¿Qué?
El 20 de noviembre marché del Ángel de la Independencia al Zócalo de la Ciudad de México. Me sumé así a la #AccionGlobalporAyotzinapa, una jornada que tuvo lugar en prácticamente todo el país y en muchas ciudades del resto del mundo. Junto con miles y miles de personas caminé aquel recorrido de poco más de cuatro kilómetros. Estuve ahí. Observé directamente lo que pasó. Puedo afirmar que la versión que desde la noche de ese mismo jueves han venido difundiendo la gran mayoría de los medios masivos de comunicación es parcial —no es completa y toma partido— y tergiversa (mal) intencionadamente lo sucedido.
¿Cuántos?
Se trató de la manifestación social más nutrida en la que he participado en toda mi vida. Más allá de la guerra de cifras —hay “estimaciones” que van de 30 mil a más de un millón de manifestantes—, relato… Para demostrar su poder de convocatoria, López Obrador suele llenar el Zócalo, cosa que últimamente no ha logrado hacer del todo, porque ciertamente se requiere muchísima gente. La Plaza de la Constitución tiene alrededor de 40 mil metros cuadrados, incluyendo las calles que la rodean, de tal suerte que si calculamos tres personas por metro cuadrado, entonces se requieren 120 mil para colmar el corazón simbólico de México. El #20NovMx, los contingentes de universitarios que se reunieron en Tlatelolco comenzaron a avanzar a las cinco de la tarde, al igual que las personas que se habían concentrado en el Monumento a la Revolución. La gente que salió del Ángel, partió una hora después. Antes de las seis y media el Zócalo ya estaba lleno. Yo no llegué hasta allí sino minutos después de las nueve de la noche, cuando el mitin ya había terminado. La Plaza seguía llena y los contingentes no dejaban de ingresar por 5 de Mayo. Es decir, el Zócalo se llenó varias veces, al mismo tiempo que los tramos por los que llegaron los manifestantes se encontraban totalmente ocupados, tanto por grupos que seguían avanzando como por personas que apoyaban la marcha en las banquetas. Resulta pues evidente que la estimación del gobierno capitalino, 30 mil, es ridícula, mientras que el millón que algunos calculan quizá se quede corto.
¿Quiénes?
En la Ciudad de México, la marcha #20NovMx no fue estudiantil: participó una diversidad social enorme. Claro, los contingentes de la UNAM, el Poli, la UAM y la UACM —Si no marchamos juntos, nos matarán por separado—, fueron protagónicos, y como ya ha ocurrido en marchas anteriores, los chavos venían también de la Ibero, el CIDE, el ITAM, el Instituto Mora, el Colmex… Pero ahora sí los jóvenes no salieron solos: sindicatos y organizaciones civiles variopintas —desde Amnistía Internacional hasta clubes de ciclistas, pasando grupos de gays y lesbianas, religiosos, feministas y danzantes…—, parejas, niños, ancianos, oficinistas, empleados y comerciantes que se incorporaban… Por supuesto, la mayoría éramos clasemedieros, pero observé no poca de esa gente a la que se le nota a leguas el dinero y, lo que me parece en verdad relevante, muchas personas humildes, muy humildes… La comunión por sí misma es una de las experiencias humanas más emotivas, y lo es más cuando se consigue entre distintos… Algunos metros antes de llegar a la glorieta de El Caballito, un viejo descomunalmente alto, de mirada severa, sostenía una cartulina: A los estudiantes hay que buscarlos en la escuela, no en los basureros.
¿Cómo?
Se sentía una tristeza densa, atronadora cuando se coreaba del uno al 43 para exigir justicia. Se sentía la alegría de la esperanza, de saber que no había ganado ni la desidia ni el miedo. La emoción estallaba en las arengas contra el presidente Peña, y a renglón seguido en los cantos y las porras. Íbamos muy contentos. Íbamos muy compungidos. Indignación y coraje. Una señora con un par de niñas a los lados mostraba su parecer: Por nuestros hijos… prohibido rendirse.
Tristeza por los normalistas, enojo contra el gobierno y orgullo por estar marchado con miles de personas civilizadas… En esto hay que insistir y repetirlo: la marcha fue no sólo pacífica, fue también ordenada.
¿Por qué?
El jueves por la tarde-noche expresé un mismo mensaje con decenas de miles de mexicanos y mexicanas: estamos dolidos e indignados y queremos justicia.
A mí me tocó entrar al Zócalo poco después de las nueve. Impresionante: aunque el mitin ya había concluido, la gente circulaba contenta, animada… El ágora éramos todos. Pero del otro lado de la plancha comenzaron a escucharse petardos y alcanzamos a ver humo. Nadie corrió, las risas seguían, pero aquello ya había terminado y la prudencia susurraba algo al oído, así que comenzamos a salir por Madero… Algunos muchachos todavía traían pila suficiente para llegar a Eje Central echando Goyas y Huelums… Había quienes se detenían a comprar un tamal para calmar el hambre…
Para los miles que se quedaron en el Zócalo el final no fue el mismo. El gobierno —policía federal y policía del DF— decidió despejar el Zócalo a macanazos. El pretexto hacía más de una hora que había sido activado: menos de cincuenta bárbaros habían ya hecho su parte. De nada sirvió que justo antes de que comenzaran a repartir golpes, algunas personas se hubieran acercado a tratar de evitar la represión: ¡Policía, hermano, tu lucha es de este lado!
La violencia no es la solución, declaró hace unos días el secretario Osorio. Obvio…: la violencia es el problema.
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