Sucede en la tele: en el empiece, un chavito de unos seis años cruza la pantalla a bordo de una bicicleta. Apenas unos instantes; resulta imposible saber en dónde está: supera un obstáculo (¿un poste caído?) y se dirige hacia una calle, al fondo un árbol y a la izquierda una construcción que quiero imaginar de cantera, colonial. En off, un hombre afirma: “Tú eres la calle en donde aprendiste a andar en bici”. Luego, en una toma a contrapicada, una mano, la de cualquier ser humano en cualquier parte del mundo, abanica el sol a contraluz: “Eres los primeros rayos de primavera... y una carne asada con tus amigos”: ahora, en primer plano, una mujer y un varón, tal vez los dos a la mitad de sus treintas, chacota y risas, ambos sostienen sendos vasos con hielo y un líquido blanquecino (¿agua de horchata?); atrás otro par (¿los amigos?): él trajina sobre el asador, ella, puede uno suponerlo así, intenta darle algo en la boca para que lo pruebe. Hasta aquí, el “tú” que se define me suena a una persona, quizá tú mismo, el “yo” que escucha... Pero entonces llega una secuencia insólita: una camioneta, que da el gatazo de lujosa, color naranja, avanza a buena velocidad: vemos su canto izquierdo, todo pegoteado de papelitos amarillos (¿post-its con un mensaje venturoso?); al fondo transcurre un parque profusamente arbolado, mientras el locutor invisible indica “eres la noticia buena...” Sale la camioneta de cuadro, “... y la mala”: entra la portada de un periódico en tabloide, cuyo titular informa Bajo el agua, y de inmediato, coyuntural, la voz: “Eres cuando no dejaba de llover”, y en la pantalla la furia de aguas cochambrosas inunda una calle, “pero nadie dejó de ayudar”: un trío de uniformados (¿marinos?) ayudándole a un cuate (¿civil?) a cargar cajas en una pequeña embarcación... Y aquí ya no sé: ése “tú” tácito ya no puede ser una persona, ¿estamos? El ritmo spotiano se acelera: “Eres un poema de Sabines”, y el ocaso tras un nopal. “Eres ingenio”: un curioso monigote armado con piezas dispares (¿mofles?). “Eres color”, un mercado atiborrado de piñatas. “Eres un mejor futuro”: chamacos jugando fut en la playa. “Eres tantas cosas”: un burro pintado de cebra y a su lado el cochero, supongo, risueño... Desconcertante, llega entonces la conclusión: “... porque tú eres México”; en la imagen, creo ver, en el reflejo de un espejo, a un zapatero remendón, y sobre la superficie del vidrio una calcomanía “YO (corazón) MEXICO”. Y el cierre se deja caer: disolvencia a leyenda, “200 años de ser / orgullosamente mexicanos”, primero, y luego al logo tipográfico (2010) de la celebración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución. La voz, ya de plano fiestera: “Felicidades, cumples 200 años de ser orgullosamente mexicano..., y eso hay que celebrarlo”. Y la firma: “Gobierno Federal”... ¿Entonces? ¿En qué quedamos? ¿Yo, el que observa y escucha, cumplo 200 años de ser orgullosamente mexicano? No, por supuesto, el personaje es otro, como se afirma a las claras: “tú eres México..., cumples 200 años de ser... mexicano”. Resumiendo: México mexicano... What?! No me queda de otra más que echar mano de la clásica fórmula de cuestionamiento abierto que muchos de mis alumnos universitarios suelen emplear:
— ¿O sea cómo?
El broncón de la identidad nacional resuelto de un plumazo: ¿qué cómo es México? Fácil: ¡pues mexicano!
Si identidad es aquello que hace que cualquier entidad se distinga de todas las demás, ¿qué onda..., Italia/italiano, por ejemplo, no es también la calle en que aprendió a andar en bici? ¿Uruguay o Ecuador no son también los primeros rayos de primavera? ¿Los argentinos no son más el ritual de la carne asada que los mexicanos? Es decir, quitando el poema de Sabines (el cual, además, en tanto artefacto estético, apela en principio a toda la humanidad, no sólo a sus paisanos), el mensaje, paradójicamente, no tiene nada de específicamente mexicano.
No lo van a pasar en la tele, pero alguien podría producirlo: “Somos maíz, tortilla y taco, pozole blanco y verde, tamal de chile y de dulce; molcajete y salsa, limón y piquín, jícama y mango petacón. Somos las tunas y las pitayas, la nopalera, el aguacate y el guacamole. Somos Pepe El Toro y la Chorreada, Tin Tan y Cantinflas. Somos guadalupanos y cueteros. Somos indígenas y mestizos, revoltijo de sangre y castellano, misa los domingos y pirámides en ruinas, mole y guajolote, la Llorona y el barroco indiano. Somos más de cien millones, muchos albureros y muchos más muy pobres, casi todos malinchistas y mesiánicos, hipocondriacos y gorditos, fiesteros, estoicos. Llevamos 200 años tratando de definirnos y eso hoy deberíamos dejar de negarlo”.
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