Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 17 de noviembre de 2024

Dobles dobles

  


Símbolo del caos y del mal, la Hidra de Lerna era un monstruo acuático de múltiples cabezas y aliento venenoso. En su Teogonía, Hesíodo (c. 700 a. C.) cuenta que quien logró aniquilar “con su implacable bronce” a “la perversa Hidra” —hija de Tifón y Equidna, dos aberraciones primordiales— fue nada menos que el héroe más célebre de la mitología griega: “el hijo de Zeus…, el Anfitriónida Heracles” —Heracles para los griegos, Hercle para los etruscos, Hércules para los romanos—. Ahora, Hesíodo nomina a Heracles como “el Anfitriónida” para hacer referencia a Anfitrión, su padre adoptivo, terrenal y falso, puesto que quien verdaderamente lo engendró fue Zeus, el Mero Mero, el Supremo, el rey de los dioses y los mortales. De lo anterior se desprende que Heracles tuvo dos abuelos paternos: uno verdadero, el dios titán Cronos, y otro falso, Alceo, rey de Tirinto —por eso en algún momento Ovidio se permite llamar a Hércules “el Alcida”—.

 

En cuanto a la madre del héroe griego, la cuestión es menos complicada: fue la argólide Alcmena, hija de Electrión, rey de Micenas. En su Escudo, Hesíodo describe así a la dama: 

… superaba a toda la especie de femeninas mujeres en aspecto y estatura; y, aún más, en espíritu ninguna era su rival de cuantas parieron mortales acostadas con mortales. De su cabeza y negras pestañas se exhalaba tal fragancia cual de la muy dorada Afrodita; además, tan de corazón honraba a su marido como nunca jamás lo honró ninguna de las femeninas mujeres.

Contaba ya aquí que para saciar las ansias que despertaban en su divino ser las despampanantes gracias de doña Alcmena y poder entablar comercio carnal con ella, el mañoso Zeus adoptó por entero la apariencia del marido, Anfitrión, y aprovechó la ocasión cuando él se hallaba guerreando fuera de Tebas:

Zeus se presentó una noche y, haciéndola durar como tres, yació con Alcmena en figura de Anfitrión y le relató lo sucedido con los teléboas. Cuando llegó Anfitrión y vio que su mujer lo acogía sin entusiasmo, le preguntó el motivo, y al decirle Alcmena que a su regreso la noche anterior ya se había acostado con ella, Tiresias le aclaró que la unión amorosa había sido con Zeus.

Así lo narra Pseudo-Apolodoro en su Biblioteca mitológica (c. s. I d. C.). Imposible concluir que Alcmena traicionó a su esposo —¿con él mismo?—. En esta versión del suceso, Zeus convirtió tres noches en una. Hesíodo no detalla si la noche aquella del encuentro sexual duró más de una. Diodoro Sículo (s. I a. C.) en su Biblioteca histórica (t. IV) consigna la misma antinatural duración del encuentro que Pseudo-Apolodoro: “… cuando Zeus se unió a Alcmena, triplicó la duración de la noche y, por la magnitud del tiempo que se empleó en la procreación, presagió la fuerza extraordinaria del que iba a nacer”. Higino (64 a. C. – 17 d. C.), en su Fábula, dice que Zeus “… suprimió un día y unió dos noches”, mientras que Publio Ovidio Nasón (43 a. C. – 17 a. C.), en Las metamorfosis, señala que esa noche duró lo que dos. Luciano de Samósata (125-181), en su Diálogos de los dioses, informó que la noche de amoríos del padre de los dioses con la mujer se prolongó por lo que duran tres días completos. Independientemente de cuántas horas haya tomado aquello, el caso es que Zeus consiguió embarazar a Alcmena, y enseguida, porque regresó victorioso, Anfitrión procedió a lo propio, así que Alcmena concibió dos hijos: de Zeus, a Heracles, “mayor una noche que Ificles, habido de Anfitrión”.

 

Anfitrión conocerá la verdad de lo ocurrido y descargará de toda culpa a su mujer. En la versión de Molière (1622-1673) de la comedia Anfitrión, el propio Júpiter, que es decir Zeus, convencerá al marido de que más bien debería sentirse orgulloso por lo sucedido:

No veo que para tu amor haya ningún motivo de queja, que en esta aventura soy yo, por más dios que sea, quien debe ser el celoso. Alcmena es toda tuya, hiciera lo que hiciese, y debe resultar muy grato para tu amor ver que, para agradarla, no hay otra vía que parecer su esposo: que Júpiter, revestido de su gloria inmortal, no ha podido por sí mismo vencer su fidelidad, y lo que ha recibido de ella solo a ti ha sido entregado por su ardiente corazón.

Transcurridos ocho meses —fueron prematuros—, Ificles nació primero, seguido por su medio hermano mellizo, el semidios Heracles. Esta secuencia se debe a que, celosa y deseando perjudicar a Heracles, Hera hizo que el parto de Alcmena se retrasara. Esto se logró mediante un engaño: la diosa hizo que las Ilitias no acudieran a tiempo a ayudar a Alcmena. No tenemos descripciones de los recién nacidos, pero por muy parecidos que hayan sido entre sí, mellizos de la misma madre, muy pronto Anfitrión y Alcmena supieron cuál era cuál. De nuevo, la fúrica esposa de Zeus, Hera, deseosa de asesinar al vástago de su casquivano hermano-consorte, hizo aparecer dos enormes serpientes en la cama de los bebés…



Alcmena, en el momento de apuro, gritó pidiendo ayuda a Anfitrión, pero antes de que él pudiera hacer algo, el pequeño Heracles se incorporó y estranguló a las serpientes con sus propias manos. Así lo consigna Ovidio, aunque Ferécides de Leros (c. 450 - 400 a. C.) cuenta una historia algo distinta: que más bien fue Anfitrión quien decidió poner las serpientes en la cama para averiguar cuál de los dos niños era el hijo de Zeus y cuál el suyo. Suena lógico: seguramente al pobre lo desquiciaba la igualdad. Diferenciar, separar, escindir, es la operación más primitiva para combatir el caos, para aniquilar a la Hidra.

domingo, 10 de noviembre de 2024

Sosias y mi prejuicio freudiano

   

El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente.

Jorge Luis Borges, El otro.

 

 

Me acabo de cachar a mí mismo cayendo en un prejuicio recién formado. Me ocurrió leyendo Más allá del principio del placer (1920), uno de los ensayos más importantes de Freud. Se trata de un prejuicio que se relaciona precisamente con el conspicuo neurólogo vienés —permítanme llamarlo así, pese a que don Sigismund Schlomo no nació en Viena, Austria, sino en Freiberg, hoy Příbor, una pequeña ciudad checa, y pese a que, aunque estudió Neurología, la mayor parte de su vida (1856-1939) más bien la dedicó al Psicoanálisis, la disciplina racional y humanista que él mismo fundó—. Acoto que el prejuicio al que aludo es de origen filológico.

 

En la sección segunda de su referido ensayo, Freud aborda el juego infantil, en particular, analiza el gusto que parecen mostrar todos los niños en la repetición, fenómeno que todos hemos observado más de una vez: “los niños repiten en el juego todo cuanto les ha hecho gran impresión en la vida…” Al respecto, se cuestiona qué placer le puede causar al infante repetir una y otra vez experiencias que en su momento les resultaron más bien displacenteras. He aquí parte de su respuesta:

En cuanto el niño trueca la pasividad del vivenciar por la actividad del jugar, inflige a un compañero de juegos lo desagradable que a él mismo le ocurrió, y así se venga en la persona de este sosias.

Ahí está: sosias, este fue el pivote que activó mi prejuicio. 

 

Ahora, ¿qué es un sosias? Sosias no es un concepto especializado, ni psicoanalítico ni médico; la palabra se puede encontrar en un diccionario cualquiera, el de la RAE, por ejemplo, la define así: “Persona que tiene parecido con otra hasta el punto de poder ser confundida con ella.” Un sosias es un doble. Así que, con sosias Freud se refiere a una persona que actúa como una réplica, como un clon de otra, o que desempeña el papel de un “otro” en la situación específica, la del juego infantil en el caso de su ensayo. En la cita que hago de Más allá del principio del placer, el sosias es un compañero de juegos del niño, que sirve como una proyección o sustituto de sí mismo para realizar una especie de acto de venganza. No es necesario agregar nada más en cuanto al significado del vocablo…, lo interesante está en el origen de sosias.

 

Sabemos por Cicerón (106 – 43 a. C.) que Titus Maccius Plautus o, castellanizado, Tito Macio Plauto, nació alrededor del año 250 a. C., quizá en Sársina, en la Umbría septentrional, y murió 66 años después. Fuera de eso, el señor es casi un perfecto desconocido, y digo casi y no perfecto porque conocemos parte de su obra literaria. Según Aulo Gelio (s. II), Plauto escribió más de una centena de comedias, cosa que se discute; como sea, de todas las que haya escrito, conservamos sólo veintiuna, entre otras Asinaria (La comedia de los asnos), Bacchides (Las Báquidas), Trinummus (Las tres monedas) y la que viene a cuento aquí: Amphitruo (Anfitrión).

 

Anfitrión es un personaje de la mitología griega. De él proviene la palabra anfitrión, como se verá, asociada a la idea de alguien que presta su casa o invita a alguien a su hogar. Anfitrión es también una comedia con tema mitológico, asociada con el llamado ciclo tebano y en particular con las circunstancias que antecedieron al nacimiento de Hércules —Heracles para los griegos—. Siete son los personajes que intervienen en la pieza de Plauto, dos dioses y cinco mortales. Los dioses: Júpiter, que es decir Zeus, y Mercurio, o sea Hermes, el mensajero. Los mortales: Anfitrión, general de los tebanos; Alcmena, esposa de Anfitrión; Blefarón, piloto; y Bromia y Sosias, esclavos de Anfitrión. Plauto mezcla comedia, confusión de identidades, farsa y situaciones absurdas para crear una historia humorística.


Jupiter and Alcmene, Nicolas Tardieu, after Perino del Vaga, 1729-1749.

Anfitrión parte a la guerra contra los teléboas, dejando en casa a su esposa, la bella Alcmena. Durante su ausencia, Júpiter, enamorado de Alcmena, decide aprovechar la oportunidad para poseerla. Adopta la apariencia de Anfitrión y, ayudado por su hijo Mercurio, quien a su vez se disfraza de Sosia, el esclavo del general tebano, se presenta en la casa de Anfitrión. Júpiter, que para eso es el padre de los dioses, logra engañar a Alcmena y pasa la noche con ella —en realidad, más de una noche: “yació tan a gusto con ella que suprimió un día y unió dos noches” (Higinio, Fabula)—.  “O sea, mi padre está ahora ahí dentro, Júpiter, metamorfoseado en Anfitrión, y todos los que le ven, se creen que lo es —así cambia el pellejo cuando le da la gana—; y yo he tomado la figura del esclavo Sosias…”, informa Mercurio al público al comienzo de la comedia de Plauto. Al amanecer, cuando el verdadero Anfitrión regresa victorioso de la guerra, suceden una serie de enredos y malentendidos… Sosias se enfrenta a un doble de sí mismo, quien no es otro que Mercurio disfrazado. A lo largo de la obra, el verdadero Anfitrión intenta comprender lo ocurrido, mientras que Alcmena no entiende su comportamiento, creyendo que ha pasado la noche con él. Finalmente, Júpiter revela la verdad. Alcmena dará a luz a un hijo de Júpiter, el futuro héroe Hércules…

 

Las andanzas de Mercurio vuelto Sosias ha perdurado, pues, en nuestro léxico. Además, con esa palabra se designa al tópico literario del doble, el impostor, el Doppelgänger… Ejemplos hay muchos: Molière escribió su propia versión de AnfitriónEl vizconde demediado de Italo Calvino, El hombre duplicado de José Saramago, El doble de Dostoyevski, El otro de Borges…

 

Bueno, ¿pero en dónde está mi prejuicio freudiano? Ocurre que cuando leí la explicación de Freud inmediatamente pensé que su vasta cultura siempre le permitió ser muy acertado para echar mano de referentes de la mitología griega. Pero en este caso no se trataba de eso… Resulta que al revisar la traducción en inglés del psicoanalista londinense James Strachey(1887-1967) encuentro que la palabra que empleó en vez de sosias fue sustituto:

As the child passes over from the passivity of the experience to the activity of the game, he hands on the disagreeable experi ence to one of his playmates and in this way revenges himself on a substitute.

Así que dudé… ¿Entonces qué palabra alemana usó Sigmund Freud en el texto original? En Jenseits des Lustprinzips no escribió sosias: “…und rächt sich so an der Person dieses Stellvertreters”, y Stellvertreters, en este caso, deberíamos traducir simple y llanamente como suplente vicario. Así que, honor a quien honor merece: el acertado sosias fue puesto en la traducción al español realizada por el porteño José Luis Etcheverry (1942-2000), publicada por Amorrortu. Con todo, debo decir que la traducción primera a nuestro idioma, la de Luis López Ballesteros y de Torres (1896-1938) para la editorial española Biblioteca Nueva, me gusta más: no es ni un sosias ni un sustituto, es cualquiera:

Al pasar el niño de la pasividad del suceso a la actividad el juego hace sufrir a cualquiera de sus camaradas la sensación desagradable por él experimentada, vengándose así en aquél de la persona que se la infirió.

domingo, 3 de noviembre de 2024

De la Tiniebla a Edipo

  

Se dan dos regímenes de relaciones entre

los dioses y los hombres: el convite y el estupro.

El tercer régimen, el moderno, es la indiferencia,

pero supone que los dioses ya se han retirado.

Roberto Calasso, Las bodas de Cadmo y Harmonía.

 

 

 

La mitología griega da cuenta cabal de toda la genealogía de Edipo rey. Digo cabal y digo toda, y no exagero: la pista filogenética del personaje trágico puede hilvanarse hasta algo previo al Principio, algo anterior a todo.


 

La historia familiar de Edipo de Tebas comienza desde el vacío primordial, el Caos. O si damos por buena la versión de Gaius Julius Hyginus (c. 64 a. C. – 17), la saga se remontaría al Calígine: en su Fabulae, el latino, quizá nativo de Hispania, menciona a Caligio, Tiniebla, como la entidad primaria, que existió incluso previamente que el Caos. En fin, después de la oscura nada, después de la total masa desordenada e informe… Pero qué tanto después. Imposible decirlo: el Caos no pudo durar mucho ni poco ni nada, puesto que no había tiempo.

Antes del mar y de las tierras y de lo que todo lo cubre, el cielo, era único el aspecto de la naturaleza en el orbe entero, al que llamaron Caos, masa informe y enmarañada y no otra cosa que una mole estéril…

Ovidio, Metamorfosis.

En fin, inmediatamente después o al cabo de universales eternidades, el Cosmos comenzó a conformarse cuando en medio del Caos surgieron “Gea, la de amplio pecho”, el tenebroso Tártaro y Eros, ellos tres, los primeros dioses, los inaugurales cósmicos.

 

Dueña ya de su propia existencia, ella, Gea, “alumbró al estrellado Urano”. Luego parió monstruos. Aún había muy poco, casi nada, menos tabúes: Gea se convierte en la consorte de su hijo celeste y juntos habrán de procrear a la primera camada de Cíclopes —los salvajes y violentos Brontes, Estéropes y Arges—, y también a los Hecatónquiros —Cottus, Briareos y Giges, temibles gigantes de cien manos y cincuenta cabezas—, pero además de todos esos monstruos, Gea y Urano incorporaron al mundo a los Titanes: doce, según Hesíodo, o trece, si contamos también a Dione.



Cuantos haya sido, entre ellos estaban Cronos, el tiempo, y dos ancestros de Edipo: “acostada con Urano, Gea dio a luz a Océano, de profundas corrientes” y a “la amable Tetis” (Hesíodo, Teogonía), el par, deidades del agua: ella personifica la fertilidad del mar; él, las aguas exteriores del mundo.



Los hermanos Océano y Tetis se desposaron y tuvieron muchísimos hijos e hijas, más de tres mil, los Oceánidas, dioses de los ríos, y las Oceánides, ninfas de estanques, lagos, lagunas, arroyos… Una de ellas, Melia, se unió con su hermano Ínaco, y fruto de este nuevo incesto nacieron Foroneo, Egialeo, Micene.

 

Foroneo sería un destacado héroe civilizatorio de la Argólida. Plinio el Viejo (23 – 79) se refirió a él como “el primer rey de Grecia”. Higino informa que más bien se decía que Foroneo había sido “el primer rey de los mortales” y “el primero que construyó un templo en Argos”. Pausanias (c. 110-180) en su Descripción de Grecia afirma que “Foroneo… reunió por primera vez en una comunidad a los habitantes, que hasta entonces vivían diseminados y cada uno por su lado”, y que en la ciudad de Argos se hallaba una estatua de Bitón en la que se mantenía encendido…

… un fuego que llaman de Foroneo, pues no están de acuerdo en que Prometeo dio el fuego a los hombres, sino que quieren transferir el invento del fuego a Foroneo.



En fin, este hombre se desposó con una ninfa, Tédice, con quien tuvo descendencia, el Bitón de la estatua aludida y la bella Níobe —no confundirla con la otra Níobe, la hija de Tántalo—, “la primera mortal a la que Júpiter forzó”, cuenta Higino, y donde él dice Júpiter, porque es romano, debemos entender Zeus.


 

Dado que aquí se entromete en el árbol genealógico de Edipo, conviene recordar que Zeus, igual que Melia y su hermano Ínaco, es también producto del incesto divino, hijo de dos Titanes. “Rea, entregada a Cronos, tuvo famosos hijos…”: Hestia, Deméter, Hera, Hades, Ennosigeo (Poseidón) y “el prudente Zeus, padre de dioses y hombres” (Hesíodo). Y conviene también recordar que “el prudente Zeus” tenía la arraigada maña de seducir, engañar o de plano violar diosas, ninfas y mujeres de carne y hueso. “Si damos crédito a las confidencias de Hera, su esposa-hermana, Zeus ‘siempre se empeñó en dormir ya sea con inmortales, ya sea con mortales’” (Roberto Calasso, Las bodas de Cadmo y Harmonía). No tenemos detalles, pero haya sido a la buena o la mala, Zeus se amancebó con Níobe, y engendró a Argos.

 

Argos le cambió el topónimo a la ciudad en la que su padre Zeus lo trajo al mundo: dejó de llamarse Foronea para llevar su propio nombre, y se desposó con Evadne, hija del dios pluvial Estrimón. De la prole de esta pareja debemos destacar a Ío, quien sería víctima de las urgencias eróticas que su belleza despertó en Zeus —su abuelo paterno—. Para ocultar su relación y proteger a Ío de la celosa Hera, Zeus transformó a Ío en una ternera. Ya hace unos días conté aquí que Ío sería restaurada a su forma humana para dar a luz a un hijo llamado Épafo, quien se convirtió en rey de Egipto, y también en bisabuelo de Cadmo, el tatarabuelo de Edipo.

domingo, 27 de octubre de 2024

A la sombra del asombro

   

Y podemos decir… de todo objeto histórico…,

lo que Heráclito decía del dios de Delfos,

que 'no dice ni esconde, sino significa'...

Cornelius Castoriadis, Lo que hace a Grecia.

 

 

Escribo “Vivimos tiempos extraordinarios”. Instantes, horas, años, centurias después, pero siempre ahora mismo, usted lee el aserto: Vivimos tiempos extraordinarios, y no se inmuta. La aseveración no modifica en nada su ánimo. Aquí, hoy, en las postrimerías del primer cuarto del siglo XXI, vivimos tiempos extraordinarios. Es un hecho, pero frasearlo así, por lo regular, causa el efecto contrario respecto a lo que la grandilocuencia del enunciado pretende: enhastía, embola, aburre…

 

— Vivimos tiempos extraordinarios…

 

— Ah, ¿sí? Qué bien, eh… –y a lo que sigue… Por varias razones, la frase provoca una reacción de escepticismo, desinterés o incluso fastidio. Menciono cinco.

 

Primera. En un mundo, este, el nuestro, donde los eventos espectaculares y los reportes escandalosos se hilvanan uno tras otro, la repetición cotidiana de esta sentencia ha llevado a las personas a volverse insensibles. En un ambiente atiborrado de estímulos y mucho ruido, la apatía cunde. La catarata inclemente de datos que se precipita sin pausa sobre nosotros ha provocado que la mayoría de la gente ande con un impermeable de indiferencia puesto. La saturación informativa causó que los individuos se hayan acostumbren a lo extraordinario, y, por ende, pierdan la capacidad de asombro. Lo extraordinario se ha vuelto cosa de todos los días.

 

Segunda. Cuando se presenta un momento histórico como “extraordinario”, la gente de inmediato espera presenciar eventos impactantes, preferentemente a tiro de piedra. Si lo que percibe directamente no cumple con esa expectativa, la reacción normal es la indolencia.

 

Tercera. Muchas veces, los eventos extraordinarios pueden parecer lejanos o ajenos a la vida cotidiana de las personas. Lo macro, lo estructural, lo histórico, usualmente es percibido como algo distante, algo que pasa en otra pista, de tal modo que las personas no se involucran emocionalmente con todo ello.

 

Cuarta. En tiempos de incertidumbre generalizada, como la que causan las crisis económicas, una pandemia, guerras o conflictos sociales de gran calado, las afirmaciones sobre la extraordinaria naturaleza del tiempo presente pueden ser interpretadas como intentos de manipulación o propaganda.

 

Quinta, y la que me parece más importante. Sin una adecuada y suficiente contextualización histórica, es difícil apreciar por qué un momento histórico determinado es considerado extraordinario. La historia está llena de eventos que, en su momento, fueron percibidos como comunes y sólo adquirieron significado con el tiempo. Sin esa perspectiva histórica, el presente puede parecer menos significativo. Si esto nos puede suceder a todos a nivel personal, el efecto es mayor conforme se escala.

 

Y con todo, hay que decirlo así: vivimos tiempos extraordinarios.

 

Vivimos tiempos extraordinarios, y el hecho de que nos haya tocado a nosotros vivirlos no asegura que seamos capaces de apreciar esta circunstancia. De hecho, suele suceder que la gente que tuvo la suerte de ser parte de los grandes cambios históricos no sea capaz de darse cuenta de ello. ¿Por qué? Justo porque está ahí y carece de una distancia mínima que le permita darle cierta perspectiva y contexto a lo que está ocurriendo. Por ejemplo, sea que se haya llamado realmente Rodrigo de Triana o Rodrigo Bermejo o Juan Bermejo o Rodrigo Pérez de Acevedo, que para el caso da lo mismo, ¿ustedes creen que el marinero que iba a bordo de la carabela La Pinta y avistó por primera vez tierra la madrugada del 12 de octubre de 1492 pudo entender la trascendencia del avistamiento que protagonizó? Digo, sin duda le habrá dado un gusto enorme, en principio porque le dio esperanzas de salvar el pellejo, pero de ahí a poder significar el impacto que tendría la llegada de la expedición de Colón al continente que años después se llamaría América hay una distancia enorme, trasatlántica. Bueno, recordemos que el almirante genovés mismo se fue de este mundo creyendo que había llegado al extremo oriental de Asia.

 

¿O qué me dicen del cura Hidalgo? Don Miguel fue fusilado en la Villa de San Felipe el Real de Chihuahua a las siete de la mañana del 30 de julio de 1811, es decir, 319 días después de lo que muchos años después llamaríamos el Grito de la Independencia. Murió, claro, con pleno conocimiento de las consecuencias que tuvo en su biografía propia el haber hecho lo que había hecho la noche del 15 de septiembre del año anterior, pero ¿imaginaría que algún día sería recordado como el Padre de la Patria? ¿De qué Patria? Nada menos que de un Estado Nacional que diez años después surgiría, el nuestro, México. Él y todas las personas que estaban en Dolores la noche del 15 de septiembre de 1810 no tenían forma de justipreciar la trascendencia del acontecimiento.

 

¿A cuántos hombres y mujeres como usted o como yo les habrá tocado presenciar el 1 de enero de 1861 el paso por la calzada de Chapultepec y luego por el Paseo Nuevo de Bucareli, dirigiéndose hacia el Zócalo de la Ciudad de México, del presidente Benito Juárez y su triunfante ejército liberal? ¿Cuántos habrán dimensionado la ocasión? ¿Cuántos habrán entendido en esos momentos que estaban presenciando el fin de la Guerra de Reforma?

 

O bien, ¿cuántos lectores habrá leído algún ejemplar de la primera edición del libro La sucesión presidencial en 1910, escrito por Francisco I. Madero y publicado en San Pedro, Coahuila, en diciembre de 1908? ¿Cuántos habrán podido valuar el carácter histórico del documento que tenían entre sus manos?

 

De igual modo, ¿qué tan apropiadamente hemos podido tasar nosotros, los coevos, la magnitud de los cambios que nos ha tocado presenciar? Hoy vivimos tiempos extraordinarios y para tratar de entenderlo, de entrada, conviene intentar prescindir un rato del desdén por lo propio, por lo que uno vive cotidianamente. Y quizá entenderlos sea tarea de los que vengan después, por lo pronto nuestra oportunidad es significarlos. Suele repetirse el dicho —que se atribuye a Napoleón— de que la historia la escriben los ganadores; cierto, aunque pocos caen en la cuenta de que quienes escribieron la historia no la ganaron antes de hacerlo, sino que resultaron ganadores justo porque la escribieron.

domingo, 20 de octubre de 2024

Eros sí, Tánatos no

  

La metapsicología de Freud es un intento…

de develar e interrogar, la terrible necesidad de

la conexión interior entre civilización y barbarie,

progreso y sufrimiento, libertad e infelicidad

—una conexión que se revela a sí misma finalmente

como aquella existente entre Eros y Tánatos—.

Herbert Marcuse, Eros y Civilización.

 

 

Luego de cinco años de violencia desenfrenada en la que participaron treinta estados nacionales, con la entrada en vigor del Tratado de Versalles, en enero de 1920 se formalizó el fin de la Gran Guerra. El conflicto armado —dado que habría de sucederle una Segunda, pocos años después la historiografía occidental lo llamaría Primera Guerra Mundial— había iniciado en julio de 1914, con la declaración de guerra austrohúngara al Reino de Serbia. La conflagración significó la muerte violenta de alrededor de cuarenta millones de seres humanos, considerando gente armada y desarmada. Uno de los bandos hostiles, el lidereado por las llamadas Potencias Centrales —el Reino de Bulgaria y los Imperios otomano, alemán y austrohúngaro—, sacrificó poco más de cuatro millones de militares. Tan sólo al Imperio austrohúngaro, la guerra, que perdió, le costó más de 1.5 millones de soldados, además de cerca de medio millón más de civiles que fallecieron a causa de la hambruna y las enfermedades. El Imperio austrohúngaro perdió algo más, su existencia: en 1919 fue disuelto —tratados de Saint-Germain y Trianon—. Viena, su ciudad capital, sufrió grandes pérdidas: se estima que alrededor de sesenta mil soldados oriundos de la ciudad murieron en el conflicto. 

 


Aquel mismo año, 1920, un prominente vecino de Viena —quizá para entonces ya con nacionalidad austriaca, aunque había nacido en un lugar, Příbor, que ahora era parte de la República Checa—, el doctor Sigmund Freud (1856-1939) publicó un ensayo cuyo primer borrador había terminado en marzo del año anterior: Más allá del principio del placer. Se trata de uno de sus escritos teóricos, metapsicológicos, más importantes; en palabras de James Strachey, el texto “inaugura la fase final de sus concepciones”. Freud sugiere que la compulsión de repetición que experimentamos todas las personas es una manifestación de la pulsión de muerte, en la que el sujeto se ve impulsado a revivir experiencias dolorosas como una forma de deshacer la tensión acumulada y, en última instancia, regresar a un estado absoluto de equilibrio, es decir, la muerte. La repetición de lo traumático o desagradable sería entonces una vía inconsciente hacia la descarga de esta pulsión. Es en Más allá del principio del placer que Freud plantea por vez primera la polaridad entre Eros y Tánatos. Con todo, conviene apuntar que el fundador de la teoría psicoanalítica jamás le asignó un nombre mitológico específico a la pulsión de muerte, como sí hizo con la pulsión de vida, a la que llamó Eros; aunque exploró profundamente el concepto, se refirió a esta pulsión generalmente como Todestrieb, “pulsión de muerte”, jamás como Tánatos. Y, me parece, tenía razón para no hacerlo…

 


Mientras que, según la versión más antiguas, Eros es una de las deidades primordiales, Tánatos —no confundir con el Tártaro, el Inframundo— apareció en la escena cósmica mucho después. En efecto, según los mitos más arcaicos Eros surgió del huevo original parido por la oscura Noche, o bien proviene directamente del Caos junto con Gea —la Tierra—, es decir, llegó al mundo incluso antes que Urano —el Cielo—. Por lo demás, al poderío de Eros se someten todos:

En primer lugar, existió el Caos. Después Gea, la de amplio pecho… Por último, Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los mortales el corazón y la sensata voluntad en sus pechos…

Hesíodo, Teogonía.


Este es el Eros al que se refiere Freud como la pulsión opuesta a la pulsión de muerte. La figuración de Eros como un dios niño, travieso y alado, más artística que mitológica, es posterior y seguramente corresponde a otros Eros —particularmente el hijo de Hermes y Artemisa—. Tampoco se trata del Eros que presenta Diotima de Mantinea en voz de Sócrates (Platón, El Banquete). El Eros que opone Freud a la pulsión de muerte es el primordial.

 

Por su parte, Tánatos ni siquiera es propiamente una deidad, sino apenas un daimon, un genio (Pierre Grimal, Diccionario de Mitología); alado, cierto, pero sólo un humilde genio. Como su hermano gemelo de Hipnos, el Sueño, es hijo de la Nix…

Parió la Noche al maldito Moros, a la negra Ker y a Tánatos; pero también a Hipnos —el dios del acto de dormir— y engendró a la tribu de los Sueños —los Óneiroi, personificaciones de los sueños de los durmientes—

Hesíodo, Teogonía.

Hypnos y Tánatos, William Waterhouse, 1874.

Peor, el genio de la muerte ni siquiera alcanzó a tener un mito propiamente dicho, “sino cuentos populares imaginados fuera de todo sistema mítico”, recalca Grimal. Por ejemplo, su aparición en la Ilíada es muy modesta; de hecho, sólo es mencionado junto con su mellizo y su actuar jamás es narrado por Homero. En el Canto XVI, Zeus ordena a Apolo que, una vez que lo haya lavado en un río y purificado con ambrosía, entregue el cadáver de su hijo Sarpedón —a quien dio muerte Patroclo— a…

… los veloces cosarios, los hermanos gemelos el Sueño y la Muerte, que pronto dejarán en las fértiles tierras de Licia su cuerpo, y sus deudos y hermanos podrán enterrarlo en un túmulo bajo un cipo, pues tales honores a un muerto se deben.

Rebaja, pues, a Hipnos y Tánatos al rol de cosarios funerarios, es decir, mandaderos. Por lo demás, en el contexto de la cosmovisión griega antigua, Tánatos —la muerte natural, a la que llegaremos tarde que temprano todos los mortales nada más por vivir— aparece totalmente opacado frente a dos de sus hermanas, Némesis, “azote de los hombres mortales” y a “la astuta Eris” —Hesíodo dixit—.

 

En Más allá del principio del placer, Freud estableció que “… la libido de nuestras pulsiones sexuales coincidiría con Eros… que cohesiona todo lo viviente”, mientras que equiparó las pulsiones de destrucción con la muerte… Considerando la capacidad organizar hecatombes que tenemos los humanos, Tánatos quedaba corto.


Maxmilián Pirner, El nacimiento de Eros.


domingo, 13 de octubre de 2024

El tatarabuelo de Edipo

  

Toda tragedia tiene anticipaciones,

amenazas que ponen en los cielos,

con los fugaces días del relámpago,

gruñidos pavorosos.

Enrique González Rojo Arthur, Los colmillos del dragón.

 

 

 

En lecturas precedentes y más ingenuas del periplo de Ulises no había yo reparado en la relevancia de uno de los personajes con quien se encuentra el héroe aqueo en su descenso al Hades, la desgraciada Epicasta (Yocasta). Así que hace muy poco caí en la cuenta de cuál es la referencia escrita más antigua que tenemos del mito de Edipo —siguiéndole la pista a Empédocles, llegué a ella fortuitamente—: se trata de un verso homérico (Odisea; Canto XI, 271-280). Dado que “… los cantos que llegarían a ser los poemas homéricos son reunidos y organizados por uno o dos poetas monumentales…hacia finales del siglo VIII antes de nuestra era” (Cornelius Castoriadis, Lo que hace a Grecia), resulta, pues, que el testimonio tiene poco más de dos mil setecientos años de antigüedad.

 

El "Ídolo de campana", figurilla de terracota hecha por alfareros tebanos del período Geométrico Tardío (750-690 a.C.), en la antigua Beocia. Representa probablemente a una diosa de la Naturaleza, vinculada a la tradición minoica. Estas figurillas, halladas en tumbas, pudieron haber sido usadas en ceremonias funerarias. Procedente de Tebas, Beocia.


Edipo, se sabe, no pudo salvarse de ser rey de Tebas, la vetusta ciudad griega situada unos cincuenta kilómetros al noroeste de Atenas. La fecha de la fundación histórica de Tebas es incierta, pero la arqueología muestra que ya existía como un asentamiento humano importante hacia el tercer milenio a. C., y que alcanzó un gran desarrollo durante la época micénica (siglos XV-XIII a. C.). Luego, no es extraño que Homero también se refiera a Tebas: “lejos de los aqueos fue de mensajero a Tebas en medio de numerosas cadmeidas” (Ilíada; V, 803-804). ¿Cadmeidas? El término alude a los descendientes de Cadmo, el fundador mítico de la ciudad, el tatarabuelo de Edipo…

 

¿Quién era el tal Cadmo? Es posible trazar su rastro desde el mismísimo Caos, pasando por las deidades primordiales, Gea y Urano, y luego por dos de sus hijos, Océano y Tetis, titanes acuosos e incestuosos, pero no exageremos…


Mosaico de Océano y Tetis

Casa de Océano, Zeugma, siglos II-III d. C.


Iniciemos cinco generaciones más adelante: comencemos por Ío, la sacerdotisa heráfora que fue transformada en ternera por Zeus para ocultar su relación con ella de los celos letales de Hera. Claro, Zeus se salió con la suya y resulta que con Ío —quien era su nieta— procreó a Épafo —o Apis, según Heródoto—. Épafo se haría del reinado de Egipto y, con Menfis, la náyade hija del río Nilo, traería al mundo a Libia. Pues Libia tendrá un nieto, que será Cadmo, porque Cadmo era hijo de Telefasa y del rey de Tiro, Agénor, y él, Agénor, era vástago de Libia y del poderoso dios de los mares, Poseidón. Así que Cadmo era descendiente directo tanto de Poseidón —nieto— como de Zeus —tataranieto—.


Poseidón con un tridente y un pez.

Tondo de una kílix ático de figuras rojas, 520-510 a.C.; Etruria.

 

Según la Biblioteca mitológica (III, 1), Cadmo nació en Fenicia, al igual que su hermana Europa y sus hermanos Fénix y Cílix —aunque según Homero, Europa era hija de Fénix, “el famoso en remotos confines” (Ilíada; IX, 438)—. El caso es que Zeus, cautivado por la belleza de Europa, su tataranieta, decidió raptarla. Para seducirla, Zeus Olímpico se transformó en un majestuoso toro blanco:

… su color es el de la nieve que no han pisado las huellas ni ha derretido el lluvioso Austro; su cuello rebosa de músculos, sobre los brazuelos le cuelga la papada, los cuernos son pequeños ciertamente, pero de los que podrías afirmar que habían sido hechos a mano y más resplandecientes que una piedra preciosa sin mancha; ninguna amenaza en su frente y ninguna mirada que aterre: su rostro respira paz. (Ovidio, Metamorfosis; II)

Mientras Europa recogía flores cerca de la playa, el animal se acercó mansamente y ella lo acarició; la bestia le ofreció la grupa…

Ella, arrebatada, abrió los muslos

y encaramándose al animal,

añadió a la cordillera del espinazo

taurino

su pequeño, pero húmedo y ardiente,

montículo de Venus.

(Enrique González Rojo Arthur, Los colmillos del dragón)

… lo cual el toro-Zeus aprovechó para lanzarse al mar y llevársela sobre las olas hasta Creta.

 

Jean el Viejo (1500-1560) - 1550. El rapto de Europa.


Según Mosco de Siracusa (s. II a. C.), la noche previa Europa había soñado

… que dos tierras, cercanas y lejanas, competían entre sí por poseerla. Su apariencia era la de mujeres; una tenía el aspecto de una extranjera, mientras que la otra se parecía a las damas de su propio país. Esta última se aferraba vehementemente a la doncella, diciendo que era la madre que la había dado a luz y criado, pero la mujer extranjera le echó violentas manos encima y la llevó lejos…

Ya en la isla de Creta, Zeus reveló su verdadera identidad y por fin se amancebó con la princesa fenicia.

 

En Las bodas de Cadmo y Harmonía, el erudito florentino Roberto Calasso (1941-2021) ofrece dos versiones del mito, si no más históricas, sí más historiográficas. Una:

Fueron los ‘lobos mercaderes’ desembarcados de Fenicia quienes raptaron en Argos la tauropárthenos, la virgen dedicada al toro, llamada Io… Esto encendió la hoguera del odio entre los dos continentes. A partir de entonces Europa y Asia luchan… Así, los cretenses… arrebataron a Asia a la joven Europa. Regresaron a su patria en su nave con forma de toro.

La otra:

Llegados a la Argólide, los mercaderes fenicios pasaron… días vendiendo sus mercancías, procedentes del mar Rojo, de Egipto y de Siria. La nave estaba anclada… Las últimas mercancías estaban todavía por vender cuando llegó un grupo de mujeres, y entre ellas lo, la hija del rey. Siguieron comerciando. De repente los marineros mercaderes se arrojaron sobre ellas… lo y otras fueron raptadas. Éste es el rapto al cual respondieron luego los cretenses cuando raptaron en Fenicia a la hija del rey, Europa.

La joven Europa se convertiría en madre de varios hijos, entre ellos el rey Minos.

Zeus primero engendró a Minos, bastión para Creta;

Minos, a su vez, tuvo un hijo, el intachable Deucalión,

y Deucalión me engendró a mí, soberano de muchos hombres

en la ancha Creta. Y ahora las naves me han traído aquí

para tu desgracia, la de tu padre y la de los demás troyanos.

—le diría Idomeneo a Eneas en medio de la guerra de Troya (Ilíada, XIII, 445-454).

 

En resumidas cuentas, según la mitología griega, Europa era asiática, oriunda de Fenicia, región situada en la costa oriental del mar Mediterráneo, en lo que hoy corresponde principalmente al Líbano, así como partes de Siria e Israel. También vale recordar que la primera civilización europea fue precisamente la cretense o minoica —abarcó más de un milenio, c. 2700 – 1450 a. C.—. Y recalco: Europa era nieta de Libia, la mujer africana por antonomasia para los griegos.

 

Enterado del secuestro, el padre de Europa ordenó tanto a su mujer Telefasa como a sus hijos que partieran en búsqueda de la joven. Emprendieron el viaje, pero nadie pudo encontrarla… Por fin se resignaron a que Europa jamás regresaría a casa. Fénix volvió a Fenicia, mientras que Cílix estableció su dominio cerca del río Píramo, en tanto que Cadmo y su madre se quedaron en Tracia. Transcurrió algún tiempo, y un mal día Telefasa falleció. Después de enterrar a su madre, Cadmo se dirigió a Delfos para consultar al oráculo cómo debía continuar la búsqueda de su hermana Europa. “El dios le contestó que no se ocupase de ella, sino que, con una vaca como guía, fundase una ciudad allí donde el animal cayera agotado”. Cadmo tomó pues camino, cruzó Fócide, “y habiendo hallado la vaca en los rebaños de Pelagonte, la siguió. Ésta, tras recorrer Beocia, se tendió en el actual emplazamiento de Tebas” (Biblioteca mitológica; III, 4). Ahí fundó Cadmo una fortaleza, Cadmea, la cual a la postre se convertiría en Tebas.


Cadmo y el dragón. 360 - 340 a. C.


Cadmo es un típico héroe cultural. En una apropiación racionalista de la mitología, Heródoto (c. 484 – 425 a. C.) informa:

… esos fenicios que llegaron con Cadmo… introdujeron en Grecia muy diversos conocimientos, entre los que hay que destacar el alfabeto, ya que, en mi opinión, los griegos hasta entonces no disponían de él. (Historia; V, 58)

Después de que Cadmo pagara a Ares —“el más veloz de los dioses que poseen el Olimpo” (Odisea, VIII, 330)— cierta deuda —el fenicio había matado a un dragón del dios y luego provocado el casi total exterminio de los descendientes dientes-espartos del fantástico ser—, Atenea le otorgó el reino de Tebas, y Zeus le daría una esposa: Harmonía. Para los antiguos griegos, la dialéctica era un juego de niños: Harmonía era hija de Afrodita y Ares, es decir, las deidades del amor erótico y de la violencia extrema, la guerra —Venus y Marte, en la mitología romana—: la pulsión de vida y la pulsión de muerte engendraron una madre que terminaría convertida en serpiente.


Evelyn De Morgan, Harmonía y Cadmo.
 

Harmonía y Cadmo procrearán un hijo, Polidoro, y cuatro hijas, Autónoe, Ino, Sémele y Ágave. Sémele, fecundada por Zeus, se convertiría en madre de Dionisio; Ino sería vuelta loca por la fúrica Hera y luego, por compasión divina, convertida en la nereida Leucótea, mientras que Polidoro heredará el trono de Tebas, y con Nicteide tendrá un hijo.

 

El hijo de Polidoro y Nicteide llevará por nombre Lábdaco, y llegará al trono de Tebas. Su reinado fue breve, ya que murió joven en una guerra contra Atenas. Layo, su hijo, fue dejado al cuidado de un regente hasta que alcanzó la mayoría de edad. Y, finalmente, Layo tendría la mala fortuna de procrear, con su consorte Yocasta, al pobre Edipo.

 

De la tragedia que el destino condena a Edipo todos y todas estamos al tanto, desde Homero, pero sobre todo por Sófocles. En su descargo, quede al menos claro que en materia de incesto, el célebre tebano educado en Corinto por Pólibo y Mérope no fue el primero en transgredir el tabú: por lo menos uno de sus ancestros, el más importante de todos, fue un incestuoso consuetudinario: Zeus, el padre de los dioses.

 

Así, en la tragedia de Edipo, se despliega no sólo la fatalidad del destino, sino también un eco ancestral de una moral quebrantada. En una cosmovisión en la cual el destino juega tanto con los mortales como con los dioses, el incesto no sólo es un crimen, sino un reflejo de la naturaleza humana.


Edipo y la Esfinge. Kílix ático de figuras rojas.

Atribuido al Pintor de Edipo por Beazley; 500 - 450 a.C.