… error, errar: un andar errante, la historia.
José Gaos
Igual que Paco
Ignacio Taibo II (1949), José Gaos y González-Pola (1900-1969) nació a orillas
del Cantábrico, en la ciudad asturiana de Gijón. Igual que Paco, migró a México
y se hizo nuestro connacional. Gaos fue discípulo de Ortega y Gasset
(1883-1955), y a través del madrileño recibió la fuerte influencia de Heidegger
(1889-1976). En 1940, la Casa de España en México —a partir de ese mismo año,
el Colegio de México— publicó un trabajo imprescindible de don José: Antología filosófica: la filosofía griega
—luego la editaría el FCE, institución ahora dirigida por Taibo—. Gaos armó la Antología filosófica partiendo de que es
un error —y sigue siéndolo— reducir el estudio de la Filosofía a la Historia de
la Filosofía. Frente a tal desacierto, el pensador asturiano-mexicano sostenía
que “la lectura e inteligencia de los textos mismos de los filósofos es el
único método que puede, no ya iniciar en el filosofar, ejercitar en él,
adiestrar, formar en la filosofía, sino simplemente dar idea verdadera de
ésta”.
El vicio del historicismo ha afectado no sólo a la Filosofía, sino que ha permeado a toda la cosmovisión occidental. “La filosofía contemporánea ha llegado a enseñar que la historicidad es esencia de la naturaleza humana, o mucho mejor, que el hombre no tiene naturaleza ni esencia, sino historia: que es historia…” Apostamos todos nuestras canicas epistemológicas al saber histórico. Por los mismos años que Gaos publicaba aquí la Antología…, en Londres se daba a conocer la primera edición de The Open Society and its Enemies (1945), ensayo en que, entre otras cosas, dicho en corto, Karl Popper (1902-1994) establece que el mito moderno del destino está fincado en el historicismo. “Se halla ampliamente difundida la creencia de que toda actitud verdaderamente científica o filosófica, como así también toda comprensión más profunda de la vida social…, debe basarse en la contemplación e interpretación de la historia humana”. El historicismo no se limita al saber académico, sino que abarca completamente “nuestra atmósfera espiritual”. El vienés subraya que detrás de cualquier concepción historicista se halla la idea del principio y del fin de la historia, un punto que, salvo extrañísimas ocasiones —v.g.: Alexandre Kojève y Fukuyama—, suele ubicarse en un futuro obligado pero remoto. “Pero el camino no sólo es largo sino también tortuoso, con vueltas hacia derecha e izquierda, adelante y atrás. En consecuencia, resulta posible acomodar convenientemente todo hecho histórico concebible dentro del esquema de la interpretación”. Desde dicha fe, todo cuanto ha ocurrido y sigue sucediendo solamente fortalece la certeza. Laurence Sterne (1713-1768) lo expresa magistralmente en su novela La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy: “Las teorías se caracterizan por el hecho de que, una vez concebidas, todo lo asimilan en provecho de su propia nutrición; y, desde el mismo instante en el que se las engendra, todo lo que uno ve, oye, lee o entiende no hace sino fortalecerlas cada vez más”.
Tanto Gaos como Popper, entre otros, consideran que Hegel (1770-1831) es el padre del historicismo moderno: “Hegel creó definitivamente la Historia filosófica de la filosofía… —dice Gaos— Hegel piensa que las filosofías han venido sucediéndose históricamente en un orden…, como manifestación singularmente relevante de las relaciones ideales entre los ingredientes de la Idea absoluta”. Popper establece que los movimientos historicistas —“la filosofía histórica del racismo o fascismo, por una parte (la derecha), y la filosofía histórica marxista por la otra (la izquierda)”— se originan en “la fuente común de la filosofía de Hegel”. ¿Y él, el propio Hegel, de dónde salió?
Afirmar —como Popper y Gaos— que los gérmenes de Hegel se remontan a Heráclito de Éfeso (540 – 480 a. C.) es tirar una piedra al mar queriéndole pegar al agua, sencillamente porque la Filosofía toda se originó en el siglo VI antes de nuestra era en las colonias griegas asentadas en la franja costera occidental de Anatolia. “He aquí que en torno al 600 a. C. y en Jonia aparece por primera vez en la vida de la Humanidad esta cosa enorme que poco después va a quedar designada para siempre con el nombre de filosofía”, explica Gaos.
La Filosofía no apareció sola: en aquel horizonte cultural Homero y Hesído —la epopeya y la explicación mitológica— estrenaron rivales: “La filosofía nace bajo el mismo signo de subjetividad que la lírica y la Historia, en el mismo mundo y edad, en la misma coyuntura política que ambas”. Un par de siglos después Platón (427 – 347 a. C.) decidirá expulsar de su República a los poetas, por mentirosos. Heráclito no se anda con por las ramas: “Homero merece ser expulsado del ágora y apaleado, lo mismo que Arquíloco”. Y al autor de la Teogonía no le va mejor: “Hesíodo es el maestro del vulgo”.
La Historia nace para imponer el movimiento secuencial y cancelar el tiempo cíclico. Heráclito deroga el mito del eterno retorno —“El sol es nuevo cada día”— y él mismo se inscribe en una historia al reconocer los precedentes a los que viene a relevar —“El saber muchas cosas no enseña a tener inteligencia; si no, se la hubiera enseñado a Hesíodo y a Pitágoras y también a Jenófanes y a Hecateo”—. El salto que pega Heráclito es enorme: “Con esta crítica de autores anteriores…, da ya expresión a dos rasgos característicos de la filosofía, esenciales a ella, desde estos sus orígenes, a lo largo de su historia: la conciencia histórica… y la relación crítico-polémica de las posteriores con las anteriores entre las filosofías que la integran en su historicidad”.
Y desde entonces, a errar por la historia…
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