Por ciertos avatares y malquerencias que no viene al caso retrotraer ahora, aunque de familia amberina, la figura cumbre del barroco flamenco nació en el Sacro Imperio Romano Germánico, en Siegen, una villa de Westfalia. Pintó más de mil quinientos cuadros. Me refiero, por supuesto, a Peter Paul Rubens (1577-1640). El primer maestro de Rubens fue un pintor paisajista de Flandes, el manierista Tobias Verhaecht (1561-1631). De este señor Tobías fue también discípulo su propio hijo, Willem van Haecht (1593-1637). Willem, luego de su aprendizaje inicial con su padre, viajó durante unos diez años por Francia e Italia para embarnecer sus saberes y pulir su técnica. De vuelta a casa, a los 49 años se convirtió en maestro del gremio de San Lucas de Amberes y poco después fue nombrado curador de la colección de Cornelis van der Geest, un acaudalado comerciante de especias apasionado por el arte.
No se sabe con certeza cuántos cuadros pintó Willem van Haecht para van der Geest, pero se conservan al menos cuatro que muestran la colección del mecenas: Alejandro Magno visitando el estudio de Apeles (1628), La galería de Cornelis van der Geest (1628), Alejandro Magno en el estudio de Apeles o Alejandro Magno pintando a Campaspe (1630) y La colección de arte de Cornelis van der Geest (c. 1635). Todas estas obras forman parte de un subgénero muy apreciado por la élite de su época, los llamados gabinetes, en los que se representaban galerías imaginarias, que no fantásticas: se trata siempre de una composición ficticia que figura un taller transformado en un Kunstkammer barroco, colmado de obras y objetos que en la realidad nunca coexistieron: la obsesión del coleccionismo erudito.
Alejandro Magno visitando el estudio de Apeles (1628) y Alejandro Magno pintando a Campaspe (1630) comparten un mismo núcleo narrativo: el triángulo Alejandro, su amante Campaspe y el pintor imperial Apeles; concretamente, el episodio que escribiría siglos después Plinio el Viejo (c. 23-79). El primero, facturado entre 1628 y 1637, es una escena intimista: el conquistador macedonio atestigua cómo Apeles retrata a su concubina favorita, y la composición dirige la mirada del espectador hacia este delta cargado de tensión afectiva y simbólica. El segundo cuadro, en cambio, despliega una escena mucho más abarrotada: el acto de pintar a Campaspe queda subsumido en un entorno saturado de obras, figuras y referencias cultas, como si el relato clásico fuese un episodio más dentro del espectáculo del coleccionismo. Así, en conjunto, mientras el cuadro de 1628 dramatiza el conflicto entre amor, arte y poder, el de 1630 celebra el mundo del arte como acumulación y vitrina, y hasta Alejandro, Campaspe y Apeles se convierten en parte del inventario de la exposición. Además, las pinturas presentan diferencias en la representación del espacio arquitectónico. En la primera tabla el estudio se presenta como un interior relativamente austero, de proporciones contenidas, con muros y columnas que encuadran la escena principal y dirigen la atención hacia el acto de creación; el fondo es cerrado, el espacio interior casi claustral, lo que refuerza la intimidad del momento.
En cambio, en el otro cuadro el espacio se abre hacia una arquitectura monumental y palaciega: techos altos, arcos amplios, y un fondo profundo que se abre hacia otras grandes salas, también repletas de estatuas, pinturas y espectadores. En ambas piezas se despliega una constelación de objetos que remiten al ideal renacentista del saber enciclopédico. En los dos, el estudio es un microcosmos del conocimiento y las artes: estatuas clásicas, cantidad de pinturas colgadas o apoyadas contra los muros, instrumentos musicales, globos celestes, libros abiertos, mapas, y aparatos científicos se entremezclan en una disposición orquestada.
En las dos pinturas, van Haecht incluye al fondo un globo terráqueo, símbolo del espíritu explorador, del conocimiento geográfico y del estudio racional del mundo. En ambos globos, el color dominante es el azul, el azul de los mares. Sin embargo, la manera en que los presenta varía significativamente entre una y otra obra. En el cuadro más intimista, el escritorio está discretamente situado al fondo izquierdo, casi oculto en la penumbra, como en un espacio reservado a la contemplación solitaria o al trabajo intelectual ensimismado; sobre él está el globo, objeto que nadie observa. En el otro, esos mismos elementos se encuentran mucho más expuestos, en un espacio amplio y luminoso, exhibidos a la mirada del espectador como parte del abanico de maravillas del taller. Tanto el globo, que es más grande y está en un soporte en el suelo, como el escritorio se muestran como herramientas del saber, integradas en la lógica del espectáculo visual que exhibe la obra. En la pintura de 1630, van Haecht incorpora a cuatro personajes reunidos en torno al globo terráqueo. Uno de ellos, casi oculto del todo, quizá es un soldado, tomando en cuenta la lanza que porta y el peto metálico que asoma bajo su capa; junto a él se halla un hombre negro elegantemente vestido, cuya presencia activa subraya el carácter cosmopolita del espacio barroco. Completan el grupo dos hombres más, ambos provectos, ataviados con túnicas oscuras y sombreros amplios; uno de ellos señala una región específica del globo con un compás, mientras el otro lo contempla en actitud reflexiva. Esta escena de estudio y concentración refuerza la noción del taller como un microcosmos humanista, donde el arte convive con la ciencia y el saber geográfico se convierte en tema de diálogo colectivo.
Por descontado, Willem van Haecht debió de conocer varios globos terráqueos, pero ¿es posible que Alejandro Magno hubiera conocido alguno?
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En tiempos de Alejandro Magno (siglo IV a. C.) circulaba ya la idea de que la Tierra era redonda, y no plana. Pensadores presocráticos como Pitágoras de Samos (c. 580-495 a. C.) y Parménides de Elea (c. 515-450 a. C.) habían propuesto esta noción, adoptada después con argumentos más sistemáticos por dos discípulos de Platón: Eudoxo de Cnido (c. 390-337 a. C.) y Aristóteles de Estagira (384 – 322 a. C.), quien, como se recordará, fue nada menos que el maestro personal de Alejandro.
Sin embargo, el globo terráqueo más antiguo del que tenemos noticia es muy posterior: el primer artefacto que se construyó como un modelo físico del mundo en forma de esfera, al menos del que nos queda noticia, lo realizó un crítico literario, Crates de Malos, quien nació unos 150 años después de la muerte de Alejandro Magno. Y si bien, claro, Eratóstenes de Cirene (c. 276–194 a.C.), polímata de la biblioteca de Alejandría, había antes calculado la circunferencia de la Tierra —alrededor del año 240 a. C.—, no hay evidencia histórica que sugiera que Crates utilizara los cálculos de Eratóstenes, ni tampoco que este último hubiera facturado un modelo tridimensional para explicar sus cálculos.
Crates (c. 170-130 a. C.) llegó al mundo en Malos, una colonia griega en Asia Menor, y se trasladó a Pérgamo, polis localizada también en Anatolia, durante el reinado del atálida Eumenes II, cuando la ciudad disfrutaba su apogeo cultural. Crates dirigió la biblioteca de Pérgamo, la única que entonces podía rivalizar con la de Alejandría, y se destacó por su estudio de los poemas homéricos y su adhesión al estoicismo. Crates diseñó un globo terráqueo dividiéndolo en zonas: el Oecumene (el mundo conocido), el Perioeci (las tierras del hemisferio norte), el Antoeci (las tierras desconocidas al sur del ecuador) y las Antipodas (las tierras en el lado opuesto del mundo). Este modelo, basado en la exégesis de los textos homéricos, anticipaba la existencia de tierras trasatlánticas que los habitantes del continente Euro-asiático-africano aún no conocían. Aunque no se conserva ningún ejemplar del globo de Crates, diversas fuentes textuales no solamente testimonian su existencia, sino que también lo describen a detalle. Estrabón de Amasea (c. 64 a. C. - 24 d. C.), en su Geografía menciona a Crates de Malos como pionero en la representación esférica del mundo: “Y al que quiera imitar más de cerca la realidad con artísticas construcciones debe hacer de la Tierra una esfera, como Crates” (Libro II, 10).
El globo de Crates de Malos fusionó literatura, filosofía y ciencia, utilizando la filología y la cosmografía para dilatar el conocimiento del mundo. Su modelo no sólo es un artefacto racional, sino también una manifestación artística, simbólica, de cómo la interpretación literaria puede influir en la comprensión geográfica y cosmológica.
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Tuvo que pasar milenio y medio para que el mundo saliera otra vez del plano. La representación tridimensional de la Tierra más antigua que conservamos data de un año axial: 1492.
Martin Behaim (1459–1507) fue un destacado geógrafo, navegante y cartógrafo alemán. Nacido en una familia acomodada de comerciantes en Núremberg, Behaim recibió una educación esmerada en matemáticas, astronomía y navegación, disciplinas esenciales para su futuro laboral. En su juventud, Behaim se trasladó a Lisboa, donde se integró en los círculos de científicos y navegantes de la corte portuguesa. Bajo el patrocinio del rey Juan II, participó en expediciones y mejoras técnicas relacionadas con la navegación, como el uso del astrolabio y la ballestilla. Su experiencia en África, particularmente en la costa de Guinea, le permitió recopilar datos geográficos que luego incorporaría a su obra cartográfica. En 1490, de regreso a Núremberg, Behaim colaboró con el pintor Georg Glockendon y el erudito Hartmann Schedel para construir su célebre globo, conocido como Erdapfel, la “Manzana terrestre”. Este artefacto, reflejaba las concepciones geográficas que se tenían en Europa justo antes de los viajes trasatlánticos de Colón. Aunque contenía errores —como la omisión del continente americano y la exageración del tamaño de Asia—, el globo simboliza el espíritu explorador del Renacimiento y el afán colonizador de la naciente Modernidad occidental.
Behaim no fue precisamente un innovador radical, sino más bien un sintetizador del saber de su tiempo. Su legado radica en haber materializado, en un objeto tangible, la visión europea del mundo en el umbral de la llamada era de los descubrimientos. Behaim representa, así, la figura del erudito práctico, puente entre el estudio teórico y la aventura ultramarina que redefinió los límites del mundo conocido.
Ahora, ¿por qué “Manzana terrestre” y no globo? Franco Farinelli propone una respuesta interesante (Polifemo cegador: La geografía y los modelos de mundo. UNAM, 2021): “Martin Behaim construyó el primer globo terráqueo moderno, lo llamó “la manzana”: justo como el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, el fruto del pecado original. Para los hombres de la Edad Media Dios era un globo, una esfera que tenía su centro por todos lados y la circunferencia en ninguna parte”.
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En el cuadro de 1630, el globo terráqueo que aparece rodeado de sabios, soldados y viajeros no es un objeto ornamental, sino un testigo material de los sueños de representación total, cosmológica, que animaban ya a Crates de Malos y que Behaim, siglos después, intentaría materializar en su Manzana terrestre. Crates dividió el orbe en zonas especulativas siguiendo las pistas que Homero dejó en la Iliada y la Odisea, y Behaim sintetizó el saber náutico medieval en una esfera tangible. Van Haecht pinta un globo que representa a todo el mundo en un taller convertido en microcosmos: un espacio donde el conocimiento y el arte convergen en una misma empresa de imaginación y dominio. La Manzana, el globo perdido de Crates y el globo pintado por Willem van Haecht forman una constelación de objetos que, desde sus respectivos oteros, soñaron con incorporar la totalidad en el mundo conocido.
2 comentarios:
Muy bueno, me encantó la deliciosa frase: "embarnecer sus saberes"
Maestro Castro: Tus publicaciones ricas e interesantes , revelan mi gran ignorancia. La de hoy contiene datos que ignoraba!!! Estoy releyendo un libro ,"El ocho", que ubica como autor del juego del Ajedrez .Es novelado pero interesante.Gracias por tus publicaciones que disfruto mucho.
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