And we might gladly share the fruitful stir
Down in our mother earth's miraculous womb;
Well would it be
With what rolled of us in the stormy main;
We might have joy, blent with the all-bathing air,
Or with the nimble, radiant life of fire.
Matthew Arnold, Empedocles on Etna.
Acabamos de enterarnos de la existencia del volcán más grande de Italia. No oculto un yo retórico en el nosotros tácito; digo acabamos queriendo decir todos nosotros, la humanidad. “Un volcán submarino más grande que la ciudad de Madrid ha sido hallado frente a las costas de Sicilia”. En términos geológicos e incluso históricos, el hecho es muy reciente, aunque desde el punto de vista noticioso no lo es tanto. La nota de El país, publicada el 26 de junio de 2006, reporta que “la estructura volcánica… es más alta que la Torre Eiffel”. El mundo fue más preciso: el volcán submarino supera los 400 metros de altura. Giovanni Lanzafame, investigador del Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología de Italia, explicó que la isla Ferdinandea —ubicada en el Mediterráneo, a medio camino entre Sicilia y Túnez, y hoy día bajo el agua— en realidad es sólo una parte del gigantesco volcán, al cual, por cierto, le pusieron por nombre Empédocles.
Ya he contado aquí la leyenda que da pertinencia al topónimo del volcán submarino: según la tradición, el polímata Empédocles (c. 495 a. C. – 435 a. C.) murió abrazado y abrasado por el fuego. Canta Horacio (65 – 8 a. C.) en su Arte poética:
Deus inmortalis haberi dum cupit Empedocles ardentem frigidus Aetnam insiluit…
Lo cual debemos traducir así: “Deseando ser considerado un dios inmortal, Empédocles, frío, saltó al Etna ardiente.” Un poco más permisivo, en su edición bilingüe (Visor, 2003), Aníbal González traduce: “Deseando que se le tuviera por un dios inmortal, Empédocles precipitó su cuerpo a sangre fría en el Etna ardiente”. Aetnam es Etna: tal es el nombre latino del volcán localizado unos treinta kilómetros al norte, en tierra firme, del volcán Empédocles. Etna proviene de la palabra griega Αἴτνη (Aítnē), que también aparece en los textos latinos como Aetna. En la mitología griega, Aetna es una ninfa —deidad menor femenina relacionada con la naturaleza— asociada con el volcán, cuyo apelativo deriva del verbo griego αἴθω (aíthō), que significa “quemar” o “arder”. Aetna más tarde se convirtió en Etna en las lenguas modernas. Como Febe —ligada a la Luna, las profecías y el brillo del intelecto—, como Mnemosine —la memoria, madre de las musas— y como el resto de las Titanides, Aetna es también hija de Urano —el cielo— y Gea —la Tierra—.
Pero no todas las fuentes coinciden en que Empédocles falleció tatemado en lava. Diógenes Laercio (s. II d. C.) trae a cuento a Demetrio de Trecén, quien, en su obra Contra los sofistas, se refiere a la muerte del presocrático usando palabras de Homero:
Anudando un feroz lazo a un alto guindo
colgó su cuello y su alma descendió al Hades
Los versos que parafraseó el tal Demetrio se encuentran en el Canto XI de la Odisea, con los que Homero narra el incesto más célebre de la tradición occidental —de hecho, es la referencia escrita más antigua que tenemos del mito griego de Edipo—:
Vino luego la madre de Edipo, la bella Epicasta [Yocasta],
que una gran impiedad cometió sin saberlo ella misma,
pues casó con Edipo, su hijo. Tomóla él de esposa
tras haber dado muerte a su padre y los dioses lo hicieron
a las gentes saber. Él en Tebas, rigiendo a los cadmios
en dolores penó por infaustos designios divinos
y ella fuese a las casas de Hades de sólidos cierres,
que, rendida de angustia, se ahorcó suspendiendo una cuerda
de la más alta viga. Al morir le dejó nuevos duelos,
cuantos suelen traer a los hombres las furias maternales.
El propio Diógenes Laercio escribió un epigrama en el que se burlaba de la muerte de Empédocles, explicándola no por suicidio sino por infausto incidente:
Y tú, Empédocles, antaño, al purificar tu cuerpo en sutil llama,
apuraste el fuego en inmortales cráteres.
No diré que por propia voluntad te lanzaste al flujo del Etna,
pero sí que, queriendo desaparecer, caíste en él sin quererlo.
En cambio, según Heráclides Póntico (c. 390 - 310 a. C.), el presocrático de Agrigento no murió, sino que se transformó en divinidad. Cuenta que, después de que Empédocles revivió a una mujer que llevaba treinta días exánime, se organizó una celebración en el campo de Pisianacte. Al final del festejo, amigos e invitados, casi cien según Hermipo, se dispersaron para descansar bajo los árboles, pero al amanecer no encontraron a Empédocles. Un sirviente dijo haber oído durante la noche una voz sobrehumana llamarlo desde las alturas y enseguida haber visto una luz celestial. Pausanias, su alumno predilecto, ordenó detener la búsqueda y hacer sacrificios en su honor, creyendo que Empédocles se había transformado en un dios. Para los antiguos griegos, un caso típico de apoteosis o rapto divino, mientras que quizá hoy más de uno concluiría que el filósofo más bien fue abducido.
Hipóboto, doxógrafo contemporáneo de Diógenes, narra que, al terminar aquella celebración, Empédocles se encaminó al Etna, y que tan pronto llegó al cráter “fue envuelto por las llamas y desapareció”. Este señor es el mismo que cuenta que al poco tiempo el volcán expulsó una de las sandalias de bronce que calzaba Empédocles.
La versión que ofrece Timeo de Tauromenio (c. 350 – 260 a. C.) resulta mucho menos fantástica: según él, Empédocles se exilió en el Peloponeso, en donde falleció de vejez. Y la de Favorino de Arlés (c. 80 – 160) menos: que, al regresar de un festín en Mesenia, el carro de Empédocles volcó y él se quebró la cadera, de lo cual ya no pudo recuperarse y murió postrado.
No hay certeza, pues, acerca de lo que provocó la muerte de Empédocles… Y si dudamos de la causa, también muchos quedaron con vacilaciones acerca de las consecuencias, porque hay leyendas que refieren que, después de bajar por el Etna al Hades, resucitó. Entre otras cosas por eso hay quienes consideran que el filósofo, o cosmógrafo si nos ponemos demasiado estrictos, fue una especie de chamán. Yo en cambio digo que es justo considerar a Empédocles, el de mente volcánica, un adelantado del psicoanálisis freudiano…, pero de eso ya será otro cantar.
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