Superada
la digresión sobre los míticos infantes imbatibles, voy a la historia de cómo
fue que Ciro recuperó su identidad dinástica…
Contamos
que Astiages, rey de los medos, a resultas de la interpretación que sus magos
hicieron de un par de pesadillas que tuvo, mandó matar a su nieto. El recién
nacido resultó librado de la funesta disposición gracias a la intervención de dos
esclavos, el boyero Mitradates, y su mujer, Cino. Según cuenta Heródoto (c. 484
a. C. – 425 a. C.), tendrían que pasar diez años sin que pasara nada…
1
— ¡Sujétenlo!
— ¡Qué! ¿Cómo te atreves, bellaco? —reclamó el hijo de
Artembares, quien, a la sombra de una palmera, seguía tumbado comiendo dátiles.
— ¡Silencio, vasallo!
Espías, recaudadores, arquitectos, soldados,
secretarios…, todos habían cumplido sus respectivas encomiendas, todos excepto
uno. Merecía una lección. El rey tomó el látigo y acometió el castigo… Desde el
tercer trallazo el indolente soltó el llanto; al quinto, el rey juzgó que era
suficiente. Al ser liberado, el escuincle corrió a su casa.
2
Con su hijo, Artembares se apersonó en el palacio de
Ecbatana, y minutos después el rey de los medos le concedió audiencia.
— Majestad, mira cómo hemos sido ofendidos por el hijo
del boyero —acusó, mostrando la espalda de su retoño.
Astiages ordenó que trajeran de inmediato a Mitradates
y a su vástago.
— ¡¿Tú te has atrevido a agraviar al hijo de un
principal de mi corte?! —espetó el rey al humilde infante.
El inculpado, quien entonces tenía diez años de edad, bizarro,
respondió:
— Señor, lo traté así con razón, pues los niños de la
aldea, entre quienes él también se encontraba, en juegos me nombraron su rey,
porque creían que yo era el más indicado. Pues bien, mientras los demás
cumplían mis órdenes, él las desobedecía, así que recibió su merecido. Si por
mi conducta merezco castigo, aquí me tienes.
Astiages quedó encantado por el infante y sus palabras;
además, mientras el niño hablaba, se reconoció a sí mismo en sus facciones… La
duda tomó por asalto al monarca. Considerando además la edad del chamaco, el
rey hipotetizó y cuestionó a Mitradates. El cuidador de bueyes, amenaza de
tormento mediante, pronto confesaría.
3
Astiages mandó traer a Harpago:
— ¿Qué muerte reservaste al niño, fruto de mi hija,
que yo te confié?
— Entregué la criatura a este boyero —declaró,
señalando a Mitradates—, diciéndole que tú ordenabas darle muerte, y le instruí
que lo abandonara en el monte, vigilándolo hasta que muriese. Así fue; cuando
el bebé falleció, lo sepultamos.
El rey le dijo a Harpago que había sido engañado por
el boyero, y narró cómo Mitradates y Cino habían intercambiado a su propio
bebé, nacido muerto, por el crío condenado. Su nieto, pues, estaba vivo. Apenado,
el rey dijo que daba por bien hecho lo sucedido.
— Como la fortuna ha dado un giro que quiero creer favorable
–despidió a Harpago–, mándame aquí a tu hijo para que haga compañía al vástago
de mi hija Mandane. En la tarde regresa tú a comer conmigo; celebraremos.
4
Harpago rebosaba de felicidad: su desobediencia no
había sido castigada, en cambio había tenido un desenlace dichoso. Regresó a
casa, contó lo ocurrido a su familia, y envió a su hijo único, un regordete de
trece años, a palacio. Se fue descansar; después se acicalaría para acudir a la
comida a la que el rey lo había convidado.
Mientras tanto, en palacio, Astiages asignaba tareas a
sus sirvientes: a algunos les encomendó que bañaran y aceitaran a su nieto, y que
sustituyeran los andrajos que vestía por ropajes finos, y a otros ordenó
degollar al recién llegado, el hijo de Harpago, y descuartizarlo, para asar y
aderezar sus carnes.
5
Más tarde, se celebró el banquete en el palacio de
Ecbatana. El rey recibió a sus invitados con vinos y viandas: a todos se les
sirvió abundantes porciones de carne de cordero, menos a uno. “A Harpago le
sirvieron todo el cuerpo de su hijo, salvo la cabeza, las manos y los pies;
estos miembros estaban aparte, en un cesto. Cuando Harpago daba muestras de
estar saciado…, Astiages le preguntó si le había gustado el festín. Al
responder… que le había gustado muchísimo, le presentaron, ocultos en el cesto,
la cabeza, las manos y los pies del muchacho, y… le invitaron a destaparlo y a
tomar lo que le apeteciera. Harpago obedeció…, vio los restos de su hijo; pero,
pese al espectáculo, permaneció en sus cabales. Entonces Astiages le preguntó
si comprendía de qué animal era la carne que había comido. Él respondió que sí
y que bien estaba todo lo que el rey hiciera”.
En cuanto al futuro de Ciro, antes de tomar una
decisión, su abuelo consultó a los mismos magos que años antes habían
interpretado sus sueños. Después de que fueron informados a detalle por
Astiages de todo lo sucedido, resolvieron: “Si el niño se halla con vida y ha
reinado sin premeditación alguna, quédate tranquilo…, pues no volverá a reinar…
A veces, algunos de nuestros vaticinios han tenido cumplimiento en hechos insignificantes…”
El rey contestó que él pensaba lo mismo, que en el juego de los niños se había
cumplido lo presagiado en sus sueños, y que por tanto su nieto ya no era un
peligro. Por supuesto, estaba totalmente equivocado, y para acabar de marcar su
suerte, Astiages atendió el consejo de los magos: “Nos sentimos tranquilos y te
recomendamos que tú también lo estés. Ahora bien, aleja a ese niño de tu vista;
envíalo a Persia a casa de sus padres” (Historia,
I). Y allá fue Ciro, por su lugar en la historia.