Todo lo sabemos entre todos.
Guillermo
Sheridan
El 12 de enero de
1519 falleció Maximiliano I. El Sacrum
Imperium Romanum quedaba descabezado. De inmediato se apuntaron para ocupar
el puesto el rey de Francia, Francisco I, y el hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso, Carlos de Gante, quien entonces todavía dedicaba cierto
esfuerzo a tratar de cumplir una petición que las Cortes de Castilla le habían
hecho apenas un año antes, cuando lo juraron su rey: aprender castellano. En
junio se decidirían las cosas en favor del joven prognata, de tal suerte que, además
de Carlos I de España, se convertía en Carlos V, emperador del Sacro Imperio
Romano Germánico. Por cierto, tampoco hablaba alemán.
Francia quedó en
medio de los territorios controlados por el muchacho de Flandes: al oeste, los
reinos de Castilla, Navarra y Aragón, unificados en una sola corona española, y
al este las posesiones borgoñonas, el Sacro Imperio Romano y los territorios
austriacos. Además, la hegemonía de Su Sacra Cesárea Católica Real Majestad
estaba por expandirse descomunalmente, puesto que días después, el 18 de febrero,
las once naves expedicionarias al mando de Hernán Cortés zarpaban de las costas
de Cuba hacia lo que habría de ser la conquista del Imperio mexica.
Le Clos Lucé à Amboise, demeure de Leonard de Vinci (1516 -1519) |
También en 1519,
tres meses después, fallecía Leonardo da Vinci; entonces, a cargo y protección
de su mecenas y amigo, el rey Francisco I, vivía en Francia, muy cerca de Amboise,
el castillo de Clos-Lucé. No sólo hablamos de uno de los artistas plásticos más
importantes de todos los tiempos, Leonardo también fue un humanista protagónico
del Renacimiento y un precursor portentoso de diversas disciplinas científicas.
Polímata, pintó, esculpió y escribió poesía; diseñó armamento y diversas obras
de ingeniería civil e hidráulica; estudió a fondo la anatomía del cuerpo humano,
botánica y zoología; realizó exploraciones naturalistas y descubrimientos
paleontológicos; fue paisajista, urbanista y arquitecto, cocinero y músico, matemático
e inventor de una plétora de artefactos; investigó, experimentó y logró
explicar varios fenómenos químicos, mecánicos, ópticos e hidrodinámicos…; por
si fuera poco, filosofó… La vastísima gama de intereses de Leonardo se explica
en parte por su curiosidad voraz, pero también por el espíritu de su tiempo. ¿Y
de dónde abrevó? ¿Qué leía? “A finales de la década de 1480, elabora una lista
de los cinco libros que poseía: el de Plino [Historia natural]…, un manual de gramática latina, un texto sobre
minerales y piedras preciosas, otro de aritmética, y un poema épico burlesco…
En 1492 Leonardo ya tenía cerca de cuarenta libros, que incluían…, obras sobre
maquinaria militar, agricultura, música, cirugía, salud, ciencia aristotélica,
física árabe, quiromancia, vidas de filósofos, así como poesía de Ovidio y de
Petrarca, las fábulas de Esopo, algunas antologías de versos obscenos y una
opereta… En 1504 contaba con setenta libros más…” (Walter Isaacson, Leonardo da Vinci: La biografía).
Sabemos
que tuvo una copia de la Cosmographia
de Ptolomeo, que leía la Biblia y a Virgilio y Dante… En fin, se estima que durante
su larga vida —murió a los 67 años de edad— el enciclopédico toscano no llegó a
acumular más de doscientos libros —los cuales, heredó a su discípulo favorito,
sin tomarse la molestia de inventariarlos: “… el prefato testatore dona et concede ad Messer Francesco da Melzo…, per
remuneratione de servitii ad epso a lui facti per il passato tuttti et
ciascheduno li libri che il dicto testatore ha de presente…” (“Testamento
de Leonardo”; en John William Brown, The
Life of Leonardo Da Vinci; 1828) —.
¡Doscientos
libros! Un caudaloso tesoro. Recordemos que Leonardo nació en 1452, unos veinte
kilómetros al oeste de Florencia, y 955 kilómetros al sur de Maguncia, el sito
en donde justo ese año un tal Johannes Gutenberg estaba editando el que
usualmente se considera el primer libro tipográfico de Occidente, la Biblia de 42 líneas —en realidad no lo
es, puesto que tres años antes el mismo orfebre alemán había ya publicado el Misal de Constanza—. El prodigioso
invento de Gutenberg habría de propagarse por toda Europa a partir de 1462, cuando
Maguncia fue masacrada por el ejército del arzobispo Adolf II. La primera
imprenta en Italia se instaló en el monasterio de Subiaco, en 1464, y cinco
años después Johannes de Spira fundó otra en Venecia, ciudad que para 1500 era
el centro editorial del mundo, y en cuyas imprentas, alrededor de cien para
entonces, se habían producido ya cerca de dos millones de ejemplares. Así pues,
Leonardo formó parte de la primera generación de agraciados por el invento de Gutenberg;
un par de décadas atrás le hubiera resultado imposible acumular doscientos
libros. Se estima que en el período que va de 1454 a 1500 el consumo anual de
libros impresos en Alemania era de 4.1 por cada mil habitantes, y pasó a 21.2
entre 1501 y 1550. Para el caso de Italia, se estima que el consumo anual
aumentó de 6.8 entre 1454 y 1500 a 21.3 entre 1501 y 1550. “Sólo en el año 1550…,
se produjeron unos tres millones de libros en Europa occidental, más que el
total de manuscritos producidos durante el siglo XIV en su conjunto (Eltjo
Buringh & Jan Luiten Van Zanden, Charting
the “Rise of the West”: Manuscripts and Printed Books in Europe). Con todo, desde los albores del siglo XXI estas
cifras nos resultan irrisorias… Hoy casi cualquier estudiante de secundaria tiene
acceso a más libros que el que tuvo el gran Leonardo da Vinci, y eso sin una
conexión a Internet… ¿Te lo imaginas una tarde navegando en Wikipedia?
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