Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 31 de julio de 2010

La avaricia de don Manuel

A Carlos Vidali


Como las hormigas y las abejas, las termitas viven organizadas como macro-organismos, en su caso, se trata de colonias en las que los individuos están divididos en castas: obreros, soldados y reproductores. La mayoría de estos animales nunca salen de sus nidos; su existencia depende por completo del trabajo colectivo y de la repartición precisa de tareas: otros les llevan el sustento, literalmente, a la boca (y me niego a explicar aquí en qué consiste la trofalaxia, que me parece asquerosa, incluso para los neópteros). Gracias a que viven en simbiosis con ciertos protozoarios, las termitas pueden obtener los nutrientes que requieren de su alimento principal, la celulosa. Por ello, es bien sabido que los isópteros no le tienen ningún respeto ni a la madera ni a los libros.

¡Miserables termitas!: las perforaciones que observo en el libro que tengo en las manos lo cruzan en diagonal, desde su portadilla hasta por ahí de la página 140. Materiales para una Cartografía Mexicana, el título de la obra firmada por Manuel Orozco y Berra (1816-1881), quien se acreditaba como “miembro de la Academia de Ciencias y Literatura, vicepresidente y miembro de número de la Sociedad de Geografía y Estadística, e individuo de la Sociedad Humboldt, & c.”. Se trata de una edición reempastada muchos años después de que fuera editada por la propia Sociedad de Geografía y Estadística, y facturada en 1871 en la Ciudad de México por la imprenta del Gobierno, a cargo entonces de José María Sandoval.


Reviso el volumen en una de las mesas de trabajo de la Mapoteca Manuel Orozco y Berra (MMOyB), que se alberga, junto con el Servicio Meteorológico Nacional, en Ex palacio Arzobispal de Tacubaya (avenida Observatorio, entre General Platas y Ex-Arzobispado, a unas cuadras del Periférico). El lugar exhala historia. Entre estas cuatro paredes al menos un virrey murió: Bernardo de Galvéz, en 1786. El edificio, construido entre 1734 y 1740, luego de consumada la Independencia fue asiento del Colegio Militar y también casa habitación de al menos dos presidentes: Comonfort y Antonio López de Santana, para después ser sede durante varios años del Observatorio Nacional.


La Mapoteca puede contar con un ejemplar libro que documenta la idea que le dio origen gracias a la generosidad de Guillermo Tovar de Teresa, quien lo donó en 1987. Actualmente, el acervo de la MMOyB está integrado por más de 150 mil documentos, clasificados, sin contar los materiales contemporáneos, en ocho colecciones: General, Archivo Técnico, Amado Aguirre, Pastor Rouaix, Domingo Diez, Atlas, IPGH, y la colección más importante de cartografía histórica con la que cuenta este país, la Orozco y Berra. Ésta es la columna vertebral de la Mapoteca. Además, la MMOyB dispone de una colección de instrumentos antiguos astronómicos, topográficos y de medición.


En 1877, plena paz profiriana, en el Departamento Cartográfico del Ministerio de Fomento, los primeros profesionales de la Geografía pagados por el gobierno de México comenzaron a reunir y a producir mapas y planos del país. La Mapoteca enriqueció sustancialmente su acervo en 1881, cuando Orozco y Berra le heredó su colección personal: más de tres mil planos y mapas, elaborados desde mediados del siglo XVII y hasta los últimos años del XIX. Cien años después, 1977, se decidió honrar la memoria de Orozo y Berra poniéndole su nombre a la Mapoteca.


La idea germinal de la recopilación de productos cartográficos que debemos a don Manuel es la que encuentro en las primeras líneas de la introducción a su Materiales para una Cartografía Mexicana:

Hace algunos años que se me puso la idea de formar una colección de planos de México. Al efecto comencé a reunir cuantos me llegaban a las manos, manuscritos o impresos, sin pararme a examinar si eran buenos o malos, pequeños o grandes, apreciables o inútiles para la ciencia: aun del mismo plano buscaba todas las ediciones que tenía sin dar preferencia a las modernas sobre las antiguas, sin desechar la representación de provincias o Estados que ya no existen. Quería, no sólo que la colección fuera objeto de curiosidad, sino que pudiera servir para el estudio de los adelantos de la geografía en nuestro país…
Aunque inició el acopio buscando mapas de México, pronto Orozco y Berra tuvo que ampliar su criterio de selección y ensanchar sus deseos:
La colección… para ser completa debía incluir las cartas publicadas en el extranjero…. De aquí, por un procedimiento natural a la humanidad, que ensancha sus deseos a medida que algunos se cumplen, fue preciso pensar en los Atlas, y en los libros que siendo extraños a las ciencias geográficas contienen sin embargo algunos planos…

Don Manuel reunió un montón de mapas y la riqueza de su legado es invaluable; sin embargo, como todo buen coleccionista, seguramente lo hizo atormentado por la avaricia: "Mi colección… creció, y creció mucho; pero para mi gusto más le faltaba que tenía, y cada vez que la registraba se me antojaba que estaba más trunca".

Ah, ¡bienaventurados los picados por la avaricia, la esperanza de poseer más, cuando aquello que coleccionan nos será heredado!

martes, 27 de julio de 2010

Sierra O’Reilly: pionero de la novela histórica y de folletín en México

En un diccionario de la literatura mexicana publicado hace algunos años en Estados Unidos (Eladio Cortés. Dictionary of Mexican literature. USA. Greenwood Publishing Group, 1992. 768 pp.) el primer escritor mexicano que se señala como autor de una novela histórica es Justo Sierra O'Reilly:
The historical novel was introduced in Mexico in imitation of the French novel of excitment and chivalry. Justo Sierra O'Reilly (1814-1861) published La hija del judío during 1848 and 1849. Juan Diaz Covarrubias (1837-1859) novel, Gil Gómez el Insurgente (1858), defended the cause for independence and was one of the first focus on the middle class [...]. Other historical novelists were Eligio Ancona (1836-1893), Irineo Paz (1836-1924) and the eminent Vicente Riva Palacio (1832-1896).
p. xxxvi

Lo anterior, en soporte adenda al texto que hace algunos años publiqué (en la publicación española Babab):


Sierra O’Reilly:
pionero de la novela histórica y de folletín en México

0

En 1987, la publicación de Noticias del Imperio de Fernando del Paso reanimó el gusto por la novela histórica en México, y el género experimentó un resurgimiento en toda América Latina, al punto que hoy se ha generalizado el uso del concepto “nueva novela histórica” para referirse a la enorme producción de obras de este género que se dio durante los últimos años del siglo XX1.

Sin embargo, en México, de por sí tierra de mistificadores del pasado, la tradición del género es casi tan añeja como el país mismo. Bien se sabe que en el siglo XIX los liberales tomaron especial afecto a la novela histórica, en mucho porque sirvió de eficaz instrumento para denostar a los conservadores y de paso ir creando identidad nacional, por medio, justamente, de la construcción de una visión hegemónica del pasado2. Pero, ¿cuál fue la primera novela histórica mexicana? La cuestión parece sencilla, pero no lo es tanto; de hecho, hasta hace poco tiempo no tenía una respuesta certera.


1

La novela histórica nació cuando la primera edición de Waverley salió de la imprenta3. Y aunque apareció sin firma, mucha gente supuso desde entonces que Sir Walter Scott (1771-1832) era el autor de aquella obra4; el escritor escocés no aceptaría públicamente dicha suposición sino hasta 1827. El tiro de la primera edición de Waverley, que se agotó en dos días, apareció en las calles de Edimburgo el 7 de julio de 1814.

Por su parte, la que tradicionalmente ha sido considerada como la primera novela histórica mexicana data de 1826: Jicotencal es su título. Lo anterior no puede anotarse con toda contundencia, más bien debe problematizarse…

Jicotencal se refiere a los poco afortunados andares del príncipe y guerrero tlaxcalteca Xicoténcatl Xocoyotzin, oriundo del señorío de Tizatlán, quien pasó a la historia como el único líder tlaxcalteca que se opuso a la alianza de su pueblo con los conquistadores españoles para combatir al Imperio Azteca. Por supuesto, el indígena —estereotipado como el buen salvaje— aparece como héroe, y el discurso es independentista y liberal. Así pues, Jicotencatl es una novela histórica a la que, dada su temática, difícilmente podría negarse su mexicaneidad. Sin embargo, al menos quedan por abordar dos datos importantes…

Uno: la primera edición de esta obra fue facturada en Estados Unidos (Filadelfia, imprenta de William Stavelly). Y dos: igual que Weverley, el libro apareció sin el nombre de su autor; por eso, durante más de siglo y medio el asunto fue motivo de debate, pero hoy, con toda certeza sabemos que quien escribió Jicotencal fue el poeta José María Heredia (1803-1839)5. Es decir, la que por mucho tiempo ha sido considerada como la primera novela histórica mexicana6 se publicó fuera de México y fue escrita por un cubano.

Conviene dejar dicho que hay quienes sostienen que Jicotencal no sólo es la primera novela histórica de México, sino también de América Latina y, más todavía, la primera escrita en lengua española. Como se verá más adelante, la primera aseveración no es del todo precisa; la segunda es correcta mientras no aparezca algún filólogo con algún espectacular descubrimiento bajo el brazo7, pero la tercera no: Vicente Llórens ha demostrado que la edición prima de Ramiro, Conde de Lucena, de Rafael de Húmara y Salamanca, no data de 1828, como se creía, sino de 1823, esto es, tres años antes que la novela de José María Heredia.

2

El mismo año que Walter Scott publicó Waverley, del otro lado del Atlántico llegó al mundo a quien hoy debemos considerar como el primer mexicano que publicó novela histórica en México: en un pequeño poblado de la Nueva España, Tixcacalthuyú, localizado en la península de Yucatán a poco menos de 100 kilómetros de la ciudad de Mérida, el 24 de septiembre de 1814 nació Justo Sierra O’Reilly8.

Hijo bastardo del sacerdote encargado del curato de su pueblo, no fue sino hasta 1819, a la edad de cinco años, que se iría a radicar a Mérida, la capital yucateca. En esa ciudad escucharía el repique de las campanas celebrando la declaración de independencia de México (1821). El primer quinquenio de la década de 1830 fue para él un período de intensa formación en el Seminario Conciliar de aquella ciudad. Durante sus primeros cursos, el joven Sierra O’Reilly mostró un gusto que al paso del tiempo se convertiría en uno de los oficios que ejercería por el resto de su vida:


La historia particular de Yucatán era su estudio favorito, y no tememos asegurar que lo que poseemos de ella, lo debemos a su incansable afán. Él, superando toda clase de obstáculos, empleaba las horas de su juventud en registrar nuestros archivos y en consultar sobre muchos puntos a los que habían sobrevivido a otras épocas. Así, mientras sus compañeros de colegio empleaban sus horas libres en las distracciones que busca siempre la juventud, Sierra hojeaba los empolvados manuscritos de las oficinas, o bien oía la relación de los acontecimientos pasados, de boca de algún anciano.9

Sierra O´Reilly se matriculó también en la Universidad Literaria de Yucatán, para alcanzar, en 1836, el título de Bachiller en Teología Escolástica, Moral y Derecho Canónico. Aún no cumplía 23 años, y gracias a una pensión eclesiástica, emprendió su primer viaje a la ciudad de México, para ingresar en el Colegio de San Ildefonso, en donde luego de poco menos de un año consiguió el título de abogado. De vuelta en Yucatán, Sierra O´Reilly se reincorporaría a la Universidad meridana, para obtener, durante el curso de 1839, el doctorado en ambos derechos, e ingresar en el Claustro universitario. Pero poco duraría el joven doctor dedicado a la vida académica; un torbellino político y social estaba a punto de convulsionar Yucatán, y él no permanecería al margen. Liberal y anticentralista, Justo Sierra O’Reilly participaría protagónicamente en la vida política yucateca desde 184010, sin dejar jamás la trinchera del historiador:
La mayor parte de los sucesos de nuestra historia política han (sic) quedado sepultados en el olvido por el poco empeño que se ha tenido en conservarlos. Falta es esta, a la verdad, muy lamentable. Cada uno de los hechos de nuestra última gloriosa revolución, merece un recuerdo: mi mal cortada pluma va a trazar su historia. Por lo menos, mis intenciones son puras; el objeto, noble y patriótico11.

Abogado, político, historiador y literato decimonónico, Justo Sierra O’Reilly estaba obligado al periodismo. Mientras actuaba como redactor en jefe del periódico de la facción encabezada por Santiago Méndez, El Espíritu del Siglo12, Sierra O´Reilly se dio tiempo para organizar y dar vida a la primera publicación de divulgación científica y literaria de Yucatán: El Museo Yucateco13; de periodicidad mensual, dicho impreso se publicó durante todo 1841 y hasta el mes de mayo del siguiente año; en total, alcanzó 17 ediciones14. Su temática se centró en la yucataneidad, desde los cantos de la historia y la literatura. Fue en las páginas de El Museo Yucateco en donde Justo Sierra O’Reilly comenzó a publicar tanto su obra literaria como el resultado de sus investigaciones sobre la historia de Yucatán. También fue en este impreso en el cual Justo Sierra comenzó a firmar algunas de sus colaboraciones con los acrónimos, “José Turrisa” y “J. Tomás Isurre y Ara”. Y es justamente El Museo Yucateco el medio que difunde las primeras narraciones históricas publicadas por un mexicano.

3

De 1841 a 1842, más de veinte años antes de la aparición de la primera novela histórica de Vicente Riva Palacio,15 Justo Sierra O’Reilly publica en El Museo Yucateco siete novelas históricas cortas:
1. La tía Mariana
2. Los anteojos verdes
3. Doña Felipa de Zanabria
4. D. Pablo de Vergara
5. El filibustero. Leyenda del siglo XVIII
6. Los bandos de Valladolid
7. D. Juan de Escobar

Significativa la nota que a pie de página hace el propio Sierra O’Reilly en el segundo capítulo de Doña Felipa de Zanabria:
Todos los nombres que se citan con muchas de las circunstancias que se han referido, pertenecen a nuestra historia. Así es que este cuento tiene mucho de histórico, y se ha escrito con la mira desenvolver algunos hechos antiguos.16

Efectivamente, Justo Sierra O’Reilly pretendía con sus primeras narraciones difundir el resultado de algunas de sus investigaciones sobre el pasado yucateco; consciente de su labor como patriarca de la historiografía yucateca, no desaprovechaba ocasión para dejar testimonio de sus descubrimientos. También hay que destacar que con estas primeras narraciones históricas publicadas por Sierra O’Reilly en El Museo Yucateco se inaugura en México la novela de piratería17: La tía Mariana refiere una de las aventuras del pirata Lorencillo, mientras que El filibustero tiene como protagonista a otro pirata, Diego el Mulato18.

El segundo periódico dirigido por Justo Sierra O’Reilly fue El Registro Yucateco, que se publicó en Mérida a partir de enero de 1845 y no dejó de hacerlo sino hasta diciembre de 184919. En este impreso Sierra publicó por entregas su primera novela histórica extensa, Un año en el Hospital de San Lázaro20, a la que le siguió La hija del judío, publicada de 1848 a 1849 en el tercer periódico del doctor Sierra, El Fénix.

4

Además de ser el primer mexicano que publicó novela histórica, Justo Sierra O’Reilly es, junto con Manuel Payno (1810-1894), el pionero de la novela de folletín en México.

La novela de folletín está indisolublemente ligada a publicaciones periódicas. En 1814, en Inglaterra, The Times comienza a tirarse en una imprenta impulsada por la energía de la Revolución Industrial, el vapor, estableciendo así la factibilidad tecnológica de la publicación de impresos para las masas urbanas. Dos décadas más tarde, el periódico parisino Le Press “… reduce el precio de suscripción de ochenta a cuarenta francos, esperando compensar el deficiente con los anuncios de la cuarta plana. Pero el éxito de los anuncios depende de una amplia difusión…, y para esto ¿qué mejor… que la novela de folletín?”21 Siguiendo el éxitoso ejemplo de Le Press, otros periódicos franceses comenzaron a publicar novelas por entregas, como Le Siècle, Journal des Debats, Constitutionnel. Surgen los dos grandes del género: Alejandro Dumas (1802-1870) y Eugenio Sué (1804-1857); el primero publica El Conde de Montecristo en el Journal des Debats, y Sué se convierte en un superéxito con novelas como Matilde y, sobre todo, Los misterios de París. A principios de la siguiente década, mientras en suelo galo el género decae cuando el gobierno le impone un impuesto especial a los periódicos que publicaban novelas por entregas, en España autores como Manuel Fernández y González y Enrique Pérez Escrich comienzan a cultivarlo con éxito. Si bien los españoles seguían el formato de la novela de folletín, basado más que en otra cosa en la capacidad de mantener el suspenso de entrega a entrega, ideológicamente sus posturas eran bien distantes entre sí. De acuerdo a Monisváis, El mártir del Gólgota de Pérez Escrich rápidamente se convirtió en una novela “infaltable en los hogares devotos de habla hispana del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX”, mientras que las obras de Sué, que comenzaron a editarse traducidas al castellano hasta 1844, fueron atacatas y proscritas por el clero y la prensa católica22. Así, resultó natural que los liberales mexicanos de mediados del siglo XIX asumieran como referencias las obras de los francéses y no así las de los iberos.


Respecto a los autores que introdujeron la novela de folletín en México, Rafael Pérez Gay ha señalado:
[Manuel Payno] … empezó a publicar su novela El fistol del diablo por entregas en la Revista científica y literaria entre 1845 y 1846… El fistol del diablo y La hija del judío de Justo Sierra O’Reilly publicada en el Registro yucateco fueron las dos primeras novelas mexicanas de folletín, aunque José Emilio Pacheco afirma que hay datos para suponer que Sierra O’Reilly fue publicada desde 184123.

Efectivamente, Payno publica la versión original de su primera novela entre 1845 y 184624, es decir, en los mismos años en los que Sierra O’Reilly publica en El Registro yucateco no La hija del judío sino su primera novela por entregas. Dicho en pocas palabras: la dos primeras novelas de folletín publicadas en nuestro país son El fistol del diablo de Manuel Payno y Un año en el hospital de San Lázaro de Justo Sierra O’Reilly25.

Quizá sea pertiente terminar recordando que la nota definitoria de la novela de folletín —menospreciada y tachada de género menor por muchos26— es el manejo del suspenso como gozne entre los capítulos. Si bien muchas novelas que sin mayor dificultad pueden ser catalogadas como de folletín comparten además el hecho de ser novelas históricas —como es el caso de Un año en el hospital de San Lázaro y, de manera paradigmática, La hija del judío—, en ello no radica el peso sustantivo del género, como tampoco en el papel protagónico de heroínas. Para que lo sea, la novela de folletín necesita condimentarse no sólo con suspenso —el sabor dominante del platillo—, sino con una generososa dósis de enredos; las tramas buscan complicar las relaciones entre personajes, y la estructura los cruces entre las tramas.

Don Justo Sierra O’Reilly murió joven, en 1861, antes de cumplir 48 años de edad; lo mató la lepra, la misma enfermedad por la cual muchos años antes algunos de sus paisanos eran reculidos en el Hospital de San Lázaro.

Notas:

1. Cfr.: PONS, María Cristina. Memorias del olvido. La novela histórica de fines del siglo XX. México. Siglo XXI. 1996. pp. 15-41.
Cfr.: GRINBERG PLA, Valeria. La novela histórica del siglo XX y las nuevas corrientes historiográficas. San Salvador, El Salvador. V Congreso Centroamericano de Historia. Ponencia presentada en la mesa Historia y Literatura. Julio de 2000.

2. “Las novelas históricas latinoamericanas del siglo XIX se constituyen… en discursos de legitimación de la ideología liberal, de ratificación del poder y de una búsqueda para confirmar la identidad de las nacientes repúblicas frente a esa otredad que era el pasado colonial. La novela histórica latinoamericana del siglo XIX no sólo tenía que colaborar a construir el futuro de esas nacientes repúblicas, sino que también tenía que participar en la construcción del pasado”. PONS, María Cristina. Op. cit. p. 88

3. Waverley or 'Tis Sixty Years Since . Edimburgo, Escocia. Printed by James Ballantyne and Co. For Archibald Constable and Co. Edinburgh; and Longman, Hurst, Rees, Orme, and Brown, London, 1814.
Además de falto de pertinencia, resultaría inútil problematizar el asunto: el planteamiento de Georg Lukács es correcto: en tanto género literario, la novela histórica emerge con la obra de Walter Scott, particularmente con Waverley (1814). V.: LUKÁCS, Georg. La novela histórica. México. Ediciones Era. 1977, 3ª edición. pp. 15-70.

4. La idea de que la pluma de Scott era responsable de Weverley se generalizó a las pocas semanas de la primera edición de la novela, pese a los esfuerzos del escritor por conservar su anonimato. Menos de tres meses depués de que Weverley fuera publicada, en una carta a una de sus hermanas, la novelista inglesa Jane Austen (1775-1817) decía a las claras: “Walter Scott has no business to write novels, especially good ones. It is not fair. He has Fame and Profit enough as a Poet, and should not be taking the bread out of other people's mouths. I do not like him, and do not mean to like Waverley if I can help it –but fear I must”. (correspondencia a Anna Austen; 28 de septiembre de 1814). En: The Walter Scott Digital Archive. Department of Special Collections. Edinburgh University Library.

5. La demostración definitiva de que José María Heredia es el autor de Jicotencal se debe a Alejandro González Acosta. V.: GONZÁLEZ ACOSTA, Alejandro. El enigma de Jicotencal. México. UNAM, CONACyT, Instituto Tlaxcalteca de Cultura. 1997.
HEREDIA, José María. Jicotencal. México. UNAM. Colección Ida y regreso al siglo XIX. 2002. pp. 21-176
Cuidado: no confundir Jicotencal con Xicoténcal… Pocos años después de que Heredia diera a conocer su Jicotencal, en España se publica la respuesta…, y, curiosamente, con "x": Xicoténcal, príncipe americano (Valencia, 1831). El autor en este caso sí firmó su escrito; se trata del español Salvador García Baamonde, quien, por su parte, defiende en su libro la obra bienhechora de Cortés y sus hombres.

6. v.g.: VARELA JACOME, Benito. Evolución de la novela hispano-americana en el siglo XIX. Biblioteca virtual Miguel de Cervantes.

7. Hay quienes incluso han cometido el despropósito de señalar que a Jicotencal le corresponde el sitio de la primera novela histórica de América. Por supuesto, las cosas no son así: James Fenimore Cooper publicó años antes novelas como Los pioneros (1823).

8. V.: SIERRA O’REILLY, Justo. “Apuntes familiares de don Justo Sierra (O’Reilly)”. En: SIERRA MÉNDEZ, Justo. Obras completas. Epistolario y papeles pivados. T. XIV. México. UNAM. 1991 –1ª reimpresión–. p. 11.

9. SOSA, Francisco. Biografías de mexicanos distinguidos. México. Editorial Porrúa. Colección “Sépan Cuántos” #472. 1985. (De acuerdo a la página legal de la edición de Porrúa empleada, la primera vez que se publicó este libro de Francisco Sosa fue en 1884.)p. 581.

10. Desde sus inicios en la revuelta federalista de 1840, el quehacer político del doctor Sierra O’Reilly siempre se dio al lado del campechano Santiago Méndez Ibarra, con quien tendría lazos no sólo ideológicos sino también familiares: en mayo del 42 Justo Sierra contraería nupcias con la hija de su preceptor y padrino, doña Concepción Méndez, con quien tuvo cinco hijos, uno de los cuales llevó su mismo nombre y alcanzó mayores famas.

11. SIERRA O´REILLY, Justo. “Prospecto”. En: Los Pueblos. Periódico oficial del gobierno del Estado Libre de Yucatán. #54. Campeche, martes 25 de agosto de 1840. p. 4.

12.El Espíritu del Siglo, impreso de carácter político en el que se enarbolaban los ideales del federalismo. Los redactores de México a través de los siglos destacaron la labor proselitista de Sierra O’Reilly en favor del reestablecimiento del federalismo en México; de hecho, la litografía del busto de nuestro personaje que aparece en dicha obra, ilustra tal cuestión: “… una vez instaladas aquellas Cámaras y declarada la independencia de México, mientras éste no volviese al régimen federal, propósito predicado y sostenido con talento y energía por el licenciado don Justo Sierra, redactor del periódico campechano El Espíritu del Siglo”. RIVA PALACIO, Vicente. (dir.) México a través de los siglos. México. Editorial Cumbre. s/f –17ª edición–. T. VIII p. 64

13. “… El Museo Yucateco, primer periódico extenso y literario de la península…, fue el primer monumento, o mejor dicho, la verdadera cuna de nuestra vida literaria, formada en el suelo del país”. CARRILLO SUASTE, F. “Colección Literaria, 1881”. Citado en: CANTO LÓPEZ, Antonio. “La imprenta y el periodismo”. En: PÉREZ BETANCOURT, A. y PÉREZ MÉNDEZ, R. (compiladores). Yucatán: textos de su historia. T. I. México. SEP / Instituto Mora / Gobierno del Estado de Yucatán. 1988. pp. 43
Cfr.: SOSA, Francisco. “Noticia biográfica del autor”. En: SIERRA O´REILLY, Justo. Un año en el Hospital de San Lázaro. T. I. Mérida. Universidad Autónoma de Yucatán, 1997. p. Xiii.
Cfr.: CARBALLO, Emanuel. Diccionario crítico de las letras mexicanas en el siglo XIX. México. CONACULTA / OCEANO. 2001. pp. 267- 269

14. “Publicación mensual, frecuencia que se ha confirmado en algunas obras consultadas y por un análisis o recuento manuscrito anotado en los márgenes de los ejemplares que se encuentran en la Hemeroteca Nacional… Consta en total de 17 entregas, cada una con 40 páginas impresas a 2 columnas. Esta apreciación se pudo establecer gracias a una serie de constantes y a que en la página 120 del tomo 1 los editores hablaban del éxito que ha tenido su publicación e invita a que se suscriban a ella ‘aunque no reciban los trs primeros números que hasta hoy se han publicado; seguros de que al fin del año haremos una nueva edición de ellos…’” CASTRO, Miguel Ángel y CURIEL, Guadalupe (coords.) Publicaciones periódicas mexicanas del siglo XIX: 1822-1855. Fondo Antiguo de la Hemeroteca Nacional y Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México (Colección Lafragua). México. UNAM. Instituto de Investigaciones Bibliográficas. 2000. p. 285.

15. La primera novela histórica del general Riva Palacio es Calvario y Tabor (1868). Cfr: MARTÍNEZ, José Luis. La expresión nacional. Mé-xico. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. 1993. p. 306.

16. SIERRA O’REILLY, Justo. “Doña Felipa de Zanabria”. En: SIERRA O’REILLY, Justo. Páginas escogidas. México. UNAM. Biblioteca del estudiante universitario # 82. 1978. p. 8
Doña Felipa de Zanabria narra una historia ubicada en Yucatán, a principios del siglo XVII.

17. Walter Scott publicó en 1822 The Pirate. Apenas un año más tarde, 1823, el norteamericano James Fenimore Cooper dio a conocer The Pilot: A Tale of the Sea. En América Latina, es el argentino Vicente Fidel López (1815-1903) quien publica la primera novela histórica con temática de piratas: La novia del hereje o la Inquisición en Lima, publicada originalmente en Plata Científico y Literario en 1840, es decir, un año antes que El filibustero de Sierra O’Reilly.

18. El también yucateco Eligio Ancona publicaría años más tarde una novela homónima. Varios años después, Riva Palacio también incursionaría en el tema: Los piratas del Golfo (1866).

19. V.: CASTRO, Miguel Ángel y CURIEL, Guadalupe (coords.. Op. cit. pp. 360-361.

20. SIERRA O´REILLY, Justo. Un año en el Hospital de San Lázaro. T. I y II. Mérida. Universidad Autónoma de Yucatán, 1997.
Además, en El Registro yucateco el doctor Sierra O’Reilly publicó una novela corta más, también de carácter histórico: El secreto del ajusticiado. V.: SIERRA O’REILLY, Justo. “El secreto del ajusticiado”. En: SIERRA O’REILLY, Justo. Páginas escogidas. Op. cit. pp. 17-40.

21. CASTRO LEAL, Antonio. “Prólogo”. En: SIERRA O´REILLY, Justo. La hija del judío. T. I. México, 1982 –2ª edición–. Editorial Porrúa. Colección Escritores Mexicanos #79. T. I. p. ix.

22. MONSIVÁIS, Carlos. “Vicente Riva Palacio: la evolución liberal contra la nostalgia reaccionaria.” En: RIVA PALACIO, Vicente. Monja y casada, virgen y mártir. México. Editorial Océano. 1986. p. XII

23. PÉREZ GAY, Rafael. “Avanzaba el siglo por su vida”. En: CONACULTA. Biblioteca de México # 20. México. Marzo-abril de 1994. p. 23. Cfr.: CASTRO IBARRA, Germán. “El diablo suelto en México”. En: ITAM. Boletín ex – ITAM. Nueva época #20. México. Febrero, 2002. pp. 25-27.

24. La primera versión de El fistol del diablo es la que Payno publica de 1845 a 1846 en Revista científica y literaria. Después, entre 1859 y 1860, corrige y aumenta la obra, para dejar la estructura que hoy día conocemos. En 1872 realizaría algunos cambios míimos al capitulado original, y finalmente en 1887 modificaría varios capítulos y el final de la novela. Payno escribió además El hombre de la situación (1861), considerada inconclusa, y, claro, su obra cumbre: Los bandidos de Río Frío (1891).

25. El supuesto de José Emilio Pacheco que expone Pérez Gay seguramente se debe a una confusión: como ya quedó anotado, de 1841 son las primeras novelas históricas de Sierra O’Reilly, publicadas en El Museo Yucateco, ninguna de las cuales podría ser considerada como de folletín (las dos más extensas, apenas constaron de cuatro entregas cada una).

26. v.g.: “Llamamos folletín a una novela, en general de tono menor, con frecuencia lamentable, que se publica en los periódicos en fragmentos sucesivos a veces inacabables, cuando el texto suscita la atención necesaria en los lectores. Se llama novela de folletín a cierta especie de bajos fondos de la literatura, destinados a un público nada selecto que suele hacer sus delicias con este género literario”. JARNES, Benjamín (dir.). Enciclopedia de la literatura. México, s/f. Editorial Central. T. II. p. 711

sábado, 24 de julio de 2010

Los hilos del Chilaquil

No se trata de quemar a nadie, así que pongamos por caso que mi amigo responde al mote del Chilaquil. Desde hace ya algunos años, sin que nadie se lo pidiera, el Chilaquil se echó a cuestas la responsabilidad de proveer oportunamente entre un grupo selecto de camaradas esparcidos por buena parte del territorio nacional un servicio de síntesis de contenidos de ocasión. Por puro altruismo, sin recibir óbolo alguno por ello, él, arriesgando el sagrado chivo, dedica diariamente buena parte de su jornada laboral a navegar por conocidas e ignotas aguas cibernéticas, para así poder encargase de la pesca de los contenidos adecuados, de seleccionarlos y editarlos, de armar y administrar la lista de distribución, para luego enviar puntualmente los mensajes vía, claro, correo electrónico. Un trabajo arduo que muchos le agradecen. Nunca lo ha externado porque jamás agrega ninguna nota editorial de su cosecha, pero quiero pensar que mi amigo destina tanta energía a mandarnos de tres a cinco mensajes a la quincena sencillamente porque decidió abrazar un apostolado doble.

En principio, imagino que el Chilaquil quiere hacer algo para que la comunidad de cuates permanezca unida: frente a los cambios de chamba y de domicilio, las crisis de ánimo y las visitas constantes de doña neurosis, los divorcios, los raptos pasionales, los malos entendidos, y en fin las vicisitudes con que el destino suele aislarnos conforme pasan los años, en suma, frente a la apabullante fuerza centrífuga del cambio, el Chilaquil opone los finos hilos de sus correos electrónicos, con los cuales en algo colabora para que el grupo no se desmadeje del todo y siga siéndolo. Dado que el criterio de arranque no fue otro más que el de la amistad y considerando que la vida nos va tratando en forma por demás desequilibrada por no decir injusta, hoy el conjunto de destinatarios, por ahí de una veintena de personas, integra desde secretarias hasta funcionarios de primer nivel del Gobierno Federal, consultores y desempleados que seguramente revisan su hotmail en un café internet, pasando por un diseñador gráfico casi genial y continuamente incomprendido, varios administradores del trabajo ajeno, gente que todavía tiene y puede que echarle lápiz a diario, burócratas apoltronados en la inutilidad, programadores, contadores públicos, sesudos analistas de la realidad nacional, jefes y tropa…

− Actuario, tiene llamada del ingeniero Audámaro Gálvez de la Secretaría de Obras Pírricas.


− Pásemelo, Lupita, por favor.


− Oye, ¿ya leíste lo que mandó el Chilaquil anoche…? Está buenérrimo.


− Sí, Gálvez. Pero ya te he dicho que la palabra buenérrimo no existe: por favor no seas naco y di buenísimo.


− Ok, ok… Oye, ¿comemos el jueves? Acaban de abrir una marisquería en la que sirven unos pulpos a la diabla de-li-cio-cé-rri-mos.


En segundo lugar, y considerando que en contra de todas las apariencias ocurre que el Chilaquil en realidad tiene un espíritu más bien clásico, al oprimir el botón de send, se lanza una apuesta más en favor de aquella conseja horaciana que dicta que el humor es una lógica sutil (cfr.: Quinto Horacio Flaco, 65 – 8 a.C.).


− ¿Y ahora, tú…? ¿De qué te ríes?


− Nada, mujer…, de un correo que me acaba de mandar el Chilaquil.

− Seguramente un chiste de esos todos bien puercotes, ¿no?


− No, para nada… ¿Te acuerdas de los spots de Aguirre, de ése en el que salía con el Ángel de la Independencia atrás?


− La Ángela, querrás decir… Sí, pero ya no los pasan, desde el 3 – 1 contra Argentina.


− Bueno, ésos… Ahorita me acordé… Es que si no fuera por la ocurrencia ideática que el cura don Miguel Hidalgo tuvo hace doscientos años, hoy estaríamos celebrando, ¡seríamos los campeones del Mundial de Futbol! ¿Te imaginas los festejos…?


− Pues quién sabe a dónde se iría a bailar y brincar como loca perrada, porque pues la Ángela de la Independencia no existiría…


− De plano, ya echaste a perder el chiste, mujer.


Y aunque sí mayoritariamente, en la bandeja del correo uno no siempre encuentra en los envíos del Chilaquil chistes y chapuzas varias, a veces él se inclina por el ánimo de concientización, por el afán solidario. Entonces, por ejemplo, las fotos del desastre “natural” del momento llegan a nuestras pantallas junto con la invitación a hacer algo, a donar unos pesos o algunos víveres. En mucha menor proporción, quizá porque el Chilaquil es más bien receloso de las leyendas negras y casi todo se toma a broma, nos surte con uno que otro mito urbano.


En cualquier caso, los hilos que el Chilaquil tiende por la red amarran una comunidad de gente, amigos que seguimos compartiendo la alucinación de que a final de cuentas vale la pena permanecer en contacto.

sábado, 17 de julio de 2010

Amor definido

¿Qué es el amor?

Circula por correo electrónico un ppt: ilustradas con paisajes naturales y aves al vuelo, una por una va desplegándose una veintena de fórmulas que pretenden definir qué es el amor. Todas se adjudican chamacos y chamacas de entre 4 y 8 años de edad. Textos muy tiernos…, sobre todo en la tercera acepción del adjetivo (se dice de la edad de la niñez, para explicar su delicadeza y docilidad; según la RAE). Hay incluso algunas bonitas (Cuando alguien te ama, la forma de decir tu nombre es diferente; sabes que tu nombre está seguro en su boca), pero en general, me disgusta la relación directa que la mayoría establecen entre amor y sacrificio. Un tal Max, de 5 años, establece: Dios debería haber dicho algunas palabras mágicas para que los clavos se cayeran de la cruz, mas él no lo hizo… Esto es amor. Anita, de 4, no piensa en Cristo sino en su mascota: Amor es cuando tu perro te lame la cara, aunque tú lo dejas solo el día entero. ¡Uf!


¿Qué es todo?
La bronca no solamente es definir el amor. La bronca es definir todo. Vivimos enjaulados, unos más otros menos, en nuestro propio lenguaje. Las disquisiciones de los chavitos me hicieron recordar un pensamiento de Wittgenstein (1889-1951): creemos ver el mundo, pero lo que vemos no es sino el marco de la ventana por la que lo miramos. ¿O sea? Sigo con Ludwig Josef Johann Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”, y si “yo soy mi mundo”, ergo “yo” no es otra cosa que mi lenguaje (Tractatus logico-philosophicus, 1921). De ahí la relevancia de la forma en que nombramos todo, el mundo, nuestras relaciones con los demás, nosotros mismos...Y claro, es imposible escapar del lenguaje. Octavio Paz entendía el lenguaje como su universo y su cárcel: “El lenguaje humano está abierto al universo… pero igualmente, por sí mismo, es un universo… Si queremos pensar o vislumbrar siquiera al universo, tenemos que hacerlo a través del lenguaje. La palabra es nuestra morada: en ella nacimos y en ella moriremos”. ¿Así o más clarito? “Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad... No podemos escapar del lenguaje”. Una conceptualización muy próxima a la idea de matrix de quien acuñó el término ciberespacio, el novelista gringo-canadiense William Gibson (1948). En su cuento Burning Chrome (1982), Gibson llamó cyberspace a la mass consensual hallucination que resulta una red de computadoras. Años más tarde, en la tercera entrega de su trilogía Sprawl, la novela, Mona Lisa Overdrive (1988), el escritor cuenta: “No hay un dónde, allí. Sus dedos encontraron al azar un conmutador y fue catapultada al otro lado de la pared de estática, hacia la abigarrada inmensidad, el vacío nocional del ciberespacio, y la brillante retícula de la matriz se extendió a su alrededor como una jaula infinita”. Atrapados y sin alternativa para aprehender el mundo más que a través de las palabras. Irónico y consecuente, el propio Wittgenstein declaró alguna vez sobre su Tractatus…: “Es un libro que consta de dos partes: la aquí presentada y lo que no escribí. Justamente esa segunda parte es la más importante”.

Con todo, creo que debemos cuidarnos de no imponerle inconscientemente nuestro lenguaje −en particular estructuras narrativas, por muy bíblicas que sean− a la realidad, el primero bastante menos dinámico que la segunda. Ello deviene, a fuerzas, en preconcepciones y prejuicios. ¿Qué hacer? Creo que debemos al menos hacer un esfuerzo por sopesar qué tan adecuado o no es el lenguaje con el que aprehendemos el mundo, con el que nombramos y tratamos de ajustarnos a lo que estamos viviendo, y, además, intentar mantenerse en la conciencia de que la forma en que percibimos las cosas está siempre condicionada por nuestro lenguaje. Es decir, no es posible mirar más que a través de la ventana de Wittgenstein. No hay meta-lenguaje que la quite. Y a pesar de ello, dado que sólo tenemos esa venta, creo que hay que apostarle a un trabajo constante de redefinición, que ciertamente puede resultar agotador... La otra vía, no excluyente, es apostarle un poco más a lo “fenoménico” y desconfiar de entrada de las etiquetas. Entonces sí, como dictamina Paty, de 8 años, amor es besarse y abrazarse (lo malo es que la misma infanta agrega amor es decir ‘no’. ¡Ah, caray! ¿No qué? ¿No cómo, cuándo, dónde?).


Y obvio: todo esto que digo, ¡ay, jaulita!, también es lenguaje. Sigue estando dentro de la misma jaula. Por eso Murakami, quien es un mago escapista del lenguaje, suele declararse atrapado: las palabras no alcanzan, confiesa.

viernes, 9 de julio de 2010

El diablo suelto en México II

¡Cabal! –imagino que Payno respondería al ofrecimiento de diseñarle genéticamente nuevos paisanos, porque si de algo muestra hartazgo a lo largo de El Fistol del Diablo es de la nuestra absoluta incapacidad para ponernos de acuerdo. ¿O exagero? Contesta el narrador:

Es de tal manera singular y extraordinario el carácter de los mexicanos que cualquier cosa que se cuente de ellos, por rara que sea, no está lejos de la verdad.

¿A quiénes se refiere Payno cuando habla de “los mexicanos”? A una abstracción que para entonces apenas se estaba gestando, mucho gracias a obras como la suya.


La primera novela de Payno es el segundo gran mosaico narrativo de México –el primero, claro, se debe a Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento (1816)–, y en ella el propósito de captar la dichosa mexicaneidad es evidente: los personajes no solamente desfilan encarnando los diversos fenotipos que Payno decanta de la realidad convulsa del México recién parido, sino que también se permiten la autodefinición:


Es menester que te convenzas de que tú y yo representamos perfectamente el carácter mexicano –le dice el capitán Manuel al joven Arturo–; somos charlatanes, versátiles, apasionados y apáticos aun en las cosas de propio interés; olvidamos con facilidad los agravios, sin perdonarlos, y no tenemos energía para llevar a cabo nuestras resoluciones.



Quien invoca


Manuel Payno nació novohispano, el 21 de junio de 1810 en la ciudad de México. Para entonces el cura Hidalgo había salido al campanario a gritar mueras a los gachupines. Cuando Manuelito era un mozuelo de 11 años, Iturbide y Guerrero pactan, abrazo mediante, la independencia de México. Muy viejo para los estándares de su generación, Payno moriría el 4 de septiembre de 1894. Vivió todos los jalones de identidad del México Independiente, para irse a morir en pleno Porfiriato. Fiel al perfil del literato mexicano decimonónico, Payno fue burócrata, militar, periodista, legislador y diplomático. Lapidario, Rafael Pérez Gay enfoca a Payno para retratarlo como “un escritor longevo, político astuto y chaquetero, liberal mañoso... y prosista atlético”.


Ignacio Manuel Altamirano –el primer cacique cultural de este país, José Luis Martínez dixit– no le regateó al autor de El fistol del diablo un destacadísimo lugar en los albores de la literatura mexicana, pero no dudó en pedir en el Congreso la pena de muerte para Payno, político veleta.



El diablo novelado


De 1845 a 1846, Payno publicó por entregas la primera versión de El fistol del diablo. Luego escribe otra novela, El hombre de la situación (1861), que jamás concluiría, y mucho después (1888-1891), poco antes de morir, su obra cumbre, Los bandidos de Río Frío.


El fistol del diablo –una obra que podríamos llamar costumbrista, de folletín y desde luego romántica– fue escrita a lo largo de casi medio siglo, en varias etapas: la primera hacia 1845, luego entre 1859 y 1860, en la que aumenta la primera y la estructura; en la tercera, 1872, hace cambios mínimos. En la cuarta y última, 1887, cambia el desenlace. En la versión definitiva, la novela termina con el relato del motín popular ocurrido en la ciudad de México el 16 de septiembre de 1847 contra el ejército invasor norteamericano.


El período que abarca El fistol del diablo va de la apoteosis de Antonio López de Santa Anna, cuando en febrero de 1844 se inaugura el teatro que llevaría su nombre, hasta la caída de la ciudad de México en manos de las tropas gringas, en septiembre de 1847. ¿Y qué ocurre a lo largo de sus muchas páginas? Carlos Monsiváis sale al quite: “El fistol del diablo es un diluvio de sucedidos calamitosos y trágicos, donde el Averno, muy bien representado, dirige el exterminio de los inocentes”. Y si bien las inocentes, porque casi todas son mujeres, son fácilmente identificables, resulta de una lectura panorámica que en realidad lo son todos, mexicanos y mexicanas. El gran orquestador, por supuesto, el diablo. El misterioso y omnipresente Rugeiro:


Vosotros creéis que soy un comerciante italiano, alemán o inglés, que vengo a cambiar a este país algodón, seda y baratijas, por oro y plata: que viajo, que me divierto, que fumo buenos puros y que me arrojo a los peligros..., que canto y bailo, que discurro sobre política y filosofía. ¿No es verdad que creéis todo esto? Pues es en lo aparente...


Vanidoso y protagónico, el mismo Maligno se encargará de darnos cuenta de quién es realmente:


... llamándome generalmente guerra civil, he recorrido desde Sonora hasta la Patagonia.


Ya en confianza, simplemente el monstruo de la anarquía.


La mirada costumbrista de Payno atrapó al México desarticulado que le tocó en desgracia, mientras que su pluma romántica le puso santo y seña al causante de la nacional desgracia: el desorden, la falta de acuerdos, los partidismos siempre por encima de toda causa común. ¿Te suena?

sábado, 3 de julio de 2010

El diablo suelto en México I

Exordio
Este 21 de junio se cumplió el bicentenario del natalicio de Manuel Payno (1810-1894), autor de novelas fundamentales de nuestra literatura, como El hombre de la situación y Los bandidos de Río Frío. Para conmemorarlo, recordemos al diablo...

Diablo con descuento
A estas alturas sería estúpido negarlo: el diablo existe. En la literatura universal, quien lo busque podrá encontrarlo a la vuelta de una legión de páginas. Aquí también, las letras mexicanas no le han escatimado espacios. Una de las primeras novelas escritas en este país lo recrea, le otorga nombre y voz: El fistol del diablo, de Payno, uno de esos libros que se citan mucho y se han leído poco –no es para menos, es un ladrillo de más de mil páginas–. La casualidad trajo a mis manos una edición más o menos reciente. Andaba perdiendo el tiempo en una librería; la causa todos la hemos sufrido con variantes despreciables: llegar a tiempo a una cita y tener que esperar casi media hora para que el o la impuntual aparezca con cara de lechuga romanita es una rutina que todos tenemos incrustada en los más recónditos confines de nuestra identidad nacional. Suspiras, ves el reloj y suspiras de nuevo antes de tirarte un clavado en las mesas de novedades, más por el morbo de corroborar que la gran mayoría de la escuálida minoría que conforman los lectores en México sigue consumiendo básicamente basura. Hojeaba, pues, manuales para hacerse rico sin necesidad de apellidarse Slim, recetarios de pasteles antiarrugas, ediciones de bolsillo de libros que tuve que comprar al doble de precio hace años, cuando entre los mostradores que albergaban los anzuelos más atractivos de las grandes editoriales, un hombre con barba de rabino llamó mi atención. ¿Manet? Sin ver sobre qué versaba, tomé el libro, busqué el dato en la página legal y mi ego se vio reconfortado: Retrato de Théodore Duret de Edouart Manet. Sí, uno de esos frívolos placeres con que uno vivifica la autoestima, y de los que el diablo se vale para tentarnos. Triunfador, iba a votar el librote en su lugar cuando la curiosidad me tentó... ¿Qué será este tabique?... El fistol del diablo de Manuel Payno (Editores Mexicanos Unidos, 2001).

Un diseño más bien simplón, pero bien impreso y sobre todo con una letra de puntaje suficiente como para no tener que echar mano de la lupa. Hasta ahí, dudaba, porque sí, con Los bandidos de Río Frío me había divertido como enano, pero a qué horas iba a leer tamaño novelón... Sin embargo, el diablo conoce a fondo a sus víctimas, nosotros, pobres mortales de economías emergentes en eterna emergencia: con etiqueta roja para que no quedara duda ahí estaba el porcentaje de descuento y luego el precio final, 120 pesitos. Total, que cuando al fin llegó la persona que esperaba me encontró con un enigmático paquetón bajo el brazo...


Clonar para hacer Patria
A medio aliento de una novela que comenzó a publicarse hace más de 150 años, habla el diablo; lo hace usando el nombre de Rugeiro: Los científicos dicen que el diamante es de carbono puro... Pero dime, ¿dónde está un científico que haya podido construir una pepita de naranja, para que del germen imperceptible que encierra pueda nacer un árbol frondoso que a su vez produzca millares de naranjas, cada una con una multitud de pepitas donde está el origen y la vida de otros tantos árboles? ¿Y así quieren medir su razón mezquina con la razón grande de Dios? Hoy, desde la perspectiva engreída del siglo XXI, podríamos contestarle al chamuco que para la Humanidad poco es el mar para echarnos un buche, porque su reto se quedó corto, qué decir corto, cortitito: olvídese de su dichosa pepita de naranja, no sólo ya logramos clonar una tierna Dolly, sino que el código genético del propio del ser humano está ya a nuestra merced. Sí, mi estimado don Manuel, el desafío que plantea Rugeiro en su novela ya ha sido superado: ahora la imaginación alucinada del hombre no proyecta campos infestados de frondosos naranjos, ¡qué va!, hoy pueden prospectarse verdaderas revoluciones artificiales a la Naturaleza: higiénicos perros genéticamente diseñados para que todo lo que coman lo procesen, de tal suerte que en el futuro ya no haya más patios que limpiar; deliciosos pistaches con cáscaras de papel de china; vacas que no paren de parir hamburguesas listas para el asador; mosquitos depresivos que se suiciden tan pronto uno los vea feo; hojas de lechuga en formato carta, legal y A4; o quizá, adivinando sus antojos, estimado don Manuel, mexicanos dispuestos a sumarse sin chistar a un proyecto de Nación único, federalista o centralista, liberal o conservador, colorado o carmesí, usted diga, pero eso sí, descuide, limpios al fin de esa fea manía de conspirar sin descanso, de criticar sin ton ni son.