Fiction reveals truth that
reality obscures.
Ralph Waldo Emerson
— Buenas noches, jóvenes… Vamos a empezar:
saquen por favor una hoja de papel y anoten su nombre completo en el extremo
superior derecho —así, sin preámbulos, nos espetó el profesor que, puntual,
acababa de hacer acto de presencia. Bien trajeado, de bigote y pelo entrecanos,
acomodándose el chaleco y ajustándose la corbata aguardó durante unos momentos
dando margen para que todos fuéramos tomando nuestros lugares—. Bien, se trata
de que respondan dos preguntas… Usen bolígrafo… —aquello debió de haber
ocurrido a mediados de 1986, en una de las aulas grandes de la Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, ya en sus nuevas instalaciones, sobre
el circuito Mario de la Cueva, entre el metro CU y el Centro Cultural
Universitario—. Primera pregunta: ¿cuáles son tus cinco películas favoritas?
— ¿Mexicanas?
— ¿Nuevas?
— No, no, de todas, nacionales y extranjeras… Sus cinco películas favoritas de todos los tiempos —el profesor al frente era Fernando Macotela, quien entonces, además de impartir clases en la Facultad, dirigía la Cineteca Nacional:—. Segunda pregunta: ¿qué es para ti el cine?
Para mí, aquella materia, Sociología del Cine, era una de las optativas con las que debía completar el total de créditos para terminar la carrera; en cambio, para los alumnos de Ciencias de la Comunicación, es decir, la mayoría de quienes estaban ahí, era obligatoria.
— Bueno, tienen treinta minutos…
Cerca de doscientas almas nos dispusimos a dar respuesta al mini cuestionario de Macotela: algunos se acomodaron en el pupitre, otros se dispusieron a intercambiar información en improvisados microcenáculos, no faltaron los que se limitaron a tirar la mirada al techo y hubo quienes prendimos un cigarro —en efecto, en aquellos vetustos ayeres se podía fumar dentro del salón y durante clase, e incluso estaba ampliamente difundida la creencia de que hacerlo ayudaba a despejar el pensamiento—… Han pasado más de treinta años, y no recuerdo las cinco películas que anoté en aquella hoja arrancada de un cuaderno, aunque en la memoria sí que conservo al menos dos: Manhattan, de Woody Allen —un film de 1979 que sin duda sigue estando entre mis cinco favoritas— y Rumble Fish (La ley de la calle en México), de Francis Ford Coppola —estrenada apenas tres años antes, en 1983, sigue siendo la película que más me gusta de Coppola, por encima de sus Padrinos y de Apocalypse Now)—. No podría asegurarlo con toda certeza, pero es muy probable que entonces hubiera incluido también Pink Floyd - The Wall, de Alan Parker —una producción de 1982, cuyo estreno en México me había tocado ver hacía poco en el CUC de Copilco, luego del tradicional portazo estudiantil—. Puedo aportar también otra certidumbre: no incluía ninguna película mexicana.
En cuanto a la segunda pregunta, recuerdo bien que dado que media hora me resultó demasiado tiempo me puse a escribir una retahíla de ocurrencias, estrictamente numeradas, sin más orden que la secuencia accidental que se dio conforme fueron desfilando por mi cabeza. Terminé llenando una hoja tamaño carta por ambos lados. Por supuesto, ni de chiste podría hoy retrotraer todos los enunciados de aquel carrusel impulsado por el ocio y el mero gusto de escribir, pero sí algunos de ellos… Creo que arranqué apuntando que el cine es un aparato —aunque hoy sé que debí anotar que es una máquina (Jacques Perriault, Las máquinas de comunicar y su utilización lógica)—; traje a cuento también contestaciones obvias, como “El séptimo arte”, “Una industria” y “Un gran negocio”, y algo así como “un buen pretexto para comer palomitas y tomar refresco”. También escribí que el cine era la institución más sólida del noviazgo —cosa que, me temo, ya no lo es, a juzgar por lo que observo desde hace tiempo en las salas comerciales—, una forma de autoengaño y una manera de contar historias…
Pasado el plazo, el docente le pediría a su auxiliar que recogiera todos los papeles y entonces comenzó su primera lección…, de la cual recuerdo poco, salvo que dedicó buena parte del tiempo a cuestionarnos sobre nuestros hábitos de consumo cinematográfico, y luego, claro, a regañarnos por ser tan despampanantemente incultos y salvajes. Por ejemplo, para el profesor Macotela resultaba particularmente molesto que sus alumnos no fueran asiduos usuarios de la Cineteca Nacional —entonces ya en el conjunto de avenida Cuauhtémoc—.
A la siguiente sesión, dos días después, el profesor Macotela llegó también puntual y lo primero que hizo fue sacar el bonche de hojas con los cuestionarios. Después, separó una, leyó mi nombre y me pidió que me identificara: — ¿Quién es Funalno de Tal? ¡Uf, reprimenda segura…, por payaso!, pensé antes de ponerme de pie. Pues no, no me amonestó… Primero comentó las cinco películas que había escogido como mis favoritas, destacó que las haya anotado con el nombre de su director respectivo, y me sugirió que viera cine mexicano… Me pidió que leyera lo que había contestado a la pregunta qué era para mí el cine, y finalmente me sugirió que escribiera un ensayo con base en mis respuestas.
He recordado el anterior episodio porque durante esta semana me ha tocado intercambiar puntos de vista sobre cine con varias personas, específicamente sobre Roma, de Alfonso Cuarón. Pensando en la cinta y en muchas de las discusiones que sobre ella he entablado últimamente quisiera agregar un numeral más: creo que el cine es hoy la forma de ficción más socorrida en Occidente —más que la novela— para darle sentido a la realidad caótica, presente y pasada. Eso y otra cosa: incorporo con bombo y platillos a Roma a la lista de mis cinco películas favoritas de todos los tiempos.
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