Hijos
transculturales
Uno de mis mejores amigos estudió
Química. Pongamos que se llama Turé. Él, sin duda, embona en el ideal que en
México todavía alcanza a seducir a algunos jóvenes: es un profesional exitoso. Ddesde que se tituló, ha trabajado en grandes empresas trasnacionales. Ha vivido
en varios países y buena parte de su chamba implica viajar por todo el mundo.
Tiene dos hijos, y recuerdo que a la hora de buscarle nombre a su progenie él y
su esposa acordaron, en ambas ocasiones, el siguiente criterio: nombres cortos
que puedan pronunciarse igual en distintos idiomas. Alan hoy vive en Brasil y
Eric en Francia.
Estoy seguro de que cuando
se trepó al avión que la llevaría a Serbia mi prima Tania jamás se imaginó que
estaba a punto de conocer al futuro padre de sus hijos. Solidaria y aventurera,
viajó a Belgrado para asistir a la boda de un amigo suyo quien, como ella lo
haría, había encontrado el amor en lo que alguna vez fue Yugoslavia. Su actual
marido es gringo y sus chamacos, también dos, podrán viajar por el orbe sin
tener que traducir sus propios apelativos: Lucca y Andre.
Filósofos
transculturales
El cadí —máxima autoridad judicial—
de Córdova tuvo un hijo en 1126 y lo llamó Abū l-Walīd Muhammad ibn Ahmad ibn
Muhammad ibn Rushd; afortunadamente, el apelativo árabe fue latinizado en
corto: Averroes. Nueve años después, en la misma ciudad andalusí, nació Moshé
ben Maimón o bien Musa ibn Maymun, quien sería luego mejor conocido por uno de
sus dos alias: Maimónides, es decir “el hijo de Maimon”.
Ciertamente,
Averroes y Maimónides compartieron
tiempo y espacio: fueron coetáneos (1126-1198 y 1135-1204, respectivamente) y
coterráneos, oriundos de la llamada Atenas de los árabes españoles, Córdova,
como lo fue Séneca (4 a.C. – 65 d.C.) y lo sería el culterano mayor, Luis de
Góngora y Argote (1561-1627). Además de momento histórico —sus vidas
transcurrieron en Al-Ándalus durante del Imperio almohade—, Averroes y
Maimónides fueron colegas, médicos ambos, pero sobre todo, filósofos y hombres
de fe. Más allá de sus distintas tradiciones de origen, musulmana y judía, este
par de galenos participaban de una gran admiración por una misma persona, un macedonio
polímata de magnas proporciones y trascendencia milenaria, Aristóteles de
Estagira (384 a. C. – 322 a. C.). Entre otras obras, Averroes escribió Tahafut al-Tahafut, que del árabe pasó
al latín como Destructio destructionis,
es decir, Destrucción de la destrucción
aunque resultó más conocido en castellano como Refutación de la refutación –justamente, porque el texto de
Averroes era una refutación al libro La
destrucción de los filósofos, de Al-Ghazali—. Por su parte, Maimónides
escribió un libro con un título grandioso, de un pegue mercadológico que mantiene
aliento hasta nuestros días: Guía de los
perplejos. Sin problema podemos tildar a ambos textos como aristotélicos, y
más todavía: tanto el musulmán —Averroes sería cadí de Córdova y después de
Sevilla— como el judío —Maimónides estuvo un tris de ser Gran Rabino de El
Cairo— discurrieron, cada quien desde su diferente trinchera, con un propósito
compartido: conciliar. En su caso, Maimónides pretendía auxiliar a muchos
judíos que, como sus discípulos, conocedores del Torá y lectores apasionados de
las enseñanzas aristotélicas —recién descubiertas por los sabios árabes—, no podían
más que sentirse perplejos ante las contradicciones que se evidencian entre lógica
formal y judaísmo. Por su lado, Averroes escribe su Tahafut al-Tahafut para argumentar que la religión, el Islam en
concreto, y la filosofía no eran excluyentes. Ambos intentaron conciliar la fe
y la razón, o quizá sea más preciso decir conciliar el lenguaje de la fe y el de
la razón. Averrores, por ejemplo, sostiene que la verdad se expresa en El Corán de tal forma que no debe leerse
en forma literal, sino alegórica. Como siglos después apuntaría Wittgenstein,
una buena metáfora refresca el entendimiento.
Perplejos
Maimónides redactó la Guía de los perplejos originalmente en
árabe; enseguida, en 1190, fue traducida al hebreo (Moreh Nevukhim). Precisamente ese año, mientras que en Al-Ándalus
Averroes y Maimónides seguían tratando de conciliar Islam, Torá y filosofía aristotélica,
los reinos cristianos de la península ibérica pactaban para enfrentar juntos a
los árabes; Alfonso VIII de Castilla, Alfonso IX de León, Alfonso II de Aragón,
Sancho VI de Navarra y Sancho I de Portugal firmaron la alianza. Bien a bien el
propósito se conseguiría tres siglos después, porque si bien los almohades
marroquís perderían la soberanía ibérica en 1269, los cristianos no lograrían
expulsar definitivamente de España a los moros sino hasta 1492, el mismo año en
que ellos mismos vinieron a meter su cuchara en América: en enero, después de
años de asedio, las fuerzas de los Reyes Católicos por fin desmantelan el Reino
nazarí de Granada, con lo que queda concluida la Reconquista. Después, tuvieron
que pasar 330 años para que apareciera la primera traducción completa al latín
de la Guía de los perplejos: Rabbi Mossei Aegyptii Dux seu Director
dubitantium aut perplexorum.
En
el ensayo con que abre Concepts and Categories,
Isaiah Berlin sostiene que el propósito de la Filosofía es atender un tipo
específico de preguntas, aquellas que “no pueden ser respondidas por medio de
la observación o el cálculo, tampoco mediante métodos deductivos ni inductivos”. Son preguntas que, “y he aquí un corolario crucial”, … hacen que
quienes se las plantean se enfrenten a un estado de perplejidad”. Por eso Isaiah,
que es decir Isaías, pensaba que la Filosofía era necesaria…
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