Un blog apasionado, incondicional y sobre todo inútil sobre esos objetos planos, inanimados, caros, arcaicos, sin sonido estereofónico, sin efectos especiales, y sin embargo maravillosos llamados libros.

viernes, 29 de abril de 2022

Odio, íd; odio ido: el suicidio de los zombis

 

Quemados

 

No odies a tu enemigo,

porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo.

Jorge Luis Borges, Fragmentos de un evangelio apócrifo.

 

Las diputadas y los diputados, federales todas y todos, 223 en total, que el pasado domingo 17 de abril votaron en contra de la reforma eléctrica propuesta por el presidente López Obrador han declarado ser víctimas de una campaña de odio. En concreto, se refieren a que no les parece nada bien que se les llame “traidores a la patria”. Además, sostienen que la supuesta operación fue orquestada desde Palacio Nacional y las oficinas de Morena. Los señores legisladores y las señoras legisladoras —las bancadas en pleno del PAN, el PRI, el PRD y MC— han contado con el respaldo de otras voces opositoras al gobierno. Así, por ejemplo, el novelista Francisco Martín Moreno tuiteó un afiche que, a la letra, dice: “Alto al odio. No a la violencia entre mexicanos”. Se trata del mismo ciudadano consciente que hace apenas unos meses, durante una etrevista, le dijo a Pedro Ferriz: “… yo colgaba…, no colgaba, ¡quema vivo a cada uno de los morenistas en el Zócalo capitalino…! Y además otra cosa: quien vote por Morena… será también un traidor a la patria…” 

 

 

Repudio y odio

 

Hatred is like a long, dark shadow… It is like a two-edged sword.

When you cut the other person, you cut yourself.

The more violently you hack at the other person,

the more violently you hack at yourself.

Haruki Murakami, The Wind-Up Bird Chronicle.

 

Repudio y odio no son lo mismo. Repudiar, informa el diccionario de la RAE, significa rechazar algo, no aceptarlo. Odiar en cambio es tener antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea. Lo que debemos destacar está al final de definición: odiar quiere decir necesariamente desear que le vaya mal a alguien. Yo, por mi parte, repudio a quienes considero, efectivamente, traidores a la patria. Repudio, pero juro que no odio. Y por favor no vaya a creer usted que vengo a darmelas aquí de blanca paloma, pero sucede que, como Václav Havel, en ese renglón anímico soy un discapacitado: “entre los numerosos defectos de mi carácter, no se encontrará, curiosamente, la capacidad de odiar” (Sobre la política y el odio. Ediciones Rialp, 2021).

 

El latín repudium, origen de la palabra repudio, quiere decir rechazo vergonzante o acto de rechazo hacia algo que causa vergüenza. De hecho, su raíz es el también latín pudet, provocar vergüenza, con el prefijo re, esto es, vuelta hacia atrás, vuelta al punto de partida. El uso bíblico de la palabra resulta ilustrativo. Dado que el matrimonio no es una relación indisoluble por naturaleza, según la ley mosaica, un marido podía en un momento dado repudiar a su esposa y, después, celebrar, si eso le venía en gana, nuevas nupcias con otra mujer. “Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa torpe, le escribirá carta de repudio, y se la entregará en su mano, y despedirála de su casa” (Deuteronomio, 24). Uso la versión Reina Valera de 1909 porque en las traducciones actuales se cambia a “carta” o incluso “certificado de divorcio”. En igual sentido, por uno de los evangelios sabemos que Jesús dijo: “Cualquiera que repudie a su mujer, que le dé carta de divorcio” (Mateo, 5:31). El repudio es pues un movimiento motivado y pensado, con el que se pretende lograr algo concreto.

 

El odio es otra cosa. De entrada es un sentimiento que, lógicamente, afecta más a quien lo experimenta que a quien va dirigido. A diferencia del repudio, que tiene un cometido, quien odia se regodea en experimentarlo: el odio es una copa que se mantiene siempre medio llena. “El odio es siempre difuso. Con exactitud no se odia bien. La precisión traería consigo la sutilieza, la mirada o escucha atentas… El odio se fabrica su propio objeto y lo hace a la medida” (Carolin Emcke, Contra el odio).

 

 

Gambito


Llamar “traidores a la patria” a los diputados y diputadas del PRIANrdMC expresa el repudio de quienes pensamos que el domingo actuaron en contra de los intereses del país. ¿Por qué? Sencillo: porque votaron en contra de la soberanía energética nacional —y, al menos el PRI, aceptándolo—. Llamar traidores a la patria a quienes votaron en contra de la soberanía nacional no es odio, es repudio y tiene un propósito específico: que su actuar tenga consecuencias electorales. 

 

El día 17 la oposición cayó en un gambito: no sólo votaron en bloque en contra de la soberanía nacional, sino que se pavonearon de hacerlo. Escuché de principio a fin toda la jornada legislativa. Conforme fue avanzando, fueron cayendo más y más bajo: burlas, amenazas, mentiras, insultos… Actuaron de forma porril, pendenciera. Más que no aprobar la reforma de AMLO, defendieron la reforma de 2013. Traicionaron, de nuevo, a la patria. Y ahora no lo hicieron en lo oscurito, sino a la vista de todos y vanagloriándose de hacerlo. Quedaron evidenciados. Quizá no lo entendieron ese día, pero el domingo se hizo añicos el mito del PRIMOR; se demostró indubitablemente que hoy existe algo que nunca habíamos tenido: división efectiva de poderes; el PRI se degradó al punto de convertirse en un patiño del PAN (el PRIAN, desde el domingo, es el PANRIP); se demostró la pobreza, ya no digamos parlamentaria, argumentativa e intelectual, de la mayoría de las voces de la oposición; sucedió el prodigio de que un zombie, el PRD, se suicidara; MC se desenmascaró; y, quizá lo que será más trascendente, quedó un aluvión de pruebas para demostrarle a los electores ingenuos que en las intermedias no votaron por contrapesos democráticos, sino por representantes de intereses contrarios a los de la Nación. Recomendar que no se vote por los traidores a la patria no es un acto de odio, sino de defensa propia.

miércoles, 27 de abril de 2022

Vasconcelos y los ovnis fronterizos

 

Despuntaba apenas el siglo XX. El niño José Vasconcelos Calderón vivía en Piedras Negras —entonces Ciudad Porfirio Díaz—, Coahuila, y estudiaba la primaria en Eagle Pass, Texas. De lunes a viernes cruzaba el puente, pasaba la frontera. Cuenta en su libro autobiográfico Ulises criollo, que un día, seguramente sábado o domingo, cuando regresaban de un paseo transfronterizo, él y su familia vieron una flotilla de ovnis. La narración es estupenda. Mientras la leía, como impulsados por resortes neuronales, afloraron algunas de las anécdotas que mi abuela, quien también pasó sus primeros años muy cerca de la frontera con Estados Unidos, ella en Altamira, Tamaulipas, solía contarme de los varios avistamientos de objetos voladores no identificados, no identificados pero fáciles de describir: platillos voladores.

 

Enseguida, el relato de Vasconcelos.


 

¿Alucinación?

Regresábamos de un paseo «al otro lado». La mañana estaba luminosa y tibia. Leves gasas de niebla borraban el confín, se esparcían por la llanura. Serían las once de la mañana y comenzaba a quemar el sol. Desde el puente contemplábamos la margen arenosa, manchada de grama y mezquites, cortada de arroyos secos. En suave ondulación baja el terreno hacia la cuenca del río que corre manso. De pronto, nacidos del seno humoso del ambiente, empezaron a brillar unos puntos de luz que avanzando, ensanchándose, tornábanse discos de vivísima coloración bermeja o dorada. Con mi madre y mis hermanas éramos cinco para atestiguar el prodigio. Al principio creíamos que se trataba de manchas producidas por el deslumbramiento de ver el sol. Nos restregábamos los ojos, nos consultábamos y volvíamos a mirar. No cabía duda; los discos giraban, se hacían esferas de luz; se levantaban de la llanura y subían, se acercaban casi hasta el barandal en que nos apoyábamos. Como trompo que zumbara en el aire, las esferas luminosas rasgaban el tenue vapor ambiente. Hubiérase dicho que la niebla misma cristalizaba, se acrisolaba para engendrar forma, movimiento y color. Asistíamos al nacimiento de seres de luz. Conmovidos comentábamos, emitíamos gritos de asombro, gozábamos como quien asiste a una revelación. 

En tantos años de lecturas diversas no he topado con un explicación del caso, ni siquiera con un relato semejante, y todavía no sé si vimos algo que nace del concierto de las fuerzas físicas o padecimos una alucinación colectiva de las que estudian los psicólogos. 

 

 

 

jueves, 21 de abril de 2022

Fobia en delay

  

Tesis

Para enfrentar el cambio, una de las estratagemas más socorridas por la reacción es negarlo, y para negarlo una práctica inconsciente suele ser experimentar la dinámica social con un cierto delay: el conservador se aferra a discusiones que, en los hechos, ya están superadas.

 

 

 

1

 

Sonó el celular y tan pronto tomé la llamada comenzaron las hostilidades:

 

— Te vi en una fotografía en la que sales con una camiseta que dice que amas a AMLO… o algo así. 

 

— Pues viste mal, doctor Rijar.

 

— ¡Ah, no! —socarrón:—, ya no recuerdo… ¿O decía que quieres que AMLO siga después del 2024?

 

— ¿Propaganda reeleccionista? Entonces no era yo.

 

— O dime tú, ¿qué decía? ¿“Que continúe AMLO”?

 

— Que AMLO siga —precisé.

 

— Después del 24, ¿no?

 

— No, y lo sabes bien, doctor. “Que siga AMLO” es una consigna que se usó para apoyar al presidente en la consulta de revocación de mandato: que siga AMLO, que termine su sexenio.

 

— Claro… Y por cierto, ¿cómo les fue en su dichosa consulta? —guasón:— Superaron los 30 millones de votos del 2018, ¿verdad?

 

—Muy bien, ¡imagínate: 92 de cada 100 votamos a favor del presidente. ¿Cómo ves? Un respaldo prácticamente unánime.

 

— Pero la mayoría no votó.

 

—No votó, en efecto. Y lamentablemente todos esos no votos no cuentan, ni a favor ni como en contra. En un sistema democrático lo que cuenta son los votos, no los no votos.

 

— ¿Cuántos votaron que se quedara?

 

— Unos quince millones.

 

— Uy, ¡qué triste! La mitad de los treinta millones que no se cansan de presumir. 

 

— ¿Te refieres a los de 2018?

 

— Sí, claro.

 

— ¿Con los que arrasó el Peje? Bueno, si insistes en compararlos con los resultados de la consulta de 2022 con las elecciones de 2018, te digo que con los quince millones de votos del domingo Andrés Manuel hubiera ganado de nuevo: en 2018 Anaya no alcanzó trece millones de sufragios y Meade consiguió apenas nueve millones. 

 

— ¡Pero quince son la mitad de los treinta millones!

 

— Debemos considerar que se instalaron mucho menos casillas, poco más de un tercio.

 

— Pero igual votó muy poca gente.

 

— No, al contrario: en 2018, con 150 mil casillas y un caudal de promoción, AMLO obtuvo 30.1 millones de votos, es decir, 200 votos por casilla; ahora que el INE solamente instaló, y a la mala, 57 mil casillas, votamos por el presidente más de 15 millones, o sea, 262 votos por casilla.

 

 

 

2

 

— Entonces, según tú, el país va viento en popa, ¿no? –retador.

 

— Yo no lo expresaría así, doctor, pero las cosas van muy bien.

 

— Ajá —descreído—. Muy respetable tu creencia, ¿eh?

 

— No es una creencia; hay datos concretos que me permiten estar contentos.

 

— A ver, dime uno…

 

— ¿Qué me dices de la recuperación de los empleos formales? Hoy están inscritos en el Seguro Social 21 millones de trabajadores, una cifra histórica.

 

— ¿Y los salarios?

 

— ¿Te parece poco que en lo que va del sexenio el salario mínimo ha subido el 71% en términos reales?

 

— ¡Pero la inflación está del diablo!

 

— Como en todo el mundo. Pero qué crees, en México la inflación es menor que en Estados Unidos…, incluso está por debajo del promedio de los países de la OCDE.

 

— Por ahora…

 

 

 

3

 

— ¿Y qué me dices del tipo de cambio, doctor Rijar?

 

— …

 

— ¿En cuánto se supone que al día de hoy debería estar el peso respecto al dólar, según los apocalípticos pronósticos de tu analista de cabecera?

 

— ¿Quién?

 

— Pues el señor Zuckerman, Leo Zuckerman… ¿O ya se te olvidó lo que profetizó que sucedería si ganaba López Obrador?

 

— …

 

— ¿No lo recuerdas?

 

— Pero, bueno, a ver, dime, ¿y por qué no felicitó a Eugenio Derbez?

 

— …

 

 

 

4

 

— ¿Y por qué denostó a los artistas ecologistas?

 

— A ver, primero, Derbez no ha ganado ningún Óscar.

 

— ¿No? ¡Cómo no! López Dóriga y Pepe Cárdenas lo informaron así.

 

— Pues mintieron. Derbez no ganó ningún Óscar. Participó como actor de reparto en una película que ganó un Óscar, el cual fue entregado al productor.

 

— Pero…

 

— En cuanto a los “artistas ecologistas”, en la mayoría de los casos podría discutir ambos atributos, el de artistas y el de ecologistas, pero me quedo en tu afirmación: el presidente no denostó a nadie, es decir, no injurió o insultó a esas personas, sencillamente contestó y manifestó su desacuerdo respecto a lo que dicen en su video.

            

 

 

5

 

Cuando le dije que ya son más de diez millones de adultos mayores los que reciben de manera directa la pensión bimestral que entrega el gobierno federal, la cual, además, aumentó 42%, de 2,700 a 3,850 pesos, guardó silencio durante un instante y, por fin, aceptó algo…

 

— Bueno, sí, la verdad no sabes cuánto me sirvieron esos siete mil pesos.

 

— Pues si a ti te sirvieron, ¡imagínate a la mayoría de la gente, doctor!

 

— Pues por eso la raza vota por él —repeló.

 

— ¿Porque tiene políticas públicas que benefician a la gente?

 

Silencio.

 

 

 

6

 

En algún momento él aseguró que “flota en el ambiente” que el presidente se quiere reelegir, no faltó que lo criticara porque no ha corrido al Procurador y, por supuesto, se quejó de “sus misas mañaneras”… La conversación duró casi dos horas. En algunos momentos me ganaba el enojo, pero por lo general me cargaba a la tristeza: mi interlocutor no es una persona ni tonta ni ignorante, y resulta duro constatar qué tanto puede la ideología envenenar el entendimiento de la gente. Pero lo que más lamento es que un altero de hombres y mujeres, como el doctor Rijar, estén viviendo estos años con irritación y enfado… Se los están perdiendo.

jueves, 14 de abril de 2022

Libres e irrelevantes

All wealth and power might be concentrated

in the hands of a tiny elite,

while most people will suffer not from exploitation,

but from something far worse – irrelevance.

Yuval Noah Harari, 21 Lessons for the 21st Century.

 

 

 

A propósito del disparatado empeño de los seres humanos de auto-desterrarse, de escaparse de su condición de terrícolas, ya había traído a cuento aquí el prólogo de La condición humana, de Hannah Arendt (1906-1975). Es un texto diamante. Después de insistir en que sólo el discurso, la capacidad de formar y habitar mundos simbólicos, es lo que hace al hombre un ser único, ya casi al final, la filósofa judío-alemana plantea un riesgo que desde entonces juzga inminente: la automatización,  a la que no duda en llamar una amenaza. La primera edición del libro data de 1958, esto es, decenas de años antes del estallido de la revolución digital y mucho tiempo atrás del surgimiento de la inteligencia artificial. Así que la advertencia de Arendt fue premonitoria.


 

Cuatro años después de la publicación de La condición humana, en 1962, los creadores de series de dibujos animados William Hanna y Joseph Barbera estrenaron The JetsonsLos supersónicos en México. Si en The FlintstonesLos Picapiedra en español, que había comenzado a transmitirse en 1960, Hanna y Barbera llevaban capítulo a capítulo el sueño americano a la edad de las cavernas, en Los supersónicos lo mandaron al futuro, exactamente cien años después, un momento al que hoy aún no hemos llegado: el año 2062. En ambas caricaturas las familias protagonistas son nucleares, cada una compuesta por una esposa que se dedica exclusivamente a la crianza de los hijos y a las labores del hogar, un marido encargado de salir a trabajar asalariadamente para proveer el sustento del hogar, los hijos y las mascotas. En el caso de Los picapiedra también en las casas había una buena cantidad de animalejos que hacían las veces de algunos trastos y aparatos electrodomésticos: un minúsculo pterodáctilo se desempeñaba como la batidora, algo parecido a un puercoespín aspiraba la casa, un pajarraco de puntiagudo pico fungía como la aguja del tocadiscos y otro de despertador, en fin… En Los supersónicos sí había un arsenal de artilugios tecnológicos, naves voladoras, instrumentos de telecomunicaciones…, pero curiosamente el único robot que aparece reiteradamente es la empleada doméstica, Robotina: el trabajo en la fábrica, en la construcción, en la oficina no está automatizado. El porvenir que preocupaba a Hannah Arendt es distinto, no es el de una vida cotidiana en la que la gente pueda disponer de una runfla de autómatas-servidumbre, seres como la Robotina de Los supersónicos, dispuestos a prepararnos sin chistar el café y la comida, y a mantener limpia la casa… No, el futuro sobre el cual alerta Arendt es el de la sustitución: “el advenimiento de la automatización que probablemente en pocas décadas vaciará fábricas y librará a la humanidad de su más antigua y natural carga, la del trabajo y la servidumbre de la necesidad”.  Ahora, ¿cómo es que la filósofa haya podido prever un problema en un proceso de liberalización? Explica: “… aquí está en peligro un aspecto de la condición humana, pero la rebelión contra ella, el deseo de liberarse de la fatiga y la molestia, no es moderna sino antigua como la historia registrada. La liberación del trabajo en sí no es nueva; en otro tiempo se contó entre los privilegios más firmemente asentados de unos pocos. En este caso, parece como si el progreso científico y el desarrollo técnico sólo hubieran sacado partido para lograr algo que fue un sueño de otros tiempos, incapaces de hacerlo realidad”. En efecto, al menos desde la revolución agrícola, cada gran salto tecnológico ha permitido que cierto segmento de la sociedad quede liberado del trabajo físico y pueda dedicarse a otras actividades; seguramente así surgieron los monarcas y los sacerdotes, por ejemplo. Con la revolución industrial ocurrió lo mismo y la revolución digital también ha mandado a la obsolescencia varios oficios. Actualmente puede prospectarse sin mayor dificultad que la mayor parte del trabajo podrá ir siendo encomendado cada vez más a máquinas y entidades automatizadas, liberando consecuente a más y más gente de la necesidad de tener que hacerlo. El asunto no es ciencia ficción ni futurología, está sucediendo y somos parte de una generación a la que le ha tocado testimoniarlo. Pero, entonces, ¿no deberíamos estar contentos, optimistas? Más y más personas se irán liberando del trabajo, y Hannah Arendt señala en dónde está la contrariedad: “La Edad Moderna trajo consigo la glorificación del trabajo, cuya consecuencia ha sido la transformación de toda la sociedad en una sociedad del trabajo”. De acuerdo, aunque conviene recordar, como aquí mismo he mostrado, que para la tradición occidental la idealización del trabajo se remonta al menos a la Antigua Grecia. De cualquier forma, Arendt pone el dedo en la llaga: toda vez que en el sentido común hegemónico el trabajo se entiende como una virtud, liberarse de él no necesariamente se va a experimentar como algo positivo: “… la realización del deseo, al igual que sucede en los cuentos de hadas, llega en un momento en que sólo puede ser contraproducente”. ¿Por qué? Porque como le ocurriría a Pedro Picapiedra o a Súper Sónico, sin trabajo, la mayoría de los adultos pierde relevancia: “Puesto que se trata de una sociedad de trabajadores que está a punto de ser liberada de las trabas del trabajo, y dicha sociedad desconoce esas otras actividades más elevadas y significativas por cuyas causas merecería ganarse esa libertad… Nos enfrentamos con la perspectiva de una sociedad de trabajadores sin trabajo, es decir, si la única actividad que les queda. Está claro que nada podría ser peor”. 

 

En 1964, Asimov alertaba que desde comienzos del siglo XXI “la humanidad sufrirá gravemente de la enfermedad del aburrimiento...”

 

miércoles, 13 de abril de 2022

¿Hallazgo o encuentro con Vasconcelos?

 

La memoria objetiva nunca me ha sido fiel.

En cambio, la memoria emocional me revive fácilmente.

José Vasconcelos, Ulises criollo.

 

 

Ayer fuimos a ver una exposición en el Museo del Palacio de Bellas Artes, “Arte de los pueblos de México. Disrupciones indígenas”. Saliendo nos topamos con algunos puestos de libros junto a la Alameda. Pasamos a curiosear. La mayoría eran saldos y libros usados. Como habíamos llegado al centro en taxi y pensábamos regresar a pie, no era muy prudente comprar nada…, pero caímos en tentación, claro: Otras voces, otros ámbitos, de Truman Capote; Escapada, de Alice Munro; Adiós muñeca, de Raymond Chandler; dos de Javier Marías, Pasiones pesadas y El siglo, y La camisa del marido, de Nélida Piñón, todos a cincuenta pesitos cada uno. Ya íbamos huyendo cuando en una de las últimas mesas alcancé a ver de reojo un ejemplar usado de una de las primeras ediciones de La región más transparente, de Fuentes.  Me acerqué y ahí estaba, a un lado: pasta dura, algo lastimado, papel amarillento… El Ulises criollo de Vasconcelos, editorial Botas, una cuarta edición de 1935.

 

— Oiga, amigo. ¿Este cuánto cuesta?

 

— Cien… Bueno, deme ochenta.

 


Un tesoro y regalado… Ya en la noche que revisé las imágenes que había levantado durante la exposición, en efecto, ahí estaba: la fotografía del libro expuesto en una de las salas que integran la exposición “Arte de los pueblos de México. Disrupciones indígenas”:

 


 

jueves, 7 de abril de 2022

El fin/inicio del mundo

   

This present moment used to be

the unimaginable future.

Stewart Brand

 

 

 

 

 

Umbral


No faltan los conatos de acabose. Es como si las trompetas del Apocalipsis estuvieran tocando la música ambiental. El fin del mundo está cada día más cantado.

 

Pero cambie usted por un momento el sentido del presagio: ¿qué tal que en vez de estar transitando por las postrimerías de la Humanidad estuviéramos viviendo apenas sus albores? ¿Qué tal que nosotros, la engreída gente del siglo XXI, resultáramos ser los primitivos orígenes de una extensa historia de la especie? Aquilate usted. A lo largo de los últimos setenta mil años hemos plagado todos los rincones del planeta, y ya no queda sitio en la Tierra que no haya sido trastocado por nosotros. Con todo, el montón de cosas que hemos hecho —todo eso que en suma llamamos cultura y civilización— es mucho más reciente: nuestra historia es apenas un trance de menos de diez mil años, lo cual es un periquete, un suspiro en el marco temporal de nuestra propia existencia genérica, ya no digamos en el gran contexto de la existencia de la vida terrícola. Más incluso: en términos geológicos, el paso de los sapiens es una chispa insignificante. Somos un tipo de bicho extraño y muy reciente, apenas echado al mundo por los procesos evolutivos. Incluso entre los homininos —los primates de postura erguida y locomoción bípeda—, el sapiens prácticamente acaba de aparecer. Compare. Los tiburones, peces cartilaginosos que hasta nuestros días habitan los océanos, han evolucionado durante los últimos 450 millones de años, lo que significa que han sobrevivido las cinco extinciones masivas que hasta ahora han diezmado la biosfera. Sabemos que los pobres dinosaurios no corrieron con tanta suerte, pero perduraron sus buenos 165 millones de años. Los mamuts anduvieron por aquí durante unos cinco millones de años. Los Ardipithecus, ya orgullosos homininos, aparecieron hace unos 5.8 millones de años y lograron mantenerse activos durante más de un millón de años. Incluso los primos homo neanderthalensis, parientes cercanos del sapiens, lograron conservarse vigentes en el catálogo de la fauna terrestre a lo largo de unos 400 mil años. ¿Y nosotros? Bueno, llegamos hace poco, hará cosa de unos 200 mil. Entonces, ¿tan recién llegados y quizá a punto de largarnos para siempre?

 

 

 

Domingo

 

Aunque la marea viral por ahora se ha sosegado y el oleaje pandémico parece darnos un respiro, las zozobras apocalípticas siguen alebrestadas. Motivos no faltan. Echando la mirada aquí nomás al corto plazo, uno no puede hacer como que no ve los nubarrones que presagian despiadadas tormentas, calamidades, catástrofes, cataclismos y desgracias de alcance mundial… Apenas el sábado 26 de marzo míster Biden se aventó la puntada de declarar que, “ante el riesgo nuclear”, es necesaria la diplomacia para resolver el conflicto en Ucrania… ¡Ah, qué bien! Lo malo es que sigue proveyendo de armas y entrenamiento al gobierno ucraniano… El septuagenario mandatario —en noviembre se hará octogenario— también dijo que Putin, el presidente de Rusia, no debe continuar en el poder porque es un “criminal”, “un carnicero”. Así los finos dotes diplomáticos del presidente estadounidense, así sus ganas de parar la guerra… Y, ¡bueno!, se entiende: nada más en las dos primeras semanas del episodio bélico en Europa oriental la industria armamentista norteamericana ganó la bagatela de 80 mil millones de dólares. El problema, como cualquiera sabe, es que, si alguien se anima a tirar el primer chingadazo atómico, ahí queda… Quiero decir, tarde que temprano ahí quedamos todos.

 

Un día después, domingo 27, platiqué con el Grillo Bravo. Él se halla en su guarida en Teotihuacán de Arista, yo en la Ciudad de México. Él desde su ventana puede ver la pirámide del Sol, yo el WTC. Gracias a la telefonía celular, pudimos hablar durante más de una hora acerca de un titipuchal de asuntos que nos interesan, otros que francamente nos preocupan. Incluso hubo ocasión para que él cantara una rola —no pudo recordar si era de Fito Páez o de Charly García— y tocara un rato su tlapitzalli. En un momento dado, el Grillo Bravo espetó: “Los hombres hemos acabado con todo, ya nada más falta que acabemos con nosotros mismos”. Aquel mismo día, en su columna quincenal en La Jornada Semanal, el máster Agustín Ramos acertadamente había perfilado en pocas palabras la crítica coyuntura por la que transita nuestra especie: “La disyuntiva, cada vez más próxima, cada vez más ineludible, será guerra o vida. Porque el único camino caminable para la vida, para nuestra vida en nuestro planeta, será un nuevo renacimiento”. Agustín no exagera ni tantito. Chomsky, como otros muchos pensadores contemporáneos, no se ha cansado de alertarnos sobre los grandes riesgos que enfrenta el género humano: por un lado, el militarismo capitalista y la amenaza de la (auto)aniquilación nuclear, y por el otro, la crisis climática y la hecatombe ambiental definitiva. Matarnos o quemar la casa. Pues sí, razones (sinrazones) hay para prospectar que estamos por desaparecer de la biosfera.

 

La peor amenaza que la Humanidad haya jamás enfrentado somos nosotros mismos. Además del riesgo de la auto-aniquilación, la posibilidad de la evolución de la especie, ya no biológica sino tecnológica, dejó de ser harina en el costal de la ciencia ficción. Yuval Noah Harari sostiene que la disrupción tecnológica, especialmente la Inteligencia Artificial y la bioingeniería, tiene el potencial de caducarnos. “Si comenzamos una carrera armamentista en inteligencia artificial y en genética estaremos garantizando la destrucción de la Humanidad”, alertó en una entrevista hace un par de años. Y aunque ello no ocurriera, el mismo historiador israelí sostiene que usted y yo, y con nosotros toda la gente contemporánea, muy probablemente formamos parte de “una de las últimas generaciones de homo sapiens”, toda vez que “en cosa de uno o dos siglos, la Tierra será dominada por entidades que se diferenciarán más de nosotros de lo que nosotros nos diferenciamos de los neandertales o de los chimpancés, porque en las siguientes generaciones habremos de aprender como intervenir en la ingeniería de nuestros cuerpos, cerebros y mentalidades”. 

 

Pero qué tal que no, qué tal que metemos freno, qué tal que damos un oportuno golpe de timón y optamos por la ruta del renacimiento…

 

 

 

Ancestros y hodiernos

 

Con todo, en medio de los aironazos de fin de mundo, quedan nobles almas optimistas. Max Roser, director fundador de Our World in Data, publicó hace unos días una ponencia fincada en la apuesta por la inteligencia de la Humanidad: The future is Vast: Longtermism perspective on humanity’s past, present and future. Todo su planteamiento parte de una premisa optimista: “Si nos mantenemos a salvo los unos a los otros, y nos protegemos de los riesgos que la naturaleza y nosotros mismos planteamos, estamos sólo al comienzo de la historia humana”.

 

El autor toma por buena la estimación realizada por los demógrafos Toshiko Kaneda y Carl Haub, según la cual a lo largo de los últimos 200 mil años han nacido y muerto 109 millardos (un millardo = mil millones) de sapiens. Considerando que en la actualidad pululamos vivos 7.9 millardos de habitantes en todo el orbe, resulta que, en total, alrededor de 117 millardos de seres humanos hemos nacido. Se desprende que nosotros los hodiernos, la gente que hoy por hoy poblamos la Tierra, representamos poco menos del 7% de todas las mujeres y todos hombres que alguna vez han habitado el mundo. En la actualidad, durante un año nacen 140 millones de bebés —algo así como la suma de la población actual de nuestro país (131 millones), Costa Rica (5 millones) e Irlanda (5 millones)—, y mueren 60 millones de personas —la población total de Ucrania (43 millones), Portugal (10 millones) y Paraguay (7 millones), en conjunto—. El saldo anual es positivo: 80 millones extras, más o menos la misma cantidad de congéneres que había en todo el planeta cuando Sócrates y Platón conversaban en la antigua Atenas (450 a. C.).

 

 

 

Descendientes

 

En términos astronómicos, tenemos tiempo. Al Sol le queda combustible para unos 7.5 millardos de años más, de los cuales se mantendrá comportándose como hoy lo hace, fusionando hidrógeno de manera estable, unos cinco millardos de años. En términos biológicos la traza cambia, pero igual tenemos margen: “Una forma de proyectar cuánto tiempo podríamos sobrevivir es preguntar cuánto tiempo han sobrevivido otros mamíferos. La esperanza de vida de una especie de mamífero típico es de aproximadamente un millón de años”. Desde esta perspectiva, nos quedan por delante unos 800 mil años —recuerde que ya llevamos 200 mil años de existencia—. Ahora, si efectivamente, como proyecta la ONU, la población mundial se estabiliza en 11 millardos de sapiens al final del presente siglo, y si se asegura una esperanza de vida para toda la gente de 88 años, entonces, según los cálculos de Max Roser, a lo largo de los próximos 800 mil años vivirán unos 100 billones (un billón = un millón de millones) de humanos. 

 

De los tres postulados que sustentan la estimación anterior, seguramente el más endeble es el que subyace a la idea de que los sapiens somos un mamífero típico. En realidad ¡somos el más atípico de los seres vivos!, el único que ha creado una realidad simbólica y cultural sobrepuesta a la realidad natural. Roser subraya que, si la tecnología que hemos desarrollado es capaz de aniquilarnos, también es capaz de salvarnos, no sólo de enfermedades comunes sino de muchas calamidades ante las cuales otras especies no tuvieron ninguna oportunidad. Por ejemplo, hoy día se monitorea el posible impacto de asteroides que pudieran resultar catastróficos. Así que la esperanza de vida de nuestra especie podría no estar determinada por su condición de mamíferos, sino por la caducidad de nuestro hábitat. Si sobrevivimos mientras la Tierra sea habitable —aproximadamente un millardo de años—, dará tiempo para que nazcan 125 mil billones de niños y niñas, según estima Roser (mil billones es la unidad seguida de 15 ceros).

 

 

 

Hoy

 

Más allá de las potencialidades de la ciencia y la tecnología que hasta ahora hemos acumulado, más allá del enorme acervo cultural de la especie, resulta alucinante imaginar las posibilidades que implicaría tanta gente a lo largo un período tan prolongado. Vea usted lo que hemos hecho hasta ahora, recuerde cómo la evolución cultural se ha acelerado apenas en los últimos cinco mil años —2.5% de nuestra existencia—…

 

Si no nos equivocamos fatalmente hoy, las personas podrían vivir en el futuro serán tan humanas como usted o como yo. Max Roser defiende la noción del largoplacismo como “la idea de que las personas que vivan en el futuro importan moralmente tanto como los que estamos vivos hoy”. ¿Qué deberíamos hacer para hacer del mundo un lugar mejor? “Un largoplacista no sólo considera lo que podemos hacer para ayudar a los que nos rodean en este momento, también lo que podemos hacer por los que vendrán después”. Nuestro futuro potencial es olímpico: podríamos ser los lejanísimos antepasados arcaicos de la humanidad, podríamos estar viviendo el inicio del mundo.

 

Igual que en la actualidad nosotros podemos ver los vestigios del Templo Mayor de la Gran Tenochtitlán, los mexicas vieron las pirámides de Teotihuacán como ruinas, colosos testigos de un mundo que llegó a su fin. Hoy nosotros no podemos darnos permiso de permitir que nuestra civilización colapse, que nuestro mundo termine, porque muy probablemente ese fin sería definitivo. La única alternativa que nos queda al fin del mundo es el inicio.

miércoles, 6 de abril de 2022

De fachos, conservas e hipócritas varios

 

Cuando hablamos de quienes se ubican en el extremo contrario a las fuerzas progresistas, y hoy por hoy cuando nos referimos a la gente que abierta o veladamente se oponen a la 4T, cada vez es más común que, para tratar de encuadrar su ideología, echemos mano indiscriminadamente de los términos conservador, reaccionario, de derecha e incluso facho… Creo que es pertinente preguntarnos por qué… Digo, después de todo, como decía Ionesco, sólo cuentan las palabras, y todo lo demás son chácharas. 

 


El lunes 28 de marzo, en la mañanera, el presidente sentenció: “un pequeño burgués ofendido es como un fascista”. Al dramaturgo alemán Bertolt Brecht se le atribuye un enunciado similar: “No hay nada más parecido a un fascista que un burgués asustado”. El sentido es el mismo. Es más, yo me animo a actualizarlo: un clasemediero que siente amenazados sus privilegios, reales o imaginarios, se vuelve un conservador a ultranza. Y un conservador en tiempos de cambio como los que estamos viviendo actualmente es necesariamente un reaccionario: alguien que reacciona en contra del cambio, que quiere que las cosas no se modifiquen, que se conserven como están.

 

El presidente López Obrador también ha insistido en que “la verdadera ideología del conservadurismo es la hipocresía”. Él mismo ha dicho que el aforismo surge de un precepto de Carlos Monsiváis: “La verdadera doctrina de la derecha es la hipocresía”. En efecto: el conservadurismo y la reacción van de la mano… derecha.

 

Ahora, ¿por qué llamamos fachos a conservas, derechosos y reaccionarios? Fachos se les dice a los fascistas, y como bien explica Umberto Eco, la palabra “fascismo” se ha convertido en una denominación pars pro toto, la parte por el todo, y se emplea para referirse no sólo al fascismo, el movimiento ideológico-político liderado por Mussolini desde principios de la segunda década del siglo XX, sino a muchas ideologías antidemocráticas desde las cuales, de manera totalitaria, se pretende tomar la tutela de las libertades públicas. 

 

Escribió Monsiváis: La derecha, “la decisión de pensar por los demás y de ordenarles el comportamiento debido, la usurpación del libre albedrío a nombre de Dios (o de la empresa y el Mercado Libre…, la Ley), la censura y las represiones a cargo de la moral y las buenas costumbres. En México, la derecha es la tradición de intolerancia.” A un facho le encanta decir cosas como “la ley es la ley”, “las cosas son como dios manda”, “hay que dejar que las fuerzas del libre mercado actúen”, “las cosas son como son y lo demás son cuentos populistas”, etcétera.

 

Y sí, no es raro que nos topemos juntas a la intolerancia de los fachos, conservas, reaccionarios y derechosos con la hipocresía.


— No es que yo sea racista, pero…  y de ahí, una diatriba contra los indígenas: ¡son tan atrasados, los pobres!


— No es que yo sea malinchista, pero… y de ahí… No, es que tenemos que aceptar que el mexicano es muy desidioso o muy flojo o cualquier otra característica negativa que, claro, quienes la diagnostican, aunque también sean mexicanos no las ven en sí mismo.

 

— No es que yo sea homófobo, uy, hasta tengo amigos gays… pero…

 

— No es que sea machista, pero…

 

— No es que sea conservador, pero…

 

— No es que esté en contra de López, pero…