… todos los hombres viven y se
hacen viejos juntos
en una continuidad siempre
presente y común.
Niklas Luhmann, La confianza.
El pánico es una forma de
arrogancia.
Yuval Noah Harari
Después de brindarnos una panorámica cabal del pasado de los sapiens —De animales a dioses (Debate, 2014)—, Yuval Noah Harari se aventuró a indagar nuestras
posibilidades futuras —Homo deus (Debate,
2016)—. Ahora, en su tercer libro, 21
lecciones para el siglo XXI (Debate, 2018), el historiador israelí
reflexiona en torno al presente: el ahora, la continuidad en la que estamos todos
inmersos. El ensayo se divide en cinco apartados —i) el desafío tecnológico,
ii) el desafío político, iii) desesperación y esperanza, iv) verdad y v)
resilencia—, entre los que el autor reparte 21 lecciones; a la primera de ellas
la titula “Decepción: el final de la historia se ha pospuesto”.
Pues sí, a estas alturas es indiscutible que Fukuyama se equivocó: no hemos
llegado al fin de la historia universal. El argumento, originalmente publicado
en un artículo de 1989, es harto conocido porque se propagó eufórica y
machaconamente por los cuatro vientos: según el politólogo norteamericano
(Chicago, 1952), la democracia liberal derrotó a todas las ideologías a las que
había enfrentado —monarquías hereditarias, fascismo y comunismo—, y no sólo,
sino que además se erigía como “el punto final de la evolución ideológica de la
humanidad” y “la forma definitiva de gobierno”, lo cual debía entenderse nada
menos que como “el fin de la historia”. En la introducción al libro en el cual
desarrollaría su idea (The end of history
and the last man, 1992), Francis Fukuyama explicaba que, como Kant, Hegel y
Marx, él entendía el “fin de la historia” no como “el fin de la ocurrencia de
eventos”, sino como “el fin de un proceso evolutivo único, coherente, considerando
la experiencia de todos los pueblos en todos los tiempos”. Esto es, que la
democracia liberal capitalista era la meta última y definitiva del desarrollo
humano. Hace un cuarto de siglo, este evangelista del capitalismo global
aseguraba que, trepados en el desarrollo científico y la tecnología, e
impulsados por el libre mercado, “todos los países en proceso de modernización
económica” habrían de parecerse cada vez más a los países desarrollados y entre
sí, “tendrían que unificarse a nivel nacional sobre la base de un estado
centralizado, urbanizarse, reemplazar las formas tradicionales de organización
social…, y proporcionar educación a todos sus ciudadanos. Estas sociedades se
vincularán cada vez más a través de los mercados globales y la difusión de una
cultura de consumo universal”. ¡Paz y prosperidad para todos! Sobre todo
después del colapso del bloque soviético, la tesis del fin de la historia de Fukuyama
se propagó para imponerse como la ideología dominante, y “en las décadas de
1990 y 2000 el relato liberal se convirtió en un mantra global”. Sin embargo, una
cascada de sucesos vino a ahogar la certeza de que el liberalismo era la
panacea concluyente, y entramos de nuevo a una época de incertidumbre.
Hoy día, en ambos sentidos, el liberalismo ha perdido adherentes —según
la RAE, adherente es algo o alguien “que
adhiere o se adhiere”—: su poder de cohesión mengua y sus adeptos cada vez son
menos. Ocurre que resulta imposible no ver las inmensas piedras en el camino al
paraíso universal: la crisis financiera de 2008 —de la
cual, de acuerdo a muchos analistas, aún no hemos salido—, el resurgimiento del proteccionismo comercial, la resistencia a los
flujos migratorios, el desgarramiento del tejido social, la corrupción y el
crimen internacional, la fractura de la Unión Europea propinada
democráticamente por el Brexit y la llegada de Trump a la presidencia de
Estados Unidos… El desencanto cunde, las élites liberales que controlaban buena
parte del orbe entraron en “un estado de conmoción y desorientación”, y la
manera en la que han respondido a la situación resulta muy parecida a la que
aquí en México han mostrado muchos opinócratas, antes hegemónicos, después del
1° de julio de 2018:
Un poco a la
manera de la élite soviética en la década de 1980, los liberales no comprenden
cómo la historia se desvió de su ruta predestinada, y carecen de un prisma
alternativo para interpretar la realidad. La desorientación los lleva a pensar
en términos apocalípticos, como si el fracaso de la historia para llegar a su
previsto final feliz solo pudiera significar que se precipita hacia el
Armagedón. Incapaz de realizar una verificación de la realidad, la mente se
aferra a situaciones hipotéticas catastróficas.
Al desasosiego provocado por los descalabros que la realidad le ha dado
al relato liberal, hay que sumar “el ritmo acelerado de la disrupción
tecnológica”. Si a finales del siglo XX para Fukuyama “la lógica de la ciencia
natural moderna parece dictar una evolución universal en dirección al
capitalismo”, y con él al edén democrático liberal, hoy día para Yuval Noah
Harari “la fusión de la biotecnología y la infotecnología nos enfrenta a los
mayores desafíos que la humanidad ha conocido”. Internet ha implicado una
revolución de conciencia para la cual ninguna organización sociopolítica ni
ordenamiento económico estaban preparados; más incluso, “… las revoluciones
paralelas de la infotecnología y la biotecnología podrían reestructurar no sólo
las economías y las sociedades, sino también nuestros mismos cuerpo y mente”.
Pero no sólo se ha desacreditado el relato liberal, el contratiempo más
grave es que no tenemos otro para estructurar una explicación de la realidad
emergente. Así que “nos queda la tarea de crear un relato actualizado para el
mundo”. ¡No… pues qué fácil! ¿Alguna pista?… Yuval propone: “el primer paso es
bajar el tono de las profecías del desastre, y pasar del modo pánico al de
perplejidad”.