Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

domingo, 16 de febrero de 2025

La capacidad negativa

  

El poeta, si es poeta de verdad,

siempre tiene que repetirse “no sé”.

Wislawa Szymborska

 

 

 

En una carta a Benjamin Bailey (1791–1853), el 22 de noviembre de 1817, John Keats (1795-1821) aseguraba algo que muchos podrían leer equivocadamente como un pequeño rosario de ingenuas expresiones imberbes, como un arrebato típico de un joven romántico…

No estoy seguro de nada, salvo de la santidad de los afectos del corazón y la verdad de la imaginación: lo que la imaginación capta como belleza debe ser verdad…

Estas aseveraciones no se quedan en lirismo, por el contrario, manifiestan una postura epistemológica profunda.

 

*

 

La pregunta fue la siguiente: ¿qué hace que en la actualidad tanta gente sea estúpida? Robert Greene tuvo una respuesta: “Lo que hace a la gente estúpida es su certeza de que tiene todas las respuestas correctas”, contestó sin dudarlo.

 

¿Irónico? No lo sé.

 

*

 

Hablando de la estupidez generalizada, Robert Greene (Los Ángeles, 1959), autor de varios bestsellers —The 48 Laws of Power, The Art of Seduction, The 33 Strategies of War, Mastery, The Laws of Human Nature, entre otros—, en plática con Chris Williamson recordó que hace un par de siglos el poeta romántico John Keats acuñó el concepto de capacidad negativa.


Severn, Joseph (1793-1879) - 1819 Portrait of John Keats.


Encuentro una buena descripción de la noción negative capability en el glosario de términos del sitio de la Poetry Foundation. Traduzco:

Formulada por primera vez por John Keats, es una teoría sobre el acceso del artista a la verdad, ajeno a la presión de la lógica o de la ciencia. Reflexionando sobre su propio oficio y el arte de otros, especialmente el de Shakespeare, Keats supuso… que un gran pensador es “capaz de permanecer con incertidumbres, misterios, dudas, sin lanzarse a una irritante búsqueda de hechos y razones”. Así, un poeta tiene el poder de dejar de lado la conciencia, habitar un estado de apertura total a la experiencia e identificarse con el objeto contemplado. Para Keats, el poder inspirador de la belleza es más importante que la búsqueda de hechos objetivos…

En efecto, en una carta que el joven John Keats —tenía entonces 22 años— escribió el 21 de diciembre de 1817 a sus hermanos George y Tom, acuña y define el concepto de negative capability:

…de inmediato se me ocurrió qué cualidad conforma a un Hombre de Logros [Man of Achievement], especialmente en la literatura, y que Shakespeare poseía en grado enorme: me refiero a la capacidad negativa [Negative Capability], es decir, cuando un hombre es capaz de permanecer en medio de la incertidumbre, el misterio, la duda, sin un ansia exacerbada de llegar hasta el hecho y la razón…

No de la capacidad negativa, sino de su opuesto, la compulsión de hallarle explicación a todo, esa arraigada maña, tan moderna, claro, Keats pone como ejemplo a un tal Coleridge —se refiere a Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), poeta y, obvio, teólogo y filósofo—, quien, asegura, “dejaría pasar una fina verosimilitud aislada captada desde el Penetraliumdel misterio, por ser incapaz de conformarse con un conocimiento incompleto”. Con el latín Penetralium se refiere a la parte más interna o secreta de un sitio, como el santuario de un templo. En el contexto de la misiva, Keats usa esta palabra metafóricamente para describir el ámbito más profundo de lo enigmático y lo desconocido. Keats critica a Coleridge diciendo que, incapaz de quedarse con un conocimiento parcial (half-knowledge), deja pasar (let go by) una “fina verosimilitud aislada” al verse obligado a buscar explicaciones racionales, en lugar de aceptar la belleza de lo incierto y lo misterioso. En cambio, el verdadero artista, como lo fue Shakespeare, debe ser capaz de habitar la incertidumbre sin sentirse incómodo o apresurado por encontrar una respuesta única y definitiva. La grandeza de la capacidad negativa que bosqueja Keats se dimensiona sólo si mantenemos presente una obviedad que nos gusta no tomar en cuenta: en estricto sentido, todo conocimiento es parcial.

 

*

 

Unos meses después, en mayo de 1818, ahora en una carta dirigida a su amigo John Hamilton Reynolds (1794-1852), poeta y dramaturgo, John Keats desarrolla una alegoría entre platónica y freudiana; la parafraseo enseguida…

La vida humana es como una gran mansión de muchas habitaciones, de las cuales solo puedo describir dos —para mí, las demás siguen cerradas—. La primera es la Habitación de la Infancia o de la Inconsciencia, donde habitamos sin cuestionarnos nada. Aunque la puerta de la siguiente habitación está abierta y llena de luz, nosotros tardamos en cruzarla. Cuando el pensamiento despierta en nosotros, nos empuja hacia ella. Al entrar en la Habitación del Pensamiento Virginal, la claridad que hay ahí nos deslumbra. Es un lugar maravilloso donde podríamos permanecer para siempre. Pero el pensamiento agudiza nuestra visión y nos revela toda la miseria del mundo: el dolor, la enfermedad y la opresión. Poco a poco, la habitación se oscurece y en su entorno se abren muchas otras puertas, pero todas conducen a pasajes en penumbra. No distinguimos el equilibrio entre el bien y el mal. Nos encontramos en las tinieblas, sintiendo el peso del misterio.

Según Keats, quienes se atreven a salir de la Habitación del Pensamiento Virginal para deambular por las tinieblas son los grandes artistas, como William Wordsworth (1770-1850) y William Shakespeare, quienes lograron escribir aceptando la ambigüedad y complejidad de la realidad…, y así nos alumbran.




 

*

 

En aquella carta del 22 de noviembre de 1817, Keats también le decía a Bailey —quien por cierto se haría clérigo—: “La imaginación puede compararse con el sueño de Adán: despertó y lo encontró hecho realidad”.

lunes, 10 de febrero de 2025

Jicotes tarugos

 

Malinchismo no fue palabra que usáramos sino hasta bien entrado el siglo XX. Muy probablemente no tiene ni siquiera cien años de existencia. Argüía yo aquí que, considerando su origen histórico, difícil sería hallar términos equivalentes en otros idiomas; iba más allá y decía que equivalentes plenamente sería, en estricto sentido, imposible. Esto resulta indiscutible si tomamos como buena la precisa definición del vocablo que aporta el Diccionario de mexicanismos del Colmex:

Tendencia de algunos mexicanos a preferir lo extranjero o al extranjero —en particular si es blanco, güero y de tipo germánico— sobre sus propios compatriotas, sus propios productos o sus propios valores y tradiciones.

En cambio, si atendemos el significado que el diccionario de la RAE da a malinchismo, la cosa cambia: “actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio”. Entendida de esta manera la palabra, podríamos tener peruanos malinchistas, chinos malinchistas, españoles malinchistas, you name it… Y, consecuentemente, entendida así, malinchismo podría, efectivamente, tener algunos sinónimos. Por ejemplo, encuentro uno de origen escandinavo…

 

 

Quisling

 

Desde mediados del siglo pasado, la palabra quisling se ha utilizado en varios idiomas como sinónimo de “traidor” y “traición”. Se trata también de un epónimo: así como malinchismo proviene del sobrenombre de un personaje histórico —la Malinche, alias de Malitzin, después doña Marina—, quisling procede de una persona concreta: Vidkun Quisling (1887-1945), un oficial del ejército noruego que se puso al servicio de los nazis desde el primer día de la entrada de Noruega en la Segunda Guerra Mundial, y quien después sería impuesto por Hitler como primer ministro de su país. El vocablo se usa no sólo en noruego, también en alemán, francés e inglés. En esta última lengua se derivó también el verbo to quisle: to serve or act as a quisling, según el Webster.

 

Hans Fredrik Dahl, profesor de historia de la Universidad de Oslo, publicó en 2008 Quisling, A Study in Treachery, una biografía de Vidkun Quisling realizada a partir de una enorme batería de fuentes: archivos nórdicos, alemanes, italianos y rusos, así como documentos familiares, rastreando así la carrera de Quisling hasta su juicio y ejecución por alta traición contra su patria. El hombre fue fusilado —nueve balazos en el corazón y luego, supuestamente como tiro de gracia, otro en la sien— en la fortaleza de Akershus la madrugada del 24 de octubre de 1945. Quisling murió proclamando a gritos su inocencia. Para él mismo, era más que inocente: días antes había escrito a su hermano: “Moriré como un mártir”. Semanas atrás, ante el tribunal que lo había sentenciado…

… había proclamado su inocencia … Insistía incansablemente en que su golpe de Estado del 9 de abril de 1940, su liderazgo del partido nazi noruego y su papel como primer ministro de la Noruega ocupada por los alemanes habían sido siempre en el mejor interés de la nación.

La vieja estratagema, pues: los traicioné por su bien.

Hans Fredrik Dahl narra en su libro que, durante sus últimos días, Quisling alegó que su muerte era parte de un plan divino para traer el Reino de los Cielos a la Tierra.

Había creído en el nacionalsocialismo alemán como una potencia mundial al servicio de Dios y había colaborado con él… En su celda, tuvo que admitir que el nacionalsocialismo estaba equivocado en algunos aspectos, como sus enseñanzas sobre la raza… Para Quisling, sin embargo, el nazismo era una fuerza que, llegado el momento, prepararía el camino para el reino de Dios en la Tierra. Sería castigado con la muerte por sus convicciones, pero no iba a ser el primero: Cristo mismo y, en Noruega, Olaf Haraldsson en 1030, habían muerto por la misma causa. Jesús, San Olaf, Quisling… ¿Era un traidor? A los ojos del mundo, claramente lo era. En su propia opinión, ser tachado de traidor era el precio que tenía que pagar por su comprensión de los caminos de Dios.

 

 

Moxikohuakan moxikowani

 

Anotaba también aquí que sería imposible encontrar en otros idiomas vocablos plenamente equivalentes a malinchismo/malinchista, a menos de que existiera una palabra semejante en alguna lengua originaria, particularmente en náhuatl, porque, en efecto, en última instancia, ser malinchista es, siendo mexicano o mexicana, despreciar a México y lo mexicano o ir en contra de sus intereses. Investigué y, en efecto, no aparece por ningún lado. Sin embargo, considerando el significado extenso de malinchismo, como el que le asigna la RAE al vocablo —“actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio”—, algunos mensajes por WhatsApp mediante, supe de una voz hermosa que de alguna manera se aproxima a la misma idea.

Por intermediación del Grillo Bravo, resulta que tuve ocasión de consultar al maestro Yaotl Pragedis Martínez de la Cruz. Él es profesor de educación primaria en náhuatl, y escritor en dicho idioma, en Atlamajalcingo del Río, municipio de Tlapa de Comonfort, en la región de la Montaña del estado de Guerrero. Gracias a Yaotl Pragedis puedo compartir con ustedes que la expresión moxikohuakan moxikowani —entiendo que el primer vocablo denota el lugar o el estado en el que ocurre cierta autodestrucción, mientras que el segundo alude al agente que realiza la acción— se refiere a un jicote —del náhuatl: xīcohtli, “abeja, abejorro”— que come madera, pero la madera de su nido, de su propia casa, una fea y sumamente estúpida costumbre. Jicotes tarugos: se pegan un tiro, solitos se meten el pie, se sabotean a sí mismos…

 

domingo, 2 de febrero de 2025

¿Cipayos o malinchistas?


La crisis Colombia-Estados Unidos fue el tema de La Base el 27 de enero. Pablo Iglesias y su equipo analizaron el episodio del fin de semana previo, causado por las medidas antiinmigrantes de Trump. Destacaron la respuesta diplomática y digna de Gustavo Petro. Su objetivo: desmentir a la prensa internacional, que tergiversó los hechos para imponer el bulo de que el mega-alómano doblegó a Petro. Ocurrió lo contrario. Juzgue.

 

1. Estados Unidos deportó a un contingente de colombianos en situación migratoria irregular. Trump, él sí un criminal sentenciado, llamó “criminales” a los migrantes, a todos, y, trepados en un avión militar norteamericano, esposados de pies y manos, de una manera que indiscutiblemente violó sus derechos humanos, los mandó a Colombia.

2. El domingo, el gobierno colombiano no permitió que aterrizara el avión gringo con los migrantes deportados. Petro explicó que no podía permitir ese trato a sus compatriotas, y fijó su postura: “En aviones civiles, sin trato de criminales, recibiremos a nuestros connacionales”.

3. Oligofrénico, míster Trump, respondió ordenando la imposición de aranceles del 25% a todos los productos colombianos. Además, bramó: ¡fuera de Estados Unidos todos los representantes del gobierno colombiano!

4. Petro respondió con una carta que todas y todos deberíamos leer, en Colombia, aquí en México, en la Patria Grande incluyendo también allá, del otro lado Bravo. También devolvió una moneda de la misma denominación: 50% de aranceles a todas las importaciones provenientes de Estados Unidos. No sólo: ofreció el avión presidencial para regresar dignamente a sus paisanos.

5. El lunes el penoso capítulo llegó a su final cuando el primer vuelo con los deportados aterrizó en Bogotá…, pero, regresaron en un avión civil, sin esposas ni grilletes y tratados digniamente. De las represalias diplomáticas y arancelarias, nada.

 

Simple: plantear que Trump dobló a Petro es puro y duro engaño.

 

Bien, pues resulta que, en medio del conflicto, después de que el secretario de Estado norteamericano reclamó que previamente Colombia había aceptado ya recibir a los deportados, Petro llamó “cipayo” al señor que se apela Marco y que, seguramente para una de sus más profundas penas, de rubio solamente tiene el apellido. A partir de ahí, Iglesias y colegas usaron varias veces a lo largo de su programa el adjetivo cipayo y también su sustantivación: cipayismo. ¿Y qué significa?

 

 

 

 

Aunque en su forma estandarizada se consolidó hasta el siglo XVI, el castellano, al que desde hace tiempo llamamos español, tiene alrededor de 1,200 años de existencia. Desde esa perspectiva, podemos decir que la palabra cipayo se incorporó a nuestro idioma hace poco tiempo. Su debut en un diccionario de nuestra lengua ocurrió hace menos de doscientos años, en el Diccionario Nacional de don Ramón Joaquín Domínguez (1853). Pero el origen del vocablo viene de lejos y es muy muy antiguo… 

 

El origen de cipayo se remonta a las culturas iranias tempranas. Proviene del persa antiguo sepâh, que significa “ejército” o “tropa”, y se usaba desde tiempos del Imperio Aqueménida, alrededor del 500 a. C. En efecto, el persa o farsi es un lenguaje con unos 2,600 años de historia. Después, durante el poderío del Imperio Sasánida, entre el 200 y 650 d. C., la palabra sepâh se empleó para referirse a sus fuerzas armadas, y sepâhi pasó a ser el derivado que aludía a sus integrantes, es decir, a los soldados. Con la expansión del islam, el uso de la palabra pasó a otros idiomas, como el árabe y el turco. Los otomanos adaptaron el término como sipahi, para referirse tanto a los caballeros como a los soldados de un timar —unidad feudal otomana—.

 

Desde su origen aqueménida, el vocablo también llegó al subcontinente indostánico. Mucho después, en el siglo XI, con las dinastías turcas y afganas, el persa se estableció como lengua burocrática y culta en India. Entre los siglos XIII y XVI, el Sultanato de Delhi utilizó el persa como lengua oficial, y el término sepâhi se adoptó para referirse a los soldados. Perduró su uso durante el Imperio Mogol —no confundir con el Mongol—, entre los siglos XVI y XVIII, y cuando los ingleses invadieron India, echaron mano del término sepâhi, en su versión anglificada, sepoy, para referirse a los soldados del ejército colonial, pero, ¡ojo!, no a todos, no a los británicos, sino solamente a los nativos, a los indios. Durante la expansión imperialista europea, los portugueses adoptaron la palabra como sipaio, para mentar a los nativos que estaban al servicio de los ejércitos de las potencias colonialistas. Ya en el siglo XIX, el término adquirió el sentido peyorativo que hoy tiene y se usó para criticar a quienes colaboraban con los poderes extranjeros en contra de su propia gente. 

 

En castellano, el portugués sipaio se transformó en cipayo, conservando su significado: mercenario de tropas locales al servicio de intereses invasores. La RAE incorporó la palabra a su diccionario en 1869, y actualmente tiene dos acepciones: la primera resulta más una curiosidad histórica, “soldado indio de los siglos XVIII y XIX al servicio de Francia, Portugal y Gran Bretaña”, mientras que la segunda acepción es la que nos interesa porque ese es el sentido con el que Petro se refirió a Marco Rubio: cipayo: “secuaz a sueldo”.

 

La palabra cipayo se usa más en Hispanoamérica. En Argentina y Uruguay tiene una fuerte carga política. En España su uso es menos frecuente, seguramente por razones históricas. En cambio, el Diccionario de Americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española únicamente consigna un significado para cipayo: “persona que sirve a los intereses extranjeros en detrimento de los de su país.”

 

 

 

 

En un texto que publicó hace seis años en La Izquierda diario, Raúl Dosta aventuraba que, si en México usamos poco cipayo “quizás sea porque tenemos una palabra a la que le damos más o menos el mismo contenido: malinchista”.

 

Malinchista y su sustantivo malinchismo tienen un origen mucho más cercano a nosotros, en el espacio y en el tiempo. Como ustedes saben, el vocablo viene de las costas del Golfo de México: se deriva del nombre de una mujer que nació en el año 1505, en alguna comunidad nahuatlaca cercana al sitio en donde hoy se encuentra Coatzacoalcos, Veracruz. La Academia Mexicana de la Lengua explica así el origen de la voz malinchismo:

… proviene de Malinche, apodo de Marina (también conocida como Malina, Malintzin o Malinalli), amante de Hernán Cortés. Por la preferencia de la Malinche por un extranjero, su nombre se empleó para formar el derivado malinchismo con el significado de 'actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio'. De esta voz se desprende el derivado, malinchista, referente a la persona que muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio'. 

Si bien el origen del vocablo se remonta a la Conquista, no fue palabra que usáramos sino hasta el siglo XX.

 

En pocos días conmemoraremos el 75 aniversario de un libro importante. El 15 de febrero de 1950, en los talleres de la editorial CVLTVRA, terminó de imprimirse, bajo el sello de Cuadernos Americanos, la primera edición de El laberinto de la soledad.  En el cuarto ensayo, “Los hijos de la Malinche”, Octavio Paz sostiene:

El símbolo de la entrega es doña Malinche… Es verdad que ella se da voluntariamente al Conquistador, pero éste, apenas deja de serle útil, la olvida. Doña Marina se ha convertido en una figura que representa a las indias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles. Y del mismo modo que el niño no perdona a su madre que lo abandone para ir en busca de su padre, el pueblo mexicano no perdona su traición a la Malinche. De ahí el éxito del adjetivo despectivo ‘malinchista’, recientemente puesto en circulación por los periódicos para denunciar a todos los contagiados por tendencias extranjerizantes.

Subrayo: “recientemente puesto en circulación”, escribía Paz a finales de la década de los cuarenta. Ciertamente, en un trabajo publicado en la edición primaveral 2024 de la revista Relaciones Estudios de Historia y Sociedad de El Colegio de Michoacán, Rosa María Spinoso y Andrea Prado, investigadoras de la Universidad de Guadalajara y de la Universidad de Bologna, respectivamente, informan el resultado de sus pesquisas:

No encontramos evidencias del término malinchismo antes del siglo XX. La más antigua es de principios de 1938, en un periódico de Campeche… Fue a partir de entonces que comenzó a aparecer en la prensa, primero esporádicamente y después de forma recurrente.

Las académicas afirman que “es difícil encontrar términos equivalentes en otras lenguas”. Así es, y voy más allá: equivalentes plenamente sería imposible, a menos de que existiera una palabra semejante en alguna lengua originaria, particularmente en náhuatl, porque, en efecto, en última instancia, “ser malinchista es ser mal o mala mexicana”.

 

Con todo, hay algunos términos más o menos equivalentes. Por ejemplo, complexe du colonisé, concepto ideado por Frantz Fanon para describir una especie de internalización patológica de la inferioridad cultural tras el colonialismo. O la palabra japonesa bigai, que literalmente significa “adulación a lo extranjero”. Y los rusos tienen una expresión que tendría que escribir en cirílico pero que puedo decirles que se traduce textualmente como “bajar la cabeza ante Occidente”.

 

Y que conste: estoy evitando entrar en la discusión de si es o no es correcto adjudicar a la Malinche una conducta malinchista, esto es, traidora con su gente, porque, en efecto, considerando que ella no era mexica, es una cuestión muy discutible decir que doña Malitzin fuera malinchista. En fin, manteniéndonos al margen de esa polémica, asumiendo sin más el significado de malinchismo —que la RAE define hoy como “actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio”—, ¿qué dirían ustedes, qué adjetivo les parece más adecuado para describir a los vendepatrias que pululan en nuestro país en nuestros días, cipayos o malinchistas?

 

Porque, tenemos que aceptarlo con humildad: la derecha mexicana volvió a sorprendernos. Cuando pensábamos que ya no podrían degradarse más, y no por falta de ganas sino porque parecía que ya no tenían para dónde, los fachos nacionales se volvieron trumpistas. Lo que más asquea, al menos en mi caso, es que el paniaguadismo, con lo que queda del PRI incluido, no deja pasar día sin que sus voceros, opinócratas y leguleyos se desgañiten implorando por el intervencionismo yanqui. ¿Cipayos o malinchistas? Gravitan en torno a ambas palabras ideas afines como felones, traidores, pérfidos, ingratos, desleales, infieles, traicioneros, infames, apóstatas, renegados, abyectos, ruines, confabulados, judas, colaboracionistas, vendepatrias… Pero opto por malinchistas, y lo hago por dos razones. Primera: dado que malinchistaes una palabra de origen nacional, por malinchistas les va a doler más. Y la segunda no la digo yo, la tomo textual de El laberinto de la soledad, así que la escribió Paz hace más de 75 años: “Los malinchistas son los partidarios de que México se abra al exterior: los verdaderos hijos de la Malinche, que es la Chingada en persona”.

lunes, 27 de enero de 2025

Tacos, faldas y bloqueos

 

Tacos

 

Hace unos días tuve la enorme fortuna de comer unos ricos tacos en Liverpool. Los tacos eran de chistorra y de chorizo argentino, y el puesto estaba en la calle, en la calle de Liverpool, casi esquina con Dinamarca, en la colonia Juárez de la Ciudad de México. Mientras comía -fueron tres, uno y dos-, vi pasar por la acera de enfrente, rumbo a Insurgentes, al menos dos nutridos y muy animados grupos de turistas extranjeros, al parecer norteamericanos.

 

– Órale, está bien cargada la gringada.

 

– Y así es todo el santo día, jefe -comentó el taquero, sin dejar de atender su parrilla-, y no sólo gringos, oiga…

 

– ¿No?

 

– No, también pasan chinos y franchutes y argentinos…, bueno hasta grupitos de hindús.

 

– ¡Indios, pendejo! -pedagógico, corrigió al señor taquero el chalán que le ayuda a repartir los refrescos y cobrar-.

 

– Indios o hindús, de la India, pa’ que me entiendas, o sea, no inditos. 

 

– India, no la India –lo aleccionó el culto pinche–. Y no son inditos, güey, son indígenas.

 

– ¿Pues no que está muy mal la seguridad? -intenté terciar.

 

– ¡Tlác! -el taquero tronó la boca:- ¿Usted cree, jefe? Pues yo creo que los turistas no.

 

– Será porque no ven la tele de aquí -metió cuchara el avispado ayudante.

 

 

Pantalones

 

Temprano, el licenciado P. J. Gioser entró a mi oficina casi exultante:

 

– Nomás una pregunta, doctor -y se sentó en una de las dos sillas que están frente a mi escritorio-. Dime, pero dime sí o no, sin rollo… De verdad, de verdad, ¿tú crees que Claudia tenga los pantalones suficientes para enfrentarse a Trump?

 

– ¿Qué Claudia?

 

– Cómo qué Claudia, pues la Sheinbaum.

 

– Ah, te refieres a nuestra presidenta, la presidenta Constitucional de este país, la doctora Claudia Sheinbaum Pardo.

 

– Sí, sí, ella… ¿Tendrá los pantalones? 

 

– Pues no, los pantalones, no…

 

-… el licenciado P. J. Gioser pintó ipso facto una plácida sonrisa de conformidad en su rostro y su mirada se encendió.

 

– Los pantalones, no…, las faldas, las faldas y los pantalones. 

 

Y al licenciado P. J. Gioser, también ipso facto, se le congeló la risita.

 

 

Haití

 

Estoy preocupada y tristona…, y apenas van tres días escribe MC desde una gran ciudad centroeuropea; de nacionalidad mexicana, ella radica allá desde hace unos cinco años-.

 

El mensaje vuela, cruza el Atlántico y, casi al instante, se despliega en el teléfono de YM, en la Ciudad de México:

 

-Contestó él de inmediato: send y los dos caracteres volaron-, pero la respuesta le llegó también en cuestión de nada, no de Europa sino de sí mismo: Ya sé, te refieres al Trump et Ass, ¿verdad?

 

– Claro. Acá hay mucha preocupación, pero me apura más México. Escucha lo que dice Wolff… –respondió MC y envió una liga a un video.

 

– ¿Que ahí viene el lobo? –pensó contestar YM, pero se abstuvo. 

 

El enlace que mandó MC iba directo al minuto 52 de la conferencia que ofreció hace unos días el profesor Richard Wolff para Democracy at Work and The Left Forum: What Trump 2.0 Means

 

– If he actually does it… -traduzco textual, desde unos segundos atrás:- … La influencia de míster Trump en su primer período presidencial fue marginal. La mayoría de las cosas de las que se jactaba, no pudo hacerlas. Construyó un muro a lo largo de la frontera con México… ¡Más mexicanos llegaron, no menos! ¡Un fracaso total! Ahora él dice, como probablemente ustedes saben, que el ICE (siglas en inglés de Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) va a realizar redadas en todas las ciudades de Estados Unidos y a deportar mucha gente a México. Bueno, quizá haga algo de eso, quizá mucho, quién sabe, ya saben, el hombre habla dependiendo de cómo se sienta en cada momento, como ciertos idiotas que todos conocemos, ¿verdad? Entonces, qué importa… Si él realmente lo hace, si realmente echa a diez, quince millones de inmigrantes y los manda a México, tendremos conferencias como esta, pero serán acerca de México —Wolff agrió entonces aún más la expresión de su gesto:– México depende de las remesas, el dinero que ganan aquí los mexicanos y les envían a sus madres, sus padres, sus hijos que están allá en México. Y ese dinero es una bendición… Imaginen que eso se detiene de pronto, porque la gente perdió aquí su trabajo y fueron deportados. Pero la situación empeora. Estarán llegando a México en el momento en el que míster Trump está amenazando con imponer aranceles, lo cual demolerá el mercado que México tiene aquí en Estados Unidos… Eso provocará despidos en México y mucho desempleo. ¿Saben en qué se va a convertir México? En un desastre que a los ojos de cualquiera nos recordará tristemente a un país…, Haití.

 

YM deetuvo el video, suspiró y no tecleó nada. Cliqueó el pequeño icono del teléfono…

 

– ¿Lo viste?

 

– ¿Haití? ¿De veras, MC? Mira, suelo estar de acuerdo con Wolff, me parece un tipo bienintencionado, informado y brillante…, pero en este caso se pasó de tueste, y demasiado.

 

– Pero…

 

– Nada más considera esto: Cuba ni de cerca está tan amolada como Haití, y Cuba lleva sufriendo el bloqueo económico, comercial y financiero que Estados Unidos le impuso más de sesenta años.

 

– ¡Tanto!

 

– El bloqueo fue instaurado oficialmente en febrero de 1962 por Kennedy.

 

– …

 

– Y México es hoy mucho más fuerte que Cuba hace sesenta años, ¿no crees?

 

– Tienes razón. Además Estados Unidos está hoy muchísimo más débil que hace sesenta años.

 

– Luego: calmantes montes, alicantes pintos.

domingo, 19 de enero de 2025

La linealidad del ciclo

  

…no está vedado concebir una época, no muy lejana,

en que la humanidad, para asegurarse la supervivencia,

se vea obligada a dejar de “seguir” haciendo la “historia”.

Mircea Eliade, El mito del eterno retorno.

 

 

Todo se decidió en menos de nueve horas: el lunes 14 de octubre de 1806, la victoria de Francia en Jena-Auerstedt marcó el punto de quiebre en la guerra contra la Cuarta Coalición —Prusia, Rusia, Gran Bretaña, Suecia, Sajonia y España—. Los prusianos sufrieron veinticinco mil bajas; los galos, unas diez mil. Unos días después caería Berlín. Un profesor universitario, un tal Georg Wilhelm Friedrich Hegel, presenció el paso de Napoleón Bonaparte por Jena: “He visto el alma del mundo a caballo”, escribiría a Niethammer. Un año después, Hegel publicaría Fenomenología del espíritu. 

Napoléon entre à Berlin à la tête de ses troupes. Charles Meynier, 1810.

*

 

El comienzo de la historia, de la era histórica, quiero decir, el fin de la prehistoria, ocurrió hace unos diez mil años. El hecho, en términos de la escala humana, de la vida de un ser humano, no se dio de golpe y porrazo, sino paulatinamente, muy paso a pasito. Sin embargo, ampliando la perspectiva, tomando distancia, digamos que desde la escala no histórica sino de la especie, fue un parteaguas muy puntual: basta considerar que los sapiens llevábamos más de 250 mil años por este barrio cósmico, sin preocuparnos por hacer casi nada más allá que sobrevivir, sin preocuparnos por modificar casi nada y mucho menos por escribir historia, y de pronto comenzamos a hacerlo. Primero en algunas contadas comunidades apenas y a penas, luego prácticamente todos, toda la humanidad y a paso veloz. Una de las consecuencias de esto fue una revolución de conciencia: salimos del tiempo cíclico y entramos de lleno a la vorágine del tiempo histórico. Las cosmovisiones que tenían su piedra angular en el mito del eterno retorno —con el que “la humanidad arcaica se defendía como podía de todo lo que la historia comportaba de nuevo y de irreversible”, explica Eliade— fueron quedando en desuso y, a cambio, desde entonces, a todo nuestro transitar a través de los años le tratamos de dar explicaciones históricas. La Historia surge para imponer el movimiento secuencial y cancelar el tiempo cíclico. El “antes de” y el “después de” se posicionaron como herramientas de pensamiento indispensables para entender nuestro paso por la vida. La historia, parafraseando a Hegel, se posicionó en nuestras mentes como el esfuerzo del espíritu humano por alcanzar algo. Ese algo, la gran meta del género humano, para algunos es la verdad, según Hegel es la libertad, y quizá hoy para la mayoría, y ello a partir del Siglo de las Luces y la Ilustración, todavía es el ideal de progreso —inalcanzable por definición: incluso para el filósofo prusiano, el progreso es un proceso continuo, nunca completamente realizado en un sentido final, pues cada logro histórico trae consigo nuevas necesidades, tensiones…—. Como sea que definamos la estrella, si queremos movernos hacia determinada dirección, y vivimos marcados por esa noción, es necesario, obligado, tener conciencia de nuestro devenir histórico. El historicismo ha permeado a toda la cosmovisión. Apostamos casi todas nuestras canicas epistemológicas al saber histórico.

 

Así que ha pasado muchísimo tiempo desde que comenzó el tiempo histórico. Ha pasado, obvio, toda la historia. Pero simultáneamente, de nuevo, también podemos decir que, desde la perspectiva de nuestra existencia como especie, fue hace muy muy poco que comenzamos a pensar históricamente. Tan poco, que toda la historia humana no llega al cuatro por ciento del total de tiempo que llevamos plagando la Tierra. Por eso, claro, enclavados en las profundidades de nuestros aparatos psíquicos perduran explicaciones del mundo antiquísimas, primitivas, prehistóricas. Entre ellas, por supuesto, la comprensión de la realidad a partir del mito del eterno retorno.

Por más que algunas personas sigan diciendo que las diferencias climatológicas entre las distintas estaciones del año se están deslavando, en realidad, y seguramente a causa del cambio climático, es al contrario: las condiciones se están presentando cada vez más extremosas. Piénsalo: 2024 fue el año más caliente de la historia, de la historia de la Humanidad, rebasamos el límite fatídico de 1.5 grados centígrados, y ahora mismo, el hemisferio norte está siendo azotado por la temporada de nevadas más drástica de la última década. Pero independientemente del ciclo natural al que llamamos año, una vuelta completa de nuestro planeta en torno al Sol, los ciclos del año civil nos reactivan…, cíclicamente, el pensamiento mitológico.

 

La historia se despliega como una trama de eventos traslapados y secuenciales que a menudo tratamos de asimilar a través de la ilusión de los ciclos que nos resultan familiares a escala humana. Las estaciones se suceden con una regularidad casi reconfortante, evocando la sensación de un tiempo cíclico que parece perpetuarse. Solemos olvidar que cada ciclo es único y en esa medida también histórico.

 

*

 

En 1831, tan sólo en Berlín, un bicho unicelular, la Vibrio cholerae, mató a unas mil quinientas personas. La epidemia se había originado en el delta del Ganges, en la India, y luego se extendió a través de rutas comerciales hacia Europa y otras partes del mundo. Al Reino de Prusia la cólera llegó a través de Rusia, seguramente transportada por soldados, comerciantes y migrantes. El filósofo Georg Wilhelm Friedrich Hegel se enfrentó a la llamada muerte azul y perdió: falleció a los 61 años el 14 de noviembre de 1831. Recluido en Santa Elena, una isla atlántica localizada a medio camino entre África y Sudamérica, diez años antes “el alma del mundo” había muerto. 


 

domingo, 12 de enero de 2025

¿Qué fue primero, sadismo o masoquismo?

  

 

El león no es como lo pintan

… el simbolismo que atribuye la piel al poder y a la belleza.

Por eso, desde las primeras edades del mundo

las adoptaron los reyes.

Severin von Kusiemski

 

El clérigo y artista barroco Dolynsky Luka pintó el retrato más conocido de Lev Danýlovych, León I de Galitzia. El óleo —parte de la colección de la Biblioteca Científica Nacional ucraniana— presenta a León enfundado en una refinada armadura metálica. Viste una majestuosa capa carmesí, rematada con un borde de piel moteada, quizá de un gran felino. Porta un collar de eslabones ornamentados con brillantes, del que cuelga un crucifijo ingente. La postura garbosa y el rostro adusto y barbado reflejan autoridad. Lleva una corona ornamentada con piedras preciosas. El cetro que sostiene y la espada a la cintura insinúan su liderazgo decidido. ¿Realmente fue esa la apariencia del monarca? Difícilmente: casi medio milenio separa las vidas del retratista (1745–1824) y de León I (c. 1228–1301).




 

 

La ciudad del león masoquista

¡Qué placer para mí cuando, arrodillado ante ella,

me atreví a besar las mismas manos que me habían castigado!

Severino von Kusiemski

 

A espaldas del rey, la ciudad medieval. En la parte superior del cuadro, la leyenda: “LEO PRINCIPS RUSSIAE FVNDATOR URBIS LEOPOLIS”. Львів, romanizado Lviv, latinizado Leopolis, está en Ucrania occidental. Llamada así en honor a León I, la ciudad, según iba siendo conquistada, ha ido nombrándose en distintas lenguas durante casi ochocientos años de existencia, siempre con el mismo significado. El origen geográfico del vocablo masoquismo puede ubicarse ahí, en la polis de León.

 

Justo en Leópolis, el 27 de enero de 1836, llegó al mundo Leopold Ritter von Sacher-Masoch. Entonces la ciudad era parte del Imperio Austro-Húngaro, al igual que Příbor, la pequeña urbe en la que veinte años después nacería Freud (1856-1939). En 1870, Leopold publicó la novela que más fama le redituaría, Venus im Pelz, y menos de veinte años después, el psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing (1840-1902), su libro Psychopathia sexualis (1886), en el que por vez primera aparece una palabra acuñada por él: masoquismo. Von Krafft-Ebing creó el vocablo a partir del apellido del escritor leopolitano —Masoch–ismus—; lo hizo considerando la relación de Severino von Kusiemski con Wanda von Dunajew, pareja protagonista de La Venus de las pieles. En la célebre novela, Severino establece un contrato con Wanda, mediante el cual cede a ella toda su voluntad: “El señor Severino von Kusiemski quiere, desde el día de hoy, ser el prometido de la señora Wanda von Dunajew, renunciando a todos sus derechos de amante y obligándose, bajo palabra de honor y caballero, a ser su esclavo…”




 

 

Sadismo

La destrucción, como la creación,

es uno de los mandamientos de la Naturaleza.

Marqués de Sade, La filosofía en el tocador.

 

Según Richard von Krafft-Ebing, las llamadas desviaciones sexuales tienen que ser entendidas como patologías y podían ser de cuatro tipos: paradoxias, anestesias, hiperestesias y parestesias. En el primer grupo embolsó cualquier expresión de deseos sexuales que se presentan a destiempo, es decir, en etapas de la vida que entonces la moral y la ciencia catalogaban como inadecuadas —en concreto, la infancia y la vejez—. Las anestesias se refieren a la insuficiencia o falta total de deseo sexual, mientras que las hiperestesias son su antípoda: se caracterizan por un deseo excesivo, desenfrenado. Finalmente, en las parestesias, el deseo sexual se dirige hacia objetos o prácticas considerados “equivocados” —el objeto y la meta del deseo distintos de lo tradicionalmente normativo, esto es, heterosexual y reproductiva—, de tal suerte que en esta categoría incluyó la homosexualidad, el fetichismo, y la búsqueda de placer a través del sufrimiento. Si el goce se consigue sometiendo, humillando o causando dolor psicológico o físico a la pareja sexual, el psiquiatra echó mano del término sadismo. Como todos sabemos, la palabra alude a la obra del marqués de Sade, Donatien Alphonse François (1740-1814). El adjetivo sádico tiene el mismo origen y se usaba en Francia desde la primera mitad del siglo XIX. Por ejemplo, 1834 el Dictionnaire Universel de Boiste incorporaba ya el término sadeísmo —sadisme en francés—, para describir prácticas en las que existe una conexión entre el placer sexual y la crueldad. Incluso, antes de Krafft-Ebing, algunos médicos y psiquiatras franceses usaron sadisme en discusiones sobre conductas sexuales fuera de norma. Con todo, sadismo, como término en el ámbito médico y psicológico, fue incorporado plenamente hasta la publicación del libro de Richard von Krafft-Ebing.

 

 

Masoquismo

 

Si me amas, se cruel para mí.

Severino von Kusiemski

 

Para mentar las prácticas sexuales en las que se logra placer a través del sufrimiento propio, Richard von Krafft-Ebing acuñó la palabra masoquismo. ¿Y por qué el psiquiatra no las llamó mejor kusiemskismo, en alusión directa al personaje de La Venus de las pieles? Pudo hacerlo, pero masoquismo no deja de ser acertado, y por vía doble… Ocurre que Leopold von Sacher-Masoch efectivamente había acordado un contrato de absoluta sumisión con su amante Fanny Pistor, una escritora y aristócrata vienesa, al igual que lo haría Severino von Kusiemski con Wanda von Dunajew en la novela. El contrato con Fanny Pistor fue evidente fuente de inspiración de La Venus de las pieles, en la que los temas de poder, deseo y humillación se entrelazan profundamente. La relación de Leopold y Fanny fue intensa, pero no culminaría en matrimonio. Más tarde el novelista se casó con Aurora von Rümelin (1845-1933), quien adoptó el nombre de Baronesa Anna von Sacher-Masoch, y a menudo publicó bajo el pseudónimo Wanda von Dunajew.

 

Seguramente cuando León I de Galitzia murió, más que una ciudad, Leópolis era apenas un sueño. En cambio, cuando Leopold von Sacher-Masoch dejó este mundo —falleció el 9 de marzo de 1895 en un asilo psiquiátrico en Lindheim, afectado por algún tipo de demencia—, el término masoquismo se había ya extendido no sólo en alemán. Diez años más tarde, Freud reflexionaría en torno al par sadismo-masoquismo en Tres ensayos sobre la teoría sexual, y en 1924 publicaría el ensayo El problema económico del masoquismo.


Leopold von Sacher-Masoch con Fanny von Pistor

domingo, 5 de enero de 2025

Pantagargantuélicos

 

 

One day I will find the right words, and they will be simple.

Jack Kerouac, The Dharma Bums.

 

 

 

Supongamos que uno le larga a alguien que percibe y aprecia en él, o en ella o en elle, que para el caso resultaría lo mismo, un talante rafez. Resulta entonces que uno le estará diciendo a esa persona que le encuentra una manera de actuar ordinaria, vil, baja, despreciable o al menos de escasa valía. Igual, bien podría usted dirigirle un tuit —porque seguimos diciendo y entendiendo tuit y tuitear, aunque Twitter ya se denomine X— a cierta senadora de la República diciéndole que su intervención —cualquiera— en la Cámara Alta fue alocada, histriónica y sumamente rafez. La palabra no la acabo de inventar; de hecho, es muy antigua, tanto que ya la empleaba Alfonso X el Sabio a mediados del siglo XIII:

Miercoles de quaresma descalços y uestidos de panno de lana que sea uil y rafez.

Prim. partida, fol. 7v.

Ahí tiene: vil y rafez. Ahora, tampoco vaya usted a quedarse con la idea de que rafez es una unidad lingüística fantasmal o una curiosidad arqueológica. Yo, usted o cualquier otro semejante nuestro que se interese podrá encontrar la palabreja en la edición más reciente del Diccionario de la Lengua Española de la RAE, y si bien en él se advierte que es un adjetivo desusado, perdura en los diccionarios de nuestro idioma al menos desde 1611 y mantiene giros idiomáticos como de rafez, por “con poco esfuerzo, con facilidad.”

 

Otra muestra: poca gente profiere la palabra añagaza, pero existe y es muy precisa. Tiene dos acepciones, por lo demás muy próximas entre sí: “artificio para atraer con engaño” y “señuelo para coger aves, comúnmente constituido por un pájaro de la especie de los que se trata de cazar” (el aludido pájaro-anzuelo, se entiende, es fingido). Menos se escucha y se lee la variante ñagaza, de la cual también da cuenta la RAE en su diccionario. Sin embargo, ahí están, con una discreta existencia, pero vivas.

 

Como este par, rafez añagaza, existen un montonal de palabras que se usan muy esporádicamente o apenas por un puñado de individuos. Dimensionemos: aunque no posible llegar a una cifra exacta y definitiva, se estima que el vocabulario activo de una persona adulta abarca entre mil y tres mil vocablos, pero es un hecho que nadie utiliza —echa legua— todo su vocabulario en una conversación diaria, sino que apenas emplea sólo una fracción. Según se estima, un adulto hispanoparlante promedio utiliza entre trescientas y quinientas palabras diferentes en las conversaciones cotidianas, de las cuales, además, algunas, muy poquitas —pronombres, artículos, interjecciones, términos de cortesía, preposiciones…—, repite y repite muchísimas veces a lo largo del día:

 

— Sí, güey, literal. 

 

¿Y cuántas palabras incluye una persona culta en su comunicación cotidiana? Pensemos no sólo en las que dice, sino también en las que escucha, piensa, escribe y lee. ¿El doble, unas mil? ¿El triple, mil quinientas?


Aunque no habría manera de tener datos exactos, se puede decir que un hablante culto, por su mayor exposición a lo textual, al pensamiento crítico y a la conversación reflexiva, usará alrededor de dos mil palabras diferentes en una conversación diaria promedio. Supongamos dos mil quinientas, pero de cuántas que podría usar.

 

Es imposible determinar cuántas palabras tiene hoy exactamente nuestro idioma —por cierto, el segundo con más hablantes de origen en todo el mundo, casi medio millardo—. La 23ª edición del Diccionario de la Lengua Española de la RAE alberga 93,111 entradas, para las cuales considera poco más de 195.4 mil acepciones, y claro, cada año va incorporando nuevas —al cierre de 2024, añadió a su versión electrónica varios vocablos, como espólierbaristablusero,wasabi…—. De cualquier manera, sea cual sea el número de palabras que uno puede hallar en el diccionario, éste es tremendamente inferior a todos los vocablos que existen en uso. Por ejemplo, en el diccionario de la RAE, aunque sí encontramos chamico —un arbusto de la familia de las solanáceas— y chamuyo —palabrería que se espeta con el propósito de impresionar o convencer—, no aparece el vocablo chamuco, lo cual no impide que usted y yo y seguramente la inmensa mayoría de habitantes de este país —México es la nación con más hispanoparlantes del orbe— sepamos perfectamente qué es un chamuco.


De hecho, el Diccionario del Español de México elaborado por el Colmex informa quechamuco, además de ser el diablo, en Puebla es una bebida tradicional hecha a base de ciruelas u otra fruta fermentada, agua y piloncillo, mientras que en Toluca un chamuco es un pan dulce hecho a base de huevo, y en lares hidalguenses un nopal de poca altura que da unas tunas no comestibles. Agregue usted un titipuchal de regionalismos —verbigracia: en Tabasco un machuchón es un mandamás y mastrujar significa ablandar con la mano o de plano manosear, mientras que en Jalisco un asquilín es una hormiga pequeñita y muy brava y en Oaxaca ser cuche es andar sucio o hacer trampas—, la nomenclatura de las diversas disciplinas —así como Durkheim acuñó anomia para mentar la condición de rompimiento del contrato social que pueden experimentar algunos individuos y llevarlos incluso al suicidio, Freud inventó abreacción, la descarga emocional por medio de la cual un individuo se libera del afecto ligado al recuerdo de un evento traumático, y contratranferencia, el cúmulo de reacciones emocionales del terapeuta hacia el paciente en respuesta a la transferencia—, tecnicismos —botones de muestra: un cúbit es la unidad básica de información en campo de la computación cuántica y un gimbal es un dispositivo que permite estabilizar objetos, especialmente cámaras, en múltiples ejes—, modismos —v. g.: si te tildan como un nub te están diciendo poco habilidoso o amateur—, siglas vueltas palabras —por ejemplo, dana, la palabra del año 2024 para la Fundación del Español Urgente, corresponde a las letras iniciales de “depresión aislada en niveles altos”—, topónimos, marcas, nombres emergentes, en fin…

 

Pregunté a algunos agentes de inteligencia artificial cuántas palabras en total integran actualmente el español que se habla en el planeta. Grok de X respondió: “Considerando las palabras especializadas, regionalismos, y neologismos, el número total de palabras en español podría superar las 100,000, aunque no hay una cifra universalmente aceptada”. ChatGPTestima el doble: “Si se consideran todas las palabras usadas en todos los contextos, dialectos y regiones, el número podría superar las 200 mil palabras, aunque muchas de ellas son de uso muy limitado o específico.” Assistant calcula más: “… considerando todas sus variantes dialectales, jergas, neologismos y vocabulario técnico, podría tener entre 250 mil y 500 mil palabras.” Por su parte, Perplexity apunta un dato intermedio entre las cifras anteriores: “Se calcula que el español podría tener más de 300 mil palabras en total, incluyendo términos técnicos, regionalismos y neologismos que no están necesariamente recogidos en el diccionario oficial”. Y Gemini de Google se va a lo grande: “Es muy difícil dar un número concreto, pero algunos lingüistas estiman que el léxico del español podría superar fácilmente el millón de palabras.” Cualquiera que sea la cifra, es colosal, y, sobre todo, desproporcionadamente mayor respecto al uso que le damos las mujeres y los hombres comunes y corrientes. 

 

Dicho todo lo anterior, espero que resulte ya imposible que suene exagerada la siguiente afirmación: la cantidad de palabras que tiene el español es pantagruélica. 

            

Pantagruélico, como usted quizá tenga noticia, significa opíparo, pletórico, colosal, copioso, morrocotudo, desmesurado, mastodóntico… Aunque para la RAE el vocablo se refiere específicamente a la comida, desde hace mucho que en nuestro idioma se amplió su espectro semántico y con él adjetivamos a cualquier cosa que se quiere calificar como excesiva: la estupidez humana es pantagruélica, por caso. Pantagruélico nos viene directamente de la literatura. Pantagruel, personaje literario creado por el humanista galo François Rabelais —nació en Chinon, pequeña localidad situada en la región de Touraine, en el centro de Francia, alrededor de 1494—, es uno de los dos protagonistas de la saga de novelas Gargantúa y Pantagruel (1532). Cómicas y grotescas, las aventuras de este par le sirven a Rabelais para explorar temas filosóficos, sociales y políticos. Pantagruel, hijo de Gargantúa, es un gigante de fuerza y apetito descomunales, de carácter jubiloso y sagaz y afecto a la sátira. Cuando François Rabelais escribió sus libros Pantagruel no era un apelativo usual, aunque ya existía, y seguramente lo sacó también de la literatura: en el Mystère des Actes des Apôtres de Simón Greban, escrito por encargo del rey René d’Anjou alrededor de 1465, se menciona a un diablillo marino llamado Pantagruel, a quien le divertía secar con sal la garganta de los borrachos. El propio Rabelais explica:

… su padre le puso este nombre ya que panta en griego quiere decir “todo” y gruel en lengua agarena “alterado”, queriendo dar a entender que, en la hora de su nacimiento, el mundo estaba todo alterado; y viendo, en espíritu de profecía, que un día dominaría a los alterados.

Tanto Gargantúa como Pantagruel son personajes apasionados por los manjares y los excesos, y ambos son gigantes. Así que entonces bien puedo acuñar la palabra gargantuélico, con igual significado que pantagruélico, y para pronto dejar dicho que, fiel alegoría del mundo de hoy, que es pantagruélico, nuestro lenguaje es gargantuélico. Y no sólo eso, digo que es más atinado para calificar al lenguaje como gargantuélico, puesto que Gargantúa tiene un origen etimológico que se puede rastrear en la lengua francesa medieval: específicamente proviene de la palabra gargouille, “gargajo” o “garganta”, de tal suerte que está vinculado al lugar del cuerpo de donde emergen las palabras, el lenguaje.

 

En francés, por descontado, se usa pantagruélique, en inglés existe también pantagruelian y en italiano pantagruélico, mientras. que gargantuélico en cambio no se encuentra ni en español ni en dichos idiomas… Sin embargo, los alemanes, aunque no usan una palabra ligada con Pantagruel, a menudo se usan gargantuesk, como un equivalente que transmite la misma idea de abundancia. Era de esperarse, así somos los humanos: pantagargantuélicos.