Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

lunes, 6 de mayo de 2024

Rompecabezas municipal

  

En principio, los municipios —demarcaciones territoriales en el caso de la Ciudad de México— son realidades espaciales: las delimitaciones del territorio que definen las células de la organización política, administrativa y de gobierno de todo nuestro país —desde la reforma de 1999 al artículo 115 constitucional dejaron de ser una entidad puramente administrativa, para convertirse en un orden de gobierno—. En suma, el municipio es la base territorial en la que se divide la República, y el nivel de gobierno con el que la ciudadanía tiene más contacto. De hecho, con el que todas y todos tarde que temprano tenemos que gestionar algo: 99% de los municipios del país administran el servicio de panteones, por ejemplo.

Si bien cada uno de los municipios que hay hoy en México tiene la misma categoría jurídica, ya desde su nominación hay 16 diferentes: las demarcaciones territoriales mexicopolitenses —como lo lee, mexicopolitenses: prefiero que critique el gentilicio que acuñé con tal de no usar el horroroso mexiqueño que nos asigna a los capitalinos exdefeños la Real Academia Española—. Por cierto, aunque sea una batalla perdida, conviene insistir: no son alcaldías, son demarcaciones territoriales.

La versión más actualizada del Catálogo Único de Claves de Áreas Geoestadísticas Estatales, Municipales y Localidades, publicada el 15 de marzo pasado por el INEGI, considera ya, contando las 16 demarcaciones territoriales de la CDMX, 2,476 municipios.

2,476 municipios… Así que, si nos pidieran armar un rompecabezas del territorio continental de la República Mexicana, es decir, sin las islas, en el que cada una de sus piezas fuera un municipio, ¿cuántas piezas tendríamos que unir de nuevo? Si pensaste que la respuesta es la obvia, esto es, 2,476… no acertaste. En la caja de nuestro rompecabezas tendríamos 2,538 piezas. ¿Por qué? Claro, porque si bien la gran mayoría de los municipios de este país, 98%, integran la totalidad de su territorio en un solo polígono, hay 58 municipios que no.

En efecto, existen 58 municipios cuyo territorio se encuentra repartido en varios polígonos. De ellos, 56 se integran por dos polígonos cada uno; por ejemplo, el mexiquense Tlalnepantla de Baz, dividido por el extremo septentrional de la Ciudad de México —territorio de la demarcación Gustavo A. Madero—...;




...o el sudcaliforniano Mulegé, el segundo municipio más grande del país, con una pequeña península del lado este de la Bahía de Concepción —bueno, ni tan pequeña: tan sólo este pedacito mulegiano, con poco más de 550 km2, es 20.6 veces más grande que la demarcación territorial mexicopolitense en la cual habito, la Benito Juárez, y es más extenso que Jesús María, Aguascalientes, que Delicias, Chihuahua, que Tehuacán, Puebla…, en fin, más extenso que siete de cada diez de los municipios de México—.




San Cristóbal de las Casas, Chiapas, es otro ejemplo de un municipio conformado territorialmente por dos partes: además del polígono principal, en el que se encuentra su cabecera, tiene una pequeña porción al noreste, sin continuidad espacial.




Además, existe un municipio que presenta dividida su superficie en tres polígonos: Tamalín, Veracruz. Y finalmente, uno, Zimatlán de Álvarez, Oaxaca, que se integra territorialmente por cuatro polígonos que no se tocan entre sí, cuatro piezas más para nuestro rompecabezas.




2,576 municipios distintos y ningún promedio verdadero: el sino de la descomunal heterogeneidad municipal germina desde su origen, el espacial. El tamaño promedio de cada una de las 2,538 piezas de nuestro rompecabezas, en un juguete imposible escala 1 a 1, sería de 771.4 kilómetros cuadrados (km2) en promedio.

Pero consideremos de nuevo los territorios integrados de los 2,476 municipios que hay actualmente en nuestro país. La extensión promedio del municipio mexicano es de 790.7 kilómetros cuadrados (km2). Chiapa de Corzo, uno de los municipios del estado de Chiapas, es el que tiene una extensión más próxima a dicho promedio (789.03 km2). Pero Chiapa de Corzo es caso raro, extrañísimo, porque en un universo tan heterogéneo, caer en el término medio resulta una excentricidad. Resulta que, considerando una tolerancia de ±10 km2, menos del 0.5% del total de los municipios se halla en la franja promedio; apenas 11 en términos absolutos. Y quizá algunos piensen que una tolerancia de ±10 km2 es demasiado estrecha. Bueno, basta recordar que existen en el país 49 municipios con una extensión menor a dicho margen. ¿Pocos? Bueno, consideremos que el estado de Aguascalientes no tiene tantos municipios. De hecho, 16 entidades federativas, esto es, la mitad, se integran cada una por menos de 49 municipios. Con todo, el promedio, otro promedio equívoco, de municipios por entidad federativa es de 77.

El estado de Chiapas se conforma hoy día por 124 municipios. Cada uno de ellos, en promedio, mide 591 km2, así que el municipio en el cual se asienta su capital estatal, Tuxtla Gutiérrez, es más bien pequeño: 334.8 km2.  Bueno, sucede que en el territorio de Tuxtla Gutiérrez caben perfectamente los 49 municipios más chicos del país. Porque, ciertamente, se trata de realidades espaciales realmente muy pequeñas.




El municipio con menos territorio de todo México es más chico que la primera sección del Bosque de Chapultepec (2.4 km2). Se trata de Natividad, localizado en la sierra norte de Oaxaca, en el distrito de Ixtlán de Juárez. Creado en 1939, Natividad cuenta con una superficie de apenas 2.2 km2.



Ahora, no crea usted que la menudencia espacial natividense, que no navideña, es única: los tres municipios más pequeños del país —además de Natividad, los también oaxaqueños Santa Cruz Amilpas y Santa Inés Yatzeche—, completitos, los tres, cabrían perfectamente en la Ciudad Universitaria de la UNAM (7 km2). Echando mano de una referencia hidrocálida, podemos decir que el municipio Natividad tiene una superficie equivalente a un polígono en el que agrupemos el parque Rodolfo Landeros, o Héroes Mexicanos, y los fraccionamientos Jardines que colindan con él. También podemos decir que sería factible fragmentar el municipio de Aguascalientes en 533 polígonos del tamaño que tiene el municipio de Natividad, Oaxaca. Y, ojo, no es que Aguascalientes, Aguascalientes sea muy extenso: hay 381 municipios más grandes. Bueno, qué digo que el municipio de Aguascalientes: hay 64 municipios más grandes… que el estado de Aguascalientes.




Y como bien sabemos, Aguascalientes no es la entidad federativa más menuda del país. Lo es la capital de la República. Con poco menos de mil quinientos km2, la Ciudad de México es más pequeña que 309 municipios, y en su pequeñez habría espacio para albergar a los 130 municipios menos grandes del país.

En el altiplano central chiapaneco, en el extremo oeste de la selva Lacandona, en medio de Ocosingo y Las Margaritas, se localiza el municipio de Altamirano. El municipio cuyo nombre honra al poeta decimonónico guerrerense Ignacio Manuel Altamirano cubre el 1.3% del territorio total de Chiapas. Ciertamente, Altamirano no es uno de los municipios más grandes de tal entidad federativa —de hecho, en Ocosingo hay espacio suficiente para diez territorios iguales al de Altamirano—. Pues resulta que la extensión de Altamirano equivale a la suma de las superficies de los cien municipios más pequeños de todo el país (955.5 km2). Entre dicho centenar se encuentran municipios como el mexiquense Melchor Ocampo, el cual forma parte de la Zona Metropolitana del Valle de México, Guelatao de Juárez, cuna del Benemérito de las Américas, y Río Blanco, Veracruz, cuya cabecera municipal está conurbada con Orizaba.

Ahora, si consideramos en conjunto el territorio de los 247 municipios más chicos de la República Mexicana —es decir, el primer decil—, el área resultante, 4,541.2 km2, es prácticamente la misma que la que ocupa el municipio de Anáhuac, Nuevo León: 4,539.21 km2. Y con sus 4.5 mil km2, Anáhuac no alcanzaría para cubrir ni siquiera el 1% del territorio nacional.

 



En efecto: la suma del espacio de los 247 municipios más pequeños del país, 10% del total, apenas suma el 0.2% de la superficie nacional. En el extremo opuesto de la tabla, los 247 municipios más extensos de México, los que integran el decil superior de la tabla, concentran poco más de seis de cada diez kilómetros cuadrados de todo el país. Consecuentemente, descontando los extremos, el 80% de los municipios, esto es 1,982, se reparte el 39% del territorio nacional.

Ensenada, uno de los municipios que integran el estado de Baja California, era hasta enero de 2020 el municipio más grande de todo México. Tenía entonces una extensión territorial de 53 mil km2. Para alcanzar la misma cantidad de kilómetros cuadrados habría que sumar los territorios de Cosío, el municipio más pequeño de Aguascalientes; de los 28 municipios más chicos de Chiapas, de todas las demarcaciones territoriales de la Ciudad de México, excepto las dos más grandes, Milpa Alta y Tlalpan; de siete municipios de Guanajuato, cuatro de Guerrero, 21 de Hidalgo, siete de Jalisco, 63 del Estado de México…, y bueno, así hasta llegar a 35 de Yucatán: en total, habría que sumar la superficie de los 868 municipios más pequeños de México, es decir, más de una tercera parte de todos, para tener la misma extensión que el solo municipio de Ensenada.

Tres comparaciones nacionales más para dimensionar las cosas:

  • En lo que era el territorio ensenadense cabían 24 mil veces el del también municipio libre de Natividad, Oaxaca.
  • El municipio bajacaliforniano de Ensenada tenía una superficie en la que cabría 36 veces el área que ocupan las 16 demarcaciones de la Ciudad de México.
  • Ensenada ocupaba un espacio equivalente a los territorios agregados de la Ciudad de México, Tlaxcala, Morelos, Aguascalientes, Colima, Querétaro e Hidalgo.

Pero Ensenada no es ya el municipio más extenso de México, porque se dividió. En la actualidad, el municipio más grande del país es el también bajacaliforniano San Quintín, cuyo territorio salió precisamente de Ensenada. Sin considerar su territorio insular, el novel San Quintín se extiende por 32,863 km2. Esa enorme superficie es igual al área que se obtiene sumando lde los 221 municipios de Tlaxcala, Morelos y Estado de México, más las 16 demarcaciones territoriales de la Ciudad de México y el municipio poblano de Teotlalco: 32,858.34 km², es casi la misma que la que ocupa San Quintín…, claro, sin contar sus islas.

Así pues, la disparidad de las dimensiones espaciales del municipio mexicano va desde Natividad, Oaxaca, asentado en un territorio mucho más chico que el que ocupa el lago artificial Nabor Carrillo (9.4 km2) o el del Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México (6.6 km2), hasta San Quintín, Baja California, que es más grande que países como Moldavia, Bélgica, Armenia, Haití, Israel y El Salvador. En efecto, la superficie de San Quintín es mayor que la suma de los territorios del Líbano, Trinidad y Tobago, Palestina y Puerto Rico.

Decíamos que, en promedio, cada una de las 32 entidades federativas del país se divide en 77 municipios de 790.7 km2. De nuevo, se trata de promedios que más que ayudar a entender una realidad concreta, la encubren: mientras que hay estados que no tienen más de 10 municipios —Baja California, Baja California Sur, Colima—, Oaxaca concentra casi una cuarta parte del total de municipios de todo México, 570 con una superficie promedio de poco menos de 165 km2. Si Yucatán, Michoacán, Chiapas, Jalisco, Estado de México, Veracruz, Puebla de Zaragoza y Oaxaca se conforman todos por más de un centenar de municipios cada uno, además de las Baja Californias, cada una de las siguientes entidades federativas se integran por menos de veinte municipios: Colima, Aguascalientes, Campeche, Quintana Roo, Ciudad de México, Tabasco, Querétaro y Sinaloa. Con todo, el promedio de la extensión territorial más pequeño no lo tienen los municipios oaxaqueños, sino los de Tlaxcala, con 66.2 km2, seguidos por las demarcaciones territoriales de la Ciudad de México, y los municipios de Morelos y Puebla, con 92, 135 y 157 km2, respectivamente.




Para mí la conclusión obligada es que bien nos convendría remapear el país, reconfigurar la división municipal e incluso darnos la oportunidad de repensar la integración de todo el territorio nacional en unidades político-administrativas que no necesariamente tengan todas y cada una tenga el mismo peso, la misma personalidad jurídica. Por descontado, sé que la idea es casi un sacrilegio, y sé que abundarán las voces que al leer esto digan que eso es imposible. Al menos planteárselo sí es posible.

jueves, 2 de mayo de 2024

La inteligencia olvidada de sí misma

  

Le coeur a ses raisons

que la raison ne connaît point.

Blas Pascal, Pensées.

 

 

Inconsciente

En 1849, siete años antes de que Sigismund Schlomo Freud sufriera la experiencia vital más traumática de la existencia, nacer, de los talleres del Establecimiento Tipográfico de Mellado salió el tiro de la tercera edición del suplemento del Diccionario Nacional o Gran Diccionario de la Lengua Española, obra compilada no por un castellano sino por un gallego, el filólogo Ramón Joaquín Domínguez —era oriundo de Verín—. Sigmund Freud llegó al mundo en 1856, en Příbor, un pequeño burgo de la región de Moravia-Silesia, entonces parte del Imperio austríaco. El Establecimiento Tipográfico de Mellado se ubicaba en la calle de Santa Teresa número 8, en la capital de España, Madrid. En la página 149 de ese suplemento del Diccionario, entre incomodadísimamente y inconsideradísimo se encuentra inconsciente. Esa fue la primera aparición del vocablo en un diccionario de nuestra lengua —en la primera edición de este diccionario, 1846-1847, enseguida de inconsiderado hallamos inconsiguiente, así que de inconsciente nada—. Don Ramón Joaquín Domínguez informaba que se trata de un adjetivo, para el cual consignaba un significado único, elemental: “Que no tiene conciencia”. El inconsciente, lo inconsciente, es decir, inconsciente como sustantivo, a mediados del siglo XIX no existía en castellano.

 

Unconscious

En un montón de textos se afirma que el primero que empleó la palabra inconsciente en inglés (unconscious) con un sentido filosófico fue Henry Home (Lord Kames) —amigo, por cierto, de David Hume—, en 1751. Vaya usted a saber si fue el primero… Lo que sí puede constatarse es que ese año, poco más de una centuria antes de que Jacob Freudy y Amalia Nathanson recibieran a su primogénito, Sigismund, en efecto, el abogado escocés publicó un libro, Essays on the Principles of Morality and Natural Religion, en el que, ciertamente, usa el vocablo en una ocasión… Traduzco:

Se ha insistido… que nada está presente en la mente excepto las impresiones hechas en ella; y que no se puede ser consciente de nada más que de lo que está presente… Sin embargo, lo contrario es un hecho evidente: que somos conscientes de muchas cosas ausentes de la mente; es decir, que no están, como las percepciones y las ideas, dentro de la mente. Tampoco es difícil concebir que un objeto externo pueda causarnos una impresión que suscite una percepción directa del objeto externo mismo. Cuando prestamos atención a las operaciones de los sentidos externos, descubrimos que los objetos externos no producen todas las impresiones igual. A veces sentimos la impresión y somos conscientes de ella, como una impresión. En otros casos, siendo completamente inconscientes de la impresión, sólo percibimos el objeto. 

 

Inconscient

Aunque sin aportar ejemplos concretos, también abundan referencias que sostienen que la palabra inconsciente apareció inicialmente en francés (inconscient). Quizá, pero si así fue, en las postrimerías del siglo XVIII no alcanzó la importancia suficiente como para ser considerada en la primera edición de Encyclopédie, ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, realizada bajo la dirección de Denis Diderot y Jean le Rond d'Alembert, y publicada en París, entre 1751 y 1772. En la página 654 del tomo VIII (1765), después de inconnu (desconocido) está inconsequence(inconsecuencia), así que ni el barón d'Holbach ni Marmontel ni Voltaire ni Mirabaud ni Turgot ni Rousseau ni ningún otro de sus casi ciento cincuenta colaboradores consideraron que inconsciente mereciera un sitio en la Encyclopédie.

 

Unbewusst

También resulta fácil toparse con muchos que copian y pegan el aserto según el cual, en Alemania, Johann Wolfgang von Goethe echó mano de la palabra inconsciente en su poema “A la luna” (An den Mond), de 1777.  Efectivamente, en el primer verso de la última estrofa del poema aparece la palabra unbewusstMenschen unbewusst, “personas inconscientes…” En la traducción para la edición de Aguilar de las Obras completas de Goethe, R. Cansinos Assens se toma una licencia poética para presentarlo así:

Aquello que de los hombres,

no sospechado siquiera,

del alma en el laberinto

por las noches andulea.

Quien sí usó profusamente la palabra y la noción de unbewusst fue Schelling. En su libro Sistema de Idealismo Trascendental, publicado en 1800, el pensador alemán entrevera el idealismo kantiano con el panteísmo de Spinoza, y coloca al inconsciente, ya no como un adjetivo elemental, sino como un concepto multifacético con un rol central en su filosofía: 

… quien crea que no hay nada inconsciente en toda la actividad del espíritu ni ninguna región fuera de la conciencia, no comprenderá cómo la inteligencia puede olvidarse de sí misma en sus productos, ni cómo el artista puede perderse en sus pensamientos. 

Para Schelling, el inconsciente representa tanto una fuerza creativa en la naturaleza como la dimensión más profunda del alma humana:

El primer acto de toda la historia de la inteligencia es el acto de la autoconciencia, en la medida en que no es libre, sino todavía inconsciente. El mismo acto, que el filósofo postula desde el principio, cuando se piensa sin conciencia, produce el primer acto de nuestro objeto, el yo.

 

 

Sinantrópica

Nadie acuñó la palabra inconsciente, ni en español ni en ningún otro idioma. Inconsciente surgió de la dinámica del lenguaje. Como casamamáamorcuerpo…, en fin, como la mayoría de las que usamos, inconsciente es una palabra sinantrópica.

Según Darwin, se logra domesticar una especie cuando se controla su reproducción. Perros, vacas, cerdos, gallinas son animales domesticados. Ratas, cucarachas, pinzones son animales sinantrópicos, especies que han evolucionado para prosperar en compañía de los humanos, pero nadie se encarga de cuidarlas, de atender sus necesidades… Daniel Dennett sostiene que la enorme mayoría de las palabras son sinantrópicas, no domesticadas. ¿Quién inventó palabras como buenoárbolfuegoduelo…? Nadie, todos, la evolución cultural. No puede decirse lo mismo de una palabra como cibernética, la cual, como se sabe, fue acuñada por Norbert Wiener (Cybernetics: Or Control and Communication in the Animal and the Machine, 1948). 

Como perroinconsciente —que no es consciente— es una palabra sinantrópica. Cuando Schelling, por ejemplo, la empleó para referirse a la inteligencia que actúa olvidada de sí misma, comenzó a domesticarla y la palabra fue encaminándose hacia otra condición, la de concepto. Eso fue a lo que se vio obligado Sigmund Freud, no a acuñar una palabra, sino a construir un concepto, el robusto concepto de inconsciente. ¿Obligado? Ciertamente, como atinadamente explica James Strachey, el traductor de la obra del neurólogo austriaco al inglés: “el interés de Freud por este supuesto nunca fue de naturaleza filosófica… Su interés era práctico. Encontró que sin ese supuesto —la existencia del inconsciente— le resultaba imposible explicar o aun describir una gran variedad de fenómenos que le salían al paso”. Si hoy día es prácticamente de dominio común que la palabra inconsciente significa algo mucho más allá que no estar consciente es precisamente gracias a Freud. Por cierto, en el diccionario de la RAE se incluye una acepción freudiana de la palabra inconsciente: “conjunto de caracteres y procesos psíquicos que, aunque condicionan la conducta, no afloran en la conciencia”.




 

domingo, 21 de abril de 2024

De De perfil a La Tumba

  

A José Agustín.

 

El lector se apersonó en el mundanal mundo en el Distrito Federal. Así se llamaba la hoy Ciudad de México. Bueno, entonces, hace ya casi sesenta años, el DF era también la ciudad de México. De hecho, la ciudad de México fue la ciudad de México mucho antes de que México fuera México, pero ese es otro cantar. El lector no fue juarista desde siempre pero sí juarense: es nativo de la delegación —hoy demarcación territorial— Benito Juárez. Obtuvo la nacionalidad mexicana con el primer berrido que pegó en algún lugar del segundo piso del Hospital 20 de Noviembre, un nosocomio del ISSSTE en aquellos días casi nuevecito: el presidente López Mateos lo había inaugurado tres años antes. Así que el lector nació en la que, en breve, ganaría la fama de ser la prototípica colonia del aspiracionismo clasemediero mexicano, la Del Valle. Gabriel Careaga, diez años después, sociólogo implacable, así lo haría notar en su ya clásico Mitos y fantasías de la clase media en México. El lector nació en la Noche Buena de 1964. Apenas hacía unos días antes que Gustavo Díaz Ordaz había tomado posesión como presidente de la República. El orbe estaba muy caliente, tensionado por la Guerra Fría. A finales de enero, en Las Vegas, Kubrick estrenó Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, su séptima película; la premier iba a ocurrir en Dallas el 22 de noviembre del 63, pero tuvo que aplazarse porque ese día asesinaron justo en esa ciudad texana a Kennedy. En octubre, el ucraniano Leonid Ilich Brézhnev se convirtió en el secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética. A partir de ese año, Estados Unidos comenzó a mandar tropas a Vietnam, Cassius Clay dejó de existir nominalmente y en su lugar apareció Muhammad Ali. Hace tanto y hace tan poco: cuando el lector se incorporó a la especie, la Tierra llevaba a cuestas poco más de 3.2 millardos de seres humanos; hoy somos 8.1 millardos. En la radio, la chaviza escuchaba a Los Beatles y a Los Surfs, a Leo Dan y a Enrique Guzmán, a Angélica María y a Pily Gaos… A lo largo de ese año, 1964, se habían publicado varios libros importantes: la editorial Joaquín Mortíz, Figura de paja de Juan García Ponce, y Los relámpagos de agosto de Jorge Ibargüengoitia; el Fondo de Cultura Económica, La pequeña edad de Luis Spota, y una pequeña editorial, Mester, La tumba, una novelita de un chamaco, un tal José Agustín. José Agustín Ramírez Gómez era tapatío, pero nomás de nacimiento. Su infancia la había pasado en el puerto de Acapulco, y cuando él era todavía un chavito su familia se mudó al DF. Cuando la edición príncipe de su primer libro salió de la imprenta Casas (5 de agosto de 1964), faltaban dos semanas para que él cumpliera 20 años. Aquel tiraje fue de sólo medio millar de ejemplares. El poderoso íncipit de la novela no deja ver a una pluma inexperta:

Miré hacia el techo: un color liso, azul claro. Mi cuerpo se revolvía bajo las sábanas. Lindo modo de despertar, pensé, viendo un techo azul. Ya me gritaban que despertase y yo aún sentía la soñolencia acuartelada en mis piernas.

Sin ser tapatío, por una combinación de desgracias y gracias del destino, el lector radicó en Guadalajara de septiembre de 1978 a julio de 1980. Por aquellos ayeres tenía por ocupación formal terminar la secundaria; sin embargo, a lo que más le dedicaba tiempo de calidad era a jugar fútbol americano y a leer novelas. Liniero desde categorías infantiles, ocupaba la posición de GI en los Tecos. Acababa de descubrir en casa de sus tíos varios títulos de Luis Spota —en realidad Luis Mario Cayetano Spota Saavedra Ruotti Castañares, ¡pobre!—. El lector solía meter de contrabando a la benemérita Escuela Secundaria Técnica #14 el ejemplar que andaba leyendo y dividir desequilibradamente sus atenciones entre las guasas y diabluras de los compañeros, la plétora de encantos de las compañeras, las distintas clases y la novela que estuviera leyendo. Sin estar del todo seguro, el lector cree que pudo haber sido cuando se entrometía en las aventuras del príncipe Ugo Conti —Casi el paraíso— o tal vez el episodio sucedió alguna de las mañanas en las que devoraba El rostro del sueño, una novedad editorial que pronto habría de convertirse en bestseller, como muchos de los libros de Spota. Corrían tiempos en los que editorial Grijalbo vendía caudales de ejemplares del novelista en los grandes supermercados. Además, debió de ser temporada de alegre consumo. Él no lo recuerda bien, pero cotejando fechas se deduce que por aquellos años en México mucha gente andaba con la idea de que se vivía una bonanza económica, gracias al petróleo y en buena medida por influjo de quien despachaba como presidente del país, un señor que también, por cierto, escribía novelas, como su abuelo: José Guillermo Abel López Portillo y Pacheco, nieto del escritor —él sí tapatío— José López Portillo y Rojas. Bueno, el caso fue que en una de las clases de la materia de Español, ya en tercer grado, el buen profesor a cargo —¡es una vergüenza que el lector haya olvidado por completo el nombre de aquel bienaventurado docente!, falta por la cual ruega lo disculpen— lo descubrió perfectamente embrujado por la lectura y en consecuencia sin prestar la menor escucha a su cátedra. No sólo fue comprensivo e indulgente, fue benévolo primero, decisivo después. El maestro le dijo que estaba muy bien que pudiera mandar el mundo muy lejos cuando el lector leía y tomó el libro:

— Spota, eh… Bueno, está bien, pero… Al final de la clase te lo devuelvo –y confiscó el volumen por los minutos restantes de la clase. Al término, efectivamente le regresó al infractor alumno su libro y se tomó un rato para recomendarle algunos otros. A la memoria casi sexagenaria del lector no acuden todos los títulos, pero con absoluta certeza sí uno:

— Tienes que leer De perfil, te vas a divertir mucho.

De izquierda a derecha: Parménides García Saldaña, José Agustín, Margarita Bermúdez, Gabriel Careaga, Gustavo Sainz y Rosita.

El recuerdo acude fácil porque el lector hizo caso del consejo y pronto, en las siguientes navidades —que como el lector (no el personaje de este texto, sino usted, el lector de este) recordará coinciden con su cumpleaños— tuvo la fortuna de que un tío suyo le regalara una visita al departamento de libros de Liverpool para que escogiera diez títulos. El lector no se puede acordar de todos —El Mono desnudo de Desmond Morris, Siddartha de Hess, Días de combate de PIT II…—, pero sin duda uno de ellos fue De perfil, la segunda novela de José Agustín. Y sí, desde la primera ocasión que la leyó al lector le resultó muy divertida. Poco después el lector consiguió La tumba y de esa lectura sacó en claro que también era muy divertido realizar la contraparte: escribir. Como Gabriel Guía, protagonista de La tumba, quien se decidió un buen día: “… decidí trabajar literariamente. Escribir una novela”.

¡Larga vida, Pep Coke Gin!



domingo, 14 de abril de 2024

El problema del agua apesta

  

 

… el agua clara es el agua corriente

Octavio Paz, Retórica.

 

 

— La verdad estoy muy enojada con el gobierno de la Ciudad de México.


— ¿Por…?


— Ay, amiga, ¿no has visto las noticias? El agua huele rarito. ¡Pinche Morena!


El dialogo anterior lo escuché el jueves pasado por la tarde en la fila de un súper mercado localizado a espaldas del WTC, en colonia Nápoles, demarcación territorial Benito Juárez, CDMX.

 

*

 

Más tarde, una conocida, pongámosle Juanita, que sabe en dónde vivo me pregunta: — ¿Y cómo te va con el asunto del agua? Qué horror, ¿no?


Le respondí que afortunadamente en mi edificio el agua no olía a nada y no se veía rara. Le dije también que en la colonia en la que vivo, si bien está en la demarcación territorial Benito Juárez, el cien por ciento del suministro del agua llega del sistema Cutzamala, es decir, no recibimos agua de pozo alguno. También le conté a Juanita que hace unos días una vecina del edificio, pongámosle Dafne, me había preguntado lo mismo…


— Es que estoy muy preocupada.


— ¿Por qué?


— Pues por lo del agua: una amiga me dijo que creía que en su casa huele raro, como a plastilina.


— ¿Y aquí tú has percibido un olor extraño en el agua, Dafne, aquí en nuestro edificio?


— No.


— Entonces más bien estás preocupada por la preocupación de tu amiga.


Cuando terminé de contarle esto a Juanita ella se enojó, y mucho: — ¡El problema del agua contaminada es de verdad, no es cosa de locos, de psicosis colectiva! No me digas que estoy loca…


— ¡Ah, caray! —le contesté—, no sabía que también vivías en mi edificio.

 

*

 

Viernes pasado, ocho en punto de la mañana. Corro con suerte: hay dos bicicletas en la ciclo-estación de ecobicis de Pensilvania. Tomo una, me pongo el casco y los guantes y enfilo por Oklahoma. Paso Nueva York y en Dakota giro a la izquierda. Otro momento de buena fortuna: me toca el verde en el peligroso cruce con Nebraska y Filadelfia. Sigo por Dakota —una muy disfrutable pendiente— hasta Altadena, y doy vuelta a la derecha, hasta llegar a Insurgentes Sur. Ahí me bajo de la bici y camino sobre la banqueta hacia el norte, a la siguiente cuadra, el cruce con Yosemite, en donde hay semáforo para poder pasar la gran avenida. No es necesario esperar el cambio de luces: no había tránsito vehicular, sólo un río de gente caminando en ambos sentidos, unos hacia el Sur y otros hacia Viaducto. La circulación vehicular está cerrada, para el metrobús y los autos. Cruzo, me trepo de nuevo a la bicicleta y pedaleo por la ciclo-vía hasta Xola. Justo ahí está el cierre: unas veinte sillas, una pequeña carpa y un grupo de dos, dos manifestantes, tiene cerrado Insurgentes, en ambos sentidos. Los toldos son azules y el sitio atiborrado de propaganda electoral panista: Taboada para jefe de Gobierno y Mendoza para alcalde de la demarcación territorial Benito Juárez. Curioso: de Xóchitl Gálvez ni un cartelito. El caos es tremendo. Un demonial de personas llegarán tarde a su trabajo, y endiabladas.

 

*

 

Después de muchos días de especulaciones, denuncias, dimes y diretes, la UNAM, por medio de su cuenta en X @bioeticaunam lanzó este tuit: “La UNAM informa sobre el análisis físico-químico a tres muestras de agua, presuntamente recabadas en sendas direcciones de la alcaldía Benito Juárez.” Uno tenía que darle click para enterarse acerca de lo que había encontrado los expertos universitarios… ¿Gasolina? ¿Petróleo? Porque andan diciendo que montones de gente se quejan de que el agua de la Benito Juárez huele horrible… El comunicado está fechado el pasado viernes 12 de abril, a la una de la tarde, en CU, identificado como el boletín UNAM-DGCS-266. “La Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia informa”. En el cuerpo del comunicado señala que uno de los laboratorios del Departamento de Nutrición Animal y Bioquímica de dicha Facultad realizó análisis físico-químicos a tres muestras de agua que llevó un particular, mismas que se recabaron en sendos domicilios de la demarcación Benito Juárez. No indica en qué colonias. Enseguida, los resultados: “… las muestras presentadas arrojan valores normales en lo relativo al pH, Sólidos totales, Nitratos, Nitritos, Cloruros, Sulfatos y Dureza”. Hasta ahí todo, bien, pero luego, cierra con un párrafo minúsculo que vuelve a dejar correr las malditas dudas: “Es importante resaltar que las pruebas solicitadas por el particular no comprenden el análisis de hidrocarburos.”

 

*

 

También el viernes 12, unos minutos antes de las siete de la noche, el actor Luis Gerardo Méndez tuiteó:

El agua de la Ciudad de México está contaminada. Estamos bebiendo agua contaminada. Nos estamos bañando con agua contaminada.

El agua de la Ciudad de México está contaminada. Estamos bebiendo agua contaminada. Nos estamos bañando con agua contaminada.

¿Sabrá más el histrión que la UNAM? Quién sabe, pero él asegura. Lo que sí sé es que el hombre no tiene la más mínima idea de qué tamaño es la Benito Juárez y de qué tamaño es la CDMX: la primera, con poco menos de 27 km2 de superficie, no ocupa ni el 2% del total del territorio de la entidad (1,494.3 km2). Claro, menos podrá entender que el problema fue (fue, no es) en algunas colonias de la demarcación, no en toda la ciudad.

 

*

 

Lo más apestoso de todo este lío del agua en algunas colonias del norponiente de la Benito Juárez es el trasfondo clasista de todo este asunto.


Mi amigo PRC, que trabaja conmigo, vive en la colonia Del Mar, en la demarcación territorial Tláhuac. Allá, entre octubre de 2023 y febrero de 2024 no tuvieron agua. El problema se presentó en esa colonia y al menos dos más que están contiguas, ya en Iztapalapa, La Planta y El Molino. Son áreas densamente pobladas, mucho más que la Benito Juárez. Muchísima gente sin agua durante meses… 


— ¡Ya hubiéramos querido que llegara un poco de agua un día a la semana, aunque hubiera sido con olor a gasolina! –me dijo mi amigo PRC.


¿Alguien recuerda alguna nota en los periódicos al respecto, alguna mención en los noticieros de Televisa? ¿Alguien escuchó a algún político poner el grito en el cielo? No, ¿verdad?

martes, 9 de abril de 2024

Sueño lúcido

 

y el sueño va anulando el albedrío en una horizontal de agua inmensa

Leopoldo Lugones, Luna campestre.

 

Sentir que la vigilia es otro sueño que sueña no soñar y que la muerte que teme nuestra carne es esa muerte de cada noche, que se llama sueño.

Borges, Arte poética.

 

 

Minutos antes de matarse, sobrio, directo y austero, Leopoldo escribió:

Que me sepulten en la tierra sin cajón y sin ningún signo ni nombre que me recuerde. Prohíbo que se dé mi nombre a ningún sitio público. Nada reprocho a nadie. El único responsable soy yo de todos mis actos.


Oraciones cortas y concisas, verbos en voz activa, vocabulario sencillo y preciso, seriedad, ausencia de metáforas y figuras literarias. Luego Lugones se tomaría un whisky con cianuro de potasio. Se hallaba en la habitación número 9 del hostal El Tropezón, en el delta del Paraná, San Fernando, provincia de Buenos Aires. Leopoldo Lugones, entonces de 63 años, llevaba más de dos décadas dirigiendo la Biblioteca Nacional de Maestras y Maestros, y era el poeta nacional de Argentina. Considerando sus siguientes palabras no me parece probable que desestimara tamaño epítome…

Los organizadores del idioma, que son los escritores ciertamente, asumen por ello una categoría superior, y por descontado, la correspondiente responsabilidad…; toda vez que el mal escritor resulta entonces una calamidad pública. Y si bien se ve, mucho más ante la moral, que ante la estética. Toda expresión inexacta, lo que es decir torpe y fea, miente de suyo y enseña a mentir. Por el contrario, belleza, verdad y bien, son en arte la misma cosa.

El autor, entre otro montonal de libros, del Lunario sentimental, El tamaño del espacio, Filosofícula y Cuentos fatales se quitó la vida el 18 de febrero de 1938. “La muerte de Lugones no sorprendió a nadie. ¡Era tan desdichado y desagradable!”, recordará Borges durante una entrevista casi treinta años después del óbito. Apenas cuatro días antes, el señor progenitor de Jorge Luis Borges, el abogado Jorge Guillermo Borges Haslam, también de 63 años, había fallecido de un aneurisma cerebral, en la misma ciudad, Buenos Aires. Borges asistiría al funeral de su papá biológico, pero no al de su padre literario —“Yo sólo soy un tardío discípulo de Lugones”—, por respeto a la voluntad última del vate.

Veintidós años y medio después, en agosto de 1960, Borges llegó al número 935 de la calle Rodríguez Peña, es decir, al acceso posterior del Palacio Sarmiento, en donde desde 1897 y entonces se encontraba y sigue estando aún la Biblioteca Nacional de Maestras y Maestros… “Los rumores de la plaza quedan atrás y entro en la Biblioteca.” Caminará entre libros y lectores ensimismados a la luz de “las lámparas estudiosas”, y quizá por pensarlo así pensará en la hipálage de Milton y recordará el “árido camello” del Lunario…: “Y el corazón marcha con su pena obscura / Como árido camello con su carga”.

Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos unas cuantas convencionales y cordiales palabras y le doy este libro. Si no me engaño, usted no me malquería, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío.

¿Qué libro entregó Borges a Lugones? El hacedor, el cual no saldría de imprenta sino hasta diciembre de aquel mismo año (Emecé, 1960). El volumen, una colección de poemas y textos de prosa narrativa y no narrativa, a manera de prólogo/dedicatoria, inicia con un relato, este mismo que estoy citando: “A Leopoldo Lugones”. ¿Y qué hará don Leopoldo? Leerá “con aprobación algún verso”, un verso publicado casi un cuarto de siglo después de su suicidio… “En este punto se deshace mi sueño, como el agua en el agua.”


La ficción borgiana no es tramposa; desde sus primeras líneas, a quienes lean con el entendimiento avispado, sugiere por dónde va el asunto: “A izquierda y a derecha, absortos en su lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos de los lectores…” Un “lúcido sueño” es un aviso, es una prodigiosa descripción de la lectura y la primera hipálage en la narración. La dichosa hipálage, recordémoslo, es el tropo que consiste en referir un complemento a una palabra distinta de aquella a la cual le corresponde (Viviana H. Fernández, Diccionario práctico de figuras retóricas y términos afines). La RAE ejemplifica en su diccionario con “El público llenaba las ruidosas gradas”, mientras que doña Viviana Fernández pone “la cruel espada del guerrero”, “un escote atrevido”, y más exquisita acude a Cervantes:

… las cornetas, los cuernos, las bocinas, los clarines, las trompetas, los tambores, la artillería, los arcabuces y, sobre todo, el temeroso ruido de los carros, formaban todos juntos un son tan confuso y tan horrendo, que fue menester que don Quijote se valiese de todo su corazón para sufrirle…

Y enseguida, ¿casualidad?, de “La trama”, otro de los textos que Borges incluyó en El hacedor, el libro que en sueños fue a regalarle a Lugones:

Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de una estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Junio Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: “¡Tú también, hijo mío!”

Ya despierto, Borges conviene que no está en el Palacio Sarmiento ni frente al “hombre solitario y dogmático” que fue su padre literario, sino en el 564 de la calle México, en el barrio porteño de San Telmo —hoy edificio sede del Centro de Estudios y Documentación Jorge Luis Borges—: “La vasta Biblioteca que me rodea está en la calle México, no en la calle Rodríguez Peña, y usted, Lugones, se mató a principios del 38”. Borges cierra su texto con una predicción infalible: “mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros tiempos y la cronología se perderá en un orbe de símbolos y de algún modo será justo afirmar que yo le he traído este libro y que usted lo ha aceptado”.

           

 


domingo, 31 de marzo de 2024

Loco vuelto loco

  

 

… entiende con todos tus cinco sentidos

que todo cuanto yo he hecho, hago e hiciere,

va muy puesto en razón…

Don Quijote de la Mancha.

 

Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

 

 

 

 

Cuerdos que se comportan como si estuvieran rematadamente locos, locos que se desplazan por la vida como si fueran del todo cuerdos… Proliferan los impostores de esa ralea, de los que se montan el disfraz de su opuesto: locos por cuerdos, cuerdos por locos… Uno se topa con ellos a lo largo del día a día, aunque trate de evitarlos. En cambio, insólito caso, don Miguel tuvo la genial ocurrencia de contarnos la historia de un hombre cuerdo que se volvió loco y luego, ya bien chiflado, se halló en una situación en la cual le pareció bastante razonable fingir, no que había recuperado la cordura, ¡sino que se había vuelto loco! Un loco que se hace pasar por loco.


Recordemos: Cervantes lo narra en el capítulo XXV de la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Junto con su escudero, andaba el valiente caballero de la Mancha dando tumbos por la Sierra Morena —de hecho, persiguiendo a Cardenio, otro loco—, cuando convino que aquel era el momento pertinente para imitar al Amadís de Gaula, particularmente en un proceder. 

Amadís fue el norte, el lucero, el sol de los valientes y enamorados caballeros, a quien debemos de imitar todos aquellos que debajo de la bandera de amor y de la caballería militamos…

 


Refiere don Quijote a Sancho que el Amadís —a quien considera “el solo, el primero, el único, el señor de todos” los caballeros andantes, y, por tanto, su arquetipo— “se retiró, desdeñado de la señora Oriana, a hacer penitencia en la Peña Pobre”, en donde no sólo se cambió de nombre —por el de Beltenebros— sino que además, se deschavetó… o más bien, hizo como que se deschavetaba: “haciendo aquí del desesperado, del sandio y del furioso”. Y relata el manchego que Amadís a su vez procedió así emulando a alguien más, en este caso a don Roldán, quien, como es sabido, cuando halló señales de que su amada Angélica la Bella lo había engañado, de pura pesadumbre “se volvió loco, y arrancó los árboles, enturbió las aguas de las claras fuentes, mató pastores, destruyó ganados, abrasó chozas, derribó casas, arrastró yeguas, y hizo otras cien mil insolencias, dignas de eterno nombre y escritura”. Ahora, don Quijote no estaba para tales debacles descomunales, así que en vez de tomar de modelo a Roldán el Furioso optó por quedarse con el de Amadís:

… puesto que yo no pienso imitar a Roldán…, parte por parte, en todas las locuras que hizo, dijo y pensó, haré el bosquejo, como mejor pudiere, en las que me pareciere ser más esenciales. Y podrá ser que viniese a contentarme con sola la imitación de Amadís, que, sin hacer locuras de daño, sino de lloros y sentimientos, alcanzó tanta fama como el que más.


Locuras esenciales, locuras de lloros y sentimientos. Locuras para alcanzar la fama. Entonces Sancho Panza reprocha a su señor porque encuentra al menos una falla de lógica en su planteamiento. Estima que los caballeros que hicieron todas esas locuras y penitencias tenían sus motivos, mientras que no ve por lado alguno que don Quijote tenga razón alguna para volverse loco: “¿Qué dama le ha desdeñado, o qué señales ha hallado que le den a entender que la señora Dulcinea del Toboso ha hecho alguna niñería con moro o cristiano?” Claro, este argumento no hace mella en el Caballero de la Triste Figura; antes bien, atiza sus empeños, porque si es capaz de volverse loco sin ningún móvil, qué no haría teniendo en verdad alguno: “el toque está desatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama que si en seco hago esto, ¿qué hiciera en mojado?” Así que nada quedaba por alegar: comisionado estaba Sancho Panza para ir con un mensaje en busca de la amada de su amo: “Loco soy, loco he de ser hasta tanto que tú vuelvas con la respuesta de una carta que contigo pienso enviar a mi señora Dulcinea”. Y no sólo: además advierte que, aunque esté a punto de hacerse el loco, loco quedará realmente si no se sale con la suya: “y si fuere tal cual a mi fe se le debe [la respuesta de la dama], acabarse ha mi sandez y mi penitencia; y si fuere al contrario, seré loco de veras”. Y, efectivamente, don Quijote enseguida echará voces “como si estuviera sin juicio”, y además anunciará que habrá de rasgarse las vestiduras, tirar sus armas… “y darme de calabazadas por estas peñas”… Sancho, quien ha tratado de seguir los desquiciados razonamientos del caballero, le sugiere entonces que, puesto que “todo esto es fingido y cosa contrahecha y de burla”, mejor se dé de macetazos “en el agua, o en alguna cosa blanda, como algodón”, que aun así él irá a decirle a Dulcinea que don Quijote “se las daba en una punta de peña, más dura que la de un diamante”. 

— Yo agradezco tu buena intención, amigo Sancho –respondió don Quijote–; mas quiérote hacer sabidor de que todas estas cosas que hago no son de burlas, sino muy de veras… Ansí que mis calabazadas han de ser verdaderas, firmes y valederas, sin que lleven nada del sofístico ni del fantástico.

¿Está tan cuerdo o está tan loco el Quijote que sabe que las locuras no pueden ser fingidas, ni sofísticas ni fantásticas? Comportarse como loco es locura, sea neta o impostación…, se me hace.