En 1928, Walter Benjamin (1892-1940) publicó Einbahnstraße. Calle de un solo sentido es un librazo de menos de cien páginas, en el que su autor compiló un montón de “aforismos, ocurrencias y sueños”, como según él mismo había definido su obra en correspondencia con el filólogo Gershom Scholem. La carta data de 1924, y se sabe que Benjamin ya trabajaba desde un año antes al menos uno de los textos que integrarían el libro: “Viaje por la inflación alemana”, cuyo título original era bastante más explícito: “Análisis descriptivo de la decadencia alemana”.
Einbahnstraße —Dirección única, en la edición de Alfaguara— es un apuesta por la búsqueda de la verdad a través de la conformación de imágenes, de estampas literarias. Benjamin entrevera filosofía y literatura, y en varios textos el resultado es sabiduría atronadora. Por caso, un texto en el que el pensador alemán prescribe sobre la producción textual misma: “El trabajo en una buena prosa tiene tres peldaños: uno musical, en el que es compuesta; uno arquitectónico, en el que es construida, y, por último, uno en el que la prosa es tejida”.
En algunos de los textos resulta casi inasequible primero no estar de acuerdo y luego no agradecer su luz: “Ser feliz significa poder percibirse a sí mismo sin temor”. Otros son obsequios de humor inteligente y sencillo, abierto, sin apuros de entendimiento; un botón: “Quien cuida los modales, pero rechaza la mentira, se asemeja a alguien que, si bien se viste a la moda, no lleva camisa”.
En Einbahnstraße, Benajmin también deja espacio para el análisis sociológico de prolongado alcance, tanto que casi un siglo más tarde sigue siendo acertado. Así, por ejemplo, formula el individualismo exacerbado que hoy nos uniforma a la mayoría: “Una extraña paradoja: al actuar, la gente sólo piensa en su interés privado más mezquino, pero al mismo tiempo su comportamiento está, más que nunca, condicionado por los instintos de masa”. Y la mirada atenta no solamente oteaba hacia delante, también hacia el pasado para asestar leñazos como este: “Nada distingue tanto al hombre antiguo del moderno como su entrega a una experiencia cósmica que este último apenas conoce. El ocaso de esa entrega se anuncia ya en el florecimiento de la astronomía, a principios de la Edad Moderna. Kepler, Copérnico y Brahe no actuaron, sin duda, movidos únicamente por impulsos científicos”.
Varios estudiosos de la obra benjaminiana no han dudado en etiquetar de surrealista el aliento de Calle de un solo sentido. Un espécimen de esta calaña, “¡Cerrado por obras!”: “Soñé que me quitaba la vida con un fusil. Cuando salió el disparo, no me desperté, sino que me vi yacer, un rato, como un cadáver. Sólo entonces me desperté”.
Pero a lo que iba… Encontré en este pequeño librazo de Walter Benjamin un par de reflexiones que ayudan a comprender el aquí y el ahora nuestro, tristemente… El primero:
Quien no se resiste a percibir el deterioro acaba reivindicando, sin demora, una justificación especial para su permanencia, actividad y participación en este caos. Hay tantas consideraciones sobre el fracaso general como excepciones para la propia esfera de acción… La voluntad ciega de salvar el prestigio de la propia existencia, más que de liberarla al menos del telón de fondo de la ofuscación general, se va imponiendo casi en todas partes. Por eso está el aire tan cargado de teorías sobre la vida y concepciones del mundo, y por eso éstas parecen aquí, en este país, tan pretenciosas. Pues al final casi siempre sirven para legitimar alguna situación particular, totalmente insignificante. Por eso también está el aire tan cargado de las quimeras y espejismos…: porque cada cual se compromete con las ilusiones ópticas de su punto de vista aislado.Y ahora va el segundo, que, advierto, resulta más doloroso, sobre todo si en donde dice burgués alemán lees clasemediero mexicano, y en donde dice pueblos de Europa central lees mexicanos:
En el legado de frases hechas que revelan a diario la forma de vida del burgués alemán —esa aleación de estupidez y cobardía—, hay una, la de la catástrofe inminente —el ‘esto no puede seguir así’—, que resulta particularmente memorable. Ese desvalido apego a las ideas de seguridad y propiedad…, impide al ciudadano medio percibir los mecanismos estabilizadores… sobre los que reposa la situación actual… Se cree obligado a considerar inestable cualquier situación que lo desposea. Pero las situaciones estables no tienen por qué ser, ni ahora ni nunca, situaciones agradables, y ya antes… había estratos para los que las situaciones de estabilidad no eran sino miseria estabilizada. La decadencia no es en nada menos estable ni más sorprendente que el progreso… Los pueblos de Europa central viven como habitantes de una ciudad sitiada que empiezan a quedarse sin alimentos ni pólvora, y para los cuales, según todo cálculo humano, apenas cabe esperar salvación. Caso éste en que la rendición, tal vez incondicional, debería ponderarse muy seriamente. Pero el poder mudo e invisible que Europa central siente frente a ella no se sienta a negociar. Así pues, ya sólo queda, en la espera permanente del asalto final, dirigir la mirada hacía lo único que aún puede aportar salvación: lo extraordinario… Quienes aún esperan que las cosas no sigan así, acabarán por descubrir algún día que para el sufrimiento, tanto del individuo como de las comunidades, sólo hay un límite más allá del cual ya no pueden seguir: la aniquilación.
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