Prejuiciado e ignorante, todavía el
domingo de la semana pasada, si tú me decías “Mocorito” lo primero que se me venía
a la cabeza no eran ni los mayos ni Sebastián de Ébora ni los jesuitas ni el
general Buelna, no, de rebote evocaba yo un triángulo y unos tigres, el Dorado
y los del Norte.
Mocorito, cabecera del municipio sinaloense homónimo, es una pequeña población —poco más de cinco mil habitantes— fundada en 1594. En un mapa la encuentras trazando de Angostura —en donde se crió Emma Coronel, la esposa del Chapo— una línea dirección NE hasta la La Tasajera, y otra rumbo NO de Badiraguato a Estación Bamoa: en la intersección está Mocorito. Ahora, ¿quiénes serán los hijos más famosos del municipio? ¿El dirigente histórico del Partido Comunista Mexicano Arnoldo Martínez Verdugo (1925-2013)? No creo. Más bien, seguro, los hermanos Hernández, el grupo de músicos que salió hace muchos años de la ranchería de Rosa Morada, a una media hora al sur de Mocorito, para convertirse en Los Tigres del Norte. Entiéndase entonces que Mocorito no pasaba de narco y música norteña. Jamás hubiera recordado a un bardo mata-pájarosdivinos. Pero, como quizá sepan, para allá se fueron el presidente AMLO, su esposa Beatriz Gutiérrez —pejefóbico incansable, aunque espero que no impulsado por nostalgias aberrantes, Sheridan tuiteó al día siguiente: “Todo parece indicar que la Patria Sabia y Digna acaba de inventar la figura de Primera Crítica Literaria de La Nación”—, PIT II y demás comitiva, para presentar la Estrategia Nacional de Lectura. Durante su intervención, Gutiérrez Müller explicó que el origen de la idea de empujar un proyecto cultural desde la periferia, particularmente desde Mocorito: la revista Arte, fundada allá en 1907 por un médico rural, el tapatío Enrique González Martínez (1871-1952). El impreso, que costaba un peso, publicó colaboraciones de grandes como Leopoldo Lugones, Nervo, José Juan Tablada, Efrén Rebolledo, Mariano Azuela, Heriberto Frías, Rubén Darío… “Mocorito fue conocido más allá de su frontera por su revista Arte. De Mocorito para el mundo…”
Si bien yo recordaba que don Enrique debía ser considerado —según el diagnóstico de Octavio Paz— el único poeta modernista de México, prejuiciado e ignorante no tenía registro de su paso por la “Atenas de Sinaloa”, como mientan a Mocorito. Es más, la verdad, en mi memoria reduccionista, González Martínez no pasaba de ser el asesino del ave anseriforme favorita de modernismo hispanoamericano: “en pleno reino de lo císnico, salta un rebelde, la voz de un joven poeta mexicano, invitando no ya solo al repudio del cisne…, sino a la torsión de la más memorable y admirada parte de su ser” (Pedro Salinas, “El cisne y el búho”, 1948). ¿Recuerdan? En efecto, el nicaragüense adoraba al dichoso plumífero: ¡Oh Cisne! ¡Oh sacro pájaro! Si antes la blanca Helena / del huevo azul de Leda brotó de gracia llena / siendo de la Hermosura la princesa inmortal, / bajo tus alas la nueva Poesía / concibe en una gloria de luz y de armonía / la Helena eterna y pura que encarna el ideal (Rubén Darío, Prosas profanas). A lo que González Martínez responde en su célebre soneto: Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje / que da su nota blanca al azul de la fuente; / él pasea su gracia no más, pero no siente / el alma de las cosas ni la voz del paisaje.
De nuevo en el siglo XXI, en su turno, Paco Ignacio Taibo II dijo que el objetivo de la estrategia es “construir una gran república de lectores”, y detalló los tres ejes de la estrategia: formal —irá de la mano con la nueva política educativa—, disponibilidad de libros y comunicacional —“posicionar que el acto de lectura es una habilidad extraordinaria, puesto que permite entender, sentir y pensar mucho más allá de lo inmediato”—.
Prejuiciado e ignorante, dos días después Leo Zuckermann publicó (es un decir) un compendio de dislates: “Los riesgos de regalar libros” (Excélsior; 29/I/2019). El señor parte de un sofisma. Luego de traer a cuento algunas encuestas —sus venerados “datos duros”—, argumenta (es un decir): a) los pobres no leen y los ricos sí leen; b) el Estado subsidia libros c) ergo: el subsidio beneficiaba a los ricos que sí leen. El engaño es obvio: la primera premisa está trunca: los pobres no leen… ¡porque no tienen libros! Lo que sigue alcanza alturas realmente cómicas. Le preocupa el “riesgo ideológico”: PIT II podría regalar “los libros de Marx, Engels, Lenin y Mao” (a los susodichos pobres, claro, quienes los leerán ávidos). Aunque luego le preocupa el riesgo del “esnobismo”: el menso de Paco se podría poner a distribuir, como Vasconcelos, libros de “Platón, Plutarco, Dante Alighieri, Tagore, Homero y Tolstoi”, en lugar de libros “entretenidos”, como los “siete volúmenes de la saga de Harry Potter”, y nadie los va a leer (como los de Marx y Mao, claro). Al tercer riesgo lo llama “rentismo”, y parte del peñanietista juicio según el cual todos los mexicanos somos corruptos: “los que subsidian suelen favorecer a sus amigos”, así que el inconsciente de Taibo II va a hacer ricos a sus cuates (que sin duda escriben libros marxistas-leninistas-maoistas aburridos pero que la gente lee ávida). Y el cuarto riesgo es la cantaleta de que si el Estado distribuye libros a bajo costo, se va a convertir en “una competencia desleal para las editoriales y librerías privadas” (porque los ricos que sí leen ya no van a comprar libros, dado que andan tan ganosos de leer libros aburridos de Platón y Dante o de los izquierdosos amigos de Paco).
En Mocorito, al final del evento el presidente no trajo a cuento al cisne de Darío, sino al ganso de Tin Tán. Luego se regalaron libros.
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