Inicié la primaria con la Madre Patria. En
los primeros días de septiembre de 1971, al arranque del ciclo escolar, la
maestra Griselda nos entregó a cada alumno dos libros: Español, Civismo y Ciencias Sociales —un solo volumen—, y Mi cuaderno de trabajo de primer año. Entonces,
la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos estaba presidida por un político
polifacético que, tres años atrás, había respaldado públicamente al presidente
Díaz Ordaz y aplaudido la represión al movimiento estudiantil en Tlatelolco, Martín
Luis Guzmán (1887-1976) —el novelista venía encabezado el organismo desde que
fue creado, en 1959, y lo seguiría haciendo hasta que falleció—. En la página 3
de ambas publicaciones, después del crédito a las autoras —Carmen Domínguez
Aguirre y Enriqueta León González—, se leía: “Cubierta de Jorge González
Camarena”, y a renglón seguido, entre paréntesis: “Es la reproducción de un
cuadro que representa a la nación mexicana avanzando al impulso de su historia
y con el triple empuje —cultural, agrícola, industrial— que le da el pueblo”. Hoy,
cuando el uso indiscriminado de mayúsculas laudatorias cunde, llama la atención
nación mexicana, escrito con
minúsculas, por lo demás, es correcto. También hay que atender el fraseo “la
nación… avanzando al impulso de su historia”, que, si bien en última instancia
resulta una tautología, plantea una muy distinta narrativa respecto a la que,
desde la década de los ochentas del siglo pasado, venía empleando el gobierno
para explicar el devenir de nuestro país —desde hace décadas, más que
“avanzando al impulso de su historia”, México se desvive por alcanzar al primer
mundo, tratando de emularlo, a pesar
de su historia—. Además, se presentaba la cultura —no la educación ni la
instrucción tecnológica— con el mismo peso que la agricultura y la industria. Y
otra distinción importantísima: “el pueblo” no era la turba menesterosa a la
que hay que sacar de su atraso, sino el agente protagónico del cambio, “el
empuje” de la nación.
Las portadas de mis libros de texto estaban,
en efecto, ilustradas con un detalle de La
Patria, pintor y muralista tapatío Jorge González Camarena (1908-1980). Ya
para aquel año La Patria era la Madre
Patria, una imagen emblemática del nacionalismo posrevolucionario, y se había
convertido en una de las más reproducidas y difundidas de toda la historia de
México —entre materiales para profesores y alumnos, ilustró más de 350 títulos,
con un tiraje de más de 520 millones de ejemplares—. En 1971, González Camarena
ya no era sólo un continuador de la escuela de los tres grandes —Rivera, Orozco
y Siqueiros—, sino que más bien se encontraba en el pináculo de su carrera: su
presencia se había internacionalizado —eso patentiza su mural Presencia de América Latina (1964-65),
realizado en la Ciudad Universitaria de Concepción, Chile—, en 1969 había
ingresado a la Academia de Artes, de septiembre a octubre del 1970 se había
montado una magna exposición retrospectiva de su obra en el Museo de Arte
Moderno, y al mes siguiente Díaz Ordaz le había otorgado el Premio Nacional de
las Artes. En la ceremonia de entrega del reconocimiento dijo: “Porque
ciertamente… es ya toda una vida sostenida de pie ante el caballete, o bien
sobre los andamios, frente a los muros…, para afirmar lo que en mi concepto me
corresponde decir como pintor que, sabiéndome parte inherente de la hermandad
universal, lo soy desde mi particularidad mexicana”.
La
Patria, óleo sobre tela (120 x 160 centímetros), fue
realizado en 1962. González Camarena mismo revela —y también mitifica— quién
fue la mujer que modeló para él. Su amigo Antonio Luna Arroyo lo narra (González Camarena. México, 1995): “…
sólo queremos aludir… a una de sus modelos, una bella mujer indígena que llena
una larga época de la vida del artista. Se trata… de la esposa joven (18 años)
de un terrible auxiliar policiaco de un notable político del estado de Hidalgo.
Cuenta González Camarena que cuando conoció a la señora inmediatamente pensó en
que podía ser una excelente modelo no sólo por su belleza corporal, sino sobre
todo, por el carácter auténticamente indígena que poseía: se trataba… de una
joven con todas las características típicas de las princesas indígenas que
podían enloquecer… a los conquistadores —¿cómo a él mismo?—. Nos relata el
artista… los peligros… para conversar con la mencionada señora tratando de convencerla
de que posara… Primero… se resistía y le señalaba que los grandes peligros en
que ambos se colocaban, conociendo a su esposo, el que con el que solo
propósito de garantizar su fidelidad, le disparaba una carga completa de su
pistola a los pies. ‘Con esos truenos —le decía la señora a Jorge— no hay nada
que hacer, pues me imagino que me encuentre posando para usted y se realiza,
sin duda, al día siguiente un sepelio doble’. Y Jorge González Camarena
vigilaba al pistolero… buscando la oportunidad de… convencer a la torturada
belleza, hasta que un día presenció un sepelio, y triste y emocionado preguntó…
quién iba en la caja mortuoria, tal vez pensando… en su ansiada modelo, y cuál
sería su sorpresa que se trataba… del esposo que había muerto en una refriega… Esperó
cuarenta días…, y después decididamente fue a visitar a la viuda a la que
convenció, no sin dificultades, de que posara para él: entonces ella tenía 19
años. Y así nació la simbiosis más agradable y duradera… No hay necesidad de
describirla, figura en casi todos los trabajos del artista desde sus más
importantes obras murales hasta en las carátulas de los libros de texto gratuitos…
Cualquier visitante del estudio del pintor encontrará… tres o cuatro retratos
de ella en proceso de terminarse o en camino de corrección… Por otra parte si
se le inquiere al artista sobre ella dice que se trata de una modelo perfecta,
que la sienta, o la mueve, para trabajar y cuando le dice así está bien, ella
permanece quieta como una estatua, eso sí, con una gran expresión… ‘Y así
fomenta mi inspiración, facilita mi trabajo y no me crea el menor problema
estético. Por eso la considero modelo perfecta y por eso se repite y se
repetirá mientras me permita trabajar con ella. Se trata de una guapa y joven
mujer de Tlaxco, Tlaxcala, llamada Victoria Dorenlas’”.
Victoria, tlaxcalteca, la Madre Patria.
Tiene sentido.
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