A Carlos Vidali
Como las hormigas y las abejas, las termitas viven organizadas como macro-organismos, en su caso, se trata de colonias en las que los individuos están divididos en castas: obreros, soldados y reproductores. La mayoría de estos animales nunca salen de sus nidos; su existencia depende por completo del trabajo colectivo y de la repartición precisa de tareas: otros les llevan el sustento, literalmente, a la boca (y me niego a explicar aquí en qué consiste la trofalaxia, que me parece asquerosa, incluso para los neópteros). Gracias a que viven en simbiosis con ciertos protozoarios, las termitas pueden obtener los nutrientes que requieren de su alimento principal, la celulosa. Por ello, es bien sabido que los isópteros no le tienen ningún respeto ni a la madera ni a los libros.
¡Miserables termitas!: las perforaciones que observo en el libro que tengo en las manos lo cruzan en diagonal, desde su portadilla hasta por ahí de la página 140. Materiales para una Cartografía Mexicana, el título de la obra firmada por Manuel Orozco y Berra (1816-1881), quien se acreditaba como “miembro de la Academia de Ciencias y Literatura, vicepresidente y miembro de número de la Sociedad de Geografía y Estadística, e individuo de la Sociedad Humboldt, & c.”. Se trata de una edición reempastada muchos años después de que fuera editada por la propia Sociedad de Geografía y Estadística, y facturada en 1871 en la Ciudad de México por la imprenta del Gobierno, a cargo entonces de José María Sandoval.
Reviso el volumen en una de las mesas de trabajo de la Mapoteca Manuel Orozco y Berra (MMOyB), que se alberga, junto con el Servicio Meteorológico Nacional, en Ex palacio Arzobispal de Tacubaya (avenida Observatorio, entre General Platas y Ex-Arzobispado, a unas cuadras del Periférico). El lugar exhala historia. Entre estas cuatro paredes al menos un virrey murió: Bernardo de Galvéz, en 1786. El edificio, construido entre 1734 y 1740, luego de consumada la Independencia fue asiento del Colegio Militar y también casa habitación de al menos dos presidentes: Comonfort y Antonio López de Santana, para después ser sede durante varios años del Observatorio Nacional.
La Mapoteca puede contar con un ejemplar libro que documenta la idea que le dio origen gracias a la generosidad de Guillermo Tovar de Teresa, quien lo donó en 1987. Actualmente, el acervo de la MMOyB está integrado por más de 150 mil documentos, clasificados, sin contar los materiales contemporáneos, en ocho colecciones: General, Archivo Técnico, Amado Aguirre, Pastor Rouaix, Domingo Diez, Atlas, IPGH, y la colección más importante de cartografía histórica con la que cuenta este país, la Orozco y Berra. Ésta es la columna vertebral de la Mapoteca. Además, la MMOyB dispone de una colección de instrumentos antiguos astronómicos, topográficos y de medición.
En 1877, plena paz profiriana, en el Departamento Cartográfico del Ministerio de Fomento, los primeros profesionales de la Geografía pagados por el gobierno de México comenzaron a reunir y a producir mapas y planos del país. La Mapoteca enriqueció sustancialmente su acervo en 1881, cuando Orozco y Berra le heredó su colección personal: más de tres mil planos y mapas, elaborados desde mediados del siglo XVII y hasta los últimos años del XIX. Cien años después, 1977, se decidió honrar la memoria de Orozo y Berra poniéndole su nombre a la Mapoteca.
La idea germinal de la recopilación de productos cartográficos que debemos a don Manuel es la que encuentro en las primeras líneas de la introducción a su Materiales para una Cartografía Mexicana:
Hace algunos años que se me puso la idea de formar una colección de planos de México. Al efecto comencé a reunir cuantos me llegaban a las manos, manuscritos o impresos, sin pararme a examinar si eran buenos o malos, pequeños o grandes, apreciables o inútiles para la ciencia: aun del mismo plano buscaba todas las ediciones que tenía sin dar preferencia a las modernas sobre las antiguas, sin desechar la representación de provincias o Estados que ya no existen. Quería, no sólo que la colección fuera objeto de curiosidad, sino que pudiera servir para el estudio de los adelantos de la geografía en nuestro país…Aunque inició el acopio buscando mapas de México, pronto Orozco y Berra tuvo que ampliar su criterio de selección y ensanchar sus deseos:
La colección… para ser completa debía incluir las cartas publicadas en el extranjero…. De aquí, por un procedimiento natural a la humanidad, que ensancha sus deseos a medida que algunos se cumplen, fue preciso pensar en los Atlas, y en los libros que siendo extraños a las ciencias geográficas contienen sin embargo algunos planos…
Don Manuel reunió un montón de mapas y la riqueza de su legado es invaluable; sin embargo, como todo buen coleccionista, seguramente lo hizo atormentado por la avaricia: "Mi colección… creció, y creció mucho; pero para mi gusto más le faltaba que tenía, y cada vez que la registraba se me antojaba que estaba más trunca".
Ah, ¡bienaventurados los picados por la avaricia, la esperanza de poseer más, cuando aquello que coleccionan nos será heredado!