Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 23 de febrero de 2025

Algo torcido fue enderezado

 

 

 

Stultorum sunt plena omnia.

(Todo está lleno de necios)

 

Cicerón, Ad familiares.

 

 

“Los perversos con dificultad se corrigen, y el número de los necios es infinito”. El aforismo anterior suele citarse como una frase bíblica, específicamente como el versículo 1:15 del Eclesiastés. Muy efectivo para quejarse de la siempre abundante estupidez humana, durante siglos y siglos fue muy popular en el Occidente cristiano. Sin embargo, hoy no se encuentra en ninguna de las traducciones contemporáneas de los Libros Sapienciales del Antiguo Testamento. Por ejemplo, si la Biblia que usted tiene o conoce corresponde a la versión Reina Valera (1909), en el Eclesiastés 1:15 usted leerá: “Lo torcido no se puede enderezar; y lo falto no puede contarse”; mientras que en la Biblia de las Américas se anota: “Lo torcido no puede enderezarse, y lo que falta no se puede contar”. E igual en todas las demás: de perversos y necios ni media palabra.

 

“Los perversos con dificultad se corrigen, y el número de los necios es infinito” es un aserto que debemos a san Jerónimo, patrono de los traductores, los bibliotecarios y en general de la gente volcada en la lecto-escritura. Erudito, traductor, doctor —reconocido así desde 1298— y —junto a Ambrosio, Agustín y Gregorio— padre de la Iglesia, Eusebio Hierónimo, afamado como Jerónimo de Estridón (c. 347 – 420 d. C.), es recordado principalmente por la Vulgata editio, su traducción de la Biblia al latín. El trabajo fue realizado por encargo papal, y se convirtió en el texto bíblico oficial para la Iglesia católica durante más de mil años. 

 

Originario de Estridón de Dalmacia —una ciudad romana ubicada quizá en lo que actualmente es Croacia o Eslovenia, y destruida hasta sus cimientos por los godos en 379—, desde muy jovencito Jerónimo emigró a Roma, en donde estudió retórica, gramática, filosofía y literatura griega y latina. Hacia el 366 se bautizó. Alrededor de 373 viajó por Tracia y Asia Menor, y llegó hasta el norte de Siria. Había, pues, abandonado las comodidades y lujos de la capital del Imperio para entregarse a la contemplación y al estudio. Vivía austeramente, pero viajaba cargando un montón de rollos de papiro, cuadernos de pergamino y tablillas enceradas —en el siglo IV, el códice, esto es, hojas de pergamino encuadernadas, comenzaba a reemplazar al rollo, pero aún no era dominante—; no había querido desprenderse de la biblioteca que había reunido en Roma. Desde joven se había entregado a la lectura de los clásicos, y le “repelía el estilo tosco” de los profetas cristianos —“no viendo la luz por tener ciegos los ojos, pensaba que la culpa no era de los ojos, sino del sol”, se reprendería posteriormente—. Mientras se encontraba en el desierto sirio de Calcis, alrededor del año 375, un día de cuaresma, estando enfermo y con fiebre, “arrebatado súbitamente en el espíritu”, fue “arrastrado ante el tribunal del juez”. Tiempo después, hacia el 384, Jerónimo narraría la experiencia onírica que marcó su conversión espiritual definitiva, en una misiva —Carta 22— dirigida a Eustoquia —la hija de santa Paula, la noble romana que fue discípula y colaboradora cercana—. La carta ofrece una serie de consejos sobre cómo rechazar las tentaciones mundanas para llevar una vida ascética dedicada plenamente a Dios. Relata cómo, durante el sueño febril fue llevado en espíritu ante un tribunal divino. Allí, contestando una pregunta expresa, se declaró cristiano, pero el juez celestial lo amonestó diciéndole: “Mientes, tú no eres cristiano, sino ciceroniano, pues donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. Era una alusión directa a su biblioteca y su afición por la literatura pagana, especialmente las obras de Marco Tulio Cicerón (106 – 43 a. C.). El tribunal ordenó entonces que azotaran al inculpado, pero él pidió clemencia y juró deshacerse y olvidar todos los textos seculares. Por supuesto, por más inteligente y culto que haya sido, Jerónimo de Estridón no podía entender aquel sueño como producto de sus propios conflictos intrapsíquicos, sino como un mensaje divino: “Aquello no había sido un simple sopor ni uno de esos sueños…”


Francesco D'Antonio Di Bartolommeo, El sueño de san Jerónimo (1431)


El episodio lo marcó, y Jerónimo juró renunciar a todos los textos paganos y dedicarse exclusivamente al estudio de las Sagradas Escrituras. Aquel sueño se convirtió en un símbolo de la tensión entre la cultura clásica y la fe cristiana.

 

Además de soñar, mientras se hallaba en el desierto sirio, comenzó a aprender hebreo, lo que más tarde le permitió traducir directamente la Biblia del hebreo y el griego al latín. Jerónimo escribió también numerosos comentarios bíblicos, cartas y tratados teológicos. Pasó sus últimos años en Belén, donde fundó un monasterio y continuó su labor intelectual hasta su muerte.

 

Jerónimo fue pues quien metió en el Eclesiastés 1:15 Stultorum infinitus est numerus, conservada en las biblias castellanas hasta bien entrado el siglo XIX. Si acaso se trata de una paráfrasis, porque el original dice otra cosa. La Nova Vulgata —revisión de la traducción jeronimiana encargada por el Concilio Vaticano II— corrige: Quod est curvum, rectum fieri non potest; et, quod deficiens est, numerari non potest, “Lo torcido no puede enderezarse, y lo que falta no se puede contar”. En efecto, Jerónimo sustituyó la imagen concreta del texto hebreo (“lo torcido” y “lo que falta”) por una metáfora moral: asoció “lo torcido” (מְעֻוָּת) a la “estulticia” humana y “lo que falta” (חֶסְרוֹן) a la idea de un “número infinito” de necios. Su versión es una exégesis alegórica que buscaban extraer enseñanzas espirituales del texto.

 

Curiosamente, la frase latina de Jerónimo está inspirada ni más ni menos que en Cicerón —“Todo está lleno de necios”—. ¿Se habrá dado cuenta el hombre de que estaba haciendo precisamente lo que, en su famoso sueño, el tribunal divino le echó en cara? ¿Habrá colado inconscientemente a Cicerón en el Eclesiastés nada más por el placer de engañar al tribunal divino? 

domingo, 16 de febrero de 2025

La capacidad negativa

  

El poeta, si es poeta de verdad,

siempre tiene que repetirse “no sé”.

Wislawa Szymborska

 

 

 

En una carta a Benjamin Bailey (1791–1853), el 22 de noviembre de 1817, John Keats (1795-1821) aseguraba algo que muchos podrían leer equivocadamente como un pequeño rosario de ingenuas expresiones imberbes, como un arrebato típico de un joven romántico…

No estoy seguro de nada, salvo de la santidad de los afectos del corazón y la verdad de la imaginación: lo que la imaginación capta como belleza debe ser verdad…

Estas aseveraciones no se quedan en lirismo, por el contrario, manifiestan una postura epistemológica profunda.

 

*

 

La pregunta fue la siguiente: ¿qué hace que en la actualidad tanta gente sea estúpida? Robert Greene tuvo una respuesta: “Lo que hace a la gente estúpida es su certeza de que tiene todas las respuestas correctas”, contestó sin dudarlo.

 

¿Irónico? No lo sé.




 

*

 

Hablando de la estupidez generalizada, Robert Greene (Los Ángeles, 1959), autor de varios bestsellers —The 48 Laws of Power, The Art of Seduction, The 33 Strategies of War, Mastery, The Laws of Human Nature, entre otros—, en plática con Chris Williamson recordó que hace un par de siglos el poeta romántico John Keats acuñó el concepto de capacidad negativa.


Severn, Joseph (1793-1879) - 1819 Portrait of John Keats.


Encuentro una buena descripción de la noción negative capability en el glosario de términos del sitio de la Poetry Foundation. Traduzco:

Formulada por primera vez por John Keats, es una teoría sobre el acceso del artista a la verdad, ajeno a la presión de la lógica o de la ciencia. Reflexionando sobre su propio oficio y el arte de otros, especialmente el de Shakespeare, Keats supuso… que un gran pensador es “capaz de permanecer con incertidumbres, misterios, dudas, sin lanzarse a una irritante búsqueda de hechos y razones”. Así, un poeta tiene el poder de dejar de lado la conciencia, habitar un estado de apertura total a la experiencia e identificarse con el objeto contemplado. Para Keats, el poder inspirador de la belleza es más importante que la búsqueda de hechos objetivos…

En efecto, en una carta que el joven John Keats —tenía entonces 22 años— escribió el 21 de diciembre de 1817 a sus hermanos George y Tom, acuña y define el concepto de negative capability:

…de inmediato se me ocurrió qué cualidad conforma a un Hombre de Logros [Man of Achievement], especialmente en la literatura, y que Shakespeare poseía en grado enorme: me refiero a la capacidad negativa [Negative Capability], es decir, cuando un hombre es capaz de permanecer en medio de la incertidumbre, el misterio, la duda, sin un ansia exacerbada de llegar hasta el hecho y la razón…

No de la capacidad negativa, sino de su opuesto, la compulsión de hallarle explicación a todo, esa arraigada maña, tan moderna, claro, Keats pone como ejemplo a un tal Coleridge —se refiere a Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), poeta y, obvio, teólogo y filósofo—, quien, asegura, “dejaría pasar una fina verosimilitud aislada captada desde el Penetraliumdel misterio, por ser incapaz de conformarse con un conocimiento incompleto”. Con el latín Penetralium se refiere a la parte más interna o secreta de un sitio, como el santuario de un templo. En el contexto de la misiva, Keats usa esta palabra metafóricamente para describir el ámbito más profundo de lo enigmático y lo desconocido. Keats critica a Coleridge diciendo que, incapaz de quedarse con un conocimiento parcial (half-knowledge), deja pasar (let go by) una “fina verosimilitud aislada” al verse obligado a buscar explicaciones racionales, en lugar de aceptar la belleza de lo incierto y lo misterioso. En cambio, el verdadero artista, como lo fue Shakespeare, debe ser capaz de habitar la incertidumbre sin sentirse incómodo o apresurado por encontrar una respuesta única y definitiva. La grandeza de la capacidad negativa que bosqueja Keats se dimensiona sólo si mantenemos presente una obviedad que nos gusta no tomar en cuenta: en estricto sentido, todo conocimiento es parcial.

 

*

 

Unos meses después, en mayo de 1818, ahora en una carta dirigida a su amigo John Hamilton Reynolds (1794-1852), poeta y dramaturgo, John Keats desarrolla una alegoría entre platónica y freudiana; la parafraseo enseguida…

La vida humana es como una gran mansión de muchas habitaciones, de las cuales solo puedo describir dos —para mí, las demás siguen cerradas—. La primera es la Habitación de la Infancia o de la Inconsciencia, donde habitamos sin cuestionarnos nada. Aunque la puerta de la siguiente habitación está abierta y llena de luz, nosotros tardamos en cruzarla. Cuando el pensamiento despierta en nosotros, nos empuja hacia ella. Al entrar en la Habitación del Pensamiento Virginal, la claridad que hay ahí nos deslumbra. Es un lugar maravilloso donde podríamos permanecer para siempre. Pero el pensamiento agudiza nuestra visión y nos revela toda la miseria del mundo: el dolor, la enfermedad y la opresión. Poco a poco, la habitación se oscurece y en su entorno se abren muchas otras puertas, pero todas conducen a pasajes en penumbra. No distinguimos el equilibrio entre el bien y el mal. Nos encontramos en las tinieblas, sintiendo el peso del misterio.

Según Keats, quienes se atreven a salir de la Habitación del Pensamiento Virginal para deambular por las tinieblas son los grandes artistas, como William Wordsworth (1770-1850) y William Shakespeare, quienes lograron escribir aceptando la ambigüedad y complejidad de la realidad…, y así nos alumbran.




 

*

 

En aquella carta del 22 de noviembre de 1817, Keats también le decía a Bailey —quien por cierto se haría clérigo—: “La imaginación puede compararse con el sueño de Adán: despertó y lo encontró hecho realidad”.

lunes, 10 de febrero de 2025

Jicotes tarugos

 

Malinchismo no fue palabra que usáramos sino hasta bien entrado el siglo XX. Muy probablemente no tiene ni siquiera cien años de existencia. Argüía yo aquí que, considerando su origen histórico, difícil sería hallar términos equivalentes en otros idiomas; iba más allá y decía que equivalentes plenamente sería, en estricto sentido, imposible. Esto resulta indiscutible si tomamos como buena la precisa definición del vocablo que aporta el Diccionario de mexicanismos del Colmex:

Tendencia de algunos mexicanos a preferir lo extranjero o al extranjero —en particular si es blanco, güero y de tipo germánico— sobre sus propios compatriotas, sus propios productos o sus propios valores y tradiciones.

En cambio, si atendemos el significado que el diccionario de la RAE da a malinchismo, la cosa cambia: “actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio”. Entendida de esta manera la palabra, podríamos tener peruanos malinchistas, chinos malinchistas, españoles malinchistas, you name it… Y, consecuentemente, entendida así, malinchismo podría, efectivamente, tener algunos sinónimos. Por ejemplo, encuentro uno de origen escandinavo…

 

 

Quisling

 

Desde mediados del siglo pasado, la palabra quisling se ha utilizado en varios idiomas como sinónimo de “traidor” y “traición”. Se trata también de un epónimo: así como malinchismo proviene del sobrenombre de un personaje histórico —la Malinche, alias de Malitzin, después doña Marina—, quisling procede de una persona concreta: Vidkun Quisling (1887-1945), un oficial del ejército noruego que se puso al servicio de los nazis desde el primer día de la entrada de Noruega en la Segunda Guerra Mundial, y quien después sería impuesto por Hitler como primer ministro de su país. El vocablo se usa no sólo en noruego, también en alemán, francés e inglés. En esta última lengua se derivó también el verbo to quisle: to serve or act as a quisling, según el Webster.

 

Hans Fredrik Dahl, profesor de historia de la Universidad de Oslo, publicó en 2008 Quisling, A Study in Treachery, una biografía de Vidkun Quisling realizada a partir de una enorme batería de fuentes: archivos nórdicos, alemanes, italianos y rusos, así como documentos familiares, rastreando así la carrera de Quisling hasta su juicio y ejecución por alta traición contra su patria. El hombre fue fusilado —nueve balazos en el corazón y luego, supuestamente como tiro de gracia, otro en la sien— en la fortaleza de Akershus la madrugada del 24 de octubre de 1945. Quisling murió proclamando a gritos su inocencia. Para él mismo, era más que inocente: días antes había escrito a su hermano: “Moriré como un mártir”. Semanas atrás, ante el tribunal que lo había sentenciado…

… había proclamado su inocencia … Insistía incansablemente en que su golpe de Estado del 9 de abril de 1940, su liderazgo del partido nazi noruego y su papel como primer ministro de la Noruega ocupada por los alemanes habían sido siempre en el mejor interés de la nación.

La vieja estratagema, pues: los traicioné por su bien.

Hans Fredrik Dahl narra en su libro que, durante sus últimos días, Quisling alegó que su muerte era parte de un plan divino para traer el Reino de los Cielos a la Tierra.

Había creído en el nacionalsocialismo alemán como una potencia mundial al servicio de Dios y había colaborado con él… En su celda, tuvo que admitir que el nacionalsocialismo estaba equivocado en algunos aspectos, como sus enseñanzas sobre la raza… Para Quisling, sin embargo, el nazismo era una fuerza que, llegado el momento, prepararía el camino para el reino de Dios en la Tierra. Sería castigado con la muerte por sus convicciones, pero no iba a ser el primero: Cristo mismo y, en Noruega, Olaf Haraldsson en 1030, habían muerto por la misma causa. Jesús, San Olaf, Quisling… ¿Era un traidor? A los ojos del mundo, claramente lo era. En su propia opinión, ser tachado de traidor era el precio que tenía que pagar por su comprensión de los caminos de Dios.

 

 

Moxikohuakan moxikowani

 

Anotaba también aquí que sería imposible encontrar en otros idiomas vocablos plenamente equivalentes a malinchismo/malinchista, a menos de que existiera una palabra semejante en alguna lengua originaria, particularmente en náhuatl, porque, en efecto, en última instancia, ser malinchista es, siendo mexicano o mexicana, despreciar a México y lo mexicano o ir en contra de sus intereses. Investigué y, en efecto, no aparece por ningún lado. Sin embargo, considerando el significado extenso de malinchismo, como el que le asigna la RAE al vocablo —“actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio”—, algunos mensajes por WhatsApp mediante, supe de una voz hermosa que de alguna manera se aproxima a la misma idea.

Por intermediación del Grillo Bravo, resulta que tuve ocasión de consultar al maestro Yaotl Pragedis Martínez de la Cruz. Él es profesor de educación primaria en náhuatl, y escritor en dicho idioma, en Atlamajalcingo del Río, municipio de Tlapa de Comonfort, en la región de la Montaña del estado de Guerrero. Gracias a Yaotl Pragedis puedo compartir con ustedes que la expresión moxikohuakan moxikowani —entiendo que el primer vocablo denota el lugar o el estado en el que ocurre cierta autodestrucción, mientras que el segundo alude al agente que realiza la acción— se refiere a un jicote —del náhuatl: xīcohtli, “abeja, abejorro”— que come madera, pero la madera de su nido, de su propia casa, una fea y sumamente estúpida costumbre. Jicotes tarugos: se pegan un tiro, solitos se meten el pie, se sabotean a sí mismos…

 

domingo, 2 de febrero de 2025

¿Cipayos o malinchistas?


La crisis Colombia-Estados Unidos fue el tema de La Base el 27 de enero. Pablo Iglesias y su equipo analizaron el episodio del fin de semana previo, causado por las medidas antiinmigrantes de Trump. Destacaron la respuesta diplomática y digna de Gustavo Petro. Su objetivo: desmentir a la prensa internacional, que tergiversó los hechos para imponer el bulo de que el mega-alómano doblegó a Petro. Ocurrió lo contrario. Juzgue.

 

1. Estados Unidos deportó a un contingente de colombianos en situación migratoria irregular. Trump, él sí un criminal sentenciado, llamó “criminales” a los migrantes, a todos, y, trepados en un avión militar norteamericano, esposados de pies y manos, de una manera que indiscutiblemente violó sus derechos humanos, los mandó a Colombia.

2. El domingo, el gobierno colombiano no permitió que aterrizara el avión gringo con los migrantes deportados. Petro explicó que no podía permitir ese trato a sus compatriotas, y fijó su postura: “En aviones civiles, sin trato de criminales, recibiremos a nuestros connacionales”.

3. Oligofrénico, míster Trump, respondió ordenando la imposición de aranceles del 25% a todos los productos colombianos. Además, bramó: ¡fuera de Estados Unidos todos los representantes del gobierno colombiano!

4. Petro respondió con una carta que todas y todos deberíamos leer, en Colombia, aquí en México, en la Patria Grande incluyendo también allá, del otro lado Bravo. También devolvió una moneda de la misma denominación: 50% de aranceles a todas las importaciones provenientes de Estados Unidos. No sólo: ofreció el avión presidencial para regresar dignamente a sus paisanos.

5. El lunes el penoso capítulo llegó a su final cuando el primer vuelo con los deportados aterrizó en Bogotá…, pero, regresaron en un avión civil, sin esposas ni grilletes y tratados digniamente. De las represalias diplomáticas y arancelarias, nada.

 

Simple: plantear que Trump dobló a Petro es puro y duro engaño.

 

Bien, pues resulta que, en medio del conflicto, después de que el secretario de Estado norteamericano reclamó que previamente Colombia había aceptado ya recibir a los deportados, Petro llamó “cipayo” al señor que se apela Marco y que, seguramente para una de sus más profundas penas, de rubio solamente tiene el apellido. A partir de ahí, Iglesias y colegas usaron varias veces a lo largo de su programa el adjetivo cipayo y también su sustantivación: cipayismo. ¿Y qué significa?

 

 

 

 

Aunque en su forma estandarizada se consolidó hasta el siglo XVI, el castellano, al que desde hace tiempo llamamos español, tiene alrededor de 1,200 años de existencia. Desde esa perspectiva, podemos decir que la palabra cipayo se incorporó a nuestro idioma hace poco tiempo. Su debut en un diccionario de nuestra lengua ocurrió hace menos de doscientos años, en el Diccionario Nacional de don Ramón Joaquín Domínguez (1853). Pero el origen del vocablo viene de lejos y es muy muy antiguo… 

 

El origen de cipayo se remonta a las culturas iranias tempranas. Proviene del persa antiguo sepâh, que significa “ejército” o “tropa”, y se usaba desde tiempos del Imperio Aqueménida, alrededor del 500 a. C. En efecto, el persa o farsi es un lenguaje con unos 2,600 años de historia. Después, durante el poderío del Imperio Sasánida, entre el 200 y 650 d. C., la palabra sepâh se empleó para referirse a sus fuerzas armadas, y sepâhi pasó a ser el derivado que aludía a sus integrantes, es decir, a los soldados. Con la expansión del islam, el uso de la palabra pasó a otros idiomas, como el árabe y el turco. Los otomanos adaptaron el término como sipahi, para referirse tanto a los caballeros como a los soldados de un timar —unidad feudal otomana—.

 

Desde su origen aqueménida, el vocablo también llegó al subcontinente indostánico. Mucho después, en el siglo XI, con las dinastías turcas y afganas, el persa se estableció como lengua burocrática y culta en India. Entre los siglos XIII y XVI, el Sultanato de Delhi utilizó el persa como lengua oficial, y el término sepâhi se adoptó para referirse a los soldados. Perduró su uso durante el Imperio Mogol —no confundir con el Mongol—, entre los siglos XVI y XVIII, y cuando los ingleses invadieron India, echaron mano del término sepâhi, en su versión anglificada, sepoy, para referirse a los soldados del ejército colonial, pero, ¡ojo!, no a todos, no a los británicos, sino solamente a los nativos, a los indios. Durante la expansión imperialista europea, los portugueses adoptaron la palabra como sipaio, para mentar a los nativos que estaban al servicio de los ejércitos de las potencias colonialistas. Ya en el siglo XIX, el término adquirió el sentido peyorativo que hoy tiene y se usó para criticar a quienes colaboraban con los poderes extranjeros en contra de su propia gente. 

 

En castellano, el portugués sipaio se transformó en cipayo, conservando su significado: mercenario de tropas locales al servicio de intereses invasores. La RAE incorporó la palabra a su diccionario en 1869, y actualmente tiene dos acepciones: la primera resulta más una curiosidad histórica, “soldado indio de los siglos XVIII y XIX al servicio de Francia, Portugal y Gran Bretaña”, mientras que la segunda acepción es la que nos interesa porque ese es el sentido con el que Petro se refirió a Marco Rubio: cipayo: “secuaz a sueldo”.

 

La palabra cipayo se usa más en Hispanoamérica. En Argentina y Uruguay tiene una fuerte carga política. En España su uso es menos frecuente, seguramente por razones históricas. En cambio, el Diccionario de Americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española únicamente consigna un significado para cipayo: “persona que sirve a los intereses extranjeros en detrimento de los de su país.”

 

 

 

 

En un texto que publicó hace seis años en La Izquierda diario, Raúl Dosta aventuraba que, si en México usamos poco cipayo “quizás sea porque tenemos una palabra a la que le damos más o menos el mismo contenido: malinchista”.

 

Malinchista y su sustantivo malinchismo tienen un origen mucho más cercano a nosotros, en el espacio y en el tiempo. Como ustedes saben, el vocablo viene de las costas del Golfo de México: se deriva del nombre de una mujer que nació en el año 1505, en alguna comunidad nahuatlaca cercana al sitio en donde hoy se encuentra Coatzacoalcos, Veracruz. La Academia Mexicana de la Lengua explica así el origen de la voz malinchismo:

… proviene de Malinche, apodo de Marina (también conocida como Malina, Malintzin o Malinalli), amante de Hernán Cortés. Por la preferencia de la Malinche por un extranjero, su nombre se empleó para formar el derivado malinchismo con el significado de 'actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio'. De esta voz se desprende el derivado, malinchista, referente a la persona que muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio'. 

Si bien el origen del vocablo se remonta a la Conquista, no fue palabra que usáramos sino hasta el siglo XX.

 

En pocos días conmemoraremos el 75 aniversario de un libro importante. El 15 de febrero de 1950, en los talleres de la editorial CVLTVRA, terminó de imprimirse, bajo el sello de Cuadernos Americanos, la primera edición de El laberinto de la soledad.  En el cuarto ensayo, “Los hijos de la Malinche”, Octavio Paz sostiene:

El símbolo de la entrega es doña Malinche… Es verdad que ella se da voluntariamente al Conquistador, pero éste, apenas deja de serle útil, la olvida. Doña Marina se ha convertido en una figura que representa a las indias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles. Y del mismo modo que el niño no perdona a su madre que lo abandone para ir en busca de su padre, el pueblo mexicano no perdona su traición a la Malinche. De ahí el éxito del adjetivo despectivo ‘malinchista’, recientemente puesto en circulación por los periódicos para denunciar a todos los contagiados por tendencias extranjerizantes.

Subrayo: “recientemente puesto en circulación”, escribía Paz a finales de la década de los cuarenta. Ciertamente, en un trabajo publicado en la edición primaveral 2024 de la revista Relaciones Estudios de Historia y Sociedad de El Colegio de Michoacán, Rosa María Spinoso y Andrea Prado, investigadoras de la Universidad de Guadalajara y de la Universidad de Bologna, respectivamente, informan el resultado de sus pesquisas:

No encontramos evidencias del término malinchismo antes del siglo XX. La más antigua es de principios de 1938, en un periódico de Campeche… Fue a partir de entonces que comenzó a aparecer en la prensa, primero esporádicamente y después de forma recurrente.

Las académicas afirman que “es difícil encontrar términos equivalentes en otras lenguas”. Así es, y voy más allá: equivalentes plenamente sería imposible, a menos de que existiera una palabra semejante en alguna lengua originaria, particularmente en náhuatl, porque, en efecto, en última instancia, “ser malinchista es ser mal o mala mexicana”.

 

Con todo, hay algunos términos más o menos equivalentes. Por ejemplo, complexe du colonisé, concepto ideado por Frantz Fanon para describir una especie de internalización patológica de la inferioridad cultural tras el colonialismo. O la palabra japonesa bigai, que literalmente significa “adulación a lo extranjero”. Y los rusos tienen una expresión que tendría que escribir en cirílico pero que puedo decirles que se traduce textualmente como “bajar la cabeza ante Occidente”.

 

Y que conste: estoy evitando entrar en la discusión de si es o no es correcto adjudicar a la Malinche una conducta malinchista, esto es, traidora con su gente, porque, en efecto, considerando que ella no era mexica, es una cuestión muy discutible decir que doña Malitzin fuera malinchista. En fin, manteniéndonos al margen de esa polémica, asumiendo sin más el significado de malinchismo —que la RAE define hoy como “actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio”—, ¿qué dirían ustedes, qué adjetivo les parece más adecuado para describir a los vendepatrias que pululan en nuestro país en nuestros días, cipayos o malinchistas?

 

Porque, tenemos que aceptarlo con humildad: la derecha mexicana volvió a sorprendernos. Cuando pensábamos que ya no podrían degradarse más, y no por falta de ganas sino porque parecía que ya no tenían para dónde, los fachos nacionales se volvieron trumpistas. Lo que más asquea, al menos en mi caso, es que el paniaguadismo, con lo que queda del PRI incluido, no deja pasar día sin que sus voceros, opinócratas y leguleyos se desgañiten implorando por el intervencionismo yanqui. ¿Cipayos o malinchistas? Gravitan en torno a ambas palabras ideas afines como felones, traidores, pérfidos, ingratos, desleales, infieles, traicioneros, infames, apóstatas, renegados, abyectos, ruines, confabulados, judas, colaboracionistas, vendepatrias… Pero opto por malinchistas, y lo hago por dos razones. Primera: dado que malinchistaes una palabra de origen nacional, por malinchistas les va a doler más. Y la segunda no la digo yo, la tomo textual de El laberinto de la soledad, así que la escribió Paz hace más de 75 años: “Los malinchistas son los partidarios de que México se abra al exterior: los verdaderos hijos de la Malinche, que es la Chingada en persona”.