En pocas palabras,
a menor superstición, menos fanatismo;
y a menor fanatismo, menos miseria.
Voltaire, Diccionario filosófico.
Durante los últimos días, François Marie Arouet (1694-1778) me ha pasado varias veces por la cabeza. Desde miércoles, el querido Voltaire ha sido traído a cuento en todo el mundo. Tan pronto comenzó a difundirse por el globo aldeano que el ataque a las oficinas de la revista Charlie Hebdo había sido perpetrado por un comando de fundamentalistas islámicos, cientos de miles de personas, ya en los medios masivos tradicionales, ya en las internáuticas redes sociales, se pusieron a citar: “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Por supuesto, un aserto del todo pertinente, y de hecho sin duda alguna volteriano, sin embargo, una cita apócrifa, toda vez que el parisino jamás la escribió. La frase fue acuñada por una escritora inglesa, Evelyn Beatrice Hall, quien la publicó en 1906 en su libro The Friends of Voltaire, una biografía del filósofo francés. Lo que sí debemos a la pluma de Voltaire es una obra de teatro que, nada más por el título, seguramente en la actualidad le hubiera costado de menos una amenaza de muerte: El fanatismo o Mahoma. La pieza data de 1739 y fue puesta en escena tres años después en la Comédie Française, para luego ser prohibida. Pero cuidado, la tragedia aludida no es un repudio al Islam; tampoco puede decirse que la postura del incansable autor frente a dicha religión se limite a lo que en esa obra se expresa. Juan Goytisolo sintetizó atinadamente el asunto: “Su apreciación de Mahoma, en cuanto fundador de ‘una religión sabia, severa, casta y humana’, no obsta para un persistente rechazo a su figura. La inmensidad del corpus doctrinal volteriano contiene infinidad de facetas y se presta a contradictorias lecturas”.
El semanario de cartones Charlie Hebdo había sido amenazado mucho tiempo antes por grupos extremistas islámicos. Los moneros del impreso no pararon de hacer mofa del Islam, pero no solamente. En diversas ediciones habían criticado ácidamente a católicos y judíos también. Data de hace más de 250 años el siguiente diálogo escrito por Voltaire: “— Y es cierto que en París se ríe la gente de todo? — Verdad es; pero se ríen rabiando; se lamentan de todo a carcajadas y riéndose se cometen las más detestables acciones”. En la siguiente edición de Charlie Hebdo se lee en la portada: Urgente. Se buscan 6 dibujantes.
— ¿Qué es el optimismo? –dijo Cacambo.
— ¡Ah! –respondió Cándido–, es la manía de sustentar
que todo está bien cuando todo está mal.
Voltaire, Cándido.
Yo ya traía en mente a Voltaire desde el Día de Reyes. En la prensa, además de los muertos de Apatzingán, me topé con un par de notas que pintan la situación que perdura en Guerrero. La primera: desde temprano se dio a conocer que en cinco fosas clandestinas localizadas en el municipio de Chilapa de Álvarez fueron hallados diez cadáveres humanos, y en otra, once “extremidades cefálicas”, como ahora mientan a las cabezas en los boletines oficiales. “¿Cree usted que en todo tiempo se hayan degollado los hombres como hacen hoy, y que siempre hayan sido embusteros, alevosos, pérfidos, ingratos, bribones, volubles, cobardes, envidiosos, glotones, borrachos, codiciosos, ambiciosos, sanguinarios, calumniadores, disolutos, fanáticos, hipócritas y necios?”, cuestiona el protagonista de la última noveleta que Voltaire escribió (1759): Cándido o El optimismo. Martín, el personaje que a la postre terminará dando voz a la ética del autor, contesta con otra pregunta: “¿Cree usted que los milanos se hayan siempre engullido las palomas cuando han podido dar con ellas?”
La segunda información periodística, una nota de color intenso sobre el desbarajuste por el cual transitamos: ese mismo día, Patricia, una joven chimpancé, se escapó del zoológico de Chilpancingo, y anduvo deambulando por calles y techos de la capital del estado durante más de dos horas. La violencia y el desorden cunden. ¿Cómo mantener un mínimo de esperanza?
Cándido —un personaje que ahora que releo la narración volteriana me parece casi un Forrest Gump dieciochesco— es educado por Pangloss, un perceptor de pacotilla que Voltaire inventa para burlarse despiadadamente de Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), en particular de su concepción de que este que vivimos es el mejor de los mundos posibles. La postura del filósofo alemán, desarrollada en su influyente obra Ensayos de Teodicea sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal (1710), será etiquetada como optimista. El protagonista, luego de que ambos vivan espantosas y disparatadas experiencias, lo confrontará:
“— Y, pues, amado Pangloss, cuando se vio usted ahorcado, disecado, molido a palos y remando en galeras, ¿pensaba que todo iba perfectamente?“— … al fin soy un filósofo, y un filósofo no se ha de desdecir, porque no se puede engañar a Leibniz, aparte que la armonía preestablecida es la cosa más bella del mundo, no menos lleno y la materia sutil.” “Si este es el mejor de los mundo posibles, ¿cómo serán lo otros”, se queja Cándido.Por mi parte, pienso que hay situaciones en las cuales el único margen racional que le queda al optimismo es pensar que la gente no tardará en hartarse de que le vaya tan mal y haga algo al respecto.
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