Philip Roth (2011), por Oscar Mitt -Giclée on canvas– |
Philip Roth, por Izhar shkedi |
Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana, de 1997, 1998 y 2000, respectivamente, integran la Trilogía americana. En todas ellas Philip Ruth recurre Nathan Zuckerman, quien toma parte incidental en las historias y asume la voz de narrador. Es posible conseguirlas y leerlas por separado, o bien como un conjunto, en el mismo orden en que fueron publicadas. Hay una excelente edición del Círculo de Lectores de Galaxia Gutenberg (2011) que compila la tercia en un solo volumen de más de 1,200 páginas.
Pastoral americana —Premio Pulitzer 1998— cuenta la historia de un judío triunfador, un hombre perfectamente adaptado al sistema, Seymour ‘El Sueco’ Levov. Super atleta, buen estudiante, chico bien portado, héroe del vecindario, luego de escalar a las delicias de la clase media alta, el personaje se desbarrancará a partir de 1968 debido a un caudal de calamidades sobre el cual va montada su propia hija —“La hija que le llevaba fuera de la ansiada pastoral americana para conducirle a cuanto era su antítesis y su enemigo, a la furia, la violencia y la desesperación…”—. La debacle obligará al Sueco a descorrer el velo de la sociedad estadounidense de la posguerra —“Había creído que casi todo era orden y que el desorden ocupaba sólo un espacio pequeño. Lo había entendido al revés”—, así como a tener que aceptar que, realmente, no conoce a ninguno de sus conciudadanos: “Penetrar en el interior del prójimo era una habilidad… que el Sueco no poseía… A quien presentaba los signos de bondad lo tomaba por bueno; a quien presentaba los de la lealtad lo tomaba por leal… Y por eso no había podido ver el interior de su hija, de su esposa… y probablemente ni siquiera había empezado a ver su propio interior. ¿Qué era él, despojado de todas las señales que emitía? La gente estaba en pie por todas partes gritando: ‘¡Éste soy yo! ¡Éste soy yo!’. Cada vez que uno les miraba, se levantaban y le decía quién era, y a decir verdad no tenían más idea que él de qué o quiénes eran. También creían en las señales que emitían. Deberían estar de pie y gritar: ‘¡Éste no soy yo! ¡Éste no soy yo!’” La apariencia de la sociedad candorosa norteamericana se puede resquebrajar muy fácilmente para dejar ver sus monstruos y a los fanáticos de sus monstruosidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario