Si os he dicho cosas terrenas, y no creéis,
¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?
Jesús [Juan, 3:12]
Terrenales
Aterida y sin nada con qué protegerse del viento, ensopado bajo un improvisto aguacero, sudando bajo la inclemencia solar… Estreñido, mormado o de plano tumbado en la cama de un hospital; inflamada, hambrienta, lidiando con un dolor de cabeza… Con sed, con sueño, con una simple indigestión… El cuerpo se niega fácilmente a cualquier artificio. El cuerpo es terrenal.
Constatando en el espejo el imparable avance del entramado de las arrugas en tu rostro, preocupado por los resultados de los exámenes de laboratorio, cabizbaja en el entierro de un amigo… La certeza del fin permanece susurrándonos al oído y de vez en cuando sube la voz. La muerte es terrenal.
Los labios se parten, el pelo se cae, la dentadura se desgasta, el tiempo cambia y nuestro tiempo está contado. Escapar del cuerpo, escapar de la Tierra, de nuestra condición terrenal, es escapar de la condición humana.
Artificio
Nuestra naturaleza es terrenal. Hannah Arendt (1906-1975) afirma que no es la idea de mundo, creación humana, sino la Tierra misma —el tercer planeta que gira en torno al Sol—, la que determina “la quintaescencia de la condición humana”. Estamos estacados al espacio terrenal. De nuestra calaña de seres terrenales escapamos a través del artificio, de nuestra segunda naturaleza, la cultural. “El artificio… separa la existencia humana de toda circunstancia meramente animal, pero la propia vida queda al margen de este mundo artificial y, a través de ella, el hombre se emparenta con los restantes organismos vivos”. De ahí el reto último del artificio: la vida misma. No prolongarla, no clonarla, no moldearla, crearla: “producir vida…, cortar el último lazo que sitúa al hombre entre los hijos de la naturaleza”. Arendt pensaba que el anhelo de crear vida artificial es “el mismo deseo de escapar de la prisión de la Tierra”.
De lo terreno a lo etéreo
A partir de la concepción de lo terreno que desarrolló Hannah Arendt, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han (Seúl, 1959) sostiene que “el orden terreno, el orden de la Tierra, se compone de cosas que adquieren una forma duradera y crean un entorno estable donde habitar”. En pocas palabras, “la cosa es la cifra del orden terreno”. Enseguida, del pensador checo-brasileño Vilém Flusser (1920-1991) toma la noción de no-cosas, y establece que hoy por hoy estamos perdiendo el orden terreno porque nos hallamos en el tránsito de la era de las cosas a la era de las no-cosas. Esa es la tesis que Byung-Chul Han desarrolla a lo largo de su reciente libro No-cosas: Quiebras del mundo de hoy (Taurus, 2021).
El ensayo del surcoreano está escrito a punta de mandarriazos verbales, enunciados casi telegráficos que apuestan por la contundencia y por lo general ganan: “El mundo se torna cada vez más intangible, nublado y espectral. Nada es sólido y tangible”.
Byung-Chul Han afirma que el mundo contemporáneo está perdiendo su carácter terreno, y no porque ya se haya conseguido la vida artificial ni tampoco gracias a los viajes espaciales. ¿Entonces? La descontinuación de las cosas está ocurriendo a fuerza de codificar todo lo perceptible en unos y ceros. “El orden terreno está siendo hoy sustituido por el orden digital. Este desnaturaliza las cosas del mundo informatizándolas”. Así, la información acerca de las cosas sustituye a las cosas mismas. La realidad cada vez es menos sólida: ya ni siquiera es líquida, como advertía Zygmund Bauman, es vaporosa, como la nube.
Tierra-Data
Hace 22 años afirmaba yo que la digital es “una revolución de conciencia”. Argumentaba que “por primera vez en la historia de la humanidad, desde la tecnología, se están modificando no solamente las maneras de manipular materiales y procesos, ideas y emociones, sino incluso las percepciones y sensaciones” (La revolución digital, una aproximación)… Pero me quedé corto. La revolución digital también está teniendo un impacto físico a escala planetaria. Hace un par de años contaba aquí que más del 90% de los datos del mundo actual se han creado durante los últimos 10 años, y el proceso se acelera constantemente, de tal suerte que se estima que alrededor del año 2245 la mitad de la masa de la Tierra se convertiría en masa de información digital.
No-cosas
También Byung-Chul Han alerta sobre el gran cambio:
· “Ahora producimos y consumimos más información que cosas”.
· “Ya nos hemos vuelto todos infómanos”, adictos a los datos. Nos urge saber, aunque no entendamos nada. “Hoy corremos detrás de la información sin alcanzar un saber. Tomamos nota de todo sin obtener un conocimiento.”
· “La informatización del mundo convierte las cosas en infómatas, es decir, en actores que procesan información”.
· Los infómatas nos informan, pero también informan sobre nosotros; nos vigilan, nos ayudan, pero al mismo tiempo nos controlan.
· El mundo se está convirtiendo efectivamente en un cosmos post-factual: “el orden digital desfactifica la existencia humana”.
· La realidad que se instaura a pasos agigantados es una meta-realidad: “su divisa es: el ser es información”.
· “La información por sí sola no ilumina el mundo. Incluso puede oscurecerlo.” Hace tres años lo decía aquí de otra manera: “nuestras capacidades epistemológicas están drásticamente sobrepasadas por la capacidad de generación y difusión de información que hemos logrado con la tecnología, especialmente a partir de la revolución digital.”
· “El orden digital pone fin a la era de la verdad y da paso a la sociedad de la información posfactual”. Peor: la entropía informativa —el caos informativo— nos encierra cada vez a más personas en el prodigio que vislumbró en Mona Lisa Overdrive (1988) William Gybson: la jaula infinita, en donde la información circula sin referencia alguna a la realidad terrena.
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