… el otoño y el grillo se unen en la victoria del polvo.
José Carlos Becerra, Memoria.
A Juan José Arreola (1918-2001) le debemos mucha literatura, propia y ajena, porque además de lo que él escribió –obras fundamentales de las letras españolas del siglo XX, como Confabulario (1952) y La Feria (1963)–, su mano de mentor fue esencial en la obra de varios de nuestros imprescindibles –como Juan Rulfo (1917-1986) y José Agustín (1944)–. Además, Arreola dirigió varias iniciativas editoriales que enriquecieron la República de las Letras: las revistas Eos, Pan y Master, la colección Los presentes y la serie Cuadernos del Unicornio.
Hubo quienes, cuando aparecieron en los Cuadernos del Unicornio, ya eran actores reconocidos de las letras mexicanas. Dos ejemplos: el doctor Elías Nandino (1900-1993), quien tenía ya en su haber quince poemarios publicados antes de que, en 1958, saliera de imprenta Nocturno amor, y Emilio Uranga (1921-1988), cuya Historia de la pequeña Meretlain vio la luz en dicha colección seis años después de la publicación de su influyente ensayo Análisis del ser mexicano (1952). Otras eran plumas que podían presumir algunos pininos e iban en ascenso: Bonifaz Nuño (1923-2013) ya había dado a conocer algunos poemarios cuando Arreola incorporó en la colección su Canto llano a Simón Bolívar, al igual que Eduardo Lizalde (1929), quien, cuando comienza a circular Odesa y Cananea, contaba con dos libritos previos. Pero quiero destacar el tino y la generosidad con las que Juan José Arreola abrió espacio en sus Cuadernos del Unicornio a varios jóvenes, entonces inéditos; por ahora menciono tres narradores: Beatriz Espejo (1939), José Emilio Pacheco (1939-2014) y Sergio Pitol (1933), quienes publicaron gracias al ilustre jalisciense sus primeros cuentos: La otra hermana, La sangre de Medusa y Victorio Ferri cuenta un cuento, respectivamente.
JEP, Pitol y Monsiváis. |
Cuenta Pitol que en 1956, “hastiado de todo”, durante algunas semanas buscó refugio para él y su soledad en Tepoztlán, y que estando allá, como no queriendo, escribió su primer cuento. Dedicaría su texto a Carlos Monsiváis, uno de los dos amigos con quien a finales de los años 50 conversaba diariamente sobre literatura —el otro contertulio era Pacheco—. Luego de trabajar el texto a partir de las sugerencias de sus compinches de letras, Pitol decidió publicarlo: “José Emilio y yo fuimos a visitar una noche a Juan José Arreola, quien hacía los Cuadernos del Unicornio en esa época, para entregarle La sangre de Medusa y Victorio Ferri cuenta un cuento. Arreola los publicó al poco tiempo”. Medio siglo más tarde el par de mexicanos serían laureados con el máximo galardón literario de la lengua castellana, el Premio Cervantes, Pitol en 2005 y José Emilio en 2009.
Un par de días antes de la ceremonia de entrega del Premio, Fernando de México acudió al Instituto Cervantes para depositar en un arcón del tiempo algunos objetos. El legado reposará durante cien años en la caja de seguridad número 1,501 de la antigua cámara acorazada del Cervantes. Si hay mundo para entonces, si queda alguien que mantenga el compromiso, la caja se abrirá el 1° de abril de 2116. En su alocución, una cuartilla escrita como Cervantes manda, Del Paso detalló lo que está almacenando: una copia del propio discurso, un ejemplar de la primera edición de su primera novela, José Trigo (1966); un ejemplar de la primera edición en México de su segunda novela, Palinuro de México; un CD con la grabación de propia voz de algunos extractos de sus narraciones y de algunos de sus poemas, y una camisa, sobre la cual refirió la siguiente historia:
Hace mucho tiempo el joven poeta mexicano tabasqueño, José Carlos Becerra, obtuvo una beca Guggenheim y con ella se fue a Londres con el propósito de comprar un automóvil con el cual recorrer toda Europa. Una madrugada, camino a Bríndisi, en Italia, no se sabe qué sucedió: tal vez se quedó dormido al volante, el caso es que se desbarrancó y se mató. Yo llegué también con mi beca Guggenheim a Londres pocos meses después y me alojé en la casa del mismo amigo mutuo…, en donde él se había alojado. Allí José Carlos olvidó una camisa que yo heredé. Desde entonces cada vez que yo sentía pereza de escribir, desánimo o escepticismo, me ponía la camisa y me ponía a trabajar. Consideré que yo tenía un deber hacia aquellos artistas cuya muerte prematura les impidió decir lo que tenían que decir.
Afortunadamente, Fernando del Paso no está tirando la toalla: explicó que dejará allá la camisa del malogrado poeta, pero que seguirá poniéndosela, “así sea metafóricamente, una y otra vez hasta que se acabe (no la camisa sino la vida)".
En donde quiera que esté, Arreola debe estar muy complacido: la mitad de los mexicanos premiados con el Cervantes publicaron por vez primera en sus Cuadernos del Unicornio.
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