Bajo
el sello editorial de Guilford Press, Denis Wood (Cleveland, 1945) acaba de
publicar un lúcido ensayo: Rethinking the power of maps (NY,
2010). La idea central del libro de Wood —a quien, si de
plantar etiquetas se trata, habría que ponerle las de cartógrafo, poeta,
pintor, curador y académico—, es que la cartografía no es una representación de
realidades espaciales, sino proposiciones. Dicho así suena sencillo, y
seguramente lo es, pero las consecuencias de la afirmación no lo son tanto…
¿Qué es un mapa? La argumentación de Wood arranca lejos. Parte de que el
poder es una medida de trabajo, y de que los mapas trabajan. Los mapas alcanzan
logros, consiguen hacer cosas. Para
ello, los mapas trabajan duro: los mapas sudan, se esfuerzan, se aplican a sí
mismos. ¿Y qué persiguen con tanto esfuerzo? Fácil: a la reproducción incesante
de la cultura que los produce.
¿Qué tipo de trabajo es el que realizan los mapas? Primero, el autor
recuerda que el trabajo es la aplicación de una fuerza a través de determinada
distancia, y que fuerza no es otra cosa que la acción ejercida por un cuerpo
sobre otro para cambiar el estado, de movimiento o estática, de este último.
Así, un mapa aplica fuerzas sociales para dar existencia a espacios
socializados. ¿Cuáles son tales fuerzas? En última instancia, son las de los
tribunales, las de la policía, las de los militares. En cualquier caso, son las
de la autoridad, responde Wood. Al autorizar el estado en el que se encuentran
los asuntos que mapean, la cartografía auxilia a concretar, reemplaza,
sintetiza necesidades. Para hacerlo, un mapa apalanca palabras, engrana signos.
Entonces, un mapa es un motor, es decir, una máquina que transforma energía en
trabajo social:
energía → motor → trabajo
energía social → mapa → espacio social
energía social → mapa → orden social
energía social → mapa → conocimiento
¿Cómo es que un mapa convierte energía en trabajo? Relacionando cosas en
el espacio, para convertirlas así en objetos geográficos. Los mapas logran
ligas insertando en un plano de representación común proposiciones acerca del
territorio. Dichas proposiciones revisten la siguiente forma: estas cosas,
agrupadas en tales categorías seleccionadas, están donde los mapas señalan que
están. Es decir, los mapas logran establecer vínculos, poniendo juntos
elementos seleccionados en un plano común. He ahí el plano del mapa. Este plano
con sus proposiciones es el mapa.
Las ligas entre los elementos que establece un mapa entran en el ámbito
social como funciones discursivas. Afianzado en la teoría de la comunicación
humana de Paul Watzlawick, Wood define una función discursiva como una forma
que tienen las personas para, en una situación comunicacional dada, afectar la
conducta de los demás. De ahí, el autor decanta la función pragmática del motor
comunicacional llamado mapa: el hecho de que un mapa sea una función discursiva
implica que tiene un rol en el discurso, en el lenguaje, que configura nuestro
mundo. Si bien es cierto que hoy por hoy el rol que toma un mapa generalmente
es descriptivo, también puede asumir otros: narrativo o interrogativo,
contestatario o imperativo, etcétera. Ahora, el efecto descriptivo de los mapas
incide en el comportamiento de las personas, vinculándolas entre sí a través
del territorio que habitan. Por medio de la descripción en un plano común, los
mapas vinculan al menos dos tipos de conductas: situaciones y cosas que
queremos asociar a situaciones. El cartógrafo liga, conecta, asocia
determinadas conductas entre sí describiéndolas en el plano común del mapa, por
medio de descripciones referidas a determinados términos compartidos. En la
medida en la que estas descripciones ligan, al mismo tiempo archivan, cosifican
y proyectan nexos: “Estas dos cosas van juntas”, propone el mapa, y en
consecuencia actuamos.
Una vez que el mapa ha sido publicado, se asume prácticamente como una
descripción de la forma en que las cosas son realmente. Y si así son realmente, ¿qué sentido tiene resistirse?
Entonces, el carácter proposicional se vuelve muy difícil de ver, se olvida.
Luego, de la descripción de situaciones y ligas, el paso al conocimiento es
directo: “Estas dos cosas van juntas”, propone el mapa, y como consecuencia se
saben dos cosas… y una tercera (la liga misma).
En suma, Denis Woods opina que la forma más fácil de liberar el poder de
un mapa sería mantener consciente el hecho de que los mapas son proposiciones.
Mientras que concebimos a los mapas como representaciones, nuestra imaginación
se mantendrá encadenada al prejuicio de la imagen preconcebida, según la cual
el mundo es como se muestra en los mapas y no en los espejos. Invariablemente,
esta imagen es inadecuada, inexacta, reducida necesariamente, a menudo falsa, y
siempre esclava de los intereses dominantes.
Trazar mapas de acuerdo a esta idea, confirma su autoridad. Una
conclusión me brinca, obvia: si queremos cambiar realidades, bien valdría
remapearlas. Y como siempre, si no lo puedes imaginar, no lo mereces.
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