The real hopeless victims of mental illness
are to be found among those who appear
to be most normal.
Aldous Huxley, Brave New World Revisited.
1
En su traducción al español (Anagrama, Barcelona, 1990) de Breakfast at Tiffany’s (Random House, 1958) de Truman Capote, Enrique Murillo comete un montón de traiciones. Aquí viene a cuento solamente una.
Holly y Mag conversan. Holly quiere saber si, cuando están en la cama, José muerde a Mag.
— Pues no, la verdad. ¿Te parece que debería hacerlo? Pero se ríe.
— Bien. Eso me parece correcto. Me gustan los hombres con sentido del humor, la mayoría no hacen más que jadear y soltar bufidos.
Mag no agrega nada, pero Holly quiere saber más detalles:
—Bien. No muerde. Ríe. ¿Qué más?
Mag no responde, así que su amiga insiste.
— Ya te he oído. Y no es que no te lo quiera contar. Pero me cuesta mu- cho acordarme. No les doy vu -vuel– tas a esas cosas… Se me olvidan, como los sueños. Estoy segura de que eso es lo co –corriente.
— Puede que sea corriente, pero yo pre- fiero ser rara.
Hasta aquí la traducción. Ahora, los dos últimos parlamentos originales, en inglés:
— I’m sure that’s the n-n-normal attitude.
— It may be normal, darling; but I’d rather be natural.
¿Vieron? La traducción esfuma por completo el sentido del texto, peor, lo revierte: Capote no opone corriente a raro, sino normal a natural. Holly sostiene que lo normal puede ser algo distinto a lo natural…, cosa que, como el traductor, tampoco entendió Mag:
— Entiéndeme, por favor, Holly. Soy una persona superconvencionalísima.
2
Por supuesto, la texana Holly Golightly tiene razón: la normalidad no es natural, es justo lo contrario: lo normal es necesariamente cultural. De lo anterior se desprende —y me perdonarán los sapientes señores de la Real Academia— que la primera acepción del vocablo que ofrece el diccionario de la RAE es incorrecta: “normal: dicho de una cosa: que se halla en su estado natural”. Ya en las dos siguientes acepciones corrigen el rumbo —“habitual u ordinario” y “que sirve de norma o regla”—, pero el yerro está hecho. Normal no es sinónimo de natural. Antes bien, son antónimos. Para demostrarlo, optemos por el tino de doña María Moliner: en primera acepción —más apegada, como veremos, al origen etimológico de la palabra—, define: “se aplica a lo que sirve de norma o regla”; y en la siguiente, la que me parece más útil: “se aplica a lo que ocurre como siempre o sin nada extraordinario”.
— Y tú, ¿te ríes?
— No, nomás jadeo y bufo. Normal.
Y, claro, por ahí, la ilusión del arrimo con la antípoda: natural.
Ahora, como casi todo mundo sabe, como todo mundo puede intuir, tanto normal como norma provienen de la voz latina norma, a la que se agrega el sufijo de relación o pertenencia al —como en espectro, espectral; tribuna, tribunal; demencia, demencial, etcétera—. ¿Y qué es una norma? Pues sí, como el diccionario de la RAE señala, es la “regla que se debe seguir o a que se deben ajustar las conductas, tareas, actividades”. El deber ser —“precepto jurídico”—. El segundo significado que ofrece la Academia se adecua a la etimología de ambas palabras, norma y normal: “escuadra que usan quienes arreglan y ajustan los maderos, piedras”. Para estar en norma hay que ajustarse. En efecto, norma viene del latín norma, que “en su significado más primitivo hace referencia al instrumento que usaban los albañiles y carpinteros para construir algo en ángulo recto: la escuadra. De tal modo entonces que cuando las piezas (piedras, madera) estaban a escuadra, es decir, coincidían con ella, a saber, guardaban bien el ángulo recto, decían que estaban normales (normalis, -e), regulares, cuando no, entonces estaban a-normales (abnormis, -e), bien porque se pasasen y entonces estaban e-normes (enormis. -e), bien porque se quedasen cortas y entonces estaban sub-normales.” (Diccionario filosófico de Centeno). Lo normal no es lo natural, sino lo que se tiene que ajustar.
Lo normal es lo ajustado. La normalidad es una ilusión colectiva a la que nos aferramos para sentirnos parte de un enorme mosaico. La normalidad es el deber ser disfrazado de ser. Otra vez la señora Moliner: norma es la “escuadra usada por los que trabajan las piedras, la madera, etcétera, para arreglar las piezas de modo que ajusten unas con otras”. Recordemos el mito bíblico de Adán y Eva: primero desnudos, y después del pecado original, arrojados a la creación de la cultura, escuadrados. Es natural andar encuerados, pero no es normal.
Circle of Jan van Hemessen (Master of Paul and Barnabas?) (c1500-c1575-79) - The fall of man, c1550-60 : detail |
3
Sirva todo lo anterior para encuadrar apenas el más reciente libro del doctor canadiense Gabor Maté (Budapest, Hungría; 1944): The Myth of Normal: Trauma, Illness, and Healing in a Toxic Culture (Penguin Random Hose, 2022).
Gabor Maté estudió primero Literatura y después Medicina. En una entrevista que concedió hace unos días, hablando acerca de su libro, Maté aseguró: “Lo que consideramos como normal en esta sociedad no sólo no es natural ni sano, sino que, de hecho, es además la causa de la mayoría de las patologías humanas, mentales y físicas. Lo que llamamos anormal, patológico, es una respuesta normal a una cultura anormal”. Sin ambages, la primera línea del texto introductorio diagnostica la situación en la que nos hallamos, al menos en Occidente: “En la sociedad más obsesionada con la salud que ha existido, no todo está bien”. Gabor Maté sostiene que vivimos en sistema tóxico que nos enferma a todos. Ya hablaremos de ello la próxima semana.
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