… no one is writing the
real novels of our age…
Writers have a lot of work
to do.
Rana Dasgupta, Solo.
Este hombre se encuentra en una condición
atroz: “… sabe que entre los vivos no queda nadie que esté interesado en sus
pensamientos”; para colmo, “siente que carga… un legado triturado, pero está
demasiado conmocionado para transmitir cualquier cosa". Su nombre es
Ulrich y vive en Sofía.
Llegué a la novela que hoy voy a
recomendarte por un ensayo de abrumadora lucidez: The demise of the nation state —publicado
el 5 de abril en la sección “The long read” del diario británico The Guardian, y comentado en esta misma columna
pocos días después (Era agónica)—.
Se trata de un análisis relevante, en el cual se desmenuza la crisis por la que
se está transitando en todos los países del orbe: el desmantelamiento del
Estado Nación. El texto me pareció brillante, bien escrito y sobre todo de una tremenda
pertinencia. Por eso decidí averiguar quién era Rana Dasgupta, el firmante. Me
sorprendió su juventud —46 años—, sus raíces culturales —su familia es
originaria de la India, y él nació en Canterbury, Inglaterra—, y su formación
académica —estudió letras francesas en el Balliol College de Oxford; piano en
el Conservatorio Darius Milhaud de Aix-en-Provence, en Francia, y Comunicación
en la University of Wisconsin-Madison, en Estados Unidos—; sin embargo, lo que más
me extrañó es que además de ensayista es narrador. En 2001 Rana Dasgupta emigró
de Europa y se fue a vivir a Delhi, en donde escribió su primer libro, la
antología de cuentos, Tokyo Cancelled
(HarperCollins, 2005) —en 2008 editorial Almuzara lanzó una traducción al
español, un volumen carísimo y prácticamente imposible de encontrar; en inglés
se puede conseguir fácilmente en línea, en papel y como libro electrónico—. Cuatro
años más tarde Dasgupta dio a conocer su novela Solo, con la que de golpe se posicionó como una pluma en ascenso de
la literatura angloparlante contemporánea: el libro obtuvo el Commonwealth Writers’ Prize for Best Book,
y Salman Rushdie escribió: “Solo confirma
a Rana Dasgupta como el más inesperado y original escritor de la India de su
generación”.
Acabó de leer la novela de Dasgupta y me pareció
magnífica. La leí en la edición original (HarperCollins, 2009); de ella extracto
y traduzco fragmentos —en español, hay una edición de la catalana Duomo
Ediciones (2013), pasta blanda, 416 páginas, traducida por Marta Alcaraz—. El
protagonista de Solo es un anciano
centenario y ciego, Ulrich, quien vive solo y solamente gracias a la
generosidad de sus vecinos. ¿Qué diablos puede hacer un ser humano en esa
situación? El hombre recuerda y ensueña, y la novela está estructurada en dos grandes
partes: “Primer movimiento ‘Vida’” y “Segundo Movimiento ‘Ensueños’”. Memoria y
deseo, el binomio con que Carlos Fuentes mentaba el espíritu de la novela.
Ulrich ha pasado prácticamente toda su
vida en donde nació, Bulgaria, en donde ha tratado de subsistir a pesar de los
cambios drásticos de la historia: cuando llegó al mundo su suelo era parte del
Imperio Otomano, luego se convirtió en una país independiente, soberano —“las
naciones son calderas de acero enloquecidas con nuestra suave carne adentro. No
puedo pensar en nada que no fuera mucho mejor cuando solo éramos un territorio
en el Imperio, rascándonos la espalda por puro entretenimiento…”—, un Estado
Nación que pronto se volvió fascista y entró en guerra, de la cual salió para
quedar del lado este de la Cortina de Hierro y hacerse comunista, hasta que un
día despertó entregada al capitalismo gansteril, el cual por fin logró meterla
en el mundo global… Él ha atestiguado y sobrellevado todo ensimismado, entregado
a las dos pasiones marcaron su biografía, la química y la música: “… ha tratado
entender su interés en la química como el reencuentro de su amor sepultado por
la música. Ha pensado que los dos tienen esto en común: que se puede generar un
rango infinito de expresión a partir de un número finito de elementos”. Los
avatares de la vida de Ulrich son un extraordinario mirador desde el cual
podemos observar el afán de creación de cosas nuevas —¡los plásticos!—. La
lectura de Solo hace imposible no percatarse
de la manera en que, desde hace mucho, perdimos el control del ansia lucrativa de
nuestro ingenio tecno-científico.
El antañón escucha con la lluvia el mapa de su calle, pero el ruido de la
televisión es paisaje que no le dice nada, y recuerda. “El tiempo dentro de un
humano es liso y lobulado como un pólipo, y la historia sólo se plancha con la
utilidad de las fechas” —alfileres para clavar en el corcho de la historia las
revoltosas mariposas del recuerdo—.
Los ensueños del viejo comenzaron
enlistando: “… Ulrich hace
listas en su cabeza. Enlista los viajes que ha hecho y los animales que ha
comido. Hacer listas le da una sensación de que él está al mando de sus
experiencias. Le ayuda a sentir que es real”. Luego comenzó a jugar con los items
y su propia cabeza se convirtió en un laboratorio.
Si la primera
parte de la novela recuerda el aliento épico de las grandes novelas históricas
del siglo XIX —las novelas nacionales—, en la segunda parte el coqueteo con
Murakami es escandaloso: los personajes son globales, tanto, que todo termina
en Nueva York. Lo maravilloso es que, en efecto, se conectan y maravillan. “La
realidad nunca es clara. 'Nunca es definitiva. Siempre puedes cambiar todo o
verlo de otra manera”: la novela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario