Se incorpora un cuarto comensal a la acalorada tertulia: — No sé sobre qué estén discutiendo, ¡pero no estoy de acuerdo!
Y en otra mesa:
— ¡Carajo!, ¿oíste lo que dijo en la mañanera?
— No. ¿Qué…?
— No sé, nuca la veo, ¡pero oí que ahora sí se pasó!
— ¡Qué horror! ¡A mí también ese viejo me saca de quicio!
Y en el chat de amigos de la prepa: “Nomás para decirles que estoy que no me calienta ni el Sol [emoji: carita enrojecida de coraje]. ¡Pinche gente!”
Me temo que el estado de ánimo generalizado que hoy descuella en México es el de una irritabilidad voluntaria. Es decir, cunde una propensión a irritarse, y cunde porque la gente quiere sentir ira o al menos parecer que anda muy endiablada.
Hace cuarenta años la tesitura anímica nacional era muy diferente. En 1982, el estado emocional generalizado en México abarcaba un limitado espectro que iba de un melodramatismo almibarado y ñoño a un dramatismo francamente truculento y, peor, sobradamente justificado.
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— Raid Mata bichos. Mata moscas y mosquitos ¡tan rápido que se ven caer!… ¡La discoteca de la gente joven, Radio Capital!
— El Sardinero, primer lugar en precios bajos. Aquí está la prueba: shampoo Vanart 1,380 mililitros a 86.90…
— Amigo automovilista, regálenos con un momento de su atención. La Dirección General de Policía y Tránsito del Distrito Federal, a través del amable conducto de esta emisora, le demuestra su preocupación por la seguridad de usted y de los suyos. Maneje con cuidado, sea atento manejando.
En 1982 ninguna dependencia mesuraba la percepción de la seguridad pública, pero las cosas estaban muy mal en la capital del país. La preocupada dependencia de gobierno que patrocinaba el spot radiofónico que apostaba por la amabilidad era dirigida por Alfonso Durazo Moreno, quien sobresalía como un corruptazo entre los corruptos.
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— Compre un nuevo televisor K2. Y sentirá la diferencia ¡siempre! K2, el más joven, el mejor.
Hace cuarenta años, el tiempo de ocio era feudo de la televisión. Las caricaturas en el canal 5 entretenían a los pobres niños que no podían pasarse las tardes jugando en la calle, al tiempo que las telenovelas se hacían cargo de la educación sentimental de buena parte de los hogares mexicanos. A lo largo de los últimos meses del 82 y los dos primeros del 83, un montón de gente no se perdía de lunes a viernes los capítulos de las comedias estelares del canal 2.
Hoy una porción considerable de la clase media considera de muy buen gusto, casi un timbre de distinción, llamar mal vestido y naco al presidente de la República, y en cambio políticamente incorrecto decirle naca a una empleada doméstica o a una vendedora, por lo menos públicamente. Hace cuarenta años las cosas no eran así.
Cachetón, melenudo, de corbata y blazer, entra a cuadro. Lo recibe una vendedora:
— A sus órdenes.
— ¡Qué buena onda!, ¿veees? —dice Luis de Alba, caracterizando a “El Hijín”, un personaje al que después rebautizaría como “El Pirruris”— Viene personalmente, y no lo acostumbro, a comprar el regalo de papi, ¿veees?
El comercial anunciaba las tiendas de calzado popular CANADA.
— ¿Y cuáles se lleva?
— ¡Todos, nacolina!
En Mañana es primavera el drama trascendió la pantalla: el 25 de octubre Viridiana Alatriste se mató en un accidente automovilístico.
Terminando Gabriel y Gabriela, en la que Ana Martín interpretaba a dos mujeres, madre e hija, quien a su vez actuaba como varón, daba inicio la diaria versión oficiosa y hegemónica de la realidad nacional: 24 horas, con el licenciado Jacobo Zabludovsky.
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Hace cuarenta años, durante el último informe de gobierno del presidente López Portillo, México presenció en cadena nacional uno de los espectáculos más grotescos y melodramáticos montado por el poder público. Luego, ya en la noche, la triste recapitulación…
— Televisa presenta su programa…: 24 horas, con Jacobo Zabludovsky. Dirección de cámaras: Rubén Mancilla Talavera.
Zabludovsky aparece a cuadro: “El presidente José López Portillo, en el informe más dramático que se recuerde en México, anunció la expropiación de todos los bancos privados y el control completo de cambios.”
— ¡Es ahora o nunca! ¡Ya nos saquearon! ¡México no se ha acabado! ¡No nos volverán a saquear!
Increíble: aplausos apasionados. De nuevo Jacobo a cuadro:
— Pareció que por momentos no podría seguir leyendo, sobre todo cuando hizo referencia a la situación de los desamparados.
— A los que hace seis años les pedí un perdón… que he venido arrastrando como responsabilidad personal… —y hasta ahí: el nudo en la garganta no le permite al mandatario continuar y da un puñetazo en la palestra. Increíble: otra ovación apoteótica—, … les digo que hice todo lo que pude para organizar a la sociedad y corregir el rezago; que avanzamos; que si por algo tengo tristeza es por no haber acertado a hacerlo mejor… Hicimos todo lo que pudimos, incluso nos lo han satanizado [sic]; pero afirmo que sigue siendo imperativo del sistema, conquistar por el derecho y el desarrollo, la justicia. Más no pude hacer.
Un año atrás, el 17 de agosto de 1981, López Portillo había echado mano de sus grandes dotes histriónicas cuando, entre manotazos también, declaró que defendería al peso “como un perro”. Justo medio año después, el 17 de febrero de 1982, el Banco de México se había retirado del mercado internacional de cambios, y el gobierno se había visto forzado a declararse en moratoria de pagos y devaluar de 22 a 70 pesos por dólar.
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En 1982 García Márquez ganó el premio Nobel de Literatura, y en medio de la hecatombe, de Estocolmo llegó una buena noticia a nuestro país: don Alfonso García Robles, un mexicano, era galardonado con el Nobel de la Paz (octubre 13 de 1982). ¿La hecatombe? Sí, ni más ni menos: además de la devaluación, la inflación estaba desbocada, la deuda externa se había disparado a más de cien mil millones de dólares y los precios del petróleo seguían en la lona.
Hace cuarenta años la mayoría de la gente que hoy habita este país aún no había nacido —la edad mediana de acuerdo con el Censo de Población de 2020 es de apenas 29 años—, así que quienes lo vivimos y podemos recordarlo conformamos la minoría, la provecta minoría. Junto con otros cinco millones de seres humanos, en 1982 yo radicaba en el Distrito Federal. Éramos defeños y nadie tenía que preocuparse por decir “defeños y defeñas” —el esperpento defeñes a nadie se le hubiera ocurrido—. Cinco años después me iría a vivir a Aguascalientes. Ahora de nuevo vivo por acá. Ya somos casi el doble y el entrañable DF pasó a la historia. En 1982 cursaba el quinto de preparatoria en el Centro Universitario México, el CUM —entonces los hermanos maristas sólo admitían varones en sus aulas y Marcelino Champagnat, su fundador, todavía no era santo, apenas beato—. El domingo 4 de julio habían ocurrido las elecciones federales. Yo aún no podía votar, pero creo que, si hubiera contado ya con la mayoría de edad, tampoco hubiera participado; no tenía ningún sentido: aquellos fueron los últimos comicios de utilería organizados por el PRI. A pesar de que en 1982 el gallo de la gran familia revolucionaria sí tuvo contrincantes —seis años antes López Portillo había sido candidato único…, y había ganado—, los comicios fueron del todo inútiles.
El primero de diciembre, Miguel De la Madrid asumió el cargo de presidente de la República. Entre sus primeras medidas, nombró jefe del Departamento del Distrito Federal a Ramón Aguirre, para que administrara los asuntos públicos de la ciudad —faltaban quince años para que los capitalinos pudiéramos elegir democráticamente a nuestro jefe de Gobierno—. De la Madrid asumió el cargo en medio de la crisis de la deuda externa, la cual apenas era una entre muchas otras. En su primera alocución como presidente, dijo: “México se encuentra en una grave crisis. Sufrimos una inflación que casi alcanza este año el cien por ciento; un déficit sin precedentes del sector público la alimenta agudamente y se carece de ahorro para financiar su propia inversión; el rezago de las tarifas y los precios públicos pone a las empresas del Estado en situación precaria…; el debilitamiento en la dinámica de los sectores productivos nos ha colocado en crecimiento cero. El ingreso de divisas al sistema financiero se ha paralizado… Tenemos una deuda externa pública y privada que alcanza una proporción desmesurada, cuyo servicio impone una carga excesiva al presupuesto y a la balanza de pagos y desplaza recursos de la inversión productiva y los gastos sociales. La recaudación fiscal se ha debilitado… El crédito externo se ha reducido drásticamente y se han desmeritado el ahorro interno y la inversión. En estas circunstancias, están seriamente amenazados la planta productiva y el empleo… Los mexicanos de menores ingresos tienen crecientes dificultades para satisfacer necesidades mínimas de subsistencia. La crisis se manifiesta en expresiones de desconfianza y pesimismo en las capacidades del país para solventar sus requerimientos inmediatos; en el surgimiento de la discordia entre clases y grupos, en la enconada búsqueda de culpables; en recíprocas y crecientes recriminaciones; en sentimientos de abandono, desánimo y exacerbación de egoísmos individuales o sectarios… Este es el panorama nacional… Vivimos una situación de emergencia… La situación es intolerable. No permitiré que la Patria se nos deshaga entre las manos”. No exageraba. Todos sabíamos que estábamos en una crisis económica, pero dudo que muchos supieran que estábamos por entrar, obligadamente, a una nueva estrategia de desarrollo, el programa neoliberal. De entrada, el PIRE, el Programa de Reordenación Económica. El peso se devaluó de nuevo, de 70 a 150 pesos por dólar, las tasas de interés se dispararon a más del cien por ciento, la inflación siguió su marcha y el gasto público se redujo. Eso sí, dizque para evitar la corrupción, los salarios de los altos funcionarios aumentaron.
El 19 de enero de 1983, como parte de sus afanes de “renovación moral de la sociedad” —ojo, no del gobierno, “de la sociedad”—, el presidente De la Madrid crea la secretaría de la Contraloría, y unos días después, el 25 de enero, como parte del ideal de la planeación, crea el INEGI —hoy Instituto Nacional de Estadística y Geografía, inicialmente Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática—.
El INEGI cumplirá en unos meses cuarenta años de existencia.
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