A man may
be a pessimistic determinist
before lunch
and an optimistic believer
in the
will's freedom after it.
Aldous Huxley
A ver..., ¿por qué Roger Bartra fue a
decirle a Enrique Peña Nieto que “no sólo de reformas viven los mexicanos”? El
contexto puede ser esbozado fácilmente. El hecho ocurrió hace apenas unas
semanas, el pasado 11 de diciembre, durante una bonita ceremonia en Palacio
Nacional: flamante, el abogado Peña, en su calidad de presidente de la
República, entregaba la edición 2013 del Premio Nacional de Artes y Ciencias,
en sus diversas categorías. Aplausos, sonrisas, abrazos, la prensa tomando
placas de todos los felices participantes en el acto. Entonces, tocó a Bartra hacerse
del micrófono para hablar en nombre de los once galardonados. Supongo que
muchos de los presentes, sobre todo los miembros de la comitiva presidencial,
habrán pensado que el etnólogo era un aguafiestas, de menos, cuando espetó
aquello de que “no sólo de reformas viven los mexicanos”; peor, momentos antes, con
unos pocos y certeros trazos, el investigador emérito de la UNAM había
bosquejado ya la situación del país: “no vivimos un mundo idílico. La
injusticia, la explotación y la desigualdad siguen siendo un gran problema...
Aún es significativo el peso del autoritarismo y la corrupción. La violencia
homicida continúa tiñendo de sangre nuestro territorio.” Caras largas, claro, y
al día siguiente la declaración de Bartra se llevó todos los titulares de las
notas periodísticas que daban cuenta del evento. ¿Por qué lo hizo? Con la
pregunta —que reitero: ¿por qué fue Bartra a decir lo que dijo?—, no pretendo
averiguar si el sociólogo tenía razón al soltar la afirmación aquella, puesto que
evidentemente la tenía y la tiene, no, cuestiono si lo hizo porque decidió hacerlo o porque estaba
predeterminado ineludiblemente a actuar de ese modo. Es decir, ¿ejerció el
libre albedrío o sencillamente actuó conforme a la enorme y compleja cadena de
causas y efectos que lo colocaron en la referida circunstancia? Sin duda actuó
a conciencia, ¿pero ello implica sin más que realmente tuvo la alternativa de hacer otra cosa? Si se parte de
que “vivimos en un universo en donde todos los acontecimientos tienen una causa
suficiente que los antecede” y “todo evento está determinado por causas que lo
preceden, ¿por qué los actos conscientes serían una excepción?” O dígame usted
mismo, ¿está leyendo en este preciso momento estas palabras porque así lo decidió,
o bien porque todos y cada uno de los sucesos pasados se han venido concatenando
de tal forma que no había ninguna posibilidad de que ahora mismo usted
estuviera haciendo otra cosa? Justamente sobre eso discurre el más reciente
libro del doctor Bartra: Cerebro y libertad. Ensayo sobre la moral, el juego
y el determinismo (FCE, 2013), una obra en la que el sentido común, la
sociología, la filosofía y las neurociencias se entreveran.
De entrada, Roger
Bartra se cuestiona si existe o no el dichoso libre albedrío. ¿Es factible la
libertad o se trata de un mero autoengaño, nada más que un ensueño sobre-documentado?
Desde el arranque de su disertación, el autor deja claro que el asunto está
inexcusablemente ligado al tema de la conciencia, y recuerda uno de los
argumentos más socorridos de los deterministas, el buscapiés que Albert
Einstein (1879-1955) le recetó al poeta bengalí Rabindranath Tagore en una famosa
epístola: “si la Luna fuese dotada de autoconciencia estaría perfectamente
convencida de que su camino alrededor de la Tierra es fruto de una decisión
libre”. ¿Y qué piensa Roger Bartra? Digamos que en este caso no se cuadra con
el genial físico alemán; más bien se apoya en Spinoza (1632-1677), el filósofo de
más altos vuelos de los Países Bajos, para sostener que la libertad es posible,
existe y “está basada en el… esfuerzo o tendencia que impulsa a los humanos a
razonar y a entender que son autoconscientes”. Asentado lo anterior, la pelota
queda colocada en el lado de la cancha en donde Bartra arma su juego, la
conciencia: “este ensayo se propone reflexionar sobre el libre albedrío y la
ética” desde una perspectiva que coloca “los problemas de la libertad y la
moral en el terreno de la conciencia”.
A lo largo
de todo el ensayo, Bartra defiende la idea de que, a pesar de que el quehacer
humano no puede escaparse de la red de encadenamientos de causas y efectos que
predetermina los hechos, los actos libres son efectivamente posibles: “una
fracción de lo que hacemos forma parte de un espacio social donde la voluntad
consciente es un elemento causal importante”. Subrayo el adjetivo “social”,
porque ahí se halla el meollo del planteamiento: al igual que Gregory Bateson
(1904-1980), el antropólogo británico que acuñó el concepto ecología de la mente, Roger Bartra
piensa que la conciencia únicamente puede entenderse como parte de un gran sistema
en el que interactúan tanto el contexto físico como el sistema de relaciones
sociales en los que vivimos las personas. Más incluso, tajante, sostiene que
“la conciencia es la articulación entre el cerebro y la sociedad”.