Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

sábado, 11 de noviembre de 2017

Dirección conocida

La gente siempre, en todas las épocas,
ha estado aterrorizada por el presente.
Marshall McLuhan, intervención en Our World (1967).


La globalidad en tiempo real fue inaugurada hace medio siglo, en blanco y negro: el 25 de junio de 1967 se difundió Our World, el primer programa de televisión transmitido en vivo vía satélite a los cinco continentes. Participaron catorce países: ocho europeos, tres americanos —incluido México—, Australia, Japón y, de África, Túnez. Desgraciadamente, uno de los dos polos ideológicos de aquel mundo quedó fuera: la URSS y cuatro países más del bloque del Este decidieron no involucrarse en el evento, en protesta por la Guerra de los Seis Días, librada a principios de aquel mes entre Israel y la coalición árabe formada por Egipto, Jordania, Irak y Siria. Con todo, la emisión se llevó a cabo; el primer segmento, una entrevista al teórico Marshall McLuhan, se transmitió desde Toronto, y uno poco más de dos horas después, para el cierre, desde Londres, los Beatles estrenaron All you need is love.
Aunque la canción se acredita como obra del dúo Lennon&MacCarney, se sabe que fue John quien escribió la letra… Uno de sus versos dice: There's nowhere you can be that isn't where you're meant to be…, lo que podríamos traducir como sigue: No hay ningún lugar donde puedas estar que no esté en donde estás destinado a estar.

Dirección es destino. Si nos desentendemos de los pormenores, en la inmensa mayoría de las biografías es posible trazar una línea recta que va del nacimiento al deceso de las personas. La fatalidad se encuentra no en la meta sino en el camino: la ruta destina. Incluso, en la medida en la que se pueda caracterizar el punto de origen, es factible prever el rumbo que tomará una vida. Por eso casi todos resultamos lamentablemente predecibles. Por eso las grandes novelas suelen pender de los pequeños detalles. Por eso una historia resulta interesante cuando la ruta prevista a partir de las circunstancias presenta virajes. Aventura es peripecia, cambio de suerte, giro… El camino más aburrido entre dos puntos es la línea recta.

Prácticamente no sabemos nada de la aplastante mayoría de hombres y mujeres que vivieron antes que nosotros; por ejemplo, hoy por hoy, casi nadie sabe nada de sus tatarabuelos. En contadísimas excepciones, tenemos noticias de la vida de algunas personas por lo que otra gente contó. Sócrates sería un botón de muestra, porque lo que sabemos de él se lo debemos a un puñado de coetáneos suyos, pero sobre todo a uno solo, su pupilo Platón, al grado que no resulta excesivo decir que Sócrates es hoy más un personaje platónico que un personaje histórico. En el extremo opuesto, hay otros, incluso en menor cuantía, de quienes conocemos su historia sólo por sí mismos… Verbigracia, Yosef ben Matityahu, quien nació en Judea cuatro años después de que Jesús de Nazaret fuera crucificado en el Gólgota. Sabemos de esto y más porque él mismo escribió Vita, para algunos, la primera autobiografía de la Antigüedad, en la que consignó que su llegada al mundo sucedió en el seno de una familia de sacerdotes, “en el primer año del reinado de Gayo Calígula” —esto es en el 37 d. C.—. ¿Qué personaje se ajustará más a la realidad? ¿Sócrates de quien sabemos solamente por otros, o Yosef ben Matityahu? “Los testimonios de que disponemos para reconstruir su biografía se hallan casi exclusivamente en su obras, de modo que nuestros conocimientos sobre su vida, por una parte, responden con garantías a la verdad, al proceder de una fuente fidedigna; pero, por otra, a veces adolecen de la parcialidad al ser ofrecidas por el propio protagonista, sin contraste de opiniones y datos objetivos” (Joaquín González Echegaray, Flavio Josefo. Salamanca, 2012). 

Yosef ben Matityahu participó en la Gran Revuelta Judía (66-73 d. C.), como comandante en jefe en Galilea. Cuenta en Vita que intervino a regañadientes y sabiendas de que era una estupidez ofrecer resistencia al imperialismo romano, de tal suerte que más bien intentó pacificar a los alzados judíos. Sin embargo, en su libro de historia La guerra de los judíos dice que fortificó la ciudad, que preparó a su pueblo para pelear y que su intervención fue enjundiosa. ¿A quién debemos creerle, a él o a él mismo? Como haya sido, en el 67 fue capturado por los legionarios y llevado a juicio ante el general Tito Flavio Vespasiano, y ahí su destino torció el rumbo y no dio el paso previsible a la muerte: resulta que Yosef congenió con el romano, a quien predijo que aplastaría el levantamiento judío y que se convertiría en emperador… En efecto, dos años después, en diciembre del 69, Vespasiano sería declarado emperador de Roma. ¿Se cumplió el vaticinio del judío fariseo o su designio proyectó las acciones del militar? A Vespasiano el poder no le cayó del cielo, tuvo que pelear aguerridamente contra los ejércitos fieles al emperador Vitelio. Pero triunfó y se convirtió en Imperator Caesar Augustus. Ese mismo año liberó Yosef ben Matityahu y le cambió de nombre: Titus Flavius Iosephus, quien en adelante haría vida en el ombligo del mundo civilizado, Roma, siempre cerca de los poderosos. Culto y prestigiado, se dedicó a escribir historiografía. Parte de su obra, como la de sus colegas Tácito, Suetonio y Plinio el Viejo, también sufragados por el emperador, se ocupó de probar que Vespasiano estaba predestinado a ser un gran emperador de Roma. Porque esa es una de las funciones de narrar lo sucedido: convencernos de que no hay ningún lugar donde puedas estar que no esté en donde estás destinado a estar. 

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