Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

viernes, 6 de agosto de 2010

Footing

Entre las profecías de Pero Grullo que Francisco de Quevedo Villegas (1580-1645) trae a cuento en su Sueño de la muerte, hallo la siguente: Volaráse con las plumas, andaráse con los pies, serán seis dos veces tres.

Perogrullada –vocablo por cierto acuñado por Quevedo– como la anterior es la que a mi juicio se estableció como conclusión de una investigación realizada hace poco por el Departamento de Neurociencia de la Universidad de Cambridge y el Instituto Nacional de Envejecimiento de Maryland. El sesudo estudio, publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, consistió en hacerle la vida imposible a un grupo de ratones de laboratorio. Dividieron a los roedores en dos equipos: el primero fue destinado a una rutina sedentaria, toda vez que le fue suministrado alimento y demás condiciones de vida, pero se le negó el acceso a la rueda corredora en la cual gustan ejercitarse estos animalitos; al segundo conjunto también le dieron de comer como dios manda y además se le permitió usar el carrusel a su gusto. Luego de un tiempo, sometieron a todos los ratones a una prueba de memoria digna de sus cerebros: puestos frente a un pequeño monitor sensible conectado a una computadora, en el cual se desplegaban dos cuadrados idénticos, cada mus musculus tenía que optar y tocar alguno de ellos; si seleccionaba el derecho no ocurría nada, si en cambio elegía el izquierdo era premiado con un trozo de azúcar. El resultado es obvio: los ratones condenados a la flojera pudieron alcanzar menos de la mitad de la cantidad de aciertos que lograron sus congéneres corredores. ¡Bravo! Y luego de tanto método, a publicar resultados y a presumir el avance de la ciencia: en entrevista con The Guardian, Timothy Bussey, responsable del Laboratorio de Sistemas Cognitivos y Neurociencias de la Universidad de Cambridge, declaró ufano: “Ahora sabemos a ciencia cierta que el ejercicio puede ser bueno para las funciones cerebrales”.


Sin ratones de por medio, quien seguramente sabe en cuerpo propio las ventajas del footing es el novelista japonés Haruki Murakami (Kito, 1949). Del mismo autor de maravillas como Kafka en la orilla y Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, hoy en las mesas de novedades de las librerías Tusquets ofrece De qué hablo cuando hablo de correr.

Murakami es un corredor, así, sin adjetivos. El hombre no sólo se avienta dos o tres maratones al año, sino que también ha hecho la locura de correr un ultramaratón, esto es, trotar por casi doce horas para sumar la distancia de cien kilómetros. Para alcanzar esto, claro, desde hace muchos años el escritor ha incorporado el footing como parte de su cotidianeidad: “corro bastante en serio. Cuando digo ‘correr en serio’ me refiero, hablando de cifras concretas, a correr sesenta kilómetros a la semana. O sea, a correr diez kilómetros al día durante seis días a la semana”.

Escrito como una bitácora (la primera entrada data del 15 de agosto de 2005 y la última del 1° de octubre de 2006), el libro puede entenderse como muchas cosas, pero sin duda no como uno de esos manuales de autoayuda que pretenden a decirle a la gente por dónde transitar rumbo a la superación personal. En otras palabras, me parece que Murakami no quiere convencer a nadie de que se ponga los tenis. Me parece que el texto es un extraordinario ejercicio de introspección y, por esa vía, un compendio de reflexiones honestas e inteligentes en torno a dos temas: la individualidad y la creación literaria, específicamente el arte de novelar. La liga que establece entre ambos, la soledad. Como cualquier corredor de fondo, Murakami se declara un tipo solitario: “soy de esos a los que no les produce tanto sufrimiento el hecho de estar solos. Correr cada día completamente solo durante una hora o dos sin hablar con nadie, o pasar cuatro o cinco horas escribiendo y en silencio frente a una mesa, no me resulta especialmente duro ni aburrido”. Por supuesto, nadie sin un ego bien plantado podría afirmar sinceramente algo así, y a las pruebas: “Que yo sea yo y no otra persona, es para mí uno de mis más preciados bienes”.


Murakami cuenta cómo, zancada a zancada, sumando poco a poco los kilómetros que cada mañana se propuso recorrer, ha conseguido también formarse como novelista: “la mayoría de lo que sé sobre la escritura lo he ido aprendiendo corriendo por la calle cada mañana”.

Probablemente Murakami no tenga registrado que el ejercicio aeróbico es capaz de potenciar el crecimiento de neuronas en el hipocampo, como demostraron los investigadores de Cambridge. Lo que sí sabe es que correr y crear le produce alegría. “Ir consumiéndose a uno mismo, con cierta eficiencia y dentro de las limitaciones que nos han sido impuestas a cada uno, es la esencia del correr y, al mismo tiempo, una metáfora del vivir (y, para mí, también del escribir)”.

No hay comentarios: