Como quien arroja un chocolate fino al fondo del cajón del
escritorio o quien esconde una halagüeña botella de tinto en un recóndito
rincón de la alacena, así yo, hace tres años, encajé en uno de los libreros,
junto a todas sus demás novelas, Inés y la alegría (Tusquets) de Almudena Grandes (Madrid,
1960). Desde octubre de 2010, cuando conocí a la narradora española en el
zócalo de la Ciudad de México, había mantenido a la espera de una adecuada coyuntura
la lectura de la obra con que arrancó el ciclo Episodios de una guerra
interminable, una zaga que la Grandes proyecta completar con seis novelas
—de hecho, la segunda entrega circula en librerías desde el año pasado, El lector de Julio Verne—. No sólo se
trataba de aguardar un ramillete de días tranquilos suficiente para mandar a
volar al mundo y enfrascarme a gusto, sin interrupciones, en más de 700
páginas, también era que los ecos de El corazón helado, el libro anterior de Almudena y una de las
mejores novelas que he leído, aún seguían resonando en mi conciencia. Por fin, la
última semana del año pasado, durante un paréntesis soleado junto al mar, me deporté
a la realidad alterna que solamente las grandes novelas pueden proveerle a uno…
Inés y la alegría es una novela
histórica, incluso apegándose a la definición clásica del subgénero, esto es,
la acuñada por Lukács. La historia medular que relata
permite adentrarse en uno de los episodios menos conocidos del pasado reciente
de España: la intentona desde Francia de invasión del valle de Arán, ocurrida a
mediados de octubre de 1944, es decir, en el ocaso de la II Guerra Mundial, por
parte de grandes contingentes guerrilleros de exiliados españoles rojos, el
llamado ejército de la Unión Nacional Española. Se trata de un acontecimiento que
bien pudo haber cambiado la suerte de España y en dado caso el equilibrio
geopolítico de la Europa de la posguerra, pero sobre el cual las distintas
historiografías hegemónicas no han querido dejar testimonio, ni la del bloque
occidental de los Aliados —se trata de un tema particularmente desatendido por
los galos y los británicos— ni mucho menos la del bloque comunista, y tampoco, ni
pensarlo, la que se escribió a la sombra del Franquismo… En este sentido, el
trabajo de rescate y documentación que realizó la novelista es por sí mismo
meritorio; sin embargo, no estamos frente a un libro de historia; como ella
misma explica, “es una obra de ficción inserta en la crónica de un
acontecimiento histórico real”. ¿Cuenta Almudena Grandes exactamente lo que
sucedió? ¿Cómo enfrenta el lío de la pretendida verdad histórica? En un charla
que ofreció en la escuela de escritores de Madrid, Grandes planteó claramente
su estrategia: “Yo creo que cuando un escritor escribe una novela basada en
un hecho real, tiene que sentirse igual de libre que cuando escribe una novela
basada en una historia de ficción, pero tiene que conservar cierta lealtad a la
realidad; lo cual no implica contar la realidad tal como fue, implica no
traicionarla”.
Inés y
la alegría espejea dos planos de la realidad, el de la Historia y el de
las historias, y lo hace desde un planteamiento que explicita reiteradamente y sin ambages: “La Historia
con mayúscula desprecia los amores de la carne mortal, la carne débil que la
distorsiona, la desencaja, la desordena con una saña que no está al alcance de
los amores del espíritu, más prestigiosos, sí, pero también mucho más pálidos,
y por eso menos decisivos”. He ahí el leitmotiv que se desarrolla en toda la
novela.
La narración se estructura en tres ejes. Uno
cuenta los grandes acontecimientos históricos, los entretelones del poder, el
actuar de las personas que efectivamente se volvieron personajes de un capítulo
ignominioso en la Historia contemporánea de Occidente, la Guerra Civil Española
—“España siempre ha sido la excepción, el pecado original de los campeones de
la democracia y la libertad del mundo”— y el Franquismo: Francisco Franco, el
Generalísimo —“un cuquito que va a lo suyito”—, José Díaz Ramos, Stalin,
Churchill…, pero especialmente dos: una mujer “más lista que el hambre”,
Dolores Ibárruri, Pasionaria, y Jesús
Monzón. Los otros dos ejes narrativos encarrilan las historias de Inés, un
personaje de ficción, particular y de dimensiones colosales, y la del capitán
Galán, dos comunistas entrañables, valientes, admirables, de esa gente que
falta, carajo. Y a todos los acicatea una misma fuerza: “la materia narrativa
es realmente el deseo”, aristotélica, sentencia Almudena.
Inés Ruíz Maldonado, hija de una familia
adinerada de Madrid, hermana menor de un dirigente falangista, protagoniza la
trama principal de la novela. El entramado de historias que Almudena Grandes
despliega desde la mirada de esta mujer, ella misma deslumbrada por los
ramalazos de libertad que trajo la República y luego la defensa frente a los
golpistas —“¿Os dais cuenta de que por primera vez en la historia de este puto
país, podemos decir qué queremos ser, cómo queremos vivir?”— permite mirar de
cerca medio siglo de vida española. La lógica de las grandes tendencias, las
sesudas explicaciones estructurales, el cuento de que todo es eslabón de
cadenas causales… todo ello queda arrinconado por la voluntad de la gente de
carne y hueso, acompañada siempre por la indeterminación: “los seres humanos no
son máquinas, y hasta el mejor delantero falla un penalti”.
Inés y la alegría, triste y magnífica, humana y esperanzadora…
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