− ¿Ya leíste el libro con el que el ¡!*%$#& de Aldán ganó el premio ése de Peña Nieto?
− ¿Cuál premio de Peña Nieto? Más respetillo: fue el Certamen Internacional de Literatura Letras del…
− Ése, pues.
− Nada de ése... Ahí nomás para que lo apuntes: se trata del galardón literario mejor pagado del país.
− ¡Pues qué poca! ¡Qué derroche! ¡Habiendo tanta gente pobre en este país!
− Lo que pasa es que te corroe la envidia, maestro. Y como dijo Ovidio: la envidia, el más mezquino de los vicios, se arrastra por el suelo como una serpiente. Así que ¡enróscate, bífido engendro del mal, y vete a tu nido a trabajar!... A ver si acabas por fin la novela que llevas diez años diciendo que estás escribiendo.
El Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz 2009, en la categoría de Cuento, tuvo como jurados a dos escritores y un crítico: Óscar de la Borbolla, Guillermo Samperio y Lauro Zavala, respectivamente, de quienes podrán cantarse las misas que usted guste, pero de que saben del género, saben. En cuanto a los ganadores, el primer lugar fue para Primo Mendoza Hernández, por su libro Territorios; el segundo para el susodicho Aldán, y el tercero para Víctor Armando Cruz Chávez, por Los hijos del caos.
Todo apunta a que, hará cosa de dos años, Edilberto Aldán (1970), un chilango avecindado en Aguascalientes, tuvo entre manos 21 cuentos terminados y decidió hilvanarlos en una antología. Lugo, supongo, tituló el compendio apelando a un belga: Rápidas variaciones de naturaleza desconocida. Firmó con un pseudónimo, fotocopió, envió y ganó. El premio, además de billetes verdes, incluyó la publicación de la obra; se dice que de lo primero resultó beneficiado un hatajo de acreedores, mientras que de lo segundo, una presunta comunidad, los lectores.
El Gobierno del Estado de México publicó el libro de Edilberto; impresión a dos tintas, diagramado estupendo, atinado diseño tipográfico, edición cuidadosa y hasta buen papel. Tres mil ejemplares de un libro que incluso antes de leerlo ya resulta agradable.
− Oye, ¡pero qué descaro! ¿Ya viste cómo inicia el libro?
No es cuento: después de los consabidos paratextos preliminares (epígrafes, dedicatoria, títulos y subtítulos), en la narración que abre el libro, “Interpósita persona”, Aldán arranca:
Honorables miembros del Jurado del Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz, me permito hacerles la siguiente propuesta: si me conceden el primer lugar, se pueden quedar con el monto económico; no me interesa el dinero, lo que deseo, lo que necesito, es el prestigio del ganador.
− ¡Habráse visto tamaña perversión literaria!
− Perverso César Nava, que se atrevió a meter un verso de Sabina en el chorro mareador que publicó hace unos días.
− No me cambies de tema: ¡aquí está la prueba! ¡Aldán compró el premio!
− ¿No entiendes que es un cuento? Checa el siguiente párrafo:
Así empieza Pequeñas y fugaces memorias, el libro de cuentos que mandé al concurso...
− Pero si es una confesión de culpa...
− Que no, terco: el libro no se llama Pequeñas y fugaces memorias, no Rápidas variaciones de naturaleza desconocida.
− ¡Es un truco! La antología se divide en tres apartados: Vida fantasma (tres cuentos), Ceremonias del aire (tres cuentos) y, ojo, Pequeñas y fugaces memorias (quince cuentos). En el primer cuento, Aldán se abre de capa y enlista todos las formulitas que siguió: “siempre hay que colocar las mejores historias al principio y al final”, prescribe. Y luego: “jamás inicien su libro con cuentos breves”. ¿Y qué tal este?: “hallar las citas adecuadas para colocarlas como epígrafes y dividir el libro en apartados”, y tal cual: primero el belga, Henry Michaux, luego Julio Cortázar, después Corman McCarthy, y remata, nomás para que nadie diga que no se cuadra al canon, Borges.
− ¿Pero quién dice eso, Aldán, el autor explícito, o el implícito o un personaje...? Entiende: el primer texto no es una carta a los miembros del jurado, es otro cuento...
Ciertamente, el armado de la antología resulta tan eficaz que una lectura ingenua del libro de Edilberto podría dejar la mirada en el bosque y pasar por alto los árboles, que en el caso del cuento, son lo que realmente importan. Porque, a la larga, ¿qué trasciende, la colección de narraciones o la fuerza estética de alguna o algunas de ellas? Una sesuda discusión entre especialistas sobre el tino o falta de tino que tuvo Rulfo −¿y Arreola?− a la hora de optar por el orden en que aparecerían los cuentos en El llano en llamas se olvida fácilmente leyendo Macario.
Leí Rápidas variaciones de naturaleza desconocida con la intención de entender un libro, un artefacto literario; afortunadamente, cuentos como Coral o Providencia me obligaron a deportar el propósito al cajón de las intrascendencias.
Felicidades, Aldán.
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