Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 12 de enero de 2025

¿Qué fue primero, sadismo o masoquismo?

  

 

El león no es como lo pintan

… el simbolismo que atribuye la piel al poder y a la belleza.

Por eso, desde las primeras edades del mundo

las adoptaron los reyes.

Severin von Kusiemski

 

El clérigo y artista barroco Dolynsky Luka pintó el retrato más conocido de Lev Danýlovych, León I de Galitzia. El óleo —parte de la colección de la Biblioteca Científica Nacional ucraniana— presenta a León enfundado en una refinada armadura metálica. Viste una majestuosa capa carmesí, rematada con un borde de piel moteada, quizá de un gran felino. Porta un collar de eslabones ornamentados con brillantes, del que cuelga un crucifijo ingente. La postura garbosa y el rostro adusto y barbado reflejan autoridad. Lleva una corona ornamentada con piedras preciosas. El cetro que sostiene y la espada a la cintura insinúan su liderazgo decidido. ¿Realmente fue esa la apariencia del monarca? Difícilmente: casi medio milenio separa las vidas del retratista (1745–1824) y de León I (c. 1228–1301).




 

 

La ciudad del león masoquista

¡Qué placer para mí cuando, arrodillado ante ella,

me atreví a besar las mismas manos que me habían castigado!

Severino von Kusiemski

 

A espaldas del rey, la ciudad medieval. En la parte superior del cuadro, la leyenda: “LEO PRINCIPS RUSSIAE FVNDATOR URBIS LEOPOLIS”. Львів, romanizado Lviv, latinizado Leopolis, está en Ucrania occidental. Llamada así en honor a León I, la ciudad, según iba siendo conquistada, ha ido nombrándose en distintas lenguas durante casi ochocientos años de existencia, siempre con el mismo significado. El origen geográfico del vocablo masoquismo puede ubicarse ahí, en la polis de León.

 

Justo en Leópolis, el 27 de enero de 1836, llegó al mundo Leopold Ritter von Sacher-Masoch. Entonces la ciudad era parte del Imperio Austro-Húngaro, al igual que Příbor, la pequeña urbe en la que veinte años después nacería Freud (1856-1939). En 1870, Leopold publicó la novela que más fama le redituaría, Venus im Pelz, y menos de veinte años después, el psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing (1840-1902), su libro Psychopathia sexualis (1886), en el que por vez primera aparece una palabra acuñada por él: masoquismo. Von Krafft-Ebing creó el vocablo a partir del apellido del escritor leopolitano —Masoch–ismus—; lo hizo considerando la relación de Severino von Kusiemski con Wanda von Dunajew, pareja protagonista de La Venus de las pieles. En la célebre novela, Severino establece un contrato con Wanda, mediante el cual cede a ella toda su voluntad: “El señor Severino von Kusiemski quiere, desde el día de hoy, ser el prometido de la señora Wanda von Dunajew, renunciando a todos sus derechos de amante y obligándose, bajo palabra de honor y caballero, a ser su esclavo…”




 

 

Sadismo

La destrucción, como la creación,

es uno de los mandamientos de la Naturaleza.

Marqués de Sade, La filosofía en el tocador.

 

Según Richard von Krafft-Ebing, las llamadas desviaciones sexuales tienen que ser entendidas como patologías y podían ser de cuatro tipos: paradoxias, anestesias, hiperestesias y parestesias. En el primer grupo embolsó cualquier expresión de deseos sexuales que se presentan a destiempo, es decir, en etapas de la vida que entonces la moral y la ciencia catalogaban como inadecuadas —en concreto, la infancia y la vejez—. Las anestesias se refieren a la insuficiencia o falta total de deseo sexual, mientras que las hiperestesias son su antípoda: se caracterizan por un deseo excesivo, desenfrenado. Finalmente, en las parestesias, el deseo sexual se dirige hacia objetos o prácticas considerados “equivocados” —el objeto y la meta del deseo distintos de lo tradicionalmente normativo, esto es, heterosexual y reproductiva—, de tal suerte que en esta categoría incluyó la homosexualidad, el fetichismo, y la búsqueda de placer a través del sufrimiento. Si el goce se consigue sometiendo, humillando o causando dolor psicológico o físico a la pareja sexual, el psiquiatra echó mano del término sadismo. Como todos sabemos, la palabra alude a la obra del marqués de Sade, Donatien Alphonse François (1740-1814). El adjetivo sádico tiene el mismo origen y se usaba en Francia desde la primera mitad del siglo XIX. Por ejemplo, 1834 el Dictionnaire Universel de Boiste incorporaba ya el término sadeísmo —sadisme en francés—, para describir prácticas en las que existe una conexión entre el placer sexual y la crueldad. Incluso, antes de Krafft-Ebing, algunos médicos y psiquiatras franceses usaron sadisme en discusiones sobre conductas sexuales fuera de norma. Con todo, sadismo, como término en el ámbito médico y psicológico, fue incorporado plenamente hasta la publicación del libro de Richard von Krafft-Ebing.

 

 

Masoquismo

 

Si me amas, se cruel para mí.

Severino von Kusiemski

 

Para mentar las prácticas sexuales en las que se logra placer a través del sufrimiento propio, Richard von Krafft-Ebing acuñó la palabra masoquismo. ¿Y por qué el psiquiatra no las llamó mejor kusiemskismo, en alusión directa al personaje de La Venus de las pieles? Pudo hacerlo, pero masoquismo no deja de ser acertado, y por vía doble… Ocurre que Leopold von Sacher-Masoch efectivamente había acordado un contrato de absoluta sumisión con su amante Fanny Pistor, una escritora y aristócrata vienesa, al igual que lo haría Severino von Kusiemski con Wanda von Dunajew en la novela. El contrato con Fanny Pistor fue evidente fuente de inspiración de La Venus de las pieles, en la que los temas de poder, deseo y humillación se entrelazan profundamente. La relación de Leopold y Fanny fue intensa, pero no culminaría en matrimonio. Más tarde el novelista se casó con Aurora von Rümelin (1845-1933), quien adoptó el nombre de Baronesa Anna von Sacher-Masoch, y a menudo publicó bajo el pseudónimo Wanda von Dunajew.

 

Seguramente cuando León I de Galitzia murió, más que una ciudad, Leópolis era apenas un sueño. En cambio, cuando Leopold von Sacher-Masoch dejó este mundo —falleció el 9 de marzo de 1895 en un asilo psiquiátrico en Lindheim, afectado por algún tipo de demencia—, el término masoquismo se había ya extendido no sólo en alemán. Diez años más tarde, Freud reflexionaría en torno al par sadismo-masoquismo en Tres ensayos sobre la teoría sexual, y en 1924 publicaría el ensayo El problema económico del masoquismo.


Leopold von Sacher-Masoch con Fanny von Pistor

domingo, 5 de enero de 2025

Pantagargantuélicos

 

 

One day I will find the right words, and they will be simple.

Jack Kerouac, The Dharma Bums.

 

 

 

Supongamos que uno le larga a alguien que percibe y aprecia en él, o en ella o en elle, que para el caso resultaría lo mismo, un talante rafez. Resulta entonces que uno le estará diciendo a esa persona que le encuentra una manera de actuar ordinaria, vil, baja, despreciable o al menos de escasa valía. Igual, bien podría usted dirigirle un tuit —porque seguimos diciendo y entendiendo tuit y tuitear, aunque Twitter ya se denomine X— a cierta senadora de la República diciéndole que su intervención —cualquiera— en la Cámara Alta fue alocada, histriónica y sumamente rafez. La palabra no la acabo de inventar; de hecho, es muy antigua, tanto que ya la empleaba Alfonso X el Sabio a mediados del siglo XIII:

Miercoles de quaresma descalços y uestidos de panno de lana que sea uil y rafez.

Prim. partida, fol. 7v.

Ahí tiene: vil y rafez. Ahora, tampoco vaya usted a quedarse con la idea de que rafez es una unidad lingüística fantasmal o una curiosidad arqueológica. Yo, usted o cualquier otro semejante nuestro que se interese podrá encontrar la palabreja en la edición más reciente del Diccionario de la Lengua Española de la RAE, y si bien en él se advierte que es un adjetivo desusado, perdura en los diccionarios de nuestro idioma al menos desde 1611 y mantiene giros idiomáticos como de rafez, por “con poco esfuerzo, con facilidad.”

 

Otra muestra: poca gente profiere la palabra añagaza, pero existe y es muy precisa. Tiene dos acepciones, por lo demás muy próximas entre sí: “artificio para atraer con engaño” y “señuelo para coger aves, comúnmente constituido por un pájaro de la especie de los que se trata de cazar” (el aludido pájaro-anzuelo, se entiende, es fingido). Menos se escucha y se lee la variante ñagaza, de la cual también da cuenta la RAE en su diccionario. Sin embargo, ahí están, con una discreta existencia, pero vivas.

 

Como este par, rafez añagaza, existen un montonal de palabras que se usan muy esporádicamente o apenas por un puñado de individuos. Dimensionemos: aunque no posible llegar a una cifra exacta y definitiva, se estima que el vocabulario activo de una persona adulta abarca entre mil y tres mil vocablos, pero es un hecho que nadie utiliza —echa legua— todo su vocabulario en una conversación diaria, sino que apenas emplea sólo una fracción. Según se estima, un adulto hispanoparlante promedio utiliza entre trescientas y quinientas palabras diferentes en las conversaciones cotidianas, de las cuales, además, algunas, muy poquitas —pronombres, artículos, interjecciones, términos de cortesía, preposiciones…—, repite y repite muchísimas veces a lo largo del día:

 

— Sí, güey, literal. 

 

¿Y cuántas palabras incluye una persona culta en su comunicación cotidiana? Pensemos no sólo en las que dice, sino también en las que escucha, piensa, escribe y lee. ¿El doble, unas mil? ¿El triple, mil quinientas?


Aunque no habría manera de tener datos exactos, se puede decir que un hablante culto, por su mayor exposición a lo textual, al pensamiento crítico y a la conversación reflexiva, usará alrededor de dos mil palabras diferentes en una conversación diaria promedio. Supongamos dos mil quinientas, pero de cuántas que podría usar.

 

Es imposible determinar cuántas palabras tiene hoy exactamente nuestro idioma —por cierto, el segundo con más hablantes de origen en todo el mundo, casi medio millardo—. La 23ª edición del Diccionario de la Lengua Española de la RAE alberga 93,111 entradas, para las cuales considera poco más de 195.4 mil acepciones, y claro, cada año va incorporando nuevas —al cierre de 2024, añadió a su versión electrónica varios vocablos, como espólierbaristablusero,wasabi…—. De cualquier manera, sea cual sea el número de palabras que uno puede hallar en el diccionario, éste es tremendamente inferior a todos los vocablos que existen en uso. Por ejemplo, en el diccionario de la RAE, aunque sí encontramos chamico —un arbusto de la familia de las solanáceas— y chamuyo —palabrería que se espeta con el propósito de impresionar o convencer—, no aparece el vocablo chamuco, lo cual no impide que usted y yo y seguramente la inmensa mayoría de habitantes de este país —México es la nación con más hispanoparlantes del orbe— sepamos perfectamente qué es un chamuco.


De hecho, el Diccionario del Español de México elaborado por el Colmex informa quechamuco, además de ser el diablo, en Puebla es una bebida tradicional hecha a base de ciruelas u otra fruta fermentada, agua y piloncillo, mientras que en Toluca un chamuco es un pan dulce hecho a base de huevo, y en lares hidalguenses un nopal de poca altura que da unas tunas no comestibles. Agregue usted un titipuchal de regionalismos —verbigracia: en Tabasco un machuchón es un mandamás y mastrujar significa ablandar con la mano o de plano manosear, mientras que en Jalisco un asquilín es una hormiga pequeñita y muy brava y en Oaxaca ser cuche es andar sucio o hacer trampas—, la nomenclatura de las diversas disciplinas —así como Durkheim acuñó anomia para mentar la condición de rompimiento del contrato social que pueden experimentar algunos individuos y llevarlos incluso al suicidio, Freud inventó abreacción, la descarga emocional por medio de la cual un individuo se libera del afecto ligado al recuerdo de un evento traumático, y contratranferencia, el cúmulo de reacciones emocionales del terapeuta hacia el paciente en respuesta a la transferencia—, tecnicismos —botones de muestra: un cúbit es la unidad básica de información en campo de la computación cuántica y un gimbal es un dispositivo que permite estabilizar objetos, especialmente cámaras, en múltiples ejes—, modismos —v. g.: si te tildan como un nub te están diciendo poco habilidoso o amateur—, siglas vueltas palabras —por ejemplo, dana, la palabra del año 2024 para la Fundación del Español Urgente, corresponde a las letras iniciales de “depresión aislada en niveles altos”—, topónimos, marcas, nombres emergentes, en fin…

 

Pregunté a algunos agentes de inteligencia artificial cuántas palabras en total integran actualmente el español que se habla en el planeta. Grok de X respondió: “Considerando las palabras especializadas, regionalismos, y neologismos, el número total de palabras en español podría superar las 100,000, aunque no hay una cifra universalmente aceptada”. ChatGPTestima el doble: “Si se consideran todas las palabras usadas en todos los contextos, dialectos y regiones, el número podría superar las 200 mil palabras, aunque muchas de ellas son de uso muy limitado o específico.” Assistant calcula más: “… considerando todas sus variantes dialectales, jergas, neologismos y vocabulario técnico, podría tener entre 250 mil y 500 mil palabras.” Por su parte, Perplexity apunta un dato intermedio entre las cifras anteriores: “Se calcula que el español podría tener más de 300 mil palabras en total, incluyendo términos técnicos, regionalismos y neologismos que no están necesariamente recogidos en el diccionario oficial”. Y Gemini de Google se va a lo grande: “Es muy difícil dar un número concreto, pero algunos lingüistas estiman que el léxico del español podría superar fácilmente el millón de palabras.” Cualquiera que sea la cifra, es colosal, y, sobre todo, desproporcionadamente mayor respecto al uso que le damos las mujeres y los hombres comunes y corrientes. 

 

Dicho todo lo anterior, espero que resulte ya imposible que suene exagerada la siguiente afirmación: la cantidad de palabras que tiene el español es pantagruélica. 

            

Pantagruélico, como usted quizá tenga noticia, significa opíparo, pletórico, colosal, copioso, morrocotudo, desmesurado, mastodóntico… Aunque para la RAE el vocablo se refiere específicamente a la comida, desde hace mucho que en nuestro idioma se amplió su espectro semántico y con él adjetivamos a cualquier cosa que se quiere calificar como excesiva: la estupidez humana es pantagruélica, por caso. Pantagruélico nos viene directamente de la literatura. Pantagruel, personaje literario creado por el humanista galo François Rabelais —nació en Chinon, pequeña localidad situada en la región de Touraine, en el centro de Francia, alrededor de 1494—, es uno de los dos protagonistas de la saga de novelas Gargantúa y Pantagruel (1532). Cómicas y grotescas, las aventuras de este par le sirven a Rabelais para explorar temas filosóficos, sociales y políticos. Pantagruel, hijo de Gargantúa, es un gigante de fuerza y apetito descomunales, de carácter jubiloso y sagaz y afecto a la sátira. Cuando François Rabelais escribió sus libros Pantagruel no era un apelativo usual, aunque ya existía, y seguramente lo sacó también de la literatura: en el Mystère des Actes des Apôtres de Simón Greban, escrito por encargo del rey René d’Anjou alrededor de 1465, se menciona a un diablillo marino llamado Pantagruel, a quien le divertía secar con sal la garganta de los borrachos. El propio Rabelais explica:

… su padre le puso este nombre ya que panta en griego quiere decir “todo” y gruel en lengua agarena “alterado”, queriendo dar a entender que, en la hora de su nacimiento, el mundo estaba todo alterado; y viendo, en espíritu de profecía, que un día dominaría a los alterados.

Tanto Gargantúa como Pantagruel son personajes apasionados por los manjares y los excesos, y ambos son gigantes. Así que entonces bien puedo acuñar la palabra gargantuélico, con igual significado que pantagruélico, y para pronto dejar dicho que, fiel alegoría del mundo de hoy, que es pantagruélico, nuestro lenguaje es gargantuélico. Y no sólo eso, digo que es más atinado para calificar al lenguaje como gargantuélico, puesto que Gargantúa tiene un origen etimológico que se puede rastrear en la lengua francesa medieval: específicamente proviene de la palabra gargouille, “gargajo” o “garganta”, de tal suerte que está vinculado al lugar del cuerpo de donde emergen las palabras, el lenguaje.

 

En francés, por descontado, se usa pantagruélique, en inglés existe también pantagruelian y en italiano pantagruélico, mientras. que gargantuélico en cambio no se encuentra ni en español ni en dichos idiomas… Sin embargo, los alemanes, aunque no usan una palabra ligada con Pantagruel, a menudo se usan gargantuesk, como un equivalente que transmite la misma idea de abundancia. Era de esperarse, así somos los humanos: pantagargantuélicos.




domingo, 22 de diciembre de 2024

La brújula y el enigma

  

 

todo poeta que se estime a sí mismo

debe tener su propio diccionario.

Nicanor Parra, Cambios de nombre.

 

Sobre los diccionarios, rotundo y certero, Borges sentenció: “Suele olvidarse que son repertorios artificiosos, muy posteriores a las lenguas que ordenan. La raíz del lenguaje es irracional y de carácter mágico.” Y enseguida de una curiosa verbigracia, genial, remataba: “La poesía quiere volver a esa antigua magia”. En efecto, un dictionarium es el resultado de los trajines de una pretensiosa y cándida red con la que se procura atrapar, para embolsar juntos —eso indica el sufijo -arium, lugar o conjunto relacionado con algo— los decires humanos —dictio, significa “palabra” o “expresión”—. Herramienta etérea, el habla, el decir, es la espiración con la que alquímicamente aspiramos expresar lo que se nos ocurre y ocurre en nuestra mente: la palabra expresión proviene del latín expressio, que a su vez deriva del verbo exprimere, compuesto por ex-, “fuera”, y premere, “apretar” o “presionar”, así que inicialmente exprimere significaba “sacar algo presionando”, o sea exprimir. El hálito vuelto verbo, el ansia del alma de comunicarse a través de su materia, el cuerpo. No es casualidad que alma nos haya llegado del latín anima, que significa “aliento” o “soplo vital”, que a su vez se enraíza en el griego ánemos: “viento” o “soplo”. Por antonomasia, la palabra es la parábola del alma: la palabra palabraproviene del latín parabola, “comparación”, “alegoría”. Este término deriva del griego parabol, “símil”, compuesto por para-, “junto a” o “al lado de”, y ballein, “lanzar” o “arrojar”.

 

Un diccionario es una quimera: un repositorio de aire. Un poema es un ventilador mágico.

 


 

Will you still need me, will you still feed me

When I'm sixty-four?

Lennon & McCartney

 

Hace cosa de nada, apenas sesenta años, Jorge Luis Borges publicó una compilación de poemas que tenemos que considerar destacada, al menos para él mismo: “De los muchos libros de versos que mi resignación, mi descuido y a veces mi pasión fueron borroneando, El otro, el mismo es el que prefiero”, dejó ver en su prólogo. Cuando la editorial argentina Emecé realizó el tiraje príncipe de aquel volumen, el literato tenía 64 años —Jorge Francisco Isidoro Luis Borges había nacido el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires—. Temáticamente, el libro alberga una verdadera miscelánea poética. Lo afirmo y enseguida me doy cuenta de que el aserto es por sí mismo ilusorio: ¿un poema puede ser definido, limitarse temáticamente? “Sé a ciencia cierta que sentimos la belleza de un poema antes incluso de empezar a pensar en el significado”, iterum Borges id dixit.

 

 

Detrás del nombre hay lo que no se nombra

Jorge Luis Borges, Una brújula.

 

En El otro, el mismo, más precisamente entre “Mateo XXV, 30” y “Una llave en Salónica”, en la página 33, Borges incluyó el poema “Una brújula”. No era un texto inédito: suelto, once años atrás había sido publicado primeramente en la revista Sur —número 251, marzo-abril de 1958—, y meses después, para las fiestas navideñas de ese mismo año, aparecería también en Límites, una plaquette editada por Frank M. Virasoro y Federico M. Vogelius, en la que el porteño reunió apenas seis poemas. Límites fue una edición privada de apenas 150 ejemplares —veinte numerados con romanos, impresos en papel fabriano, y el resto en papel Japón— de 29 páginas en folio menor, manufacturados en la imprenta de Francisco A. Colombo. En la veintena numerada, los textos fueron acompañados por seis aguafuertes originales y firmadas del artista plástico Leopoldo Presas.

 

Uno, tú, yo, cualquiera, puede escuchar hoy mismo a Borges echar a volar su soneto “Una brújula”: catorce versos en los que el hombre, bardo y brujo, arremete a las palabras, a la historia del mundo, a la identidad humana…

Todas las cosas son palabras del

Idioma en que Alguien o Algo, noche y día,

Escribe esa infinita algarabía

Que es la historia del mundo. En su tropel

Pasan Cartago y Roma, yo, tú, él.

Mi vida que no entiendo, esta agonía…



A Borges le fascinaba la palabra enigma, la enorme abstracción que encierra y, entre los muchos ejemplos, especialmente uno: aquel que la Esfinge le plantó al joven Edipo de Tebas. También en El otro, el mismo, más precisamente precediendo a Spinoza, el buen bonaerense puso su poema Edipo y el enigma

 

 

Yo que soy el que ahora está cantando

seré mañana el misterioso, el muerto

Jorge Luis Borges, Los enigmas.

 

A través del latín aenigma, la palabra enigma proviene del griego antiguo ainigma, que significa “acertijo” o “algo dicho de manera oscura”, que a su vez viene del verbo ainissesthai, “hablar en clave” o “decir indirectamente”. Decir sin decir: dar a entender. Borges entendió sobradamente que en sí mismo el lenguaje es enigmático y que todos somos Edipo. En su poema Un poeta del siglo XIII, que ustedes pueden hallar en El otro, el mismo, descubre un “arquetipo” revelado por Apolo, “un ávido cristal” capaz de apresar todo: “Dédalo, laberinto, enigma, Edipo?” Y claro, dédalo es a laberinto lo que enigma —que no esfinge— es a Edipo. Recuérdese que Dédalo fue el creador del laberinto de Creta, construido por orden del rey Minos para encerrar al Minotauro, y que, por alusión hoy dédalo significa eso, laberinto. En cuanto a Edipo de Tebas, Roberto Calasso (Las bodas de Cadmo y Harmonía) lo explica sin darle muchas vueltas al asunto: con el enigma, “la Esfinge aludía a la indescifrabilidad del hombre, ser huidizo y multiforme, cuya definición sólo puede ser huidiza y multiforme”. ¿Por qué? Porque la respuesta es, por supuesto, el hombre, y ‘¿quién es este ser incongruente que pasa de la animalidad del cuadrúpedo a la prótesis (el bastón del viejo), conservando siempre una sola voz?’ Así pues, la solución del enigma es un nuevo enigma, aún más difícil.” Tal cual como Borges nos dejó dicho en “La brújula”:

Mi vida que no entiendo, esta agonía

De ser enigma, azar, criptografía

Y toda la discordia de Babel.

 

@gcastroibarra

viernes, 20 de diciembre de 2024

Datamancia 2024

 

Voy a morir el 24 de julio de 2045. No tengo ningún detalle adicional. Desconozco si mi deceso ocurrirá después de una prolongada agonía o de golpe y porrazo, si sucederá por un estúpido accidente o si lo provocará un infarto fulminante o será la obligada consecuencia de un padecimiento pertinaz. No sé si para entonces daré a la muerte una agradecida bienvenida o si, aterrado, lucharé en su contra hasta el último suspiro. ¿Expiraré tranquilamente en mi cama, cantando bajo la ducha, en un quirófano? Misterio. Sólo sé que mi último día será el cuarto lunes del mes de julio de ese año: voy a fallecer a los 80.

 

El vaticinio no lo obtuve de una vieja quiromántica que se haya esforzado en leer las palmas de mis manos, tampoco de un cartomanciano ducho en la interpretación de los arcanos del tarot, no de un excéntrico giromántico ni de un nigromante que haya escudriñado los mensajes del porvenir en las vísceras de algún cadáver. Doy por descartada la ornitomancia porque todas las aves me parecen seres bobos y poco confiables. Nunca me he fiado de los espejos, así que jamás atendería los presagios conseguidos a través de la catoptromancia. Sé que hay quienes buscan las señas de su destino en las arrugas de su propia frente —metopomancia—, en la Luna —selenomancia—, en las progresiones del humo —capnomancia—, en las uñas —onicomancia—, en las entrañas de los peces —ictiomancia—, entre las piedras —litomancia—…: no comparto creencias con ninguno de ellos. Y si bien más de una noche me he descubierto a mí mismo fisgando en las llamas de una fogata en busca de algún augurio, en realidad no le concedo mayor crédito a la piromancia. ¿Entonces, de qué arte adivinatorio fue que saqué el pronóstico de la fecha precisa de mi óbito?

 

Hace algunos años escribí un texto en el que me burlaba del pensamiento mágico de la OCDE. En concreto, me refería a las predicciones que para México por entonces publicaba dicha organización —“las reformas explotarán todo su potencial”, ¡albricias, albricias!—, y para ponerle un nombre al supuesto sustento de sus buenas nuevas anticipadas acuñé un neologismo: datamancia, esto es, la adivinación a partir de datos, sobre todo de números y estadísticas.



Ahora, sé que me quedan 20.6 años de vida gracias a la datamancia, en concreto, gracias un artilugio premonitorio: population.io, un desarrollo web realizado por Wolfgang Fengler en colaboración con K.C. Samir y Benedikt Grob.

 

Únicamente es necesario que captures tres datos en el oráculo digital —fecha de nacimiento, nacionalidad y sexo— para que en un instante se descubra la fecha precisa en la que, según la datamancia, fenecerás. En mi caso, frente a mi atónita mirada no sólo se reveló que ya ha transcurrido poco más del 74% de mi vida, sino también el sitio en el que me hallo respecto a mis semejantes…

 

En todo el planeta —habitado hoy día por más de 8,152 millones de seres humanos— hay 6,949 millones hombres y mujeres más jóvenes que yo y 1,203 millones mayores, así que, de cada 100 personas, 85% son menores que yo y 15% más viejos. Según este artilugio datamanciano, soy más viejo que el 87% de la población de mi país. En efecto, en todo México pulula gente más joven que yo, 112.7 millones, mientras que, del otro lado, solamente quedan 16.6 millones más viejos.

 

¿Tienes una idea de cuánta gente cumple años el mismo día que tú? ¿Y de ese grupo, cuántos cumplen la misma edad? En mi caso, son 221,295 congéneres repartidos por los cinco continentes. Aproximadamente 9,220 hombres y mujeres nacieron no sólo el mismo día, también a la misma hora que yo. En México, fueron 3,271 los niños y niñas que se apersonaron aquí por vez primera el mismo día que yo. Pocos, si lo comparamos con el ejército de bebés que pegaron su primer berrido en China justo el 24 de diciembre de 1964: 601,692, mientras que en India fueron 36,863 y en Estados Unidos, 11,751. Cumplen años, los mismos que yo y justo el mismo día, 25 personas en Francia, y 635 en Chile.

 

Si en lugar de haber nacido y vivido en México, hubiera corrido con la pésima fortuna de haber sido ciudadano de la República Centroafricana, me quedarían apenas 14 años y medio de vida: expiraría el 2 de junio de 2039. Claro, está el otro extremo: si en lugar de haberlo hecho en la Ciudad de México hubiera caído al mundo en Tokio, Japón, me quedarían 26.1 años por delante, y entregaría el equipo hasta el 29 de enero de 2051. 

 

En fin, los dados están tirados desde hace mucho en la mesa y habrá que jugar con ánimo toda la partida. Me quedan poquito más de 7,500 días de vida…, un montonal de tiempo, buena parte del cual bien puede jugarse con el afán de alargar un poco más la partida.

 

 


domingo, 8 de diciembre de 2024

Por la cuarta

  

¿Que qué me ha dado el destino? Alcance…

 

Inaplazable, este es el hecho: en unas semanas dejaré de ser adulto menor. De un día para el otro voy a despertar apoltronado en el último tramo de la vida, de mi vida. ¿El último? Pues sí, el último, porque, aceptémoslo, ¿quién diablos ha oído hablar de una “cuarta edad”? La tercera es la vencida. En fin, por más que yo sienta que es demasiado temprano para llegar a la “madurez tardía”, la mutación abrupta es ineludible y está fatalmente programada: uno cumple sesenta años e ipso facto, esté como esté, ande como ande, ingresa a la vejez. El paso es inapelable, palmario, una deportación a la categoría de provecto.

 

El tercer cambio de página es algo muy distinto de lo que ocurre con los límites más bien porosos de los otros dos tramos de la existencia. Porque, a ver, ¿la primera edad comienza con el primer berrido, es decir, cuando uno es expulsado al mundo, o tenemos una especie de pretemporada, una etapa prologal, digamos, al menos hasta que el recién nacido consiga estructurar un incipiente Yo o quizá hasta que comience a gatear o pueda balbucear algunas palabras? Y después, ¿cuándo comienza la segunda edad? ¿Al principio de la ajetreada pubertad, alrededor de los doce, o a su término, por ahí de los quince o tres años después, a los dieciocho, cuando alcanzamos la ciudadanía? ¿O quizá hasta los treinta cuando ya es ridículo andar por la vida negando la condición de adulto? Eso sí, en términos jurídicos, usted puede exigir que lo consideren joven mientras ande entre los doce y los veintinueve años. Por mi parte, es indiscutible que vivo los últimos días de mi segunda edad: en este país, oficialmente, de acuerdo con la Ley de los Derechos de las Personas Adultas Mayores, la tercera edad comienza oficialmente a los sesenta años. Al día siguiente de mi próximo cumpleaños podré ir a tramitar mi credencial del INAPAM para poder acreditarme como viejito.




 

*

 

La costumbre de dividir la vida en tres tramos es antañona, por lo menos en la tradición occidental. Por ejemplo, podemos recordar una célebre adivinanza milenaria. Aunque por allá del siglo V antes de nuestra era ni en Edipo rey ni en Edipo en Colono Sófocles haya referido a detalle el enigma que la ambigua Esfinge planteó al trágico joven tebano, en su explicación argumental, siglo y medio más tarde, Aristófanes de Bizancio la recupera: 

Existe sobre la tierra un ser bípedo y cuadrúpedo, que tiene sólo una voz, y es también trípode. Es el único que cambia su aspecto de cuantos seres se mueven por tierra, por el aire o en el mar. Pero, cuando anda apoyado en más pies, entonces la movilidad en sus miembros es mucho más débil.


Aristófanes da cuenta igual de la solución, que debió de ser la respuesta de Edipo. También la provee, pero más bonito y un montón de siglos después, un porteño, Borges:

Cuadrúpedo en la aurora, alto en el día

y con tres pies errando por en vano

ámbito de la tarde, así veía

la eterna esfinge a su inconstante hermano.

Recordemos que, en su Ética a Nicómaco, Aristóteles seccionó la vida humana en tres: la infancia dependiente y formativa; la juventud, en la que se forja la autonomía, y la plenitud, en la que es exigible que uno alcance la sabiduría y la virtud. Hace poco menos de doscientos años, Augusto Comte adujo que la vida de las personas sucede en tres estadios: “cada uno de nosotros, al examinar su propia historia, ¿no recuerda haber sido sucesivamente, en lo que respecta a sus nociones más importantes, un teólogo en su infancia, un metafísico en su juventud y un físico en su madurez?” (Curso de filosofía positiva). De igual manera, Herr Doktor Freud, postuló que el desarrollo de nuestra sexualidad ocurre en tres trancos: pregenital, de latencia y genital. Y podría seguir ejemplificando…

 

Como sea, no tiene caso alegar que en la actualidad resulta más bien raro toparse con un sexagenario obligado a usar bastón o que es frecuente cruzarse con personas que, con la misma edad a cuestas, siguen pensando teológicamente o tengan cualquier característica menos la de ser sabios, como sea, con o sin báculo, pensando científicamente o no, chocheando o rockeando, llegando al sexto piso, todos y todas, sanos y decrépitos, animados y quebrados, somos confinados en bola en el copete de la pirámide. Y si uno es lo de menos, uno mismo, yo en esta ocasión, más; así que si traje a cuento mi caso es por significativo, y no por ejemplar, pero sí como ejemplo, ejemplo de un evento, importante desde un punto de vista generacional, que está a punto de suceder.

 

*

 

En el texto clásico sobre el tema, El problema de las generaciones (1928), el húngaro Karl Mannheim propone que una conexión generacional se establece gracias a un cierto parecido cultural que hay entre los individuos agregados a un determinado período histórico. Si bien conviene en que, efectivamente, el fenómeno sociológico de la conexión generacional se fundamenta en el hecho del ritmo biológico del nacimiento y la muerte de la gente, no lo determina, porque “estar fundamentado en algo no llega a significar ser deducible de eso o estar contenido en ese algo”. En cambio, piensa que “para estar incluido en una posición generacional, tiene uno que haber nacido no sólo el mismo año sino, en el mismo ámbito histórico-social —en la misma comunidad de vida histórica— y dentro del mismo período”. Y aquí está dicho, pues, lo que permite entender desde entonces que no necesariamente todas y cada una de las generaciones tienen que durar lo mismo: conforme se acelera el cambio histórico, las generaciones se acortan, y en contra parte, en períodos en los que la estabilidad se prolonga, las generaciones se ensanchan.

 

Desde una perspectiva sociológica, una generación es un grupo de hombres y mujeres que nacieron en un período histórico relativamente delimitado, y que por eso mismo más o menos comparten determinadas experiencias, eventos significativos, valores, en fin, ciertas características culturales. Dichas cohortes demográficas pretenden dar cuenta de las peculiaridades en cuanto a la visión del mundo, actitudes, comportamientos y formas de relacionarse, a partir del tiempo en el que a cada uno le tocó vivir. Desde esta postura conceptual, una de las cohortes generacionales más utilizadas en Occidente tiene su origen en la Sociología, pero sus usos más bien en la comunicación masiva y marcadamente en la mercadotecnia. Así, por ejemplo, se habla de los dichosos milenials, una generación que nació aún en el siglo XX, entre 1981 y 1996. Híbridos, muestran una mezcla de tradición y modernidad. Crecieron en los albores de la revolución digital, pero también vivieron las postrimerías de la época aquella en la que las computadoras eran cosa de películas de ciencia ficción. Previa a la de los milenias fue la llamada generación X, compuesta por quienes nacieron entre 1965 y 1980, por lo que crecieron en un contexto de cambios sociales y tecnológicos significativos, como el auge de la informática y el final de la Guerra Fría.  A los milenials le seguirían los centenials o generación Z, nacidos entre 1997 y 2012, y luego los más chavitos, la generación alfa, llegados al mundo de 2013 hasta hoy. Pero más que de las más recientes, considerando el evento histórico que está a punto de suceder y del cual fatalmente tomaré parte, me quiero referir a las generaciones más vetustas.

 

Comienzo por la generación perdida, individuos nacidos entre 1883 y 1900, alcanzaron la mayoría de edad durante la Primera Guerra Mundial. El origen del término se halla en el arte; fue un mote popularizado por Gertrude Stein y Ernest Hemingway para referirse al grupo de escritores y artistas expatriados que vivieron en París durante la década de 1920. Fue una generación caracterizada por la desilusión ante los horrores de la guerra, lo que los llevó a la bohemia, la vanguardia y a rechazar las normas y valores tradicionales de la sociedad burguesa. De esa generación no queda ya nadie vivo.



Luego llegó la generación grandiosa. Comprende a las personas nacidas entre 1901 y 1927, así que muchos de sus miembros alcanzaron la mayoría de edad durante la II Guerra Mundial. Esta generación es valorada por su sentido del deber, patriotismo y capacidad de trabajo y para superar desafíos significativos. Muy probablemente aún permanezcan entre nosotros, en todo el mundo, poco menos de un millón de miembros de esta generación. Después tenemos a la generación silenciosa, los nacidos entre 1928 y 1945. De actitud conservadora y una fuerte preferencia por la estabilidad social, prefirieron evitar el activismo político y las expresiones artísticas novedosas. Hoy los más jovencitos de ellos tienen 78 años.

 

Enseguida aparecieron los famosos baby boomers. Nacidos entre 1946 y 1964, fueron y son hombres y mujeres que crecieron durante un periodo de prosperidad económica y estabilidad, tras la Segunda Guerra Mundial. Esta cohorte fue la que protagonizó un aumento significativo en la natalidad, el baby boom, de ahí su nombre. La celebérrima explosión demográfica se refiere a ellos. En general, pudieron disfrutar de un entorno familiar seguro y acceso a educación, tecnología y servicios de salud.



Son, somos un montón… y en unos cuantos días, el primero de enero de 2025, no quedará ya ninguno de ellos, ninguna de ellas, ninguno de nosotros que no sea un venerable integrante de la tercera edad.

 

Sirva todo lo anterior para fundamentar una propuesta. Juzgo que, en este país, actualmente, buena parte de los sexagenarios, más menos unos diez millones de personas, modestia aparte, todavía aguantamos un piano, todavía tenemos y debemos aportar. Así que propongo que vayamos instaurando que después de la tercera edad hay al menos una cuarta, digamos que comienza, comenzará en mi caso, a los 85 años.

 

A seguir dándole que hay mucho qué hacer. Por lo demás, a mí se me hace que estas dos preguntas de Juan Gelman son afirmaciones y les sobran los signos de interrogación:

El temor a la vejez ¿envejece?

el temor a la muerte ¿enmuerta?

domingo, 1 de diciembre de 2024

Generaciones de perros y perrófilos

 

Una especie que viviera eternamente

tendría que aprender a olvidarse de sí misma,

y compensar la falta de nuevas generaciones.

Karl Mannheim, El problema de las generaciones.

 

 

Vengo del tianguis. Presté atención especial al tema y puedo reportar lo siguiente: vi más perros que niños. No exagero si digo que la proporción anda como de tres a uno. Claro, eso ocurre porque cada vez hay más gente que tiene canes en vez de prole. En inglés, comienzan a mentar el fenómeno como petparenting (paternidad de mascotas); el término refleja la tendencia de muchas personas a considerar a sus mascotas, especialmente perros, como parte de la familia, asumiendo roles de cuidado y crianza similares a los de los padres con sus hijos.



Sería un despropósito afirmar que, a diferencia de todas las anteriores, las nuevas generaciones de perros se sienten hijos de sus dueños. ¿Por qué? Porque si bien podemos hablar de generaciones de perros en términos biológicos —“El Borisjonson y la Ladydi son ya de la cuarta generación desde que nos regalaron a la primera pareja de mastines ingleses”—, desde finales del siglo XIX el término se refiere más bien a humanos. Por lo demás, los perros no presentan comportamientos culturales, en cualquier caso, se prestan a formar parte de ellos. Así, ¿lo correcto sería sostener que, a diferencia de todas las anteriores, las nuevas generaciones de humanos actúan como si sus perros fueran niños? Sin duda el fenómeno es novedoso, reciente, pero ¿será que se muestra entre las “nuevas generaciones”? Bueno, debo decir que la mayoría de las personas que uno ve en la calle exhibiendo los dotes parentales que le pueden dispensar a sus perros son gente que ya no se cuece al primer hervor. Muy probablemente el perfil demográfico más común sea mujer solitaria de más de cincuenta años, aunque también abundan canofílicos jóvenes, mujeres y hombres. ¿Quienes hoy tienen, digamos, cincuenta años, necesariamente pertenecen a una generación distinta a la de una pareja de treintañeros? Desde una perspectiva biológica, sin duda, pero no necesariamente en términos culturales.

 

Alfred Victor Espinas (1844-1922), un pensador francés discípulo de Augusto Comte, escribió en 1878 Des sociétés animales, un ensayo seminal en el campo de la sociología comparada y la psicología animal. Espinas aborda la cuestión de las estructuras sociales en los animales, en particular en aquellas especies que viven en grupos (abejas, hormigas, lobos, monos), y compara sus comportamientos y organización comunitaria con los de los seres humanos. Espinas pretende establecer paralelos entre la vida social humana y la animal. Una de las contribuciones más importantes de Espinas fue la distinción que hizo entre sociabilidad instintiva, propia de los animales, y la sociabilidad reflexiva, específicamente homínida. Subrayó también que, aunque las sociedades animales presentan ciertas analogías con las nuestras, las sociedades humanas son mucho más dinámicas y flexibles, ya que evolucionan culturalmente por medio del lenguaje y la reflexión individual, mientras que las animales permanecen prácticamente sin cambios mientras la evolución biológica no los requiera.

 

Por cierto, Comte (1798-1857) —quien para más de uno debemos considerar el primer sociológo de la historia— pensaba que el cambio generacional entre los seres humanos está directamente relacionado con la duración de la vida de las personas. Es decir, mantenía aún un criterio apegado a la Biología. Sostuvo que, si se alargara demasiado la duración de la vida de la gente, el tempo del progreso se ralentizaría; en tanto que, por el contrario, si nuestra vida tuviera menos duración, digamos la mitad o una cuarta parte del promedio actual, el tempo del progreso se aceleraría. ¿Por qué? Porque pensaba que la gente mayor es conservadora y los jóvenes revolucionarios, necesariamente, de tal suerte que, si perduraran más los primeros, el cambio se atascaría. Por supuesto, don Augusto se equivocó feo. Justo cuando la esperanza de vida ha aumentado como nunca —en 1800, a nivel mundial, difícilmente superaba los treinta años, mientras que, si bien con variaciones significativas según la región, actualmente la esperanza de vida global promedio ronda los 72-73 años—, la velocidad del progreso científico y tecnológico —justo como a él le parecía adecuado medirla— se ha vuelto vertiginosa.

 

Los primeros intentos de teorizar seriamente la cuestión de las generaciones fueron realizados en el marco del positivismo, sobre todo por franceses. “En el fondo de la cuestión estaba el afán por encontrar una ley general del ritmo de la historia, y de encontrarla a base de la ley biológica de la limitada duración de la vida del hombre y del hecho de la edad y sus etapas”, explica el húngaro Karl Mannheim (1893-1947) en el texto clásico de la Sociología en la materia, El problema de las generaciones (1928).

 

Otro francés, François Mentré (1877-1950), en su libro Les générations sociales, (1920), realizó la primera revisión histórica del concepto de generaciones, desde la perspectiva social. Hay que considerarlo el último positivista —su ensayo se apoya en el trabajo de Espinas— y el primero que logró salir de la visión biologista. Mentré desarrolla la tesis de que las generaciones humanas no sólo se definen por criterios biológicos o cronológicos, sino también por factores sociales y culturales que moldean su identidad colectiva. Mentré aventura por fin la idea de que cada generación está influida por el contexto histórico y las transformaciones sociales de su tiempo, lo que genera un conjunto de experiencias compartidas que configuran sus valores, actitudes y perspectivas. Para él, el concepto de generación es clave para entender la dinámica de cambio en las sociedades, ya que las tensiones y los contrastes entre generaciones impulsan la evolución social.

 

Será Karl Mannheim quien termine de redondear el concepto. En fin, sin adelantar la próxima entrega, adelanto que él comprendió que la juventud no es necesariamente innovadora y que la mera contemporaneidad biológica no basta para constituir una posición generacional afín, de modo tal que es perfectamente posible que sean hoy las personas más vetustas quienes sigan imponiendo patrones culturales a los más jóvenes. 

 

— Mi abuelo decía que su generación era más obediente –le comentó un padre a su hijo.

 

— Mi perro ahora dice lo mismo de mí —respondió el joven.