se enfrascó tanto en su lectura, que se pasaba las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio e turbio, y así del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele de fantasía de todo aquello que leía en los libros…; y asentósele de tal manera en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.De vuelta al discurso de Zaid: a la imagen del libro como creador de una realidad aparte —en el mejor de los casos, la de la contemplación de esta otra que supuestamente cohabitamos todos—, a párrafo seguido se llama a cuento no a un novelista como Cervantes, sino a un poeta, amigo de don Miguel, por cierto, Quevedo, para citar la primera estrofa de reputado soneto suyo:
Retirado en la paz de estos desiertos,con pocos, pero doctos, libros juntos,vivo en conversación con los difuntosy escucho con mis ojos a los muertos.Los versos de Quevedo realzan el milagro que permite un libro: “La imprenta, vengadora de injurias de los amos, libra a las grandes almas que la muerte ausenta y les da una especie de vida eterna”. La comunicación entre los muchos, distintos y distantes, que la lectura posibilita, “nos integra a una comunidad invisible, por encima de los límites sociales, históricos, materiales, del espacio y del tiempo. Los libros nos permiten ser parte, a pesar del apartamiento”. Más adelante, Gabriel Zaid abunda en la noción de la “la comunidad invisible” que el invento de Gutenberg trajo al mundo hace 560 años: “Apareció una vida pública desconocida en Grecia: lugares de reunión que no están en ninguna parte; reuniones numerosas y hasta multitudinarias, pero que no suceden en un lugar y momento, sino en muchos lugares y momentos; que incluyen a conocidos y desconocidos, a vivos y muertos, y aun a participantes que todavía no nacen pero están previstos por este extraño diálogo imaginario…”
Un año antes de que Gabriel Zaid pronunciara estas palabras, un profesor de la Universidad Cornell, Benedict Anderson (1936), publicó un libro que tendría un gran impacto en muchas disciplinas sociales y que hoy día ha alcanzado el sitio de imprescindible: Imagined Communities. Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. El libro se puede leer desde 1993 en español gracias precisamente al Fondo de Cultura Económica (Colección Popular No. 498). El argumento en torno al cual gira todo el ensayo es el siguiente: una nación es “una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana”. Que sea imaginada no quiere decir que la nación no existe realmente, no, establece que existe precisamente porque es imaginada. Y es imaginada por un hecho simple e irrebatible: “porque aun los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión”.
Desconozco si en 1984 Gabriel Zaid había leído el libro de Benedict Anderson antes de escribir su discurso, pero es evidente que hay paralelismos significativos entre la comunidad invisible que él esboza y las comunidades imaginadas del académico de Cornell. De entrada, ambas son comunidades imaginadas, ciertamente, intangibles, aunque no por ello irreales. Además, las dos son limitadas: la nación por fronteras geopolíticas, más o menos flexibles, pero concretas; en tanto que la comunidad invisible que se realiza gracias a los libros es un territorio etéreo, mucho más extenso que la República de las Letras, pero limitado a los hombres y mujeres alfabetizados. Comunidades imaginadas y limitadas ambas, con la diferencia de que la comunidad invisible propuesta por Zaid no reclama soberanía alguna.
Tampoco sé si Benedict Anderson y don Gabriel tienen dotes de videntes. Sé en cambio que en poco tiempo mucha tinta y bytes han corrido en sesudos análisis de Internet, entendido como un medio de formación de comunidades imaginadas, especialmente en lo que corresponde a las (mal) llamadas redes sociales. Es posible encontrar en línea varias ponencias que específicamente arguyen que Twitter conforma fuertes comunidades imaginadas, en el sentido en el que Anderson define a las naciones —político— y con las posibilidades que Zaid destaca para las comunidades invisible que se trenzan en torno al libro impreso; a estas alturas, señalarlo es impostar la voz de Perogrullo. Si refiero todo lo dicho hasta aquí es para apuntar que desde finales de septiembre a estas fechas, he participado en Twitter en una comunidad imaginada de contundente realidad, que entra y sale de los monitores, del iPhone y la tablet, no para negar una realidad deleznable, sino para tratar de aprehenderla al margen de la mediación de los medios masivos de comunicación tradicionales, e incidir en ella, por ahora a través de la protesta en línea y callejera. El esfuerzo puede parecer quijotesco, y más nos vale que no lo sea…
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