Dijimos que, hasta donde sabemos, la más antigua representación del
globo terráqueo la ideó un heleno originario de Anatolia, Crates de Malos (c. 150-180 a. C.). Además de interesarse
en cuestiones cosmográficas y geográficas, este señor Crates, hijo de Timócrates,
se dedicó fundamentalmente a la crítica literaria, un quehacer que por aquel entonces,
hace poco más de dos milenios, apenas comenzaba a desprenderse de la Gramática:
“El oficio del crítico, según Crates, es investigar todo lo que pueda arrojar
luz sobre la literatura, ya sea desde dentro o desde fuera [del texto],
[mientras que] el gramático sólo aplica las reglas del lenguaje para aclarar el
significado de pasajes específicos…” (William Smith. A Dictionary of Greek and Roman biography
and mythology).
Quedamos también que el colega Crates de Malos trabajó en la ciudad de Pérgamo, como director de la espléndida biblioteca de los reyes atálidas, y quedamos además que, antes que nada, el buen hombre fue un filósofo apegado a la doctrina estoica. Así que no resulta difícil hallar el hilo genealógico de su pensamiento, el cual podemos remontar nada menos que a Atenas y hasta Sócrates (470-399 a. C.), es decir, el meritito comienzo de la filosofía occidental.
Si bien el meteco Antístenes (c. 445-365 a. C.) atendió primero las enseñanzas de algunos sofistas —Gorgias de Leontinos, Pródico de Ceos y Hipias de Élidedes—, después, al igual que Platón (c. 427-347), se hizo discípulo de Sócrates. De hecho, él fue el primero que escribió diálogos socráticos, y haríamos bien en sacarlo de las sombras y dejar de considerarlo un filósofo menor: según Karl Popper, “… en los días en los que fue escrita La República, sólo había en Atenas tres hombres lo bastante destacados para reclamar el nombre de filósofos, y éstos eran Antístenes, Sócrates y el propio Platón…” (La sociedad abierta y sus enemigos). Pues Antístenes fundó la escuela/secta de los cínicos, un movimiento filosófico, pero sobre todo ético, que tuvo como eje la búsqueda de la virtud a través de una vida ascética, totalmente liberada de las convenciones sociales. Entre los alumnos de Antístenes se encontraba Diógenes de Sínope (c. 404-323 a. C.), el excéntrico personaje que terminaría por afamar a los cínicos… Incluso hay quienes sostienen que “sin Diógenes no habría cínicos”, y que otorgarle un sitio relevante a Antístenes fue un embuste de los estoicos para fincar su abolengo en Sócrates (Ragnar Hüistad. “Cynism”. Dictionary of the History of Ideas. Studies of Selected Pivotal Ideas). Diógenes de Sínope —quien habría llegado a Atenas procedente de una colonia griega localizada en la costa sur del mar Negro— llevó al extremo el ideal asceta. Según su tocayo Diógenes Larecio (180-240), “oponía a la fortuna el valor; a la ley, la naturaleza, y a la razón, las pasiones”. Celebérrimo desde la Antigüedad es lo que Diógenes de Sínope le respondió a Alejandro Magno el día en el que el poderoso jerarca macedonio encontró al reputado pensador recostado en el suelo y le dijo: “Pídeme lo que quieras”…: “Pues no me hagas sombra” (Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres). Uno de los muchos pupilos de El Perro, como se hacía llamar el mismo Diógenes, fue otro Crates, pero éste nativo de Tebas (368-288 a. C.). Él había sido enviado a Atenas por su padre para estudiar en el Liceo —entonces dirigido por Teofrasto, asistente de Aristóteles—, pero terminó seducido por la elocuencia de Diógenes, así que se deshizo de toda su hacienda y se convirtió en el continuador de la escuela de los cínicos. Se dice que también tuvo un encuentro con el joven estratega Alejandro Magno, quien, después de que su ejército destruyera Tebas, le preguntó si quería que se reconstruyera su patria, a lo que Crates respondió: “¿Qué más da? Probablemente otro Alejandro la arrasará de nuevo”. Pero el dato que aquí hay que traer a cuento es que el seguidor más destacado de Crates de Tebas fue un isleño a quien le gustaban mucho los higos, Zenón de Citio (336-262 a. C.), ni más ni menos que el fundador del estoicismo. Es así pues que se completa la filiación que va de la ética socrática al estoicismo, pasando por los cínicos: Sócrates-Antístenes-Diógenes-Crates-Zenón.
Zenón de Citio, aunque oriundo de Chipre, provenía de una familia que muy probablemente tenía raíces fenicias. Debió haber llegado a Atenas entre el 311 y el 302 a. C., y fue en la ciudad griega por excelencia en donde pasaría el resto de su vida. Después de haber abrevado no sólo de los cínicos sino también del legado dialéctico de Heráclito de Efeso (c. 540-480) y de los megáricos, “inauguró su propia escuela…; al principio, se limitó a reunirse con quienes querían oírlo, en un pórtico polícromo, llamado Peisianactio, adornado con las pinturas de Polignoto. Por eso, sus discipulos fueron denominados ‘estoicos’ (de stoá = pórtico), aun cuando al principio se les llamaba zenonianos…” (Ángel J. Cappelletti ed., Los estoicos antiguos). La doctrina que conformó tendría un éxito enorme, al grado que trascendería no sólo Atenas, sino también el horizonte helenístico para infliltrarse en Roma. Resulta significativo que Díogenes de Sínope haya sido quien acuñó el el vocablo cosmopolita; ello sucedió cuando alguien le preguntó de dónde era, a lo que el filósofo esclavo contestó: “Soy cosmoplita”, es decir, ciudadano del mundo.
Sabiendo ya de dónde viene, volveremos con el estoico Cretes de Malos,
quien, sobre todo basado en sus interpretaciones de las epopeyas de Homero, configuraría
el globo.
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