En las calles de Aguascalientes, únicamente he participado en una marcha de protesta. Como casi todas, aquélla fue un reconfortante espectáculo de solidaridad: los distintos, los distantes nos manifestamos. También como casi todas, aquella marcha resultó completamente ineficaz. Semanas después, un muchacho beduino, sofocado por el caos de Bagdad, “una hidra encogida, apalancada en su locura”, observa y recuerda, nos recuerda sin nombrarnos porque seguramente la pequeña ciudad del altiplano mexicano no existe en su mapamundi mental: “Unas semanas antes de los bombardeos aliados la gente creía que el milagro era posible. En todas partes del mundo, tanto en Roma como en Tokio, en Madrid y en París, en El Cairo y en Berlín, millones de desconocidos convergían hacia el centro de sus ciudades para decir no a la guerra. ¿Quién les hizo caso?”
En 2006, la editorial Julliard publicó en Francia una nueva novela de Yasmina Khandra, Las sirenas de Bagdad. Para entonces, dado que Bush no le hizo caso a nadie, ni a la ONU, la invasión estadounidense de Irak era ya un hecho consumado. Para entonces, dado que un comandante argelino se abrió de capa, Yasimina Khadra había dejado de ser una misteriosa escritora musulmana.
El 10 de enero de 1955, en una aldea tribal del Sahara argelino nació Mohammed Moulesshoul. Su madre, una mujer nómada y analfabeta; su padre, un enfermero militar del Ejército de Liberación Nacional, organización que luego de ocho años de guerra (1954-1962) lograría la independencia de Argelia. Antes de cumplir diez años, el pequeño Mohammed ingresó a la Escuela Nacional de Cadetes de la Revolución; ahí comenzó su carrera militar, la cual no dejaría sino hasta el 2000, cuando el comandante Moulesshoul reveló que en realidad él era el autor de todos los bestsellers internacionales firmadas por Yasmina Khadra. Este oficial de alto rango ya había publicado ocho libros, todos en francés, cuando, en 1990, decidió seguir su carrera literaria usando un seudónimo ―según lo ha contado en varias entrevistas, así decidió burlar al comité de censura que el ejército argelino le pretendía imponer―. El loco del bisturí fue la primera novela de Yasmina Khandra ―los nombres de pila de la esposa de Moulesshoul―. En 1997, con Morituri, inicio de la trilogía protagonizada por el comandante policial Brahim Llob, obtuvo un gran éxito en Europa y pronto llegaron las traducciones. Además de la calidad literaria de sus libros, el halo de una genuina voz árabe supuestamente femenina generó mucho interés en Occidente en torno a la obra de Yasmina; hoy sus libros circulan en 27 países.
Como el novelista, el joven árabe que protagoniza Las sirenas de Bagdad (Alianza Editorial, Madrid, 2007) nació en medio del desierto, en una pequeña comunidad beduina localizada en suelo iraquí, Kafr Karam, en donde la vida transcurría “hueca como el ayuno” hasta que comenzó la invasión de las tropas aliadas. La travesía de este muchacho por el túnel del odio permite al autor bosquejar, más que una novela sobre el terrorismo, un desgarrador retablo del desconocimiento, los prejuicios y la intolerancia que media entre el mundo del pensamiento islámico y del occidental. Uno de los tantos personajes fantasmales que van sucediéndose entre la pequeña aldea y Bagdad se refiere al origen de los invasores: “Occidente es sólo una mentira acidulada, una perversidad sabiamente dosificada, un canto de sirenas para náufragos de su identidad”. ¿Y en el otro lado? ¿Un pueblo salvaje, premoderno? No: “los bárbaros no son bárbaros, son pobres” para quienes la modernidad está vedada, y sin embargo orgullosos de una historia confrontada: “Nosotros, los árabes, los seres más fabulosos de la Tierra, que tanto hemos aportado al mundo, al que hemos enseñado a no sonarse los mocos en la mesa, a limpiarse el culo, a cocinar, a calcular, a sanarse…”
Para Mohammed Moulssehoul, quien hoy vive en Francia, desenmascarar a Yasmina Khadra significó renunciar a su vida de comandante combatiente contra el integrismo islámico en Argelia y enfrentar el repudio de ambos mundos: en Europa no faltaron las voces que lo condenaron como un militar represor oculto tras la burka de una mujer inexistente, entre los musulmanes sobran quienes lo tachan de traidor a su tradición. Él se asume hoy como un literato de tiempo completo, que con su obra combate y toma partido, me parece, en favor de una globalidad en la que quepan varios mundos.
Hace unos días, una gran amiga, oriunda de Rincón de Romos y avecindada en París, me cuenta que su pareja, un norteamericano de origen judío, se sumó a una de las tantas marchas de repudio al salvaje ataque de Israel a Gaza. Participó solamente unos minutos, porque aquello pronto comenzó a mutarse en una manifestación antisemita. La ira cunde.
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