El terremoto lo agarró comiendo tlacoyos. Como casi todos los martes, Pablo pidió uno de frijoles y uno de habas, los dos con quelites y salsa verde. Había llegado al tianguis con María poquito después de la una de la tarde, porque habían acordado salir a almorzar treinta minutos después de la hora habitual, por aquello del relajito del simulacro de las once. Bastante hartos de la rutina, ambos hablaron poco. A las 13:14 ella estaba dándole una feliz mordida a una quesadilla de chicharrón con queso, y él se hallaba a medio trago de sidral; entonces los banquitos blancos de plástico en los que estaban sentados pegaron un brinco. Voltearon a verse a los ojos y mirándose sintieron la sacudida… La fuerza del primer fustazo en el piso provocó un instante de silencio y una quietud contrastante: ¡encantados! Miradas fijas en el limitadísimo horizonte que permite la ciudad, alientos contenidos, Jesúses en la boca… ¿Está temblando?, la miserable duda con que todos trataron de enfrentar la telúrica evidencia. ¿Hoy? ¡No, no puede ser!, reclamó la voz interior que dijo exactamente lo mismo en millones y millones de cerebros a lo largo y ancho de la Ciudad de México, reclamo inútil porque una fracción de segundo después la intensidad de los jaloneos no dejó ya ningún espacio a la incredulidad: las marchantitas soltaron las bolsas del mandado, el taquero dejó caer la tortilla y su cucharón en la enorme olla de moronga, las tres señoras que atendían el puesto dejaron la masa y los hongos y los sesos y las quecas…, los comelones botaron sus fritangas, el de los jugos saltó la mesa de su puesto y ya nadie esperó el cambio…
— ¡Síestátemblando!
Los dos se levantaron y a tropezones se arrimaron al centro de la calle con un apuro aletargado por el zarandeo y desesperante, buscando el refugio del descampado, el cobijo del cielo abierto, él y ella y ellos y ellas y todos los que estaban en el tianguis, y la gente que por ahí pasaba… Los autos detuvieron el paso, y el cablerío, el semáforo, los árboles, los postes, los edificios comenzaron a bailar… Sólo entonces se dejó oír la alarma: ¡Alerta sísmica! ¡Alerta sísmica! ¡Alerta sísmica!…
— ¡Cuidado! —gritó María al mismo tiempo que empujó a Pablo con ambas manos… El trozo de edificio pasó rozándole la cabeza antes de caer seco sobre el pavimento. El sismo todavía duró unas cuantas perpetuidades extras, segundos más que suficientes para poder saberse vivo y sorprenderse, para imaginarse el horror que deberían de estar pasando sus compañeros en el octavo piso, para caer en la cuenta de que en México todas las leyes de probabilidad tienen el mismo valor que el resto de las leyes, ¡carajo, justo hoy, 19 de septiembre!
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Javier Indiana, arquitecto egresado hace poco tiempo de la UNAM (FES Acatlán), tiene la fortuna de no estar desempleado o subempleado, más incluso: tiene surte de formar parte de la economía formal. Trabaja para una empresa constructora, de esas que están plagando la Ciudad de México de edificios de departamentos. Son como hongos venenosos. Especulación financiera, ausencia absoluta de planeación urbana, construcciones al vapor, explotación del personal… Indiana es responsable de una obra que su empresa está erigiendo en la colonia Condesa. El martes tenía que ir a las oficinas a arreglar algunos pendientes administrativos y el sismo lo pescó bajo tierra: … en el metro, te digo que yo iba en el metro, de ahí de Constituyentes a Auditorio, se paró en seco casi casi… un poquito más allá de la mitad del trayecto, el convoy, el tren, y pude escuchar cómo se oía la estructura de afuera, o sea, se oía cruch, cruch, cruch… Y dije no, ¡no mames!, en donde esto se caiga ya chingó a su madre aquí, aquí me va a cargar… La verdad es que fue impactante, impactante de verdad… Ese día no pudo llegar a la obra en la Condesa; se quedó atrapado casi una hora en el vagón y después resultó imposible llegar: la ciudad era un caos. A la mañana siguiente se presentó a trabajar. Para entonces, ya había pasado por varios edificios colapsados. Dos horas más tarde despachó a todos los albañiles a su casa y él se fue caminando a la esquina de Laredo y Amsterdam, en donde en lugar del edificio de departamentos ahora había un macabro pastel de cemento, varillas y vida cercenada… No habría de salir de ahí sino 46 horas después. Sin descanso, participó durante todo ese tiempo en las labores de rescate… Pudo sacar a una señora que abrazaba a su perro, ambos muertos. En el sitio web de la UNAM pueden leerse los perfiles de profesionista de todas las carreras; en el caso de la licenciatura que estudió Javier Indiana, a la letra dice: El arquitecto es el profesional que, con sentido humanista y formación interdisciplinaria, dirige su hacer a la satisfacción de las necesidades del hábitat de la sociedad política y civil, respondiendo a la realidad del contexto y circunstancia histórica en que vive, dominando la ciencia y la técnica para edificar los espacios que crea, y administrando eficientemente los recursos que le confían.
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Quiero creer que el martes el país nos quiso obligar a un despertar. Quiero entender que el martes el país quiso sacudirse la lacra. Espero que el zarandeo también haya sido de conciencias.