Es repugnante: entra al sauna, se sienta, y comienza a contar chistes soeces mientras carraspea escandalosamente y escupe. ¡Guácala! Aunque nunca falta un roto para un descocido, casi nadie se ríe de sus trilladas cuchufletas; la repulsión termina imponiéndose y el marrano suele quedarse solo. Pero ayer fue distinto: me agarró de malas y con una lectura fresca, así que tan pronto tiró el primer gargajo al suelo, lo espeté:
− Resorbere salivam inurbanum est, quemadmodum et illud quod quosdam videmus non ex necessitate, sed ex usu, ad tertium quodque verbum expuere.
Entre curiosos y espantados, sin dejar de mirarme, él y el resto de los encuerados guardaron silencio. Van a creer que estoy poseído... ¿Qué crees, mi amor?, a un señor le dio glosolalia en los baños del club... Pero no, resulta que el cerdo reaccionó en forma insospechada:
− Perdone, padrecito –dijo, se levantó y se fue.
− ¿Pos qué le dijiste, tú? –tan pronto el puerco salió, me preguntó uno que me conoce y sabe que no soy cura.
− “Sorberse la saliva es incivilizado, así como lo es aquello que a algunos, no por necesidad, sino por usanza, vemos hacer, escupir a cada tres palabras”... Erasmo de Rotterdam.
− Órale. ¿Y ése? Un cura, ¿no?
Efectivamente, Erasmo fue ordenado sacerdote en 1490. El humanista holandés fue un trotamundos, pero ya en sus últimos días trató de sentar cabeza. En 1529, rodeado por la ola reformista, se fue a vivir a la ciudad católica de Friburgo de Brisgovia, en el suroeste de lo que hoy es Alemania. Al año siguiente, allí publicó un pequeño opúsculo, De civilitate morum puerilium.
En El proceso de la civilización (FCE, 1987), el sociólogo Norbert Elias (1897-1990) concede un lugar destacadísimo en la historia de las ideas de Occidente al librito de Erasmo: “la transformación del concepto civilité en el de civilisation”. El pequeño tratado erasmiano, dedicado al joven Enrique de Borgoña, hijo de Adolfo, príncipe de Veere, aborda las formas correctas de conducta. ¿Cómo debe comportarse una persona civilizada? Algunas muestras…
Hace casi medio milenio, Desiderius Erasmus Rotterdamus (1466/69 - 1536) dedicó pluma e ingenio para prescribir, por ejemplo, que Si aliis præsentibus incidat sternutatio, civile est corpus avertere; o sea: si estornudas vuelve de lado el cuerpo para no salpicar, y ello, mucho antes de que se tuviera noticia de la existencia de los virus y de su fea maña de volar por los aires para ir a invadir nuevas víctimas.
Dudo que el renacentista imaginara el azote que la bulimia causaría siglos más tarde entre algunas adolescentes, sin embargo establecía: “vomitar no es deshonroso; pero por glotonería provocar el vómito es monstruoso”.
Erasmo pide pulcritud, pero sin exageraciones: “Pueblerino es andar con la cabeza despeinada; rija en ello el aseo, no el lustre, propio de muchachas.” Metrosexuales, abstenerse: “las mejillas tíñalas el pudor natural y biennacido, no afeite ni color postizo.”
El anterior y algunos similares son mandatos que pueden atenderse, o no, sin mayor dificultad, pero encuentro otros que de plano sólo los iniciados podrían seguir al pie de la letra; por ejemplo, intenta plantar la mirada como don Erasmo indica: “sean los ojos plácidos, pudorosos, llenos de compostura: no torvos, lo que es señal de ferocidad; no maliciosos, que lo es de desvergüenza; no errantes y volvedizos, que es signo de demencia; no bizqueantes, que es propio de suspicaces y maquinadores de trampas, ni desmesuradamente abiertos, que lo es de estúpidos, ni apiñados a cada paso con párpados y mejillas, que lo es de inestables, ni estupefactos, que lo es de pasmados..., ni demasiado penetrantes, que es seña de iracundia, tampoco insinuadores y habladores, que es seña de impudicia”.
De civilitate morum puerilium se compone de veinte capítulos. El primero juega las veces de prólogo. Después dedica diez capítulos al externum corporis decorum; la mirada, las cejas, la frente, la nariz, las mejillas, la boca, los dientes, el cabello, la postura, la desnudez y las excrecencias son motivos sobre los cuales Erasmo de Rotterdam dictamina. El siguiente apartado se aboca a la vestimenta, y los seis que continúan tienen que ver con las formas de conducirse en el templo, en la mesa y en el juego. El último se refiere a la conducta en el dormitorio. El manualito fue un exitazo editorial; en el mismo siglo XVI aparecieron traducciones en francés, el lenguaje cortesano por antonomasia, y también, claro, en italiano e inglés. Aunque hubo una versión en catalán, la primera traducción al castellano se la debemos a Agustín García Calvo, publicada en una edición bilingüe del Ministerio de Educación y Ciencia de España (2006, 2ª ed.). Pienso que la mayoría de quienes hoy compartimos la condición de occidentales seguimos valorando como apropiadas las maneras que Erasmo recopiló. Y en buena medida, descontando al asqueroso escupidor compulsivo del sauna, en ello estriba el ideal de civilización que nos agrupa. Veremos...
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