En 1970, Richard Harris personificó a John Morgan, un aristócrata inglés, quien a mediados del siglo XIX es capturado y reducido a la esclavitud por los aguerridos indios sioux. La película fue dirigida por un bostoniano, Elliot Silverstein, quien a la postre terminaría siendo más recordado por la comedia western Cat Ballou (1965), protagonizada por Jane Fonda. En cambio, la otra cinta, Un hombre llamado caballo, se convertiría en una de las más representativas Harris. El irlandés vivió 72 años, 44 de los cuales se dedicó a actuar. Debutó en 1958 —un papel secundario en una comedia musical prácticamente olvidada, Alive and Kicking— y la vida le daría ocasión para participar en 77 producciones más: en 2003, un año después de su muerte, fue estrenada Kaena: La prophétie, una película animada en la cual Harris puso voz a un personaje.
Aunque vayas a vivir tres mil años o tres mil veces diez mil, sin embargo, recuerda que nadie deja atrás otra vida que esa que está viviendo y tampoco está viviendo otra que no sea la que deja atrás. Se iguala por tanto lo más duradero con lo más breve.
Richard Harris participó en films imprescindibles de la historia del cine, como Los cañones de Navarone (1961) o Deserto Rosso (1964) de Michelangelo Antonioni. Realizó roles memorables como Caín, en The Bible (1966) de John Houston y English Bob, en el western Unforgiven (1992) de Clint Eastwood. Sin embargo, muy probablemente el recuerdo de Harris se conservará en más personas y durante algunos años por su participación en las primeras cintas de la saga Harry Potter, en las que interpretó a Albus Dumbledore. Yo lo traigo hoy a cuento aquí por su magnífico trabajo para retrotraer en la pantalla grande al último de los llamados Cinco Buenos Emperadores de Roma, Marco Aurelio Antonino Augusto.
Todo lo del cuerpo es un río, lo del alma es sueño y un delirio…
Ridley Scott dirigió hace ya 14 años Gladiator, protagonizada por Russell Crowe. Es en esta cinta en la que Harris da vida a Marco Aurelio, el viejo emperador que muere asesinado por su propio hijo, el execrable Cómodo (Joaquin Phoenix). Aunque muy probablemente se viera tan desgastado o incluso más que el actor irlandés, en realidad Marco Aurelio murió a los 58 y no por parricidio. Había nacido en el centro de su mundo, Roma, en abril el 121, y la viruela lo mató en marzo de 180, posiblemente en Vindobona (hoy Viena). Andaba en campaña y lo acompañaba su vástago, Lucio Aurelio Cómodo Antonino, con quien compartía el gobierno desde tres años antes, y quien lo sucedió en el poder… Y la llamada Pax Romana terminó ahí, con Cómodo.
La fama póstuma es olvido…
Cómodo fue educado con lo mejor que su padre podía ofrecerle, es decir, lo más acabado de la cultura y la civilización pagana de la Roma antigua. Además, fue atendido de sus males corporales y de espíritu por el mismísimo Galeno… Con todo, el último emperador de la dinastía antonina sería descrito como “el hombre menos honesto que jamás ha vivido”, según el historiador Dion Casio Coceyano, contemporáneo suyo. Nadie es profeta en su tierra: Mantente sencillo, bueno, puro, digno, sin pompa, amigo de lo justo, piadoso, bien intencionado, afectivo, fuerte para ejecutar lo conveniente…
Varias veces leí y escuché a Carlos Fuentes decir que tenía la costumbre de leer cada abril Don Quijote de la Mancha. Lo recuerdo ahora porque por él también supe que Bill Clinton tiene la costumbre de releer anualmente un libro: las Meditaciones de Marco Aurelio. Mucho le hubiera valido, siendo aún presidente del país más poderoso del planeta, prestar atención a ciertos pasajes…: Se humilla a sí misma el alma del hombre sobre todo cuando se transforma en absceso y como tumor del universo… Irritarse con algo de lo que sucede es separación respecto a la naturaleza que rodea las naturalezas de las restantes cosas; en segundo lugar cuando se revuelve contra alguien o se vuelve contraria con intención de perjudicar…; en tercer lugar, se humilla cuando se deja vencer por el placer o el sufrimiento; en cuarto lugar, cuando finge y hace o dice algo con disimulo y mentira; en quinto lugar, cuando se le escapa alguna acción e impulso sin ningún objetivo, sino que obra al azar, sin perseguir nada, cuando es preciso que incluso las más pequeñas acciones estén referidas a algún fin.
Por cierto, el propósito de todo esto es recomendarte que leas a Marco Aurelio…
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