… el
presente…, un filtro estacionario
construido
en el río del tiempo
transformando
lo posible en verdadero.
Niklas Luhmann.
Hace quince días me referí a un componente social imprescindible, el prejuicio de la
confianza. Por
supuesto, no sólo es un ingrediente necesario para la cohesión social, también resulta
indispensable para cualquier individuo. Tú, yo…, cualquier persona afronta continuamente
una incontable cantidad de momentos en los cuales debe decidir si confía o no… Imagina
a alguien que, de pronto, en todos y cada uno de los casos, optara por desconfiar…
¿Qué sucedería? ¡Quedaría atrapado en un horripilante estado similar a la
catatonia!; “una completa ausencia de confianza le impediría incluso levantarse
por la mañana”, afirma el sociólogo alemán Niklas Luhmann. Quien experimentara tal
condición “sería víctima de un sentido vago de miedo y temores paralizantes.
Incluso no sería capaz de formular una desconfianza definitiva y hacer de ello
un fundamento para medidas preventivas, ya que esto presupondría confianza en
otras direcciones. Cualquier cosa y todo sería posible”.
Niklas Luhmann (1927-1998), destacado discípulo del pensador
estructural-funcionalista por excelencia, el norteamericano Talcott Parsons
(1902-1979), publicó en 1968 Vertrauen:
Ein Mechanismus der Reduktion sozialer Komplexität (Confianza: un mecanismo de reducción de la complejidad social), ensayo
en el cual reflexiona en serio sobre el asunto. Explica que, si bien es cierto
que “la confianza se da dentro de un marco de interacción que está influenciado
tanto por la personalidad como por el sistema social…, en condiciones de mayor
complejidad social, el hombre puede y debe desarrollar formas más efectivas
para reducir la complejidad”. Si la desconfianza absoluta condenaría a
cualquiera a un pasmo rotundo e infranqueable, toda pérdida de confianza
provoca atascos en la dinámica comunitaria, y viceversa: “donde hay confianza
hay aumento de las posibilidades para la experiencia y la acción, hay un
aumento de la complejidad del sistema social…, porque la confianza constituye
una forma más efectiva de reducción de la complejidad”. La confianza lubrica la
convivencia.
El domingo anterior insistía en que una sociedad moderna liberal se
constituye a partir de una intrincada red de relaciones de confianza, y cerraba
mi texto señalando que, de acuerdo con una reciente encuesta de El Financiero, prácticamente ocho de
cada diez en México creen que en general al presidente López Obrador le va a ir
bien en 2019. “Esa confianza, ese
prejuicio, es algo que hoy celebro”. Cuatro días después, el jueves, se daba a conocer que en diciembre de
2018 el Indicador de Confianza del Consumidor (ICC) —mismo que calculan el INEGI
y el Banco de México con base en la Encuesta Nacional sobre Confianza del
Consumidor— ascendió a 43.8 puntos, su mayor nivel desde diciembre de 2006, es
decir, ¡durante los dos últimos sexenios! Tal resultado resulta consistente con
la tendencia que se ha presentado desde mediados de 2018: “El indicador, que se
encarga de medir el pulso mensual de la confianza de los consumidores
mexicanos, recibió un fuerte impulso desde el pasado julio, fecha en la que se
dio a conocer el resultado electoral para elegir al próximo presidente de
México”, escribió Héctor Usla en su nota para El Financiero. Dicho en corto y de manera prosaica, el ICC mesura
el optimismo/pesimismo de la gente en cuanto a la/su situación económica, en un
horizonte anual, desde el ahora, para atrás y para adelante. El ICC es un indicador
que se construye nivelando el promedio ponderado de las respuestas expandidas a
cinco preguntas referentes a:
- Situación económica de los miembros del hogar en la actualidad comparada con la de un año antes.
- Situación económica esperada de los miembros del hogar dentro de 12 meses, respecto a la actual.
- Situación económica del país hoy, comparada con la de hace 12 meses.
- Situación económica del país esperada dentro de 12 meses, respecto a la actual.
- Posibilidades en la actualidad de los integrantes del hogar comparadas con las de hace un año para realizar compras de bienes durables (como muebles, televisor, lavadora, etcétera).
Es decir, se explora la percepción de la población sobre el presente
respecto al pasado (1 y 3), el futuro desde el presente (2 y 4), y el futuro
desde el pasado y el presente. En suma, se la mide confianza de la gente.
Mostar confianza, argumenta Luhmann, no es otra cosa que anticipar
futuro, “comportarse como si el futuro fuera cierto”. Y evidentemente, la
confianza únicamente puede ocurrir en el presente, el presente entendido no
como un punto fijo, un instante fugaz, sino como un estado actual: “la base de
toda confianza es el presente como un continuo intacto de sucesos cambiantes…”
Así pues, la confianza que hoy por hoy testimonian encuestas e indicadores como
el ICC no sólo prospecta un mejor futuro, también testimonia el establecimiento
de un presente más extendido y, al menos en esa medida, con mayor estabilidad.
Otra vez Niklas Luhmann: “Cada presente tiene su propio futuro… Concibe un
presente del cual solamente una selección puede, en el futuro, convertirse en
presente. En el progreso hacia el futuro, estas posibilidades abren paso a la
selección de nuevos presentes y con ello a nuevas perspectivas futuras. En la
medida en la que los presentes verdaderos y los futuros permanecen idénticos,
esta selección provee estados; en la
medida en la que generan discontinuidades, da origen a sucesos”.
Hasta aquí, de los datos y del análisis decanto optimismo: confianza
afianza. Sin embargo, no quiero terminar sin explicitar la situación paradójica
en la que nos encontramos en México: si Luhmann está en lo correcto, “la
confianza emerge en las expectativas de continuidad”; siendo así, ¿cómo
entender la confianza en medio de la manifiesta coyuntura de cambio, incluso de
cambio radical, por la que transitamos?
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