… el yo contemplaba con
admiración el yo que contemplaba el yo,
es decir, un estado de
extático narcisismo.
Este enamoramiento de la
propia imagen se ahondó entre los atenienses,
sin duda, en razón de su
triunfo sobre los persas…
Lewis Mumford, La ciudad en la
historia.
Los persas, la pieza
teatral más antigua que se ha preservado hasta nuestros días, se escenificó por
vez primera en Atenas, durante las fiestas Dionisias, en elafebolion, mes lunar del calendario ático —marzo para nosotros—, del
año 472 antes de nuestra era. Se dice fácil, pero han pasado 2.5 milenios. La obra
no se refiere a asuntos mitológicos, sino a hechos humanos y, además,
contemporáneos para los espectadores —entre diez y quince mil— que presenciaron
su estreno. El corego de aquella puesta en escena, es decir, quien sufragó los
gastos de la producción, fue un joven llamado Pericles, un hombre que sería
apodado El Olímpico por sus coetáneos, y quien daría su nombre al período de mayor
esplendor de Atenas: el siglo de Pericles.
El autor de Los persas, Esquilo, fue el primero de
los tres grandes trágicos griegos —Eurípides y Sófocles, los otros dos—. Nació
hacia el 525 a. C. en el demo ateniense de Eleusis, y falleció a los 68 años de
edad en la costa meridional de la isla de Sicilia, en Gela, ciudad por entonces
gobernada por el tirano Cleandro Patareo, promotor de la lírica y el teatro. Si
hemos de dar crédito a la tradición, el creador griego más importante de
tragedias clásicas murió de una manera más bien cómica: de un tortugazo[1]. El célebre
epitafio de Esquilo no registra los detalles del óbito, tampoco ensalza su trabajo
literario —según la Suda, escribió
noventa tragedias, aunque sólo conservamos siete—, pero en cambio alaba su
gallardía guerrera:
Este sepulcro de Gela, la rica en cereales,contiene a Esquilo, el hijo de Euforión, ateniense.De su eximio valor hablarán Maratón y su bosque sagradoy el cabelludo medo, que le conocen bien.
Ciertamente, en
septiembre de 490 a. C., Esquilo combatió contra los persas en Maratón —a menos
de 50 kilómetros de Atenas—, en donde ocurrió la batalla definitoria de la
primera Guerra Médica. Los ejércitos aqueménidas venían de haber sometido la
insurrección jónica —Mileto había caído en 494 a. C.—, cuando el Sha Darío I decidió atacar a las
aparentemente desarticuladas ciudades-estado helenas. En Maratón, atenienses y
platenses integraban las fuerzas griegas. Como bien se sabe, los griegos resistieron
el embate y terminaron por derrotar a los invasores. Aquel resultado iba contra
todo pronóstico; basta recordar que apenas 35 años antes, justo cuando Esquilo
se apersonó en este mundo, los persas habían conseguido invadir Egipto, y sólo
diez años atrás, luego de las campañas en Tracia, Macedonia y las costas del
mar Negro, y después en el oriente hasta alcanzar el valle del Indo, en el año 500
a. C. el imperio aqueménida alcanzaba su máxima extensión, unos 5.5 millones de
kilómetros cuadrados, para convertirse así en el más grande del orbe hasta
entonces. Con todo, no pudieron con los griegos…
En Los persas, Esquilo no se refiere a la primer Guerra Médica, sino a
la segunda, acaecida diez años después. Para entonces, el imperio aqueménida ya
era reinado por el hijo de Darío, Jerjes. Fue él mismo quien se puso al frente
de sus huestes para ir a subyugar a los obstinados griegos. Los persas cruzaron
el Helesponto, hoy estrecho de Dardanelos, para recorrer Tracia y Macedonia hacia
Tesalia; a su paso, todas las ciudades fueron sometidas. Después de vencer en
la batalla de Termópilas, el masivo embate persa avanzó hasta llegar a Atenas. Jerjes
encontró la ciudad despoblada: los atenienses y sus aliados se habían ido a
refugiar en la isla de Salamina, en el golfo Sarónico. Luego de saquear Atenas,
los persas acometieron la persecusión, y fue en los estrechos costeros de
Salamina en donde la flota helena logró la espectacular derrota de los
orientales. Jerjes regresaría humillado a la ciudad capital de su imperio, Sousa.
Durante la conferencia
que dictó en octubre del año pasado en la Fundación Juan March de Madrid, el
extraordinario filólogo helenista Carlos García Gual, sostuvo que en Los persas Esquilo no celebra la
victoria de los griegos en Salamina, sino que reflexiona sobre la catástrofe de
los persas. Se trata, dijo, de una muestra de “la generosidad espiritual de los
griegos: va a hablarnos no de los vencedores, que son ellos, sino de los
vencidos, y va a insistir en las ideas del terror y la compasión”.
De acuerdo, Los persas es un largo treno a un héroe
trágico, Jerjes. Pero también es otra cosa: un encomio a la ciudadanía, la
fuerza de la gente que hace la ciudad. La reina Atosa, madre de Jerjes,
cuestiona al mensajero sobre lo que está sucediendo del otro lado del mar;
desea saber si al fin Atenas, después del saqueo, fue destruida por el ejército
comandado por su vástago. Esquilo hace que el mensajero responda que no, porque
“mientras hay hombres, eso constituye un muro inexpugnable”.
[1] Se cuenta que el oráculo había
vaticinado a Esquilo: “Morirás aplastado por una casa”. Entonces el trágico decidió
abandonar Atenas. Se fue a vivir a las afueras de la ciudad de Gela, a una
humilde choza. Caludio Eliano (c.
175-235), erudito romano que vivió bajo los auspicios de Julia Domma, esposa
del emperador Septimio Severo, cuenta en su De
natura animalum lo que ocurrió entonces: “Las águilas que apresan a las
tortugas de tierra y las arrojan desde lo alto y las estrellan contra las rocas
y, quebrando así su caparazón, extraen la carne y la comen. Justo de esa manera
tengo entendido que acabó la vida… aquel poeta autor de tragedias. Esquilo
estaba sentado sobre una roca, discurriendo, creo yo, y escribiendo sus temas
habituales. No tenía un pelo en la cabeza, pues era calvo. De ahí que el
águila, figurándose que la cabeza era una roca, soltó y arrojó contra ella la
tortuga que tenía entre las garras. Y el disparo acertó a dar al citado varón y
lo mató”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario