Sterne produce en el lector adecuado
una sensación de incertidumbre,
parecida a estar de pie, andando y acostado al mismo tiempo:
una sensación muy cercana a estar flotando.
Nietzsche
La morte sta nascosta negli orologi.
Belli
Nietzsche fue un hombre despiadado. Una vez, por ejemplo, lapidó un
libro: “Este libro me parece un libro para olvidar, lo encuentro mal escrito,
pesado, irritante, erizado de imágenes falsas, construidas a la fuerza e
incoherentes; sentimental, endulzado aquí y allá hasta la afeminación, poco
equilibrado, desprovisto de esfuerzo hacia la pura lógica”. Criticaba así El origen de la tragedia, de 1872, ¡escrito
por él mismo! Siete años después, Friedrich daba a conocer —como uno de los dos
suplementos de su ensayo Humano,
demasiado humano— un pequeño texto titulado “El escritor más libre”, y en
él se descosía, pero ahora en sentido contrario: “¡Cómo, en un libro dedicado a
los espíritus libres, podría dejar de mencionar a Laurence Sterne, a quien
Gothe honró considerándolo el espíritu más liberado de su siglo! Conformémonos
aquí llamándolo el espíritu más liberado de todos los tiempos, frente a quien
todos los demás lucen rígidos, cuadrados, intolerantes y directos hasta la
grosería”.
Seguramente has leído a Friedrich Nietzsche (1844-1900), quizá también a
Goethe (1749-1832), pero qué me dices del escritor a quien el filósofo alemán
llamó “el espíritu más liberado de todos los tiempos”… Laurence Sterne nació
por casualidad en Irlanda (1713), pero fue inglés de pies a cabeza: educado en
Halifax y en el Jesus College de Cambridge, se ordenó como sacerdote de la
iglesia anglicana (1738) y poco después se hizo cargo de una vicaria rural,
cerca de la ciudad de York. Aunque comenzó a escribir ya bien entrado en la
madurez, su enorme fama literaria, que estalló súbitamente en Londres, alcanzó
Europa antes de que la tuberculosis lo matara cuando solamente tenía 54 años de
edad. En efecto, Sterne no escribe su primer opúsculo —A Political Romance, or The History of a Good Warm Watch-Coat— sino
hasta 1759; al año siguiente, cuando se publicaron los dos primeros volúmenes
de The Life and Opinions of Tristram
Shandy, Gentleman, Laurence Sterne cargaba ya 46 años a cuestas. Seguiría una
larga interrupción a causa de los fuertes problemas de salud que padecía, de
tal suerte que hasta 1767 publica el último volumen de Tristram Shandy, y en febrero del año siguiente su obra más
influyente: A Sentimental Journey Through
France and Italy… Un mes después fallece —hay dos excelentes biografías: la
de Arthur H. Cash, en dos tomos, The
Early and Middle Years (1975) y The
Later Years (1986), y la de Ian Campbell Ross, Laurence Sterne: A Life (2001)—.
La vida y las opiniones del
caballero Tristram Shandy es un novelón de un
vanguardismo precoz, una novela adelantada unos tres siglos. Inmediatamente
después del título, Sterne plantó un epígrafe clave —y lo insertó en griego—:
“No son las cosas mismas, sino las opiniones sobre las cosas las que perturban
a los hombres” —palabras del estoico heleno Epicteto de Hierápolis (55-135)—. Dada
la advertencia, no habrá engaño: desde el primer capítulo, Sterne se refocila a
pluma suelta en la digresión: concluirá alborozado los dos primeros volúmenes y
el narrador, el susodicho caballero, Tristram Shandy, ¡todavía no habrá
alcanzado a nacer! “Sus digresiones son —afirma Nietzsche— también
continuaciones de la historia; sus aforismos son, simultáneamente, la expresión
de una actitud irónica hacia toda prescripción; su antipatía por la seriedad es
indisoluble a su incapacidad de tratar cualquier cosa de manera superficial”.
En una de sus Seis propuestas para
el próximo milenio, Italo Calvino (1923-1985) —quien nació por casualidad
en Cuba pero fue italiano dalla testa ai
piedi—, va más allá: “El gran invento de Laurence Sterne fue la novela
hecha enteramente de digresiones… La divagación o digresión es una estrategia
para aplazar la conclusión, una multiplicación del tiempo en el interior de la
obra, una fuga perpetua; ¿fuga de qué?” Calvino se contesta: de la muerte, y
hace suya la explicación de Carlo Levi: “El reloj es el primer símbolo de
Shandy, bajo su influjo es engendrado y comienzan sus desgracias, que son una
sola cosa con ese signo del tiempo…” Ciertamente, el íncipit de La vida y las opiniones del caballero
Tristram Shandy no deja lugar a dudas: la historia comienza en la faena de
procreación del hombre que relata la novela en primera persona: “Ojalá mi padre
o mi madre, o mejor dicho ambos, hubieran sido más conscientes, mientras los
dos se afanaban por igual en el cumplimiento de sus obligaciones, de lo que se
traían entre manos cuando me engendraron…” Para que algunos párrafos más
adelante nos enteremos del interruptus
acaecido:
“— Perdona, querido, dijo mi madre, ¿no te has olvidado de darle cuerda
al reloj?
“—¡Por D…!, –gritó mi padre lanzando una exclamación, pero cuidándose al
mismo tiempo de moderar la voz— ¿Hubo alguna vez, desde la creación del mundo,
mujer que interrumpiera a un hombre con una pregunta tan idiota?”
Así que Levi acierta: “La muerte está escondida en los relojes, como
decía Belli, y la infelicidad de la vida individual, de ese fragmento, de esa
cosa escindida y disgregada y desprovista de totalidad: la muerte, que es el
tiempo, el tiempo de la individuación, de la separación, el abstracto tiempo
que rueda hacia su fin. Tristram Shandy no quiere nacer porque no quiere morir”.
Pero me estoy desviando…
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