, propósito, voluntad”. En este caso, pues, la definición se refiere más bien, de modo mañosamente reiterativo, a algunos de los procesos que podemos atribuir a la mente. Considérese que designio significa precisamente “pensamiento, o propósito del entendimiento, aceptado por la voluntad”.
Finalmente, el tercer significado que ofrece la RAE determina que la mente es el “conjunto de actividades y procesos psíquicos conscientes e inconscientes, especialmente de carácter cognitivo”. Una noción ya más cercana a lo que a uno le enseñaron en la Prepa…
En efecto, desde la perspectiva de la Psiquiatría, la mente se define como el conjunto complejo e interrelacionado de procesos —cognitivos, emocionales y conductuales— que conforman la subjetividad de una persona —experiencias personales, creencias, valores, sentido de sí mismo—. O expresado de otra forma: la mente es el compuesto de facultades responsables de es aquello que piensa, imagina, recuerda, desea y siente un ser humano. La definición que puedes encontrar en la Enciclopedia británica va en el mismo orden de ideas: “Mente, en la tradición occidental, es el complejo de facultades involucradas en percibir, recordar, considerar, evaluar y decidir. En cierto sentido, la mente se refleja en sucesos tales como sensaciones, percepciones, emociones, memoria, deseos, diversos tipos de razonamiento, motivos, elecciones, rasgos de personalidad y el inconsciente”. Hasta aquí la definición no establece nada acerca de la condición material o inmaterial, corporal o espiritual, de la mente. Sin embargo, cualquier definición científica hoy día involucra lo que ocurre en el cerebro, y en general en el encéfalo: la mente es el conjunto de procesos que emergen de la actividad cerebral y que contribuyen a la experiencia subjetiva y al comportamiento de un individuo.
En la definición psiquiátrica de la mente el cerebro juega un papel fundamental, aunque no es el único factor determinante. La mente es un fenómeno complejo que involucra la interacción de diferentes componentes, incluyendo necesariamente un órgano específico, el cerebro, una masa —alrededor de 1.3 kilogramos en promedio— altamente compleja de tejido neuronal —de 86 mil millones a 105 mil millones de neuronas— y otras células que se encuentra protegida por el cráneo, una estructura ósea formada por 22 huesos.
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