Exordio
Hace unos cinco años entré a la Barnes & Noble de Coral Gables, en Miami. Iba en busca de varios títulos y no lo logré dar con uno solo; un hallazgo me lo impidió: en las primeras estanterías me topé con un pequeño volumen firmado por Karen Armstrong, A short history of myth (New York, 2005. Canongate). Fascinante: la idea era hojearlo, pero el texto ya no me soltó... Ayer, en la cafebrería El Péndulo de la Condesa, en la mesa de novedades, una sorpresa: ediciones Salamandra está distribuyendo una traducción del libro. Así que ya se puede conseguir Breve historia del mito en México; enseguida, un sumario del capítulo inicial.
¿Qué es un mito?
Los seres humanos, criaturas creadoras de significados, siempre han sido creadores de mitos. Desde los albores de la humanidad, inventamos relatos que nos han permitido colocar nuestras vidas como parte de un entramado más grande, que a su vez revele un patrón subyacente, y nos dé un sentido de que, pese a las deprimentes y caóticas evidencias de lo contrario, la vida tiene sentido y valor.
Una característica particular de la mente humana es su capacidad de tener ideas y experiencias que no podemos explicar racionalmente. Tenemos imaginación, la facultad que nos permite pensar en algo que no tiene presencia inmediata, y que, al menos la primera vez que la concebimos, no proviene de la experiencia objetiva. La imaginación es la facultad que produce religión y mitología, pero también es la facultad que permite a los científicos producir nuevos conocimientos e inventar tecnología. Ambos, mitología y ciencia amplían el espectro de los seres humanos.
Las tumbas de los hombres de Neandertal dan testimonio de cinco cosas importantes acerca de los mitos: i) siempre encuentra sus raíces cercanas a la muerte y al miedo a la extinción; b) los huesos de los animales que se encuentran en las tumbas indican que los entierros eran acompañados de sacrificios, lo cual muestra que la mitología es inseparable de la ritualidad; c) de alguna manera, el mito es recreado junto a las tumbas, en el límite de la vida humana: los mitos más poderosos se refieren a la lo extremo, dado que nos obligan a ir más allá de nuestra experiencia, los mitos versan sobre lo desconocido; d) el mito no es una historia que por sí misma deba ser contada, sino que siempre muestra como deberíamos comportarnos; y e) toda la mitología habla sobre otro plano de la existencia, paralelo a nuestro propio mundo y que en cierta forma lo soporta. Los mitos dan forma explícita a una realidad que la gente percibe intuitivamente.
La mitología no es un asunto de teología, no en el sentido moderno del término; la mitología aborda la experiencia humana. En los inicios, no había una frontera entre el mundo de los dioses y el mundo de los seres humanos: la gente pensaba que los dioses, los humanos, los animales y toda la naturaleza eran inseparables, sujetos a las mismas leyes y conformados de la misma sustancia divina.
Todos queremos saber de dónde venimos, pero como nuestros orígenes están perdidos en la niebla de la prehistoria, hemos creado mitos acerca de nuestros ancestros que no se refieren a hechos históricos pero nos ayudan a explicar situaciones reales. También queremos saber a dónde vamos, por ello hemos creado historias sobre la existencia después de la muerte. Y queremos explicar esos momentos sublimes, en los que nos vemos transportados más allá de nuestros preocupaciones ordinarias.
Desde el s. XVIII, hemos desarrollado una perspectiva científica de la historia: nos preocupamos de que la historia refiera hechos que efectivamente sucedieron. En cambio, un mito narra un evento que, en cierto sentido, sucedió alguna vez, pero que también ocurre todo el tiempo.
La sensación de trascender ha sido siempre parte de la experiencia humana. Buscamos momentos de éxtasis. La religión ha sido una de las formas más tradicionales para alcanzar el éxtasis, pero si la gente ya no lo encuentra más en sus templos, entonces lo toma de otra parte: el arte, la música, la poesía, el rock, la danza, las drogas, el sexo y el deporte.
Es un error conceptualizar al mito como una forma inferior de pensamiento. La mitología no pretende contar historias objetivas; como una novela, el mito es un creador de creencias. En mitología nos entretenemos con hipótesis…
Un mito es verdadero porque es efectivo. Si funciona, es decir, si nos obliga a cambiar nuestras mentes y corazones, nos brinda esperanza y nos invita a vivir más intensamente, es un mito válido. Un mito es esencialmente una guía.
En el mundo premoderno, la mitología era indispensable. No sólo ayudaba a la gente a darle sentido a sus vidas, sino también a revelarle regiones de la mente humana que de otra manera permanecerían inaccesibles. La mitología fue una forma temprana de psicología.
Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.
domingo, 28 de marzo de 2010
viernes, 19 de marzo de 2010
Apelando al belga
− ¿Ya leíste el libro con el que el ¡!*%$#& de Aldán ganó el premio ése de Peña Nieto?
− ¿Cuál premio de Peña Nieto? Más respetillo: fue el Certamen Internacional de Literatura Letras del…
− Ése, pues.
− Nada de ése... Ahí nomás para que lo apuntes: se trata del galardón literario mejor pagado del país.
− ¡Pues qué poca! ¡Qué derroche! ¡Habiendo tanta gente pobre en este país!
− Lo que pasa es que te corroe la envidia, maestro. Y como dijo Ovidio: la envidia, el más mezquino de los vicios, se arrastra por el suelo como una serpiente. Así que ¡enróscate, bífido engendro del mal, y vete a tu nido a trabajar!... A ver si acabas por fin la novela que llevas diez años diciendo que estás escribiendo.
El Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz 2009, en la categoría de Cuento, tuvo como jurados a dos escritores y un crítico: Óscar de la Borbolla, Guillermo Samperio y Lauro Zavala, respectivamente, de quienes podrán cantarse las misas que usted guste, pero de que saben del género, saben. En cuanto a los ganadores, el primer lugar fue para Primo Mendoza Hernández, por su libro Territorios; el segundo para el susodicho Aldán, y el tercero para Víctor Armando Cruz Chávez, por Los hijos del caos.
Todo apunta a que, hará cosa de dos años, Edilberto Aldán (1970), un chilango avecindado en Aguascalientes, tuvo entre manos 21 cuentos terminados y decidió hilvanarlos en una antología. Lugo, supongo, tituló el compendio apelando a un belga: Rápidas variaciones de naturaleza desconocida. Firmó con un pseudónimo, fotocopió, envió y ganó. El premio, además de billetes verdes, incluyó la publicación de la obra; se dice que de lo primero resultó beneficiado un hatajo de acreedores, mientras que de lo segundo, una presunta comunidad, los lectores.
El Gobierno del Estado de México publicó el libro de Edilberto; impresión a dos tintas, diagramado estupendo, atinado diseño tipográfico, edición cuidadosa y hasta buen papel. Tres mil ejemplares de un libro que incluso antes de leerlo ya resulta agradable.
− Oye, ¡pero qué descaro! ¿Ya viste cómo inicia el libro?
No es cuento: después de los consabidos paratextos preliminares (epígrafes, dedicatoria, títulos y subtítulos), en la narración que abre el libro, “Interpósita persona”, Aldán arranca:
Honorables miembros del Jurado del Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz, me permito hacerles la siguiente propuesta: si me conceden el primer lugar, se pueden quedar con el monto económico; no me interesa el dinero, lo que deseo, lo que necesito, es el prestigio del ganador.
− ¡Habráse visto tamaña perversión literaria!
− Perverso César Nava, que se atrevió a meter un verso de Sabina en el chorro mareador que publicó hace unos días.
− No me cambies de tema: ¡aquí está la prueba! ¡Aldán compró el premio!
− ¿No entiendes que es un cuento? Checa el siguiente párrafo:
Así empieza Pequeñas y fugaces memorias, el libro de cuentos que mandé al concurso...
− Pero si es una confesión de culpa...
− Que no, terco: el libro no se llama Pequeñas y fugaces memorias, no Rápidas variaciones de naturaleza desconocida.
− ¡Es un truco! La antología se divide en tres apartados: Vida fantasma (tres cuentos), Ceremonias del aire (tres cuentos) y, ojo, Pequeñas y fugaces memorias (quince cuentos). En el primer cuento, Aldán se abre de capa y enlista todos las formulitas que siguió: “siempre hay que colocar las mejores historias al principio y al final”, prescribe. Y luego: “jamás inicien su libro con cuentos breves”. ¿Y qué tal este?: “hallar las citas adecuadas para colocarlas como epígrafes y dividir el libro en apartados”, y tal cual: primero el belga, Henry Michaux, luego Julio Cortázar, después Corman McCarthy, y remata, nomás para que nadie diga que no se cuadra al canon, Borges.
− ¿Pero quién dice eso, Aldán, el autor explícito, o el implícito o un personaje...? Entiende: el primer texto no es una carta a los miembros del jurado, es otro cuento...
Ciertamente, el armado de la antología resulta tan eficaz que una lectura ingenua del libro de Edilberto podría dejar la mirada en el bosque y pasar por alto los árboles, que en el caso del cuento, son lo que realmente importan. Porque, a la larga, ¿qué trasciende, la colección de narraciones o la fuerza estética de alguna o algunas de ellas? Una sesuda discusión entre especialistas sobre el tino o falta de tino que tuvo Rulfo −¿y Arreola?− a la hora de optar por el orden en que aparecerían los cuentos en El llano en llamas se olvida fácilmente leyendo Macario.
Leí Rápidas variaciones de naturaleza desconocida con la intención de entender un libro, un artefacto literario; afortunadamente, cuentos como Coral o Providencia me obligaron a deportar el propósito al cajón de las intrascendencias.
Felicidades, Aldán.
− ¿Cuál premio de Peña Nieto? Más respetillo: fue el Certamen Internacional de Literatura Letras del…
− Ése, pues.
− Nada de ése... Ahí nomás para que lo apuntes: se trata del galardón literario mejor pagado del país.
− ¡Pues qué poca! ¡Qué derroche! ¡Habiendo tanta gente pobre en este país!
− Lo que pasa es que te corroe la envidia, maestro. Y como dijo Ovidio: la envidia, el más mezquino de los vicios, se arrastra por el suelo como una serpiente. Así que ¡enróscate, bífido engendro del mal, y vete a tu nido a trabajar!... A ver si acabas por fin la novela que llevas diez años diciendo que estás escribiendo.
El Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz 2009, en la categoría de Cuento, tuvo como jurados a dos escritores y un crítico: Óscar de la Borbolla, Guillermo Samperio y Lauro Zavala, respectivamente, de quienes podrán cantarse las misas que usted guste, pero de que saben del género, saben. En cuanto a los ganadores, el primer lugar fue para Primo Mendoza Hernández, por su libro Territorios; el segundo para el susodicho Aldán, y el tercero para Víctor Armando Cruz Chávez, por Los hijos del caos.
Todo apunta a que, hará cosa de dos años, Edilberto Aldán (1970), un chilango avecindado en Aguascalientes, tuvo entre manos 21 cuentos terminados y decidió hilvanarlos en una antología. Lugo, supongo, tituló el compendio apelando a un belga: Rápidas variaciones de naturaleza desconocida. Firmó con un pseudónimo, fotocopió, envió y ganó. El premio, además de billetes verdes, incluyó la publicación de la obra; se dice que de lo primero resultó beneficiado un hatajo de acreedores, mientras que de lo segundo, una presunta comunidad, los lectores.
El Gobierno del Estado de México publicó el libro de Edilberto; impresión a dos tintas, diagramado estupendo, atinado diseño tipográfico, edición cuidadosa y hasta buen papel. Tres mil ejemplares de un libro que incluso antes de leerlo ya resulta agradable.
− Oye, ¡pero qué descaro! ¿Ya viste cómo inicia el libro?
No es cuento: después de los consabidos paratextos preliminares (epígrafes, dedicatoria, títulos y subtítulos), en la narración que abre el libro, “Interpósita persona”, Aldán arranca:
Honorables miembros del Jurado del Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz, me permito hacerles la siguiente propuesta: si me conceden el primer lugar, se pueden quedar con el monto económico; no me interesa el dinero, lo que deseo, lo que necesito, es el prestigio del ganador.
− ¡Habráse visto tamaña perversión literaria!
− Perverso César Nava, que se atrevió a meter un verso de Sabina en el chorro mareador que publicó hace unos días.
− No me cambies de tema: ¡aquí está la prueba! ¡Aldán compró el premio!
− ¿No entiendes que es un cuento? Checa el siguiente párrafo:
Así empieza Pequeñas y fugaces memorias, el libro de cuentos que mandé al concurso...
− Pero si es una confesión de culpa...
− Que no, terco: el libro no se llama Pequeñas y fugaces memorias, no Rápidas variaciones de naturaleza desconocida.
− ¡Es un truco! La antología se divide en tres apartados: Vida fantasma (tres cuentos), Ceremonias del aire (tres cuentos) y, ojo, Pequeñas y fugaces memorias (quince cuentos). En el primer cuento, Aldán se abre de capa y enlista todos las formulitas que siguió: “siempre hay que colocar las mejores historias al principio y al final”, prescribe. Y luego: “jamás inicien su libro con cuentos breves”. ¿Y qué tal este?: “hallar las citas adecuadas para colocarlas como epígrafes y dividir el libro en apartados”, y tal cual: primero el belga, Henry Michaux, luego Julio Cortázar, después Corman McCarthy, y remata, nomás para que nadie diga que no se cuadra al canon, Borges.
− ¿Pero quién dice eso, Aldán, el autor explícito, o el implícito o un personaje...? Entiende: el primer texto no es una carta a los miembros del jurado, es otro cuento...
Ciertamente, el armado de la antología resulta tan eficaz que una lectura ingenua del libro de Edilberto podría dejar la mirada en el bosque y pasar por alto los árboles, que en el caso del cuento, son lo que realmente importan. Porque, a la larga, ¿qué trasciende, la colección de narraciones o la fuerza estética de alguna o algunas de ellas? Una sesuda discusión entre especialistas sobre el tino o falta de tino que tuvo Rulfo −¿y Arreola?− a la hora de optar por el orden en que aparecerían los cuentos en El llano en llamas se olvida fácilmente leyendo Macario.
Leí Rápidas variaciones de naturaleza desconocida con la intención de entender un libro, un artefacto literario; afortunadamente, cuentos como Coral o Providencia me obligaron a deportar el propósito al cajón de las intrascendencias.
Felicidades, Aldán.
jueves, 11 de marzo de 2010
El futuro, un sitio tenebroso
− Yo no sé para qué andan firmando pactos y acuerdos, si de todos modos el mundo ya se va a acabar.
− ¡Achis!
Y es que sí, lo que va del 2010 ha estado muy movidito: el mismo primero de enero, casi 50 personas murieron aplastadas por toneladas de lodo, cuando las lluvias terminaron por colapsar una considerable porción de una montaña en Angra dos Reis, Brasil. Luego, el día 9, California fue sacudida por un sismo de 6.5 grados, claro, nada comparado con lo que unos pocos días después sucedió: el día 12, Haití terminó de ser devastado por un terremoto de 7 grados y las incontables réplicas que le sucederían: cientos de miles de muertos y cientos de miles de sobrevivientes en total desamparo. A las pocas horas, tembló en Mendoza, Argentina (5.6 grados en la escala de Richter), y el movimiento se percibió hasta La Rioja. Después, el 26 de febrero le tocaría el turno a Japón: un movimiento de 7 grados le pegó a Okinawa, y los videos grabados desde celulares y otros dispositivos invadieron la mediósfera. Al día siguiente, un señorón movimiento telúrico de 8.8 grados se dejó sentir en Chile. De inmediato el pavor cundió por el Pacífico: desde las propias costas del cono sur hasta el archipiélago polinesio, el fantasma de un tsunami no dejó dormir a muchos, salvo a los que sí terminó por romperles el porvenir. Ya en el mes de marzo, el día 3, las costas de Sumatra fueron lastimadas por los acomodos tectónicos. El día 8 le tocó su turno a Turquía: un ramalazo sísmico de 5.9 grados mató a cientos. La cosa no para: sigue habiendo considerables réplicas en Taiwan, Chile y Haití, lo que mantiene el tufillo de catástrofe en los noticieros de todo el mundo.
− ¡Ora sí, pecadores! ¡Arrepiéntanse!
Ante tanto exabrupto geológico, aquí en México las declaraciones de los políticamente correctos no se dejaron esperar:
− Más nos valdría no olvidar en dónde vivimos: un día de estos nos toca uno fuerte y a ver de a cómo nos toca, ¿eh?
Y de ahí para arriba:
− Señoras y señores, es momento de preguntarnos, ¿estamos realmente preparados?
En la Cámara de Diputados organizaron un simulacro, y ya con el ánimo fatalista bien embebido, alguien me cuestionó hace poco:
− ¿Tú crees que actuaremos como se debe en caso de tragedia?
− Pues sí, por definición, si no, no sería tragedia.
Y a río revuelto: los rumores. Uno comenzó a tomar forma en twitter y facebook: que se sabe que por ahí dicen que unos científicos tienen la seguridad de que en las primeras semanas de marzo ocurrirá un gran terremoto, the big one. Y más: quesque tendrá su epicentro en las costas de Guerrero, y para acabar pronto que la Ciudad de México quedará reducida a escombros... ¿O dijeron que sería Guadalajara, tú? El run run creció velozmente, tanto, que la Secretaría de Gobernación consideró necesario salir a la palestra: el día 5 de marzo Protección Civil emitió el comunicado 096/2010, el cual tituló con una perla: “El Sistema Nacional de Protección Civil niega que se espere un sismo en los próximos días”. ¿Ah, no? Los balazos revelan la fuerza de los argumentos: “Imposible predecir sismos” y a renglón seguido “SINAPROC listo para atender cualquier contingencia”. Esto es, no se puede pronosticar nada, pero estamos listos para todo. El texto de la dependencia es contundente: “El estado actual del conocimiento humano hace imposible predecir, por cualquier medio, la ocurrencia inminente de un temblor en ningún lugar del mundo”. Sin embargo, el cierre no tranquiliza al buen lector: “El SINAPROC continuará dando seguimiento a esta situación [¿cuál?..., ¿la no situación?] y emitirá la información que considere oportuna en las próximas horas [¿y cómo saben que habrá nueva información en las próximas horas?]”.
De plano, el futuro se volvió un sitio tenebroso. Para permanecer a tono, recomiendo una lectura apocalíptica: La carretera de Cormac McCarthy (Mondadori, 2007). Cormac McCarthy (Rhode Island, 1933) es uno de los más importantes narradores norteamericanos contemporáneos. La carretera es su décima novela, antecedida por No Country for Old Men, una historia impactante llevada al cine por Ethan y Joel Cohen, en la cinta homónima que en 2007 se llevó varios premios Óscar, entre ellos el de mejor película. La carretera también ya tiene adaptación fílmica; la dirige John Hillcoat y no tardan en estrenarla en México. Total, que mientras no llegue el gran terremoto y mientras no estrenen la película, lee La carretera. ¿Que de qué va? “El fatigoso contraespectáculo de las cosas dejando de existir. La extensa tierra baldía, hidróptica y fríamente secular. El silencio.” Un padre y su hijo, supervivientes de una hecatombe, luchando por permanecer humanos, pero sobre todo por conservar la esperanza de que vale la pena hacerlo. ¿Te suena?
− ¡Achis!
Y es que sí, lo que va del 2010 ha estado muy movidito: el mismo primero de enero, casi 50 personas murieron aplastadas por toneladas de lodo, cuando las lluvias terminaron por colapsar una considerable porción de una montaña en Angra dos Reis, Brasil. Luego, el día 9, California fue sacudida por un sismo de 6.5 grados, claro, nada comparado con lo que unos pocos días después sucedió: el día 12, Haití terminó de ser devastado por un terremoto de 7 grados y las incontables réplicas que le sucederían: cientos de miles de muertos y cientos de miles de sobrevivientes en total desamparo. A las pocas horas, tembló en Mendoza, Argentina (5.6 grados en la escala de Richter), y el movimiento se percibió hasta La Rioja. Después, el 26 de febrero le tocaría el turno a Japón: un movimiento de 7 grados le pegó a Okinawa, y los videos grabados desde celulares y otros dispositivos invadieron la mediósfera. Al día siguiente, un señorón movimiento telúrico de 8.8 grados se dejó sentir en Chile. De inmediato el pavor cundió por el Pacífico: desde las propias costas del cono sur hasta el archipiélago polinesio, el fantasma de un tsunami no dejó dormir a muchos, salvo a los que sí terminó por romperles el porvenir. Ya en el mes de marzo, el día 3, las costas de Sumatra fueron lastimadas por los acomodos tectónicos. El día 8 le tocó su turno a Turquía: un ramalazo sísmico de 5.9 grados mató a cientos. La cosa no para: sigue habiendo considerables réplicas en Taiwan, Chile y Haití, lo que mantiene el tufillo de catástrofe en los noticieros de todo el mundo.
− ¡Ora sí, pecadores! ¡Arrepiéntanse!
Ante tanto exabrupto geológico, aquí en México las declaraciones de los políticamente correctos no se dejaron esperar:
− Más nos valdría no olvidar en dónde vivimos: un día de estos nos toca uno fuerte y a ver de a cómo nos toca, ¿eh?
Y de ahí para arriba:
− Señoras y señores, es momento de preguntarnos, ¿estamos realmente preparados?
En la Cámara de Diputados organizaron un simulacro, y ya con el ánimo fatalista bien embebido, alguien me cuestionó hace poco:
− ¿Tú crees que actuaremos como se debe en caso de tragedia?
− Pues sí, por definición, si no, no sería tragedia.
Y a río revuelto: los rumores. Uno comenzó a tomar forma en twitter y facebook: que se sabe que por ahí dicen que unos científicos tienen la seguridad de que en las primeras semanas de marzo ocurrirá un gran terremoto, the big one. Y más: quesque tendrá su epicentro en las costas de Guerrero, y para acabar pronto que la Ciudad de México quedará reducida a escombros... ¿O dijeron que sería Guadalajara, tú? El run run creció velozmente, tanto, que la Secretaría de Gobernación consideró necesario salir a la palestra: el día 5 de marzo Protección Civil emitió el comunicado 096/2010, el cual tituló con una perla: “El Sistema Nacional de Protección Civil niega que se espere un sismo en los próximos días”. ¿Ah, no? Los balazos revelan la fuerza de los argumentos: “Imposible predecir sismos” y a renglón seguido “SINAPROC listo para atender cualquier contingencia”. Esto es, no se puede pronosticar nada, pero estamos listos para todo. El texto de la dependencia es contundente: “El estado actual del conocimiento humano hace imposible predecir, por cualquier medio, la ocurrencia inminente de un temblor en ningún lugar del mundo”. Sin embargo, el cierre no tranquiliza al buen lector: “El SINAPROC continuará dando seguimiento a esta situación [¿cuál?..., ¿la no situación?] y emitirá la información que considere oportuna en las próximas horas [¿y cómo saben que habrá nueva información en las próximas horas?]”.
De plano, el futuro se volvió un sitio tenebroso. Para permanecer a tono, recomiendo una lectura apocalíptica: La carretera de Cormac McCarthy (Mondadori, 2007). Cormac McCarthy (Rhode Island, 1933) es uno de los más importantes narradores norteamericanos contemporáneos. La carretera es su décima novela, antecedida por No Country for Old Men, una historia impactante llevada al cine por Ethan y Joel Cohen, en la cinta homónima que en 2007 se llevó varios premios Óscar, entre ellos el de mejor película. La carretera también ya tiene adaptación fílmica; la dirige John Hillcoat y no tardan en estrenarla en México. Total, que mientras no llegue el gran terremoto y mientras no estrenen la película, lee La carretera. ¿Que de qué va? “El fatigoso contraespectáculo de las cosas dejando de existir. La extensa tierra baldía, hidróptica y fríamente secular. El silencio.” Un padre y su hijo, supervivientes de una hecatombe, luchando por permanecer humanos, pero sobre todo por conservar la esperanza de que vale la pena hacerlo. ¿Te suena?
viernes, 5 de marzo de 2010
México mexicano
Sucede en la tele: en el empiece, un chavito de unos seis años cruza la pantalla a bordo de una bicicleta. Apenas unos instantes; resulta imposible saber en dónde está: supera un obstáculo (¿un poste caído?) y se dirige hacia una calle, al fondo un árbol y a la izquierda una construcción que quiero imaginar de cantera, colonial. En off, un hombre afirma: “Tú eres la calle en donde aprendiste a andar en bici”. Luego, en una toma a contrapicada, una mano, la de cualquier ser humano en cualquier parte del mundo, abanica el sol a contraluz: “Eres los primeros rayos de primavera... y una carne asada con tus amigos”: ahora, en primer plano, una mujer y un varón, tal vez los dos a la mitad de sus treintas, chacota y risas, ambos sostienen sendos vasos con hielo y un líquido blanquecino (¿agua de horchata?); atrás otro par (¿los amigos?): él trajina sobre el asador, ella, puede uno suponerlo así, intenta darle algo en la boca para que lo pruebe. Hasta aquí, el “tú” que se define me suena a una persona, quizá tú mismo, el “yo” que escucha... Pero entonces llega una secuencia insólita: una camioneta, que da el gatazo de lujosa, color naranja, avanza a buena velocidad: vemos su canto izquierdo, todo pegoteado de papelitos amarillos (¿post-its con un mensaje venturoso?); al fondo transcurre un parque profusamente arbolado, mientras el locutor invisible indica “eres la noticia buena...” Sale la camioneta de cuadro, “... y la mala”: entra la portada de un periódico en tabloide, cuyo titular informa Bajo el agua, y de inmediato, coyuntural, la voz: “Eres cuando no dejaba de llover”, y en la pantalla la furia de aguas cochambrosas inunda una calle, “pero nadie dejó de ayudar”: un trío de uniformados (¿marinos?) ayudándole a un cuate (¿civil?) a cargar cajas en una pequeña embarcación... Y aquí ya no sé: ése “tú” tácito ya no puede ser una persona, ¿estamos? El ritmo spotiano se acelera: “Eres un poema de Sabines”, y el ocaso tras un nopal. “Eres ingenio”: un curioso monigote armado con piezas dispares (¿mofles?). “Eres color”, un mercado atiborrado de piñatas. “Eres un mejor futuro”: chamacos jugando fut en la playa. “Eres tantas cosas”: un burro pintado de cebra y a su lado el cochero, supongo, risueño... Desconcertante, llega entonces la conclusión: “... porque tú eres México”; en la imagen, creo ver, en el reflejo de un espejo, a un zapatero remendón, y sobre la superficie del vidrio una calcomanía “YO (corazón) MEXICO”. Y el cierre se deja caer: disolvencia a leyenda, “200 años de ser / orgullosamente mexicanos”, primero, y luego al logo tipográfico (2010) de la celebración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución. La voz, ya de plano fiestera: “Felicidades, cumples 200 años de ser orgullosamente mexicano..., y eso hay que celebrarlo”. Y la firma: “Gobierno Federal”... ¿Entonces? ¿En qué quedamos? ¿Yo, el que observa y escucha, cumplo 200 años de ser orgullosamente mexicano? No, por supuesto, el personaje es otro, como se afirma a las claras: “tú eres México..., cumples 200 años de ser... mexicano”. Resumiendo: México mexicano... What?! No me queda de otra más que echar mano de la clásica fórmula de cuestionamiento abierto que muchos de mis alumnos universitarios suelen emplear:
— ¿O sea cómo?
El broncón de la identidad nacional resuelto de un plumazo: ¿qué cómo es México? Fácil: ¡pues mexicano!
Si identidad es aquello que hace que cualquier entidad se distinga de todas las demás, ¿qué onda..., Italia/italiano, por ejemplo, no es también la calle en que aprendió a andar en bici? ¿Uruguay o Ecuador no son también los primeros rayos de primavera? ¿Los argentinos no son más el ritual de la carne asada que los mexicanos? Es decir, quitando el poema de Sabines (el cual, además, en tanto artefacto estético, apela en principio a toda la humanidad, no sólo a sus paisanos), el mensaje, paradójicamente, no tiene nada de específicamente mexicano.
No lo van a pasar en la tele, pero alguien podría producirlo: “Somos maíz, tortilla y taco, pozole blanco y verde, tamal de chile y de dulce; molcajete y salsa, limón y piquín, jícama y mango petacón. Somos las tunas y las pitayas, la nopalera, el aguacate y el guacamole. Somos Pepe El Toro y la Chorreada, Tin Tan y Cantinflas. Somos guadalupanos y cueteros. Somos indígenas y mestizos, revoltijo de sangre y castellano, misa los domingos y pirámides en ruinas, mole y guajolote, la Llorona y el barroco indiano. Somos más de cien millones, muchos albureros y muchos más muy pobres, casi todos malinchistas y mesiánicos, hipocondriacos y gorditos, fiesteros, estoicos. Llevamos 200 años tratando de definirnos y eso hoy deberíamos dejar de negarlo”.
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