Pero también algunas de las críticas provienen del análisis. Tengo en mi haber un primo sanmiguelense, sociólogo y con posgrado en filosofía, a quien los caminos lo han llevado a vericuetos tales que hoy puede presentarse como un versado en demografía, experto en evaluación de políticas públicas y, muy importante, en diseño de indicadores. Pues él, mi primo LF, fue quien mejor le entró al quite: Sin querer hacerle al abogado del diablo, opino que es necesario conocer no sólo el puesto (el "rankeo") ocupado por México, sino el valor del índice que da origen a esa medida. Enseguida, LF dice que si en el indicador hay mejoras, aunque el país pierda posiciones en el ranking, entonces no puede afirmarse que haya empeorado. A manera de ejemplo, se refiere al Índice de Desarrollo Humano (IDH) calculado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. El valor del IDH de México ascendió a:
0.647 en 1990 (lugar 39)0.699 en 2000 (lugar 55)0.756 en 2013 (lugar 71)Si sólo nos fijamos en la posición, se observará que México retrocedió 32 lugares en 23 años. Sin embargo, si se analiza el valor del índice, se verá que avanzó 0.109 puntos en ese mismo período.
Mi repele al suyo fue entonces: LF, el asunto es que el capitalismo global es esencialmente competitivo. En la medida en la que perdemos lugares en el ranking, somos menos competitivos. Iluso, pensé que con eso quedaba zanjado el asunto, pero mi sanmigueleño primo no cejó: Estoy de acuerdo que si una de las reglas del capitalismo es la competitividad, entonces la caída en el ranking significa un retroceso (o un menor avance) frente a los demás países. Sin embargo, que hayamos retrocedido posiciones no significa que estemos efectivamente peor. Podría significar que se avanzó (pero no tanto como los demás), o que se estancó el país (y, por tanto, los otros también nos rebasaron) o que efectivamente se retrocedió (se corrió para atrás); sin embargo, qué pasó, el índice no puede decirlo. Y luego, en un comunicado adicional: Mi propósito tampoco es convencer de que estamos mejorando. No intento ocultar que existen varios millones de personas en pobreza, o que varios millones más, si bien pueden adquirir una canasta básica, no tienen ingresos suficientes para educación, salud o para incrementar su patrimonio. Mi discusión no va en el sentido de esconder esa realidad. Sí intento poner el acento en la necesidad de leer con cuidado lo que dicen las cifras… Y luego resume su argumento: que hayamos retrocedido en el rankeo no significa que estemos (objetivamente) peor que antes. Tal vez estamos mejor, pero otros mejoraron mucho más en el mismo periodo. Tal vez las cosas sí están mucho peor. Pero parecería que ese rankeo sólo sirve para rankear, y no para decirnos qué tanto avanzamos.
LF me puso a pensar y cuando uno piensa muchas veces resulta casi obligado recordar a un griego, en este caso al discípulo más avezado de Parménides de Elea, Zenón, a quien hace dos milenios y medio se le ocurrió poner a competir en una carrera a una tortuga con el mismísimo Aquiles, héroe entre lo héroes, quien como se sabe a pesar de tener el punto débil en el talón era llamado “el de los pies ligeros”, precisamente por sus dotes de velocista. La aporía de Zenón establece que Aquiles, una vez que le ha concedido cierta ventaja a la tortuga, jamás podrá ya alcanzarla… Si el lector recuerda la famosa paradoja, descuide que no voy a desarrollarla aquí, y si no, lo conmino a que googulee el tema… Yo estuve a punto de recordársela a mi primo, pero a tiempo alcanzó mi arrepentimiento a mi decisión primera. Mi contra argumentación es más sencilla…
Si innegablemente todos en México estamos mejor respecto a como estábamos, digamos, hace cincuenta años, cómo es posible sostener simultáneamente que empeoramos. La respuesta es simple: no hay avance ni retroceso sin marco de referencia, y el marco de referencia en este caso es dinámico —de hecho es el ranking mismo—. Si el competidor M logró correr más rápido que hace un año no asegura quedar rezagado, a menos de que alcance una velocidad igual o superior a la de los demás. La competencia, pues, no es contra nosotros mismos.
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