Es necesario ser un mar para poder recibir
una sucia corriente sin volverse impuro.
Nietzsche, Así habló Zaratustra.
Tony Soprano ha estado emitiendo un gimoteo prácticamente inaudible, salvo para Carmela, quien no le ha quitado un ojo de encima desde hace rato. Ya oscureció, pero el calor no amaina: las noches no alcanzan para recuperarse del estrujón ardiente que el sol le ha puesto a la ciudad durante los últimos días. Un instante antes de que comience el alboroto, Tony abre un ojo: a las ocho en punto, ni un segundo más ni un segundo menos, estalla el escándalo de ladridos. Tony y Carmela paran las orejas; la hembra se levanta, el macho bosteza… Consuelo regresa del limbo mental en el que se hallaba, coge su smartPhone de la antebracera y desactiva la alarma: los ladridos grabados cesan. Descalza, extiende la pierna derecha hasta alcanzar con el pie el control remoto, presiona con el dedo gordo el botón rojo, y Frank y Claire Underwood, quienes fumaban en el quicio de una ventana disfrutando de una apacible y límpida noche en Washington, desaparecen de la pantalla de la smartTV. El silencio del interior del departamento es saciado de inmediato por el follón callejero: claxonazos, risas, alguien llama a gritos a un tal Marcelo, el carrito del camotero rechifla… Todavía despatarrada en el sillón, Consuelo se estira, boquea y suspira al ponerse de pie. Con la lengua de fuera, expectante, Carmela ya está junto a la puerta. Tony Soprano sigue echado. ¿Qué…, no quieres salir a hacer chis?, le pregunta al animal y teclea: “Voy a saKr a los perros”, y envía el WhatsApp. Camina a su habitación para calzarse; en esas anda cuando llega la respuesta de Yuridia: “Hoy paso. Calor millón. Wba. Y contingencia!!!”. El mensaje viene puntuado con un emoji: carita con tapabocas. Consuelo va por las correas mientras, de bulto, piensa: [Quiere que le ruegue]-[Con razón me siento embotada]-[¡Qué asco de ciudad!]. Graba un audio: Ándale, Yuri, no seas fodonga… ¿A cuánto estamos?… Send. Toma las llaves, palmea a Tony y los tres salen del departamento. En el recibidor, le pregunta al conserje si sabe qué tan fuerte está la contaminación. Declararon contingencia ambiental, seño. Más de 200 puntos en la tarde. En el radio dicen que mejor la gente no salga de sus casas. Újule, yo tengo que sacar a los perros. El trío sale a la calle. Afuera está Yuridia, cigarro en mano, esperándolos. ¿Fumando, inconsciente? Si de todos modos nos vamos a morir por la contaminación, por lo menos yo me voy a matar con mi propio humo. ¡Ay, vecina, estás muy malita de tus neuronas!, diagnostica y prende un mentolado. En lo que sigue no hay plan, sino rutina: como lo ha hecho diariamente desde hace casi diez años, a veces acompañada, a veces no, pero siempre con el par de labradores, echa a andar por Salamanca hacia Cozumel, por la cual enfilarán hasta el Parque España, al que le van a dar tres vueltas antes de regresar. Sí arden los ojos, tú. Qué esperabas: estamos en contingencia. Los canes avanzan más lento que de costumbre, mientras Yuridia despotrica: me tocó hoy el Hoy-no-circula, y ya ves, no sirve de nada, porque son las industrias las que más contaminan; ya ves, con todo y que pararon tanto coche la contaminación sigue bien fuerte, y la gente a sufrir, porque no me vas a negar que los camiones y microbuses contaminan mil veces más que los coches particulares, bueno, por lo menos que el mío: ahí está una sacrificándose para comprar un modelo nuevo que no contamine, y para qué, para que autoritariamente te prohíban usarlo… Consuelo sabe que hace 14 años no se había declarado una contingencia ambiental en la Ciudad de México, y que justo ahora que comenzó la temporada de calor se dispararon los índices de contaminantes por la tarugada del año pasado, cuando por un fallo de la Suprema y la corrupción en los centros de verificación se relajó a un mero trámite de mordida el Hoy-no-circula, y más de 600 mil coches se sumaron al torrente urbano anquilosado. Consuelo sabe que en una megalópolis con más de 22 millones de habitantes y un parque vehicular de 5.4 millones de autos, por aritmética se decanta lo obvio: que la mayoría de la gente no tiene coche. Consuelo sabe que, efectivamente, parar coches no disipa los contaminantes, es sólo una medida para no agregar más mugre al aire. Ella sabe eso y mucho más, pero está harta de acabar peleándose con todo el mundo. Quiere mucho a Yuri y prefiere dejar que se desahogue, que miente madres porque tuvo que irse hoy en metro a trabajar… Por eso te digo, Consuelo, el día que me aseguren un transporte público digno, dejo mi coche guardadito. Es que el metro es infernal: imagínate, el martes le fracturaron el esternón a una compañera; venía tan lleno el vagón que la masa humana, bueno, inhumana, la apachurró contra los tubos y ya mero se muere ahí mismo… Cuando llegan al cruce de Sonora, los dos perros se paran en seco. Tony de plano se da media vuelta. ¿Y ustedes? ¡Anden, vamos al parque…! Los labradores lloran, jalonean… Consuelo abdica rápido: a ella también ya le duele la cabeza, siente la nariz reseca y le arden los ojos. Quiere también encerrarse de nuevo. Mejor vámonos, amiga. Tampoco soportaría seguir escuchando el parloteo inútil de Yuri. Le urge regresar y volver a perderse en los enredos de la alta política en Washington, D.C.
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