Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 31 de enero de 2015

El pensamiento mágico de la OCDE

Quizá usted lo recuerde porque el evento generó un importante revuelo mediático: hace unos días un ángel —etimológicamente, un anunciador, un heraldo, el portador de albricias— visitó nuestro ajetreado país para realizar la que es su chamba por antonomasia: traer buenas nuevas, divulgar el buen mensaje, en concreto, el evangelio según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). José Ángel Gurría (1950), no en su carácter de paisano —tampiqueño— ni de priísta —se afilió al tricolor en 1968—, al menos no a la descarada, sino arropado en su rol de secretario general del susodicho organismo internacional —en el que hoy se agrupan 34 países—, presentó el documento Estudios económicos de la OCDE. México. Enero 2015. Conforme a lo establecido en tales escrituras, en suma, el economista egresado de la UNAM vino a corroborar el decir del gobierno del presidente Peña Nieto: que sí, que no dudemos, que es verdad, que las llamadas reformas estructurales aprobadas son el remedio a los males nacionales. Por supuesto, el camino al paraíso del desarrollo y la riqueza tendrá que andarse, y el ángel nos hizo ver algunas condicionantes, pero de que vamos en la ruta correcta, ni dudarlo. Mexicanos y mexicanas, tengamos fe ciega en las reformas, sigamos su estrella… 

Dominado por un impulso que con toda razón muchos podrían etiquetar de masoquismo puro y duro, decidí buscar, descargar y leer de cabo a rabo el dichoso documento. Tomando en consideración que en este caso particular los principales destinatarios de la palabra de la OCDE somos precisamente nosotros, los mexicanos, opté por bajar la versión en español. Un sencillo análisis del texto —filológico, esto es, en tanto manifestación idiomática— me lleva a la siguiente conclusión: nos encontramos ante una depurada expresión del pensamiento mágico contemporáneo.

En sus principales conclusiones, el evangelio de la OCDE avala a los cuatro vientos: “México ha emprendido un audaz paquete de reformas estructurales con el que pone fin a tres décadas de lento crecimiento, baja productividad, informalidad generalizada en el mercado laboral y una elevada desigualdad en los ingresos”. En itálicas subrayo el verbo; está conjugado en presente: los treinta años de infortunio han terminado, por acto de magia. Establecida la buena nueva, luego, enseguida, los sabios de la OCDE matizan: “Dichas reformas ya empezaron a robustecer la confianza en el país…” Aunque no se especifica quiénes son los actores en los que ahora comienza a fortalecerse la confianza —uno puede intuir que quizá sean los otros miembros de la organización— sin tapujos, a las claras, se explicita un presagio: “…y auguran [las propias reformas] buenos resultados para 2015 y años posteriores”. El verbo que se elige es clave, augurar. En la Antigua Roma un augur no era otro que el sacerdote dedicado oficialmente a la adivinación, especialmente por medio de la técnica de interpretar el vuelo, el canto o la forma de alimentarse de determinadas aves. Y adivinar, claro, se encuentra en el mismo campo etimológico que divinidad. En el mundo antiguo, eran los dioses los únicos que podían conceder determinados dones a los mortales, entre ellos, el talento para la poesía y también las dotes premonitorias. Como hoy, no cualquiera podía ingresar a las instituciones autorizadas para predecir el futuro: en Roma, el colegio de los augures y de los harúspices, hoy, instancias “acreditadas” como la OCDE o el Fondo Monetario Internacional. El párrafo cierra con una condicionante, sólo una: “Si México desea aprovechar al máximo este impresionante paquete, deberá fortalecer su capacidad institucional y de gobernanza para asegurar que el mismo sea implementado de manera efectiva”. Es decir, sin ánimo de echar sal a la herida, conviene puntualizar que la OCDE atisba únicamente un manchón en el horizonte promisorio, y ése se encuentra no en el aparato productivo o en la población o en los recursos, sino en el gobierno de la nación. De hecho, líneas más abajo precisa el documento: “La percepción generalizada de corrupción, la gobernanza administrativa endeble y una insuficiente aplicación de las leyes constituyen problemas serios…” Sin embargo, no hay que perder las esperanzas, en lo absoluto, porque “si las reformas explotan todo su potencial, contribuirán a que los mexicanos tengan una vida mejor”. Ellas solas se encargaran de todo. Desde tal augurio, en la página 4 del documento aparece una gráfica en la que se muestra el comportamiento del PIB per cápita de México a lo largo de 60 años, de 1980 a 2040: del inicio del período hasta 2014 la línea se mueve con altibajos, presenta valles y crestas, y una pobre tendencia de crecimiento promedio de 0.6%; en cambio, a partir del último tramo de 2014, la línea marca una pendiente decidida hacia la felicidad, en un ángulo de unos 30 grados y ya sin quiebre alguno: las reformas explotarán todo su potencial, pues.

Se admite que “en la última década, México avanzó poco en su proceso de convergencia con los países de la OCDE de altos ingresos…”, no obstante ello no se debió a errores cometidos por los hombres o su gobierno, tampoco a omisiones, sino a “una serie de adversidades sustantivas [sic] que afectó la recuperación económica”, algo que “se acentuó con los problemas financieros del sector de la construcción en 2013 y con el embate de catástrofes de carácter climático”. Pero la datamancia —permítaseme aportar el neologismo— no deja lugar a dudas: “por fortuna, la situación ya empezó a cambiar y está en marcha una reactivación”. Claro, la fortuna…

sábado, 24 de enero de 2015

Toda una vida…

Guillermo Sheridan Prieto tiene 64 años. Es doctor en letras y desde 2013 miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, experto en poesía mexicana contemporánea y además de crítico literario, cronista de los avatares nuestros de todos los días y autor de una novela única —es que nada más ha escrito una—, El dedo de oro (Alfaguara, 1996). El año pasado publicó un nuevo libro, Toda una vida estaría conmigo (Almadía). El título, más que un juego de palabras, enarbola una tesis de vida: evidentemente el hombre se cae re bien. 

Algunos inéditos, otros ya publicados en blogs, revistas (Letras libres) y diarios (El Universal), el volumen reúne en casi 400 páginas 69 textos, casi todos ellos narraciones concisas, crónicas la mayoría, algunos relatos de indiscutible valor literario. Si bien el cordón que prende tales cuentas es el propio andar de don Guillermo a través de los años —“cuando era joven, me dije: escribiré mi autobiografía así me vaya la vida en ello”—, y el orden en que se presentan es más o menos cronológico, la temática no es un ínclito individuo que nació en la Ciudad de México en 1950 y a quien hoy muchos tachan de “`reaccionario’ y todo eso”: la semblanza de las hazañas del escribiente es más bien un pretexto, una coartada. Por muy íntimas que sean algunas historias (“Leche voladora” y “Quinto malo”, por mencionar sólo un par), el arte en general y la literatura en particular se entrecruzan siempre, además de un afán por entender, el cual me animaría a calificar de sociológico… 

Con memoria o inventiva, a Sheridan le alcanza la mirada para regresar a sus años de escuinclito preescolar, y hasta allá regresa cargado de lecturas: “Como Rilke, creo que la única patria verdadera es la infancia y, como Chesterton, estoy convencido de que el rasgo característico de la educación es que no existe. Yo agregaría que… hay una enorme cantidad de circunstancias realmente graves que oponerle. Al educador no le importa que algo sea trivial, absurdo, falso o hasta equívoco: basta con transmitirlo para que se le considere ‘educación’”. Ácido y certero, los años le han redituado varias certezas que comparte —“en México las clases de literatura están diseñadas para conseguir que nadie lea nunca. Es una de las pocas cosas que ha funcionado en el país”—, y, por supuesto, un cúmulo de perplejidades —“No entiendo por qué linchar cada año a un inocente en Iztapalapa es patrimonio de la humanidad’ y la tauromaquia un agravio a la humanidad que debe ser la misma que la otra”—. 

El país, claro: México es escenario y asunto de las correrías y reflexiones de Guillermo Sheridan. Las experiencias, además de las obligadas abolladuras en la coraza, le han redituado varios saberes: “Con Pepón aprendí las características elementales (no hay de otras) del jefe mexicano que, salvo contadas excepciones, no varían: son obsequiosos con los de arriba y autoritarios con los de abajo; un remordido catálogo de complejos y envidias los mueve como un titiritero interior; no persiguen la eficiencia sino la gloria; su jefatura es el pastizal de su ego hambriento y la ventanilla donde cobran rencores nebulosos; navegan como carabelas por las aguas de una majestad que guarda una relación proporcional con su insignificancia; su concepto de lealtad consiste en el silencio o el halago…”

Toda una vida estaría conmigo es una hospitalaria miscelánea, en la que caben versos de Novo, Villaurrutia, Quevedo…, incluso del propio Sheridan (inalcanzable la primera estrofa de un soneto de juventud: “De Sarita palpé la hermosa chiche / una noche de viernes exaltada / cuando aceptó que la febril mirada / a la mano cediera su fetiche.”); honestas rememoraciones de luchas personales de las que no siempre el héroe salió laureado (“Una vez dejé de fumar durante siete semanas. Más allá de un orgullo justificado y de una indiscutible mejoría física, dejar de fumar fue horrible”); narraciones redondas que sin duda merecen un lugar en cualquier antología de cuento contemporáneo (v.g.: “El pato y el cánido” y “Ni siquiera siendo vaca”); aforismos (“El destinatario final de toda carta es quien la escribe”; “Otra característica de los paraísos es que, si no se han perdido, son falsos”); pasajes significativos de la historia reciente de este país, como la Revolución Mexicana—entrañable el texto sobre Jorge Prieto Laurens, abuelo de Sheridan— y la Guerra Sucia; un desfile de personajes protagónicos de la cultura mexicana (Juan Rulfo, Octavio Paz, María Félix, Juan Villoro, Gustavo García, Huberto Batis…); y además sesudas disertaciones sobre cuestiones tan disímbolas como el pene de Gothe y los gluteos de Lucrecio o el aeropuerto internacional de la Ciudad de México y la obra arquitectónica de Teodoro González de León… Subrayo la fuerza y belleza de un texto en el que Sheridan no cuenta nada, sino que más bien canta a la Ciudad de México: “No te acabas, no te acabas de acabar, extensa agonía mutante. A pesar de cierta calle, de ese olor azuloso luego del chubasco, de un zaguán casi olvidado, de unos cuantos rostros, a pesar de todo eso, que no es mucho, te aborrezco, ciudad abominable y odidada”.

En fin, si es usted de los que sabe reír con Sheridan, seguro va a disfrutar enormemente este libro. Ahora que si milita usted en las filas de quienes lo detestan, también le recomiendo que lo lea: encontrará más argumentos para su inquina.

domingo, 18 de enero de 2015

Cándido optimismo

En pocas palabras,
a menor superstición, menos fanatismo;
y a menor fanatismo, menos miseria.
Voltaire, Diccionario filosófico.

Durante los últimos días, François Marie Arouet (1694-1778) me ha pasado varias veces por la cabeza. Desde miércoles, el querido Voltaire ha sido traído a cuento en todo el mundo. Tan pronto comenzó a difundirse por el globo aldeano que el ataque a las oficinas de la revista Charlie Hebdo había sido perpetrado por un comando de fundamentalistas islámicos, cientos de miles de personas, ya en los medios masivos tradicionales, ya en las internáuticas redes sociales, se pusieron a citar: “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Por supuesto, un aserto del todo pertinente, y de hecho sin duda alguna volteriano, sin embargo, una cita apócrifa, toda vez que el parisino jamás la escribió. La frase fue acuñada por una escritora inglesa, Evelyn Beatrice Hall, quien la publicó en 1906 en su libro The Friends of Voltaire, una biografía del filósofo francés. Lo que sí debemos a la pluma de Voltaire es una obra de teatro que, nada más por el título, seguramente en la actualidad le hubiera costado de menos una amenaza de muerte: El fanatismo o Mahoma. La pieza data de 1739 y fue puesta en escena tres años después en la Comédie Française, para luego ser prohibida. Pero cuidado, la tragedia aludida no es un repudio al Islam; tampoco puede decirse que la postura del incansable autor frente a dicha religión se limite a lo que en esa obra se expresa. Juan Goytisolo sintetizó atinadamente el asunto: “Su apreciación de Mahoma, en cuanto fundador de ‘una religión sabia, severa, casta y humana’, no obsta para un persistente rechazo a su figura. La inmensidad del corpus doctrinal volteriano contiene infinidad de facetas y se presta a contradictorias lecturas”.

El semanario de cartones Charlie Hebdo había sido amenazado mucho tiempo antes por grupos extremistas islámicos. Los moneros del impreso no pararon de hacer mofa del Islam, pero no solamente. En diversas ediciones habían criticado ácidamente a católicos y judíos también. Data de hace más de 250 años el siguiente diálogo escrito por Voltaire: “— Y es cierto que en París se ríe la gente de todo? — Verdad es; pero se ríen rabiando; se lamentan de todo a carcajadas y riéndose se cometen las más detestables acciones”. En la siguiente edición de Charlie Hebdo se lee en la portada: Urgente. Se buscan 6 dibujantes.



— ¿Qué es el optimismo? –dijo Cacambo.
— ¡Ah! –respondió Cándido–, es la manía de sustentar
que todo está bien cuando todo está mal.
Voltaire, Cándido.

Yo ya traía en mente a Voltaire desde el Día de Reyes. En la prensa, además de los muertos de Apatzingán, me topé con un par de notas que pintan la situación que perdura en Guerrero. La primera: desde temprano se dio a conocer que en cinco fosas clandestinas localizadas en el municipio de Chilapa de Álvarez fueron hallados diez cadáveres humanos, y en otra, once “extremidades cefálicas”, como ahora mientan a las cabezas en los boletines oficiales. “¿Cree usted que en todo tiempo se hayan degollado los hombres como hacen hoy, y que siempre hayan sido embusteros, alevosos, pérfidos, ingratos, bribones, volubles, cobardes, envidiosos, glotones, borrachos, codiciosos, ambiciosos, sanguinarios, calumniadores, disolutos, fanáticos, hipócritas y necios?”, cuestiona el protagonista de la última noveleta que Voltaire escribió (1759): Cándido o El optimismo. Martín, el personaje que a la postre terminará dando voz a la ética del autor, contesta con otra pregunta: “¿Cree usted que los milanos se hayan siempre engullido las palomas cuando han podido dar con ellas?” 

La segunda información periodística, una nota de color intenso sobre el desbarajuste por el cual transitamos: ese mismo día, Patricia, una joven chimpancé, se escapó del zoológico de Chilpancingo, y anduvo deambulando por calles y techos de la capital del estado durante más de dos horas. La violencia y el desorden cunden. ¿Cómo mantener un mínimo de esperanza?

Cándido —un personaje que ahora que releo la narración volteriana me parece casi un Forrest Gump dieciochesco— es educado por Pangloss, un perceptor de pacotilla que Voltaire inventa para burlarse despiadadamente de Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), en particular de su concepción de que este que vivimos es el mejor de los mundos posibles. La postura del filósofo alemán, desarrollada en su influyente obra Ensayos de Teodicea sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal (1710), será etiquetada como optimista. El protagonista, luego de que ambos vivan espantosas y disparatadas experiencias, lo confrontará:
“— Y, pues, amado Pangloss, cuando se vio usted ahorcado, disecado, molido a palos y remando en galeras, ¿pensaba que todo iba perfectamente?“— … al fin soy un filósofo, y un filósofo no se ha de desdecir, porque no se puede engañar a Leibniz, aparte que la armonía preestablecida es la cosa más bella del mundo, no menos lleno y la materia sutil.” “Si este es el mejor de los mundo posibles, ¿cómo serán lo otros”, se queja Cándido.
Por mi parte, pienso que hay situaciones en las cuales el único margen racional que le queda al optimismo es pensar que la gente no tardará en hartarse de que le vaya tan mal y haga algo al respecto.

lunes, 12 de enero de 2015

Medita acciones

Es propio de la facultad inteligente fijarse en cómo desaparece rápidamente todo, las propias personas en el universo, los recuerdos de esas personas en el tiempo… Marco Aurelio permanece en la memoria de Occidente más por un librito que por sus glorias militares y buen gobierno. El texto ha sobrevivido hasta nuestros días, 1837 años después de que fue redactado, con el título de Meditaciones. Curioso, pero se trata de una serie de apuntes —ejercicios filosóficos, en el sentido estoico— que el romano escribió únicamente para uso personal: Es necesario que te des cuenta ya de qué universo eres parte, apunta y el destinatario no es un supuesto lector, mucho menos un público futuro…, era él mismo.


Apunta Marco Aurelio: El tiempo de la vida humana es un punto, su esencia fluye, su percepción es oscura, la composición del cuerpo en su conjunto es corruptible, el alma va y viene, la fortuna es difícil de predecir, la fama no tiene juicio

En 1970, Richard Harris personificó a John Morgan, un aristócrata inglés, quien a mediados del siglo XIX es capturado y reducido a la esclavitud por los aguerridos indios sioux. La película fue dirigida por un bostoniano, Elliot Silverstein, quien a la postre terminaría siendo más recordado por la comedia western Cat Ballou (1965), protagonizada por Jane Fonda. En cambio, la otra cinta, Un hombre llamado caballo, se convertiría en una de las más representativas Harris. El irlandés vivió 72 años, 44 de los cuales se dedicó a actuar. Debutó en 1958 —un papel secundario en una comedia musical prácticamente olvidada, Alive and Kicking— y la vida le daría ocasión para participar en 77 producciones más: en 2003, un año después de su muerte, fue estrenada Kaena: La prophétie, una película animada en la cual Harris puso voz a un personaje.

Aunque vayas a vivir tres mil años o tres mil veces diez mil, sin embargo, recuerda que nadie deja atrás otra vida que esa que está viviendo y tampoco está viviendo otra que no sea la que deja atrás. Se iguala por tanto lo más duradero con lo más breve.

Richard Harris participó en films imprescindibles de la historia del cine, como Los cañones de Navarone (1961) o Deserto Rosso (1964) de Michelangelo Antonioni. Realizó roles memorables como Caín, en The Bible (1966) de John Houston y English Bob, en el western Unforgiven (1992) de Clint Eastwood. Sin embargo, muy probablemente el recuerdo de Harris se conservará en más personas y durante algunos años por su participación en las primeras cintas de la saga Harry Potter, en las que interpretó a Albus Dumbledore. Yo lo traigo hoy a cuento aquí por su magnífico trabajo para retrotraer en la pantalla grande al último de los llamados Cinco Buenos Emperadores de Roma, Marco Aurelio Antonino Augusto.

Todo lo del cuerpo es un río, lo del alma es sueño y un delirio…
Ridley Scott dirigió hace ya 14 años Gladiator, protagonizada por Russell Crowe. Es en esta cinta en la que Harris da vida a Marco Aurelio, el viejo emperador que muere asesinado por su propio hijo, el execrable Cómodo (Joaquin Phoenix). Aunque muy probablemente se viera tan desgastado o incluso más que el actor irlandés, en realidad Marco Aurelio murió a los 58 y no por parricidio. Había nacido en el centro de su mundo, Roma, en abril el 121, y la viruela lo mató en marzo de 180, posiblemente en Vindobona (hoy Viena). Andaba en campaña y lo acompañaba su vástago, Lucio Aurelio Cómodo Antonino, con quien compartía el gobierno desde tres años antes, y quien lo sucedió en el poder… Y la llamada Pax Romana terminó ahí, con Cómodo.

La fama póstuma es olvido…

Cómodo fue educado con lo mejor que su padre podía ofrecerle, es decir, lo más acabado de la cultura y la civilización pagana de la Roma antigua. Además, fue atendido de sus males corporales y de espíritu por el mismísimo Galeno… Con todo, el último emperador de la dinastía antonina sería descrito como “el hombre menos honesto que jamás ha vivido”, según el historiador Dion Casio Coceyano, contemporáneo suyo. Nadie es profeta en su tierra:  Mantente sencillo, bueno, puro, digno, sin pompa, amigo de lo justo, piadoso, bien intencionado, afectivo, fuerte para ejecutar lo conveniente…

Varias veces leí y escuché a Carlos Fuentes decir que tenía la costumbre de leer cada abril Don Quijote de la Mancha. Lo recuerdo ahora porque por él también supe que Bill Clinton tiene la costumbre de releer anualmente un libro: las Meditaciones de Marco Aurelio. Mucho le hubiera valido, siendo aún presidente del país más poderoso del planeta, prestar atención a ciertos pasajes…: Se humilla a sí misma el alma del hombre sobre todo cuando se transforma en absceso y como tumor del universo… Irritarse con algo de lo que sucede es separación respecto a la naturaleza que rodea las naturalezas de las restantes cosas; en segundo lugar cuando se revuelve contra alguien o se vuelve contraria con intención de perjudicar…; en tercer lugar, se humilla cuando se deja vencer por el placer o el sufrimiento; en cuarto lugar, cuando finge y hace o dice algo con disimulo y mentira; en quinto lugar, cuando se le escapa alguna acción e impulso sin ningún objetivo, sino que obra al azar, sin perseguir nada, cuando es preciso que incluso las más pequeñas acciones estén referidas a algún fin.

Por cierto, el propósito de todo esto es recomendarte que leas a Marco Aurelio…

domingo, 4 de enero de 2015

País de ficción

“El espíritu navideño de la gente atizó su misantropía… Aunque estuvieran sentados en un polvorín, los automovilistas de la clase media se desvivían por parecer gringos de segunda. La primera vez que vio una camioneta cornuda en el trayecto a la oficina, pensó que tal vez fuera inútil luchar por la justicia y la dignidad en un país de cretinos. Cobardes y analfabetos en materia de cultura cívica preferían fingir que no pasaba nada, negar el desastre cotidiano, aunque las balas les pasaran rosando por la nuca…” Hace un mes, editorial Alfaguara comenzó a vender el más reciente libro de Enrique Serna (Ciudad de México, 1959), La doble vida de Jesús, una novela que consigue engatusar al lector para que expulse a un remoto olvido el hecho de que está leyendo eso, una novela.

Alguna vez comentó Carlos Fuentes en una entrevista con la Radio Nacional de España: “Cuando yo publiqué una novela llamada Cristóbal Nonato (FCE, 1988) fue muy criticada en México, porque sentían que presentaba una visión excesivamente pesimista y negativa del país. Y yo les dije: ¡No, no es una profecía, es un exorcismo! Lo que pasa con la literatura fantástica latinoamericana es que al cabo de tres, cuatro o cinco años se vuelve realista. Todo se cumple”. Aquella entrevista ocurrió en 1994, y para entonces ya era innegable que como exorcista Fuentes había fracasado. Y es que, para decirlo en pocas palabras, hace veinte años el país se evidenció cabalmente desbarajustado. Para la gran mayoría de nosotros, sucedió de sopetón y tan pronto comenzó aquel año nefando, ¿recuerdan? El primero de enero, el mismo día en que la élite salinista tenía todo listo para celebrar el ingreso triunfal de México a la modernidad y la globalización, en Chiapas el movimiento neozapatista se apersonó en el proscenio para testificar a balazos y comunicados de un tal subcomandante Marcos que no, que nomás no se iba a poder acelerar la historia nacional por decreto. En marzo, Luis Donaldo Colosio, entonces candidato del PRI a la Presidencia de la República, es ultimado mientras caminaba entre cientos de personas: el asesinato fue registrado en video y se transmitió por televisión una y otra vez, miles de veces, hasta que al final el gran público ya no pudo creer ni siquiera lo que sus propios ojos miraban. En mayo, el abanderado panista tunde en el debate televisivo al gallo de las izquierdas, Cuauhtémoc Cárdenas, y al bateador emergente priísta, Ernesto Zedillo. En septiembre otro homicidio, ahora el del dirigente nacional del PRI, el acapulqueño José Francisco Ruiz Massieu. Diciembre, el error aquel… Algunos meses después, Carlos Fuentes declararía, palabras más palabras menos, que México es un país que dejaba a los novelistas sin chamba.

Daniel Sada publicó en 1999 una novela barroca y consecuentemente monumental: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (Tusquets). En este tabique de más de seiscientas páginas, Sada cuenta historias absolutamente verosímiles que tienen lugar en una república llamada Mágico. Atinado, Christopher Domínguez Michael se refiera al novelón de Sada como “una odisea de la inmovilidad o una desiertología del tedio, donde cuanto hay de inverosímil en la esperanza ha sido pospuesto porque ‘lo más cercano a lo real es lo que debió ser’.”

En 1985, un escritor chilango, entonces muy joven, publica El miedo a los animales —antes se había ya dado a conocer con Uno soñaba que era rey (Seix Barral, 1989) y Señorita México (Seix Barral, 1993)—. En su tercera entrega, Enrique Serna cuenta la historia de Evaristo Reyes, un defeño decidido a convertirse en escritor de novelas policiacas. Para lograrlo, el personaje opta por ingresar a la policía judicial, para así conocer de cerca el mundo que pretende narrar…  En El miedo a los animales, la ficción, la realidad se traga al personaje…

En La doble vida de Jesús la ficción embebe a la realidad: “… en México la corrupción ya estaba desmoronando el tejido social. Como el pragmatismo nulificaba las convicciones, ningún movimiento popular tenía suficiente fuerza para frenar la lenta demolición del Estado, y todos estaban padeciendo ya sus consecuencias: secuestros, extorsiones, terror, sangría del erario por la corrupción invicta, miseria creciente, caída del turismo, bancarrota en las provincias bajo el control del hampa. La impunidad absoluta conduciría tarde o temprano al caos absoluto.”

Serna consigue una narración en la que el disfraz de novela negra le queda muy bien puesto a la crítica política sin concesiones, a la denuncia de la atrocidad que padecemos, acá, fuera de sus páginas: “De ser un Estado fallido hemos pasado a ser un Estado delincuencial, gobernado a trasmano por el hampa…”, declara el protagonista, Jesús Pastrana, candidato del PAD a la Presidencia Municipal de Cuernavaca, Morelos. Entrampado entre el cinismo de gobernantes corruptos, la violencia de la plata y el plomo de los narcotraficantes, el pragmatismo sin límites de los partidos políticos, la inutilidad de la prensa sometida…, Pastrana va cerrando toda posibilidad de actuar conforme a la ley y permanecer limpio…: “la necesidad de reconstruir el Estado de derecho exigía, paradójicamente, actuar por fuera de los causes legales”.

Agregue usted la puesta en acción de un personaje bien construido, a partir de un asunto que desde hace ya algunos títulos —Ángeles del abismo (2004), Fruta verde (2006) y La sangre erguida (2010)— Enrique Serna ha explorado: la diversas posibilidades de la sexualidad masculina. ¿Un abogado militante del partido de derechas, a quien apodan el Sacristán, enamorado de un vestida de pechos operados?