…ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie,
quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe.
Éxodo, 21: 24-25
Susa, la gran ciudad santa, morada de sus dioses, sede de sus misterios, conquisté por orden de Asur e Ishtar. Entré en sus palacios, encontré sus tesoros…, plata y oro, bienes y riquezas de Sumeria, Acadia y Babilonia que los reyes de Elam habían pillado… Destruí el zigurat de Susa. Rompí sus brillantes cuernos de cobre. Reduje los templos de Elam a nada; sus dioses y diosas dispersé a los vientos. Destruí las tumbas de sus reyes… Devasté las provincias de Elam y en sus tierras sembré sal(The Royal City of Susa: Ancient Near Eastern Treasures in the Louvre, 1992).En efecto, los asirios borraron Susa de la faz de la tierra. En breve lo mismo le pasaría a Nínive: en 612 a. C., Nabopolasar, comandando un contingente de babilonios, cimerios, escitas y medos, arrasó la capital asiria…, para siempre. En cambio, un siglo más tarde Susa reaparecerá en los mapas, porque los persas la reconstruyeron para convertirla en la segunda ciudad más importante en el Imperio aqueménida. Darío el Grande (549-486 a. C.) erigió en Susa su palacio y residencia principal. Poco duraría el control persa: en 330 a. C., el joven macedonio Alejandro Magno atacó y saqueó la ciudad, sacando cuarenta mil talentos de oro y plata de su tesoro.
Posteriormente, Susa formó parte de los imperios seléucida y parto. Ya en nuestra era, en 116, Marco Ulpio Trajano, primer emperador romano nativo de Iberia, conquistó Susa. Hacia oriente, los romanos nunca avanzarían más allá, y Trajano jamás volvería a pisar su pueblo natal —Itálica, muy cerca de Sevilla—; apenas tendría tiempo de regresar a Roma para morir.
Aunque Susa fue perdiendo importancia política y ganando tranquilidad cotidiana, aún habría de sufrir dos saqueos y destrucciones totales: en 638, por parte de los ejércitos musulmanes del califato de Umar-ibn al-Jattab, y la segunda, en 1218, a cargo de los mongoles de Gengis Kan. En el siglo XV, el sitio estaba prácticamente deshabitado, y a mediados del siglo XIX ya no quedaba ahí ni su recuerdo.
En 1851, William Loftus logró identificar las ruinas localizadas en Sush como la antigua ciudad de Susa. Pero fue hasta 1901, décadas después de la primera ola de rapiña arqueológica, que el francés Jacques de Morgan halló un tesoro de inigualable valor universal, oculto ahí durante 3076 años: una pieza de diorita de más de dos metros de altura que había escapado de la avidez de textos de Asurbanipal y de Alejandro Magno, de la codicia de los romanos, y de la fiereza de musulmanes y mongoles: ¡la estela original del Código de Hammurabi!
Hoy el Código de Hammurabi se exhibe en el Museo de Louvre. ¿Algún día alguien encontrará la estela en las ruinas de París?
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