Sobre un mapa, dibuje usted una línea
recta desde Bagdad hasta Teherán… Estará representando unos 700 kilómetros. A
medio trazo, cruzará Hamadán, una ciudad habitada actualmente por medio millón y
pico de personas. Ahí se encontraba Ecbatana, la más antigua urbe iraní, y, al
menos durante un abrir y cerrar de ojos, una de las capitales de un imperio que
llegó a ser, también efímeramente, el más grande del orbe.
Ecbatana se erigió en medio de la franja
de tierra que en Occidente llamamos Medio
Oriente: 320 kilómetros al sur del mar Caspio, 540 al norte del Golfo
pérsico, mil al oriente del Mediterráneo, y otros tantos al suroeste del mar
Negro. Entre el 1400 y el 100 a. C., la región, bien llamada Media, fue
poblándose por tribus arias. Salmanasar III, rey de Asiria entre 858 a. C. y
824 a. C., dejó testimonio escrito de la existencia de los medos,
inscribiéndolos así en la historia, como un pueblo más o menos sometido. Digo más o menos porque en realidad no había
mucho que someter: gente que aún no se había tomado la molestia de fundar urbe
alguna, pobre, dispersa y seminómada. Con todo, alrededor del 650 a. C., los montaraces
medos se rebelaron y expulsaron a los sofisticados asirios. A la emancipación
siguió la anarquía, y ahí surgió Deyoces, un aldeano a quien sus vecinos,
cuando tenían problemas, acudían en busca de arbitraje. Según Heródoto (c. 484 a. C. – 425 a. C.), el personaje,
quien ya gozaba de cierta reputación, “se afanó en la práctica de la justicia… Entonces…
los de su aldea, al ver su modo de proceder, lo eligieron su juez…” Cuando entre
las demás tribus se propagó la voz de que el Deyoces “juzgaba con rectitud…,
también acudían gustosos… para dirimir sus pleitos, hasta que acabaron por no
apelar a otra persona…” Cuando Deyoces observó que “todo dependía de
él…, se
negó a seguir actuando como juez”, aduciendo que “no le resultaba rentable
descuidar sus asuntos, por ocuparse todo el día en impartir justicia...” La
rapiña y el desorden volvieron. Los medos se reunieron entonces a deliberar… Uno
propuso: “‘Como en las circunstancias actuales no podemos habitar este país…,
nombremos rey a uno de nosotros; así el país tendrá… orden y nosotros podremos
dedicarnos a nuestros asuntos…” Como era previsible, Deyoces fue electo rey. Algunas
de sus primeras decisiones fueron decretar cierto ceremonial —prohibió “reír y
escupir en su presencia”, por ejemplo— y mandar construir una ciudad capital. “Los
medos… edificaron una fortaleza amplia y poderosa, esa que hoy día se llama
Ecbatana…” (Historia; I, 95-98).
Después de medio siglo en el poder, Deyoces
falleció (665 a. C.) y heredó el reino a un hijo, Fraortes, quien comenzó la
expansión meda: guerreó a este y oeste, a persas y a asirios. A los persas los
incorporó a su naciente imperio, pero contra los asirios no pudo: luego de más
de veinte años de reinado, moriría en batalla contra el ejército del rey
Asurbanipal (633 a. C.). Seguiría Ciáxares, vástago de Fraortes, quien resultó estar
extraordinariamente bien dotado para los trancazos: al oriente guió a los medos
hasta el río Kabul, en lo que hoy es Afganistán, y hacia occidente, después de poner
en jaque a los escitas hasta que tuvieron que pactar con él, conquistó Asur, y
en 612 a. C., aliado con Babilonia, comandó el asalto y destrucción total de la
capital asiria, Nínive. El imperio medo se quedó con todas las tierras al este
y norte del Tigris, y Babilonia con las posesiones asirias en Mesopotamia. Los
afanes belicosos de Ciáxares no pararon ahí; enseguida dirigió sus huestes a
Asia Menor. Logró a adueñarse de Armenia y de buena parte de la península de
Anatolia, en donde fue a chocar con el imperio lidio (590 a. C.). Medos y lidios
se enfrentaron incansablemente, hasta que un día se apagó el Sol: “… llevaban
la guerra con suerte equilibrada, cuando, en su quinto año, ocurrió en el curso
del combate que, en plena batalla, de improviso el día se tornó en noche.
Entonces lidios y medos, al ver que la noche tomaba el lugar del día, pusieron
fin a la batalla, y tanto unos como otros se apresuraron… a concretar la paz” (Historia; I, 74). El propio Heródoto cuenta
que el eclipse total que aterró a ambos contrincantes había sido predicho por
un tal Tales, oriundo de Mileto (c.
624 – 546 a. C.) —la ciencia moderna confirma que el evento astronómico efectivamente
ocurrió el 28 de mayo de 585 a. C.—. Los imperios lidio y medo establecieron
como frontera entre ambos el río Halis, hoy Kizilirmak, y agregaron un
ingrediente más al pacto de paz: Arienis, hija del rey lidio Aliates II, y
Astiages, hijo del rey medo, se casaron. Meses después moriría Ciáxares, y su
lugar lo ocuparía Astiages, a quien, destino funesto, le tocaría ser el último
de la dinastía meda. En efecto, en 550 a. C. sería destronado por un persa,
Ciro, para colmo su propio nieto… En 549 a. C., Ciro el Grande (c. 600/575 a. C. – 530 a. C.), después
de tomarla, decidiría no destruir Ecbatana e integrarla a su imperio, ya no
medo como el de su abuelo, sino persa, aqueménida, y además mantenerla por un
tiempo como su propia residencia. Desde ahí emprendería la conquista de su
mundo…
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