BuzzFeed publicó la
semana pasada un video perturbador. 72 segundos. Barack Obama a cuadro:
“Estamos entrando en una época en la que nuestros enemigos pueden hacer parecer
que cualquier persona ha dicho cualquier cosa en cualquier momento, sin que lo haya
dicho. Por ejemplo, pueden hacer que yo diga cosas como…, no sé, ‘Killmonger
tenía razón’… o… ‘Ben Carson está en el lugar hundido’… o, qué tal esto: ‘El
presidente Trump es una mierda absoluta”. Aunque de las tres afirmaciones seguramente
la primera sea la más escandalosa —Killmonger es un supervillano, el
antagonista de Pantera Negra—, resulta sorprendente que el expresidente de
Estados Unidos externe así como así una opinión de ese calibre —por lo demás predecible—
respecto al troglodita mitómano que actualmente despacha en la Casa Blanca.
Sigue el video: “Ahora bien, verán, yo nunca diría esas cosas. Al menos no en
público. Pero alguien más podría hacerlo, alguien como… Jordan Peele…” Entonces
la pantalla se divide en dos: a la izquierda permanece Obama hablando y del lado derecho aparece el
susodicho, el comediante, director y guionista Jordan H. Peele… El mensaje
continúa y entonces se evidencia que no es el exmandatario el que está hablando,
sino una emulación digital, un Obama fake…
“Esta es una época peligrosa. Para avanzar, necesitamos ser más cuidadosos
respecto a los contenidos de Internet en los que confiamos. Ya va siendo hora
de que atendamos nuevas fuentes”. El video —una producción de Jared Sosa y
Monkeypaw, escrito por el propio Peele, ganador del Óscar 2018 al mejor guión original,
por Get out— termina con una fuerte
advertencia: “De cómo sobrevivamos la era de la información dependerá si nos
convertimos o no en algún tipo de jodida distopía. Pónganse vivas, perras”.
De entrada, la
travesura de Peele —hacer de Obama un pelele virtual— me pareció inquietante,
quizá porque de inmediato se me ocurrieron varias posibles trastadas de unos
contra otros aquí en México: podrían salir algunos que también echen mano de After Effects y Fakeapp, software
públicamente accesible, para realizar un video en el que, pongamos, un émulo informático
de López Obrador confiese que, en realidad, no son los rusos quienes lo apoyan
por abajo del agua, sino el mismísimo Donald Trump, quien le paga para que
Morena balcanice el país…: “Cuando yo gane, me voy a quedar con Tabajco y los
gringos se quedarán con el norte, ¡ja, ja, ja!” Imagínenlo… ¿Qué impacto
tendría? Más allá de que lo odien más feo los que ya lo detestan, aventuro que no
haría mella alguna entre los partidarios del Peje. Lo mismo pasaría si Anaya
apareciera en un videíto de Facebook revelando que, efectivamente, el negocio
de la bodega en Querétaro fue un asunto de lavado… Mientras que las personas
que ya lo aborrecen lo abominarían todavía con más ganas, creo que la gran
mayoría de la gente que conforma el voto duro del panista/frentista ni así
cambiaría de opinión. ¿Y qué tal que alguien produjera un video en el cual un
Meade fake saliera a pedir asilo?:
“La amnistía que ha ofrecido Andrés Manuel y su dicho en el sentido de que no
meterá a la cárcel al presidente Peña me han hecho reflexionar… Dadas las
tendencias y ya que yo ni siquiera soy priísta, hoy anuncio dos cosas: mi
declinación a la candidatura y mi apoyo a Morena. Sonrían: vamos a ganar”.
Igual, no pasaría de que los priístas de cepa pidieran línea a sus jefes: ¿Y ‘ora, licenciado, pa´dónde jalamos?
¿Por qué? Afortunadamente,
algunos teóricos que pueden darnos luz… C. Thi Nguyen, profesor de Filosofía en
la Universidad del Valle de Utah, explica en un ensayo publicado hace unos días
en Aeon: “No es sólo que diferentes
personas estén llegando a conclusiones totalmente distintas a partir de la
misma evidencia” (ejemplazo local: la entrevista colectiva a AMLO en MilenioTV:
para los propejes que la vieron el tabasqueño le puso una sacrosanta bailada a
un hatajo de periodistas chayoteros, en tanto que para los pejefóbicos el mismo
evento fue una prueba fehaciente de la ignorancia y testarudez del candidato). “Pareciera
que las diferentes comunidades intelectuales ya no comparten las mismas
creencias fundacionales. Tal vez a nadie le importe más la verdad… Tal vez la
lealtad política ha reemplazado las habilidades básicas de pensamiento”. En
buena medida, esta catastrófica situación puede explicarse por el
desgarramiento del tejido social, aparejado del surgimiento de estructuras comunitarias
en las que se excluyen sistemáticamente determinadas fuentes de información, y
al interior de las que, en contra parte, se exagera en la confianza que se
tiene en los juicios de sus propios miembros. El fenómeno presenta al menos dos
caras: echo chambers (cámaras de eco)
y epistemic bubble (burbujas
epistémicas). En el primer caso, se trata de la situación comunicacional en la
que la gente ya no escucha a los del otro bando; en el segundo, la gente no
confía en nada de lo que dicen los contrarios.
De por sí ya es cosa de
la condición humana eso de solamente ver lo que queremos ver —y viceversa: no
ver lo que no queremos ver—, así que ahora con la segmentación ya no de
audiencias sino de cosmovisiones, resulta que no es necesario timar a nadie con
espantapájaros y peleles virtuales…, ¿para qué? Todo indica que la mayor parte
de la gente hoy por hoy tiene el ánimo ocupado más por el enojo. Además,
resulta muy difícil, desde lo grotesco, dar risa y espantar al mismo tiempo… Stay woke, bitches.