Tanto como los “diversos paisajes, embellecidos con montañas, ríos, rocas, árboles, llanuras, valles anchos y colinas en una disposición variada” que Leonardo Da Vinci recomendaba descubrir en “una pared con manchas o con una mezcla de piedras”; igual que las segundas imágenes que August Strindberg solía ver en las cosas, o como el laberinto de líneas en las mesas de mármol en las que el niño Paul Klee podía distinguir personas grotescas y luego plasmarlas en un papel, podemos recordar como una ejemplar pareidolia, esta muy popular, a Tutanbidón III, la imagen de un viejo y sucio bidón de plástico arrumbado en el piso de tierra, entre piedras, en el que muchas personas vimos la representación de un faraón del antiguo Egipto. Las nubes suelen regalar generosos bestiarios a quien quiera espulgarlas con los ojos y la imaginación; los cerros y montes, siluetas; los árboles y paredes, ojos y rostros enteros…
Para la percepción humana abundan las imágenes aparejadas o fantasma en los objetos concretos. Por eso, muchas de las mancias —sistemas o prácticas adivinatorias que pretenden predecir el futuro u obtener conocimiento sobre eventos desconocidos a través de la interpretación de ciertos fenómenos naturales o artificiales— que hemos desarrollado a lo largo de la historia están asociadas al fenómeno de la pareidolia, a la búsqueda y hallazgo de ciertos patrones con significados en las cosas. Por supuesto, hubo artes de nefelomancia, relativas a la observación de las nubes para encontrar figuras que ayudaran a predecir lo venidero. Seguramente de las más antiguas técnicas fueron la espeleomancia —la adivinación a través de la elucidación de las formaciones rocosas en cuevas— y la atroposcopia o lectura de las cenizas de un fuego. Las comunidades que habitaban en la proximidad de los bosques usaron la dendromancia, esto es, la interpretación de las formas de los árboles o de la madera. Por medio de la hidromancia, se atisba el porvenir de la gente en el agua, interpretando su movimiento, las formas que se reflejan en ella o los objetos que flotan. Hubo quien atendía los presagios que miraban en los espejos, los adeptos a la catoptromancia. Otros se afanan en leer su destino en las arrugas de su propia frente —metopomancia—, en la Luna —selenomancia—, en las progresiones del humo —capnomancia—, en las uñas — onicomancia—, en las entrañas de algunos peces —ictiomancia— y también entre las piedras —litomancia—. No han faltado quienes atrapan mariposas para luego extender sus alas buscando en ellas los símbolos que les digan lo que sucederá mañana — lepidopteromancia—.
Las pareidolias no son más que un tipo específico de apofenias; mejor: las pareidolias son apofenias visuales.
La palabra apofenia tiene su origen en el griego y está compuesta por dos partes: 1) apo- (ἀπό), prefijo que significa “desde”, “fuera de” o “alejado de”; es un prefijo común en palabras griegas que denota separación o distancia —v. g.: aporía etimológicamente significa “sin salida” o “sin camino”—; y 2) phanein (φαίνειν), verbo que significa “mostrar” o “revelar”. Juntas, estas raíces forman el término apofenia, que literalmente se puede interpretar como “mostrar desde” o “revelar desde”. En el contexto de las ciencias de la mente y conductuales, el término describe la tendencia humana a percibir patrones, significados o conexiones en datos aleatorios o no relacionados. La palabra fue acuñada por el neuropsicólogo alemán Klaus Conrad (1905-1961) en su obra Die beginnende Schizophrenie. Versuch einer Gestaltanalyse des Wahns (1958), en la cual la definió como “la visión desmotivada de conexiones, acompañada de un sentimiento específico de significado anormal”, y la describió como parte de las primeras etapas del pensamiento delirante que sufren los esquizofrénicos. Actualmente, claro, el concepto se refiere a la tendencia perceptiva y de cognición que experimentan todas las personas, no sólo quienes padecen esquizofrenia.
El fenómeno no se reduce a ver borregos o dinosaurios en las nubes o vírgenes en las tostadas o duendes en la corteza de los árboles… Los seres humanos no sólo experimentamos apofenias visuales —las pareidolias—. Existen también las apofenias de tipo auditivo. Hace algunos ayeres, mientras trabajábamos, mi buen amigo el autor cantor MM y yo escuchábamos No somos nadie, un programa de radio madrileño conducido por Pablo Motos. Era de las primeras emisiones radiales que podían escucharse en línea. El programa tenía una sección llamada “Momentos teniente”, en la que los conductores ponían algunas canciones en inglés u otros idiomas distintos al español, y descubrían mensajes ocultos en nuestra lengua. Por ejemplo, en la canción Girls Just Want To Have Fun, Cindi Lauper no cantaba realmente And the boys they wanna have fun / And the girls they wanna have fun, sino Andrés te huelen los bajos, aun gracias que huele a jabón… O en Anybody Seen My Baby de los Rolling Stones, Mike Jagger, después de cantar And I was flippin' magazines / In that place on Mercer street, claramente dice Una zorra espabilá… Y como estos había un montonal. A diferencia de las que presentaba Motos y su equipo en aquel programa de radio, hay apofenias auditivas que no son percibidas por mucha gente, al punto que sustituyen lo que originalmente se dice o canta. No son pocos los conciudadanos habituados a cantar el Himno Nacional que están convencidos de que Masoisare es un extraño enemigo, y hace tiempo escuché a todo el público que asistió a un concierto en Chile del grupo de metal Twisted Sister cantar parte del estribillo de la canción We're Not Gonna Take it: en vez de We are gonna take it… ¡Huevos con aceite! Y se oye mejor…
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