Pero si me dan a elegir entre todas las vidas yo escojo
la del pirata cojo con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo,
el viejo truhán, capitán de un barco que tuviera por bandera
un par de tibias y una calavera.
Sabina
la del pirata cojo con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo,
el viejo truhán, capitán de un barco que tuviera por bandera
un par de tibias y una calavera.
Sabina
Anarquía, sol, océano y travesía, desmanes y parranda, mujeres en cada puerto, ron y rebeldía, aventura, tesoros y camaradería, fandango, quebranto de leyes... Desde mucho de que antes Jhonny Depp le copiara los moditos a Keith Richards para dar vida al capitán Jack Sparrow, el pirata encarna al héroe libertario. En las letras occidentales, las plumas de los románticos, gustosas, celebraron las hazañas de los maleantes del mar.
Walter Scott (1771-1832) publicó en 1821 The Pirate. Apenas un año después, el norteamericano James Fenimore Cooper (1789-1851) dio a conocer The Pilot: A Tale of the Sea. En Hispanoamérica, corresponde al porteño Vicente Fidel López (1815-1903), el mismo que escribió el Himno Nacional de Argentina, el crédito de ser el primer autor de una novela histórica con temática de piratería: La novia del hereje o la Inquisición en Lima, publicada originalmente en 1840 en un periódico chileno. La siguiente obra del meta-género en cuestión apreció en nuestro país; el pionero fue un yucateco, Justo Sierra O’Reilly (1814-1861), quien en 1841 publicó algunas narraciones históricas sobre piratas en el periódico que por entonces dirigía en Campeche, El Museo Yucateco.
Seguramente gracias a una iniciativa de Hernán Lara Zavala, en 2003 la UNAM, en su colección de relatos “Licenciado Vidriera”, publicó El filibustero, de Justo Sierra O’Reilly. Más allá de que por sí misma se trata de una narración divertida que bien merece deportar al averno aunque sea por un rato la tele, el cel, la radio, el iPod y demás chunches, el texto de don Justo es importante toda vez que inaugura el tema de la piratería en la narrativa mexicana.
¿Filibustero? La palabra entró al español a mediados del siglo XVII por vía del francés flibustier, que entonces se escribía fribustier. A su vez, el vocablo llegó al francés del inglés flibutor o frebetter. Aunque algunas fuentes indican que inglés es el origen (fly-boat, “barco que vuela” o quizá free-booter, “libre merodeador”), lo más probable es que se trate de alteraciones del holandés vrijbuiter, que significa pirata, en estricto sentido “el que se hace del botín libremente”. En efecto, la historia que cuenta Justo Sierra O’Reilly en El Filibustero se refiere a la incursión que Diego el Mulato, un afamado pirata que azolaba los fondeaderos coloniales españoles del Caribe durante la primera mitad del siglo XVII, hizo al puerto de Campeche en agosto de 1633. En una nota al título de su relato, el autor advierte: “Esta leyenda es toda histórica, casi hasta en sus más insignificantes circunstancias”. Ciertamente, Sierra O’Reilly basó su narración en los informes que el padre Diego López Cogolludo aporta en su Historia de la Provincia de Yucatán (Madrid, 1688) sobre el asalto al puerto de Campeche que comandó Diego el Mulato, también conocido como El Corsario y El Criollo de la Habana. Y el conocimiento que el doctor Sierra tenía de la obra historiográfica de Cogolludo no era poca cosa, toda vez que, entre los muchos trabajos que se le deben en tanto historiador, habría que resaltar la reedición que realizó del libro del religioso.
Hace poco la Universidad Veracruzana publicó El filibustero y otras historias de piratas, caballeros y nobles damas (2007), una antología de las narraciones breves de Justo Sierrra O’Reiily. La recopilación y edición, así como el texto introductorio, es trabajo de Manuel Sol. El libro incluye siete textos que sin duda fueron escritos por el padre de Justo Sierra Méndez (1848-1912), y dos más que, concuerdo con el dictamen de Manuel Sol, debemos considerar apenas como atribuibles a Sierra O’Reilly. Las seis primeras narraciones fueron publicadas originalmente en El Museo Yucateco, firmadas ya sea por “José Turrisa” o “J. Tomás Isurre Ara”, anagramas que don Justo empleaba como cándidos pseudónimos: “La tía Mariana”, “Los anteojos verdes”, “Doña Felipa de Zanabria”, “Antes que te cases, mira lo que haces”, “El filibustero” y “Los bandos de Valladolid”, la última inconclusa. El antepenúltimo relato incluido en la antología provienen de las páginas de El Registro Yucateco, el segundo periódico que dirigió Sierra O’Reilly: “El secreto del ajusticiado”. Finalmente, dos composiciones más que no podemos saber con certeza quién escribió, “Don Pablo de Vergara” y “Don Juan de Escobar”.
Hoy que los malosos están de moda, interesante resulta conocer el perfil de los piratas caribeños, aves de infortunio pero también agentes de cambio. En El Filibustero, don Justo describe a Diego el Mulato como un hombre dueño de unos ojos que “tenían un brillo indefinible, fascinador e insinuante; un brillo divino o acaso infernal”. El embeleso paradójico del mal.
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