La crisis Colombia-Estados Unidos fue el tema de La Base el 27 de enero. Pablo Iglesias y su equipo analizaron el episodio del fin de semana previo, causado por las medidas antiinmigrantes de Trump. Destacaron la respuesta diplomática y digna de Gustavo Petro. Su objetivo: desmentir a la prensa internacional, que tergiversó los hechos para imponer el bulo de que el mega-alómano doblegó a Petro. Ocurrió lo contrario. Juzgue.
1. Estados Unidos deportó a un contingente de colombianos en situación migratoria irregular. Trump, él sí un criminal sentenciado, llamó “criminales” a los migrantes, a todos, y, trepados en un avión militar norteamericano, esposados de pies y manos, de una manera que indiscutiblemente violó sus derechos humanos, los mandó a Colombia.
2. El domingo, el gobierno colombiano no permitió que aterrizara el avión gringo con los migrantes deportados. Petro explicó que no podía permitir ese trato a sus compatriotas, y fijó su postura: “En aviones civiles, sin trato de criminales, recibiremos a nuestros connacionales”.
3. Oligofrénico, míster Trump, respondió ordenando la imposición de aranceles del 25% a todos los productos colombianos. Además, bramó: ¡fuera de Estados Unidos todos los representantes del gobierno colombiano!
4. Petro respondió con una carta que todas y todos deberíamos leer, en Colombia, aquí en México, en la Patria Grande incluyendo también allá, del otro lado Bravo. También devolvió una moneda de la misma denominación: 50% de aranceles a todas las importaciones provenientes de Estados Unidos. No sólo: ofreció el avión presidencial para regresar dignamente a sus paisanos.
5. El lunes el penoso capítulo llegó a su final cuando el primer vuelo con los deportados aterrizó en Bogotá…, pero, regresaron en un avión civil, sin esposas ni grilletes y tratados digniamente. De las represalias diplomáticas y arancelarias, nada.
Simple: plantear que Trump dobló a Petro es puro y duro engaño.
Bien, pues resulta que, en medio del conflicto, después de que el secretario de Estado norteamericano reclamó que previamente Colombia había aceptado ya recibir a los deportados, Petro llamó “cipayo” al señor que se apela Marco y que, seguramente para una de sus más profundas penas, de rubio solamente tiene el apellido. A partir de ahí, Iglesias y colegas usaron varias veces a lo largo de su programa el adjetivo cipayo y también su sustantivación: cipayismo. ¿Y qué significa?
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Aunque en su forma estandarizada se consolidó hasta el siglo XVI, el castellano, al que desde hace tiempo llamamos español, tiene alrededor de 1,200 años de existencia. Desde esa perspectiva, podemos decir que la palabra cipayo se incorporó a nuestro idioma hace poco tiempo. Su debut en un diccionario de nuestra lengua ocurrió hace menos de doscientos años, en el Diccionario Nacional de don Ramón Joaquín Domínguez (1853). Pero el origen del vocablo viene de lejos y es muy muy antiguo…
El origen de cipayo se remonta a las culturas iranias tempranas. Proviene del persa antiguo sepâh, que significa “ejército” o “tropa”, y se usaba desde tiempos del Imperio Aqueménida, alrededor del 500 a. C. En efecto, el persa o farsi es un lenguaje con unos 2,600 años de historia. Después, durante el poderío del Imperio Sasánida, entre el 200 y 650 d. C., la palabra sepâh se empleó para referirse a sus fuerzas armadas, y sepâhi pasó a ser el derivado que aludía a sus integrantes, es decir, a los soldados. Con la expansión del islam, el uso de la palabra pasó a otros idiomas, como el árabe y el turco. Los otomanos adaptaron el término como sipahi, para referirse tanto a los caballeros como a los soldados de un timar —unidad feudal otomana—.
Desde su origen aqueménida, el vocablo también llegó al subcontinente indostánico. Mucho después, en el siglo XI, con las dinastías turcas y afganas, el persa se estableció como lengua burocrática y culta en India. Entre los siglos XIII y XVI, el Sultanato de Delhi utilizó el persa como lengua oficial, y el término sepâhi se adoptó para referirse a los soldados. Perduró su uso durante el Imperio Mogol —no confundir con el Mongol—, entre los siglos XVI y XVIII, y cuando los ingleses invadieron India, echaron mano del término sepâhi, en su versión anglificada, sepoy, para referirse a los soldados del ejército colonial, pero, ¡ojo!, no a todos, no a los británicos, sino solamente a los nativos, a los indios. Durante la expansión imperialista europea, los portugueses adoptaron la palabra como sipaio, para mentar a los nativos que estaban al servicio de los ejércitos de las potencias colonialistas. Ya en el siglo XIX, el término adquirió el sentido peyorativo que hoy tiene y se usó para criticar a quienes colaboraban con los poderes extranjeros en contra de su propia gente.
En castellano, el portugués sipaio se transformó en cipayo, conservando su significado: mercenario de tropas locales al servicio de intereses invasores. La RAE incorporó la palabra a su diccionario en 1869, y actualmente tiene dos acepciones: la primera resulta más una curiosidad histórica, “soldado indio de los siglos XVIII y XIX al servicio de Francia, Portugal y Gran Bretaña”, mientras que la segunda acepción es la que nos interesa porque ese es el sentido con el que Petro se refirió a Marco Rubio: cipayo: “secuaz a sueldo”.
La palabra cipayo se usa más en Hispanoamérica. En Argentina y Uruguay tiene una fuerte carga política. En España su uso es menos frecuente, seguramente por razones históricas. En cambio, el Diccionario de Americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española únicamente consigna un significado para cipayo: “persona que sirve a los intereses extranjeros en detrimento de los de su país.”
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En un texto que publicó hace seis años en La Izquierda diario, Raúl Dosta aventuraba que, si en México usamos poco cipayo “quizás sea porque tenemos una palabra a la que le damos más o menos el mismo contenido: malinchista”.
Malinchista y su sustantivo malinchismo tienen un origen mucho más cercano a nosotros, en el espacio y en el tiempo. Como ustedes saben, el vocablo viene de las costas del Golfo de México: se deriva del nombre de una mujer que nació en el año 1505, en alguna comunidad nahuatlaca cercana al sitio en donde hoy se encuentra Coatzacoalcos, Veracruz. La Academia Mexicana de la Lengua explica así el origen de la voz malinchismo:
… proviene de Malinche, apodo de Marina (también conocida como Malina, Malintzin o Malinalli), amante de Hernán Cortés. Por la preferencia de la Malinche por un extranjero, su nombre se empleó para formar el derivado malinchismo con el significado de 'actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio'. De esta voz se desprende el derivado, malinchista, referente a la persona que muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio'.
Si bien el origen del vocablo se remonta a la Conquista, no fue palabra que usáramos sino hasta el siglo XX.
En pocos días conmemoraremos el 75 aniversario de un libro importante. El 15 de febrero de 1950, en los talleres de la editorial CVLTVRA, terminó de imprimirse, bajo el sello de Cuadernos Americanos, la primera edición de El laberinto de la soledad. En el cuarto ensayo, “Los hijos de la Malinche”, Octavio Paz sostiene:
El símbolo de la entrega es doña Malinche… Es verdad que ella se da voluntariamente al Conquistador, pero éste, apenas deja de serle útil, la olvida. Doña Marina se ha convertido en una figura que representa a las indias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles. Y del mismo modo que el niño no perdona a su madre que lo abandone para ir en busca de su padre, el pueblo mexicano no perdona su traición a la Malinche. De ahí el éxito del adjetivo despectivo ‘malinchista’, recientemente puesto en circulación por los periódicos para denunciar a todos los contagiados por tendencias extranjerizantes.
Subrayo: “recientemente puesto en circulación”, escribía Paz a finales de la década de los cuarenta. Ciertamente, en un trabajo publicado en la edición primaveral 2024 de la revista Relaciones Estudios de Historia y Sociedad de El Colegio de Michoacán, Rosa María Spinoso y Andrea Prado, investigadoras de la Universidad de Guadalajara y de la Universidad de Bologna, respectivamente, informan el resultado de sus pesquisas:
No encontramos evidencias del término malinchismo antes del siglo XX. La más antigua es de principios de 1938, en un periódico de Campeche… Fue a partir de entonces que comenzó a aparecer en la prensa, primero esporádicamente y después de forma recurrente.
Las académicas afirman que “es difícil encontrar términos equivalentes en otras lenguas”. Así es, y voy más allá: equivalentes plenamente sería imposible, a menos de que existiera una palabra semejante en alguna lengua originaria, particularmente en náhuatl, porque, en efecto, en última instancia, “ser malinchista es ser mal o mala mexicana”.
Con todo, hay algunos términos más o menos equivalentes. Por ejemplo, complexe du colonisé, concepto ideado por Frantz Fanon para describir una especie de internalización patológica de la inferioridad cultural tras el colonialismo. O la palabra japonesa bigai, que literalmente significa “adulación a lo extranjero”. Y los rusos tienen una expresión que tendría que escribir en cirílico pero que puedo decirles que se traduce textualmente como “bajar la cabeza ante Occidente”.
Y que conste: estoy evitando entrar en la discusión de si es o no es correcto adjudicar a la Malinche una conducta malinchista, esto es, traidora con su gente, porque, en efecto, considerando que ella no era mexica, es una cuestión muy discutible decir que doña Malitzin fuera malinchista. En fin, manteniéndonos al margen de esa polémica, asumiendo sin más el significado de malinchismo —que la RAE define hoy como “actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio”—, ¿qué dirían ustedes, qué adjetivo les parece más adecuado para describir a los vendepatrias que pululan en nuestro país en nuestros días, cipayos o malinchistas?
Porque, tenemos que aceptarlo con humildad: la derecha mexicana volvió a sorprendernos. Cuando pensábamos que ya no podrían degradarse más, y no por falta de ganas sino porque parecía que ya no tenían para dónde, los fachos nacionales se volvieron trumpistas. Lo que más asquea, al menos en mi caso, es que el paniaguadismo, con lo que queda del PRI incluido, no deja pasar día sin que sus voceros, opinócratas y leguleyos se desgañiten implorando por el intervencionismo yanqui. ¿Cipayos o malinchistas? Gravitan en torno a ambas palabras ideas afines como felones, traidores, pérfidos, ingratos, desleales, infieles, traicioneros, infames, apóstatas, renegados, abyectos, ruines, confabulados, judas, colaboracionistas, vendepatrias… Pero opto por malinchistas, y lo hago por dos razones. Primera: dado que malinchistaes una palabra de origen nacional, por malinchistas les va a doler más. Y la segunda no la digo yo, la tomo textual de El laberinto de la soledad, así que la escribió Paz hace más de 75 años: “Los malinchistas son los partidarios de que México se abra al exterior: los verdaderos hijos de la Malinche, que es la Chingada en persona”.